lunes, 26 de diciembre de 2016

HETEROSEXUALIDAD: la fuente de la eterna juventud del patriarcado


La igualdad de género no sólo no progresa al ritmo que nos gustaría. Ni siquiera progresa al ritmo que esperamos.

El trabajo de concienciación y de búsqueda de influencia social, política y económica es grande y, sin embargo, índices como la diferencia salarial o las muertes por violencia patriarcal parecen casi inamovibles.

La aparición de fenómenos como el auge de la pornografía y de la prostitución nos hace además preguntarnos si lo que se gana por un lado no se estará perdiendo por otro.

Creo que la mayoría estamos de acuerdo en que la relación entre el esfuerzo realizado y los resultados obtenidos es pobre, a veces desalentadora. Eso no significa que no seamos capaces de valorar lo obtenido hasta ahora ni que vayamos por ello a arriesgarlo. Significa, más bien, que parecemos acercarnos peligrosamente al límite de lo que se puede lograr, y que empezar a imaginar ese límite puede ser el primer paso para empezar a conformarnos.

¿Cómo es posible que el patriarcado esté oponiendo al feminismo una fuerza equivalente, o incluso mayor, que la que el propio feminismo despliega? ¿De dónde la saca?

No es suficiente decir que el patriarcado controla los poderes fácticos, o que tiene una inercia milenaria, o que existe el espíritu de la fratría que hermana inconscientemente a los varones contra las mujeres. No lo es, porque a un patriarcado aún más poderoso fue al que arrebataron privilegios nuestras antecesoras. No lo es porque la fratría inconsciente y milenaria no tiene la capacidad de solidaridad que tiene una sororidad consciente, politizada y en expansión. Y no lo es porque el patriarcado defiende privilegios, y la defensa de privilegios, precisamente por su naturaleza insolidaria, corre siempre el peligro de convertirse en lucha individual: si la oferta que me hace mi enemigo es mejor que la que me hacía mi amigo, cambio de bando. Así de sencillo.

El patriarcado tiene que ser algo más que una herencia que necesitamos cambiar. Algo más que un fósil. Algo más que una idea equivocada que cualquiera corregiría si prestara oídos al discurso feminista. Para que su vigor sea tan fresco y poderoso tiene que tener, en algún lugar, un motor vivo; una energía renovable; una fuente de la eterna juventud.

Mi opinión es que esa función la está desempeñando la heterosexualidad como idea de una humanidad dividida en mujeres y varones (a la que se suman progresivamente identidades derivadas de estas dos) en la que cada individuo establece como objeto “natural” de su deseo sexual una (o varias) de esas identidades. La heterosexualidad entendida así, por tanto, no es sólo la diferenciación por género, sino que a ésta se le añaden las consecuencias de esa diferenciación en la conducta sexual: identidad de género más orientación sexual. La ausencia de heterosexualidad sería la ausencia de orientación sexual por género, de la que se seguiría la tan deseada pérdida de relevancia social de la identidad de género.
En este texto intenté representar esquemáticamente cómo procedería la mecánica patriarcal en un entorno laboral concreto desde una perspectiva masculina individual. En el primer caso el patriarcado es un legado. Algo que las personas encuentran y que transforman a medida que intereses emergentes no específicamente patriarcales lo van convirtiendo en una estructura obsoleta.

Pero ése no es nuestro caso. El nuestro es el segundo. El de un patriarcado que no sólo encontramos sino que, por intereses plenamente actuales, presentes y vividos, reforzamos y acrecentamos.

La diferencia entre ambas descripciones era el interés sexual. En la primera, el otro género, aprendido como enemigo gracias a la cultura patriarcal, se va manifestando como neutro a medida que la experiencia corrige el prejuicio. Al final sólo queda el enfrentamiento económico, porque ése es el que sigue presente, el que se renueva cada día, sepultando a cualquier otro.

Pero si introducimos la heterosexualidad, entonces tenemos una nueva fuerza que actúa específicamente sobre la diferenciación por género, convirtiendo a cada uno en el objetivo del otro, en aquello cuya voluntad debe someter si quiere alcanzar la felicidad. Y esta idea actúa sobre la conciencia 24 horas cada día, 365 días cada año. En el entorno laboral y en el doméstico, entre personas casadas o solteras, adolescentes o ancianas, sexualmente privilegiadas o desfavorecias, monógamas o poliamorosas. Lo mismo da.

La heterosexualidad, lo vemos ahora, es la auténtica pila del patriarcado, del mismo modo que la lucha por la subsistencia es la del capitalismo. El patriarcado se va a renovar cada día, no sólo porque sea cómodo conservar viejas estructuras de opresión, sino, sobre todo, porque hay una razón muy presente y muy real que pone a todxs y cada unx de nosotrxs a trabajar en la revitalización diaria del conflicto entre mujeres y varones. Y en ese conflicto va a ganar, lógicamente, quien a día de hoy sea más fuerte. Con las mismas armas, a más conflicto, más desigualdad.

Ahora entendemos por qué los frentes actuales de crecimiento del patriarcado parecen, en su mayoría, lindar con lo específicamente sexual (prostitución, pornografía, violencia patriarcal entre adolescentes…). Entendemos también por qué la homosexualidad no es una alternativa salvo en la medida en que sirve para cuestionar la heterosexualidad naturalizada. Cuando mi objeto sexual es a la vez mi hermandad, el otro género pierde su lugar en mi mundo. Queda relegado y despreciado. Es un otro tan absoluto que mi empatía hacia él se reduce prácticamente a cero. Se convierte, por lo tanto, en el destino más probable de mi odio. Y ese conflicto se decantará de nuevo del lado del más fuerte.

La situación, por lo tanto, es la siguiente: Necesitamos asumir la lucha contra la heterosexualidad como componente forzoso de nuestro compromiso feminista. Combatirla debe ser uno de los ejes radicales, si no el más radical, del feminismo. Y, por supuesto, quienes primero debemos combatirla y expulsarla de nosotros mismos somos los varones.

Definirse como feminista radical y legitimar la heterosexualidad pasaría así a ser una nueva manifestación de feminismo liberal: “soy feminista en la medida en que el feminismo no entre en conflicto con mi proyecto de felicidad personal. Allí donde entre en conflicto diré que, dado que es mi legítimo derecho elegir la forma de mi felicidad, esa forma pasará a llamarse también `feminismo’.”

Ésta es la razón por la que considero que la agamia es el único modelo relacional radicalmente feminista. Sólo la agamia y la monogamia se atreven a ser prescriptivos en algunos de sus fundamentos. La monogamia lo hace con el fin de imponer el inmovilismo patriarcal. La agamia con el de progresar, pero no en la línea errática que determine nuestro ser deseante, sino en la que tracemos desde una conciencia colectiva y ética, es decir, igualitaria.

Pero la agamia no es una patada en el culo de nuestros deseos, ni una exigencia moral inasumible. Todo lo contrario. Describir y desarrollar la agamia conlleva no sólo establecer los objetivos, sino también construir las herramientas que nos permitan llegar a ellos por un camino en el que el fin y los medios vayan siempre de la mano. Un camino que pronto nos resulte más estimulante que nuestro viejo mecanismo deseante heterosexual.

Hablaré en algún otro texto de ese camino.


lunes, 19 de diciembre de 2016

¿por qué se regenera el patriarcado?


Llego esta mañana a la oficina y encuentro que, en el puesto que dejó Raúl, y que lleva tantas semanas vacante, hay una mujer.

Mis alarmas se disparan. Tengo experiencia en mi trabajo y he desarrollado un cierto instinto que me dice cuándo algo es una mala decisión.

Por otro lado, tampoco hace falta ser un genio: Nunca había trabajado una mujer aquí. Y todos sabemos que la empresa lleva años funcionando óptimamente. ¿Qué sentido tiene hacer un cambio en la política de contratación? Es un riesgo innecesario y, por lo tanto, estúpido.

Pasan las semanas y la nueva se ha adaptado. Es competente, no cabe duda, como cualquiera de nosotros. Desde ese punto de vista no espero ninguna repercusión negativa. Pero me preocupa su relación con el resto de la plantilla. Me preocupa el ambiente. Hasta ahora nuestro trato, dentro de las tiranteces propias del trabajo, era próximo y amistoso. Es cierto que todos no nos llevamos igual, y que se puede hablar de grupos, pero esos grupos tienen suficientes cosas en común como para que podamos compartir un café, una cerveza o una cena. Sin embargo, una mujer… ¿Cómo va a superar sus diferencias con nosotros? ¿Cómo se va a integrar?

Hace cuatro meses que Silvia está aquí. Es uno más. No se lleva igual con todo el mundo, claro. Sus temas de conversación favoritos no siempre son los nuestros. Pero “los nuestros” es una generalización inadecuada. A mí mismo me aburre el obligatorio repaso del lunes a la jornada de liga. En cuanto al resto, mi compañero peruano vuelve a resultarme la presencia más incómoda, y su eficacia infalible, sus posibilidades de ascender por delante de mí, aparecen entre mis pensamientos más de lo que yo querría. Lo he comentado con ella, y me ha confesado que le sucede lo mismo. Dicen que no, que no me preocupe, que todo el mundo, incluso el jefe, lo mira con recelo, y que siempre cobrará menos que nosotros. Pero, aun así, no me fío.

Bonita historia. Aceptable, al menos. Las estructuras patriarcales ceden lenta pero inexorablemente al sentido común hasta que se alcanza una igualdad similar a la que existe en el resto de nuestras relaciones. No una verdadera igualdad, pero sí algo bastante parecido a la supuesta igualdad de la que disfruta el colectivo privilegiado entre sus pares. Homeostasis.

Pero ésta no es la historia que estamos viviendo. En la que vivimos esa progresión es muy lenta, casi inexistente. A veces se diría que avanza hacia atrás. ¿Por qué? Porque nos falta un dato. Nos falta El Dato.

Incluyámoslo, y veamos cuánto cambia la historia:

Hace seis semanas que Silvia está aquí. He de reconocer que estaba equivocado. Su trabajo no sólo es tan bueno como el de cualquiera. Además ha aportado un toque de color y de alegría a la oficina. Ahora hay más vida. Nuestro compañero peruano está especialmente transformado. El otro día apareció con un ramo de flores. Eso provocó un momento de recochineo, pero todo acabo con buen tono. Creo que es la primera vez que me hace verdadera ilusión la cena de Navidad.

Han pasado cinco meses desde que llegó. La atmósfera es irrespirable. A estas alturas no sé si hay algo de ella que salvaría. Es el silencio, sí. Pero también es la tensión, incluso el odio. No diré que me dejara indiferente la sorpresita de la cena, con las atenciones del jefe, y las sonrisas de ella. Que haga lo que quiera. Pero, ¿le da eso derecho a comportarse con altivez hacia mí? ¿Qué pensó que quería cuando le propuse tomar algo después del trabajo? ¿Puede soportarse tanta vanidad?

Suenan rumores de ascenso, y dicen que apuntan a ella. Si el jefe fuera ecuánime, si mirara por la empresa, lo que tendría que hacer es despedirla. Y largar de paso a su amiguito peruano, su pañuelo de lágrimas. Pero no: tanta sonrisa, y tanto arreglarse, y tanto victimismo, la van a colocar en cinco meses donde siete años de trabajo no me han colocado a mí. No quiero decir lo que me parece. Sé que no debo escribirlo, ni siquiera aquí. Pero lo estoy pensando. La palabra está escrita ahora mismo en mi cabeza. La estoy leyendo con completa claridad.
Efectivamente: El factor que nos faltaba era la heterosexualidad.

Ya la hemos aislado. Seguiremos informando.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

gracias "Patria".


Se creían los puteros y los porneros que éramos idiotas.

Se pensaban que dándonos un poquito de coba ya nos iban a tener comiendo de su mano. Se habían hecho a la idea de que nos la iban a meter, que es el tipo de imagen a través del que se conforman sus pensamientos.

Habían dicho: “Venga, que el año pasado encontramos el truco. Que con colocar a alguien que se nos haya hecho famoso por lo que sea (aunque sea por hacer el ridículo) y ponerle a decir cuatro chorradas buenistas (aunque no haya quien se las crea), ya todo el mundo traga. Lo único que necesitamos es que repita mucho “follar”. Tenemos la gallina de los huevos de oro de la ideología. Tenemos “follar”.”

Y habían pensado que con el feminismo iba a ser igual: “La chica ésta nos viene de miedo. Y como es mujer, y por lo visto va de feminista, de paso engañamos a las rancias de las feministas, que son un grano en el culo.”

Se pensaban que el feminismo es un producto, como lo que ellos hacen, o que le vale todo, como al porno, o que está corrompido, como ellos.

Pues la cagaron bien.

El día de su lanzamiento “Patria” fue un exitazo sin matices. Todo el mundo lo vio, lo compartió y lo elogió. “¡Qué atrevido!” “¡Eso es hablar claro!” “¡Zasca a la hipocresía!”

Pero el segundo ya se vio que algo no estaba saliendo bien. El vídeo seguía compartiéndose. Pero ya aparecían preguntas incómodas “¿Aquí hay verdadero contenido o es el uso de cuatro tópicos?” “¿Pero esto no lo paga Apricot?” “¿Un proxeneta tiene legitimidad para dar lecciones morales?”

El tercero empezaron los calificativos: “ridículo”, “vergonzoso” y, por supuesto “HIPÓCRITA”.

Y el cuarto las redes se inundaron de artículos poniendo en negro sobre blanco lo que era esa repugnante estrategia de marketing para vender mujeres convertidas en carne consumible y desechable, y para convencer al resto de las mujeres de que lo mejor que podían hacer era pasar por la carnicería e irse quitando la ropa.
Entonces empezaron las polémicas, los debates, el rebrote de los viejos enconamientos y, cómo olvidarlo, la omnipresencia de la inefable Amarna Miller, explicándonos a tantxs tontxs como en el mundo somos cuál es la verdadera definición de “pornografía”, cómo se distingue realidad de ficción, y lo feliz que es ella y que son todas las otras prostituidas y pornografiadas a las que ella, desde su infinita y generosa modestia, representa.

Pero ya era demasiado tarde, porque la máquina crítica feminista estaba en marcha, y esta vez había hecho presa de verdad. Así que el vídeo pasó del cuestionamiento al descrédito, del descrédito al desprecio, y de éste al escarnio más acerbo y a la parodia más demoledora. En algún sitio leí que se pedía a @ivánlagarto hacer un montaje de denuncia de su cinismo, como aquél en el que le puso un bolero al mensaje navideño de Felipe VI. Yo todavía no pierdo la ilusión.

Y la evolución de la imagen de Mi Patria se tradujo en la evolución de la opinión de personas concretas. Por todas partes aparecían matizaciones, correcciones, cambios de 180 grados: “Me encantó el vídeo cuando lo vi. Ahora me da asco”. Eso una y otra vez. Y se ganaban todos los debates. Todos. En todas partes. Daba igual si era un grupo abolicionista o de “familiares y amigxs de Amarna”.

Pero lo que se estaba ganando, o decidiendo, no era el destino del vídeo del Salón. Era mucho más. Era la gran controversia feminista entre proprostitución y propornografía frente a antiprostitución y antipornografía. Sin quererlo, los muy lumbreras de Apricot nos habían dado la herramienta perfecta para analizar, ponernos de acuerdo y llegar a conclusiones. Por fin.

Y por fin se vio de una manera clara y distinta que tras los argumentos “pro” no había nada. Que desde hace mucho tiempo se alimenta el fantasma de un debate, pero ese debate está más que terminado. Que la imagen que se construye de lo “anti” es un espantajo para dar miedo, y que la mayoría de las personas “anti” y de sus posiciones no se parecen a él en nada. Que la gente “pro” hace guerra de guerrillas argumentativa, porque ha perdido toda la confianza en el enfrentamiento abierto de las razones. Que llegaban, insultaban y huían. Que decían que estaban hartxs del feminismo blanco hetero, que qué pereza, que si las SWERF. Pero siempre quedaban en evidencia.

Así que, vista la situación desesperada, las pocas personas que fueron quedando comprometidas a muerte con el “pro”, lxs recalcitrantes del “pro”, esa gente que pone al “pro” antes que al feminismo, tuvieron que recurrir a la invocación disciplinaria de la sacrosanta unidad: “¡No dividamos al feminismo!”.

Y, claro, nadie quiere dividir al feminismo. Así que volvimos al respeto, al “es sólo mi opinión”, y al “ante todo, sororidad”.

Y ahora estamos con la duda de si el consenso fue un espejismo producto del entusiasmo, o un paso adelante, una enorme oportunidad que, eso sí, se nos puede escapar de las manos.

Y yo, es sólo mi opinión, creo lo segundo. Creo que se ha escenificado definitivamente la falta de argumentos feministas del lado “pro”, y que hay que llevar la escenificación a sus últimas consecuencias. Creo que hay que dar por zanjado el debate sobre prostitución y pornografía, al menos en lo que se refiere al enfrentamiento entre “anti” y “pro”. Y creo que hay que hacerlo a todos los efectos que son, sobre todo, la divulgación de sus conclusiones. Creo que hay que decir, de una vez, y sin complejos ni culpas, que las posiciones “pro” no son feministas.

Creo, repito, que hay que llevar la escenificación hasta el final, porque “Mi Patria” ha producido una notable deserción en el bando “pro”, pero lo que necesitamos es una desbandada: que todo el feminismo esté unido. Unido, eso sí, del lado del feminismo. Por eso hay que decirlo claro y público. 
Y quien quiera refutar, que refute. Pierden siempre.

Y que nos digan, cómo no, que eso es dividir al feminismo. Sabemos que el feminismo ya estaba dividido, porque a día de hoy hay neoliberalismo en el feminismo, y decir que hay un feminismo neoliberal y uno que no lo es, pero que los dos son feminismos, es como decir que hay un feminismo feminista y un feminismo antifeminista. Y sabemos que esta división bloquea su eficacia, su difusión, su expansión. Nos dirán que eso es partirlo por la mitad, pero a mí me parece que es justo lo contrario. Si conseguimos terminar esta escenificación de la elección definitiva del “anti” lo que haremos será romper la cáscara neoliberal que atenazaba nuestro crecimiento y disponernos para una nueva expansión social. El feminismo ha crecido mucho, pero en ese crecimiento ha absorbido, o se le ha infiltrado, mucho no feminismo que, en parte, lo ata. Que crezca de nuevo, y que quede fuera, si lo desea, quien no sepa cómo defender sus posiciones con argumentos feministas.

Es cierto que Mi Patria ha conquistado corazones fuera del feminismo, y seguramente ahora hay más gente “pro” que antes del vídeo. Pero en el feminismo hay menos. Mucha menos. Y lo que hace falta para que toda esa gente no feminista nos escuche a nosotrxs, en vez de a puteros y porneros, es que les hablemos con una sola voz. Si la conseguimos, y estamos a un paso de hacerlo, dará igual a cuánta gente se haya ganado el engendrito publicitario.

lunes, 12 de diciembre de 2016

el vacío gámico


Nos quejamos con frecuencia, con mucha frecuencia, de que las parejas alejan a las personas de sus amistades.

Y nos quejamos porque lo comprobamos continuamente: El entusiasmo amoroso siempre tiene como víctima colateral una parte de las relaciones.

A veces se trata de una reducción selectiva (dejo de quedar con el grupo de patinadorxs, con los que tampoco tengo tanta implicación, pero sigo saliendo con la gente del trabajo); a veces de una reducción general (sólo veo a alguien fuera de mi pareja una vez a la semana, le toque a quien le toque); a veces de la eliminación de mi vida de varias personas concretas (algunas relaciones conflictivas dejan de merecerme la pena).

Quien lo vive desde fuera de esa pareja, decía, suele quejarse: Otra vez la misma historia. Crees que tienes amigxs hasta que se lían. Luego ya volverán. Pero, mientras tanto, ¿dónde están? ¿Y si es ahora cuando lxs necesito? Además, ¿no decían que ellxs nunca lo harían?

Desde dentro, sin embargo, hay mucha más tolerancia con el abandono: No tengo tiempo para todo. Hay que disfrutar de las cosas cuando se tiene la oportunidad. Mi relación tiene problemas propios que tengo que resolver, pero que tampoco me apetece airear.

Afortunadamente, esta tolerancia no es ya lo que era, y la idea de que las relaciones de pareja no deberían repercutir negativamente sobre el resto se está convirtiendo en norma general. Incluso se dice que es insano para la pareja misma, y que puede ser síntoma de que estamos ante una “relación tóxica” o de “amor romántico”. Se propone entonces como receta, por el bien de la propia pareja, y por el bien de las relaciones sociales en general, alimentar el resto de las relaciones, las no-parejas, de un modo más “horizontal”.

Estamos viendo, de todos modos, que la receta es insuficiente, y que una cosa es decir que eso es lo que tenemos que hacer y otra muy diferente que logremos parar la escabechina. Algo sigue pasando cuando aparece la pareja que convierte la vida relacional anterior en un sueño inaprensible.

La receta no funciona porque no hemos diagnosticado bien el problema. Voy a intentar acercarme un poco más a él. Para ello hablaré de “gamos”, y no de pareja, porque es el término genérico para la pareja y para todas sus formas homólogas, sea cual sea su nombre o el disfraz con el que se engalanen.

Si representamos nuestras relaciones en un esquema vertical donde la altura determine la calidad, profundidad e importancia de cada relación, el conjunto adoptará, en la mayoría de los casos, el aspecto de una pirámide. Abajo encontraremos una amplia base de relaciones poco desarrolladas, y en la cúspide el pequeño grupo de aquellas que son más importantes para nosotrxs.
Lo normal es que esta pirámide sea un continuo, o que sus discontinuidades sean escasas y poco definidas (que estén dispersas, que no ocupen un espacio claro, que evolucionen en breves lapsos de tiempo, etc…). Cuando establecemos un gamos, sin embargo, la pirámide se corona con un “piso flotante”. Por encima de su cúspide, y a una notable distancia del resto de ella, aparece esta relación superior llamada “gamos”.
Lo que caracteriza al gamos es, precisamente, ocupar esa posición. Se llama “ser especial”. Si el gamos tuviera contacto con la pirámide sólo se distinguiría de otras relaciones por la persona con la que la mantenemos. Llamar a esa relación “gamos”, “pareja” o cualquier otro nombre que la distinguiera no tendría sentido. Incluso si estuviera en la cumbre entraría en contacto con las relaciones que también lo están, y tendríamos que decir que las otras relaciones también son gamos, también son parejas. Pero entonces todo ese grupo de parejas tendría que separarse del resto para que el continuo de la pirámide no volviera confusa a la relación gámica.

El espacio intermedio es imprescindible.

Bien. Volvamos a la pirámide anterior al gamos.

Puede ocurrir, aunque parece improbable, que la pirámide constituida por el conjunto de todas las relaciones de una persona esté claramente rota, y que falte, por decirlo así, algún piso en ella. Más improbable aún es que ese piso sea justo el situado precisamente entre la persona con la que nuestra relación es más importante (con nuestrx mejor amigx, por ejemplo), y el resto. Puede ocurrir, por qué no. Puede suceder que dos personas hayan encontrado tal grado de sintonía que a lo largo del tiempo su relación haya llegado a ser incontestablemente más importante que la que tienen con lxs demás. No es lo normal en entornos donde nuestras relaciones son numerosas y diversas, pero puede ser relativamente frecuente allí donde las circunstancias sociales hacen que el número de personas con las que entramos en contacto se reduzca dramáticamente.

Pero el gamos no funciona a posteriori. El gamos no se establece como constatación de que una persona ha llegado a ser mucho más importante que el resto. El gamos se decide por un pacto cuya velocidad, si se compara con la velocidad a la que se forman los otros vínculos, es supersónica. A veces hace falta un mes. A veces un día. A veces un momento: “¿Quieres salir conmigo? Sí.”

Por eso el gamos no puede ocupar la posición que se atribuye a sí mismo. El gamos no puede ser más importante que las más importantes de nuestras relaciones. Queremos que lo sea pero, al menos de momento, no lo es.

Para lograrlo recurrimos al vacío gámico. El vacío gámico es el hueco relacional que creamos entre nuestro gamos y las siguientes personas más importantes, aquéllas que amenazan con hacer confuso el gamos: las que más vemos, las que más queremos, las que más deseamos. Como el gamos no puede ascender milagrosamente, es necesario que toda esa gente baje.
A nosotros esa gente nos molesta sólo un poco, el poco que nos incomoda a la hora de pensar que tenemos una relación maravillosa, y una conexión mágica, y muchas veleidades así. Pero a quien de verdad molestan esas relaciones es a la persona con la que formamos el gamos. Y a nosotrxs, por supuesto, nos molestan las suyas. Somos nosotrxs quienes exigimos el vacío gámico en su pirámide (aunque lo disfracemos de otro tipo de exigencia). Nosotrxs somos las termitas de su construcción relacional, el peligro que se cierne sobre ella una vez que se pone a nuestro alcance. Y a cambio de mutilarla para que nos quede claro que somos especiales (millones de mensajes legitimadores nos dicen por todas partes que sólo aceptemos como pareja a aquella persona que nos haga sentir especiales) toleramos, qué remedio, que nuestra pareja destruya las nuestras.

Ahora entendemos en qué consistían las estrategias que mencionaba al principio. Si elimino a unas pocas personas incómodas es muy probable que me esté refiriendo a exparejas o amantes potenciales, y que marque con ello una distancia sexual entre el gamos y el mundo. Si establezco una cuota reducida de vida social envío un mensaje general: todo queda subordinado al gamos, y el gamos no se subordina a nada. Si elimino de mi vida al grupo de patinadorxs, que no eran demasiado importantes, la pirámide pierde su base y el conjunto se desploma, dejando en lo alto el anhelado hueco entre el gamos y todo lo demás. Consagrando la pareja gracias al vacío gámico.


miércoles, 7 de diciembre de 2016

sobre la significación... (II)


Decía aquí que lo que el sexo significa, o lo que debería significar, es causa aparentemente insuperable de desencuentro sexual.

Por eso realicé la tentativa de exponer los distintos valores que el sexo adquiere para nosotrxs, de modo que entendamos cómo esos valores dialogan entre sí.

Hablé ya del primero, que era la banalización del sexo, y del segundo, que era la atribución al sexo de una significación trascendente.

Continúo.


3_De vuelta a la realidad

La tercera es lo que el sexo significa de verdad. Es la vista de pájaro que incluye no sólo las significaciones explicadas, sino su dimensión tanto subjetiva como objetiva (lo que se piensa que el sexo significa junto con lo que acaba significando de verdad), así como relacional (lo que significa en tanto que encuentro).

Y, por supuesto, lo que el sexo significa socialmente, como conjunto de actividades que se pueden entender bajo la misma categoría y que tienen un mismo conjunto de significaciones y efectos:

-El sexo como forma de consumo. El sexo como forma de control social, como alienación, como escuela de dominación donde se juega a la dominación para aprender a perder la piedad allí donde hace aún más falta que se pierda.

-Y el sexo con sus virtudes y beneficios, claro, como placer, como desahogo, como encuentro en un mundo donde el encuentro se reduce cada vez más, como autoencuentro… pero para hablar en estos términos elogiosos de nuestro sexo hace falta obviar tanto sus faltas que produce pudor y deseo de pasarlo por alto.

-Y es el sexo también como decepción. Como aquello que enseguida rebela su vacío, su falta de fuste, su tedio. Es el sexo desde el escepticismo ante el sexo que se ve siempre confirmado.

Quienes creen que ésta es la significación adecuada para el sexo suelen considerar que el resto de significados son, en general, sobrevaloraciones. Que el sexo ni es tan divertido ni es tan noble. Que tras el sexo no hay nada que no haya sido un añadido cultural para hacer del sexo algo peor que lo que originalmente era, y que, al final, para lo que vale el sexo es para vehicular mucho control a cambio de un poquito de satisfacción que, visto lo visto, parece prescindible.

Estas personas opinan con frecuencia que el sexo es cansino y cargante, como esxs amigxs que te dicen que te bajes a tomar una caña, pero no te sueltan hasta que te han jodido la tarde a base de inflarte a cerveza.

Son personas sexualmente pragmáticas, muchas veces escépticas o directamente aversivas hacia el sexo y, en general, algo inmovilistas: está jodido el sexo. Que le den.


4_Empoderamiento sexual

Y, por último, está la significación que el sexo debería tener.

Más allá de concretar cuál es esa significación, es evidente que necesitamos un plan para el sexo. 

Porque somos seres humanos, y tenemos una ineludible agencia sobre nuestras construcciones sociales (lo que el sexo es hoy es lo que otrxs hicieron que el sexo fuera antes de nosotrxs). Y porque lo que el sexo es no está bien de ninguna de las maneras.
No sé muy bien cuál es el perfil de las personas que asientan su interpretación del significado del sexo sobre lo que el sexo debería significar, porque no encuentro muchas. Pero, en mi opinión, esa significación debería entenderse, para empezar, como una transición que contemplara todas las significaciones anteriores, en vez de despreciarlas. Que las tuviera muy presentes y que recordara que, aunque parcialmente ficticias y casi completamente indeseables, esas significaciones están a día de hoy presentes y tienen consecuencias reales sobre nuestras vidas y sobre las de las personas con las que nos relacionamos.

Pero deberían tener, además, un plan que, en mi opinión, puede irse construyendo sobre el despojamiento de esas mismas significaciones. De este modo nos encontraremos con un sexo que se pregunte a sí mismo para qué se quiere, ya que todo aquello para lo que se quería parece, en realidad, no sólo poco deseable sino, en general, inaccesible a través del sexo.

Vaciar el sexo de significación no es banalizar la significación que ya tiene y tratarla como si careciera de importancia. Es, más bien, preguntarnos qué necesitamos, que es como preguntarnos qué debemos necesitar, o qué nos debemos, y comprobar si algo de ello está en el sexo, o si el sexo puede ayudarnos para conseguir algo de ello. Es acercarnos al sexo sin la ambición de poseerlo, sino con la curiosidad desinteresada de descubrirlo.

Y descubrirlo podría ser descubrir, también (hay que prepararse para cualquier cosa), que el sexo poco importe, de modo que descubrir el sexo conlleve descubrir aquello verdaderamente importante que el sexo estaba ocultando y que ahora aflore su verdadera importancia impulsado por un sexo que ocupe su lugar más adecuado.

Sería algo así como descubrir que el sexo estaba en otro sitio, y poder por fin ir a buscarlo.



lunes, 5 de diciembre de 2016

sobre la significación del sexo (I)


Andamos últimamente muy revueltxs con lo del significado del sexo.

Que si significa, que si no, que si es trascendente, que si inmanente. Bueno…

A esa preocupación, nada nueva, pero actualizada de vez en cuando en “contra el amor” y “agamia” por el uso que aquí se hace de la designificación del sexo como herramienta para éste deje de ser sexo alienante, subyace la muy legítima preocupación por que el sexo se banalice en perjuicio, fundamentalmente, de las mujeres.

Porque el discurso patriarcal de liberación sexual dice una cosa muy graciosa. Dice: “el sexo no tiene significado, el sexo no tiene contenido, el sexo no es nada más que sexo: es una trivialidad. Hagámoslo sin parar. Déjate hacerlo.”

Pero, sin embargo, le reconoce una magnitud titánica como objeto de deseo. Los varones decimos: “deseamos sexo, sin poder parar de desearlo porque es el deseo más alucinante que concebirse pueda y, a la vez… es algo que no es nada”.  Desde esa estupidez, neurosis, o cinismo, esperamos que se nos haga caso. Y, si no, es que ellas están locas.

La respuesta como resistencia a la banalización, lógicamente, es justo la contraria: el sexo puede ser deseable, incluso puede ser lo más deseable que concebirse pueda, pero ese deseo está arraigado en un significado, en un algo más, en una trascendencia. Cuanto más se desee el sexo más cosas trascenderá este significado. Si el sexo se desea más que nada en la vida el sexo contiene el sentido de la vida misma. Es el depositario de la vida y es, incluso, el lugar que, en sí, ya es tan grande como la vida. Y de trascender al sexo se pasa a trascender la vida, la realidad, las leyes naturales, y lo que se pille por delante.

Y así están las cosas. Como para entendernos.

Yo creo que una exposición bien diferenciada de los diversos significados que le damos al sexo puede ayudar a ese entendimiento.

No encuentro, por más que busco, sino cuatro interpretaciones, o cuatro formas de abordar, o de analizar, la significación del sexo. Y las enumero.


1_La banalización del sexo.

La primera es la del sexo para los varones o, para ser más estrictxs, la “perspectiva varón”, que es compartida por muchas mujeres y que muchos varones no comparten. Eso pasa siempre. Pero los varones son el sujeto propio.

La he resumido ya más arriba: El sexo no es nada. El sexo es tomarse una caña, dar un paseo, sentarse a ver la tele. Es una trivialidad. Además el sexo proporciona un placer alucinante; es el mayor de los placeres. De modo que, ¿por qué no hacerlo todo el rato, con todo el mundo? Hay que estar locx para resistirse, y la culpa de que el mundo no sea una fiesta continua es que las mujeres se resisten a follar (recuérdese aquí el vídeo de Nacho Vidal para el SEB_2015).

Pero, además, el sexo es una necesidad. No te mueres si no lo haces, pero te afecta a la amígdala, y te agostas; lo dicen estudios. Así que resistirse ya es una cosa más seria, es una amenaza para la humanidad, y una agresión a la integridad de los “naturales” varones, y pone a los varones en tan difícil tesitura que justifica pequeñas agresiones. Y grandes.

Así habla el macho. Y de aquí nos lleva al porno, y de él a la prostitución, y a la cultura de la violación y para qué recordar a todxs lxs enemigxs que se busca unx si saca la lista de las estrategias de reacción patriarcal al empoderamiento sexual femenino que dice “no follo”.

Estas personas ven cualquier otra significación como una impostura que busca manipular a través del sexo, y no suelen diferenciar demasiado entre ellas. Adoptan la dicotomía represión-liberación para situarse a sí mismas del lado de ésta y al resto del mundo del lado de aquélla. Su deseo de conseguir sexo suele hablarles tan fuerte, ser tan estentóreo en su cabeza, que normalmente apenas pueden oírnos. 
2_Frente a la banalización, la trascendecia.

La segunda es la del sexo para las mujeres. También la he medio expuesto ya.

No es que el sexo no signifique algo. Es que significa todo. Así ha sido siempre para las mujeres, ya que el sexo, el consentimiento, implicaba su posesión. Una mujer se entregaba literalmente, en términos estrictamente legales, como esclava, a partir de la consumación del acto sexual. El sexo era la vida.

Un día la ley desligó la vida de las mujeres del sexo. Pero la cultura que sustentaba ese derecho sólo se transformó muy lenta y parcialmente. Así que las mujeres ya no tenían la excusa de la vida. Ya no podían decir “no puedo tener sexo cuando desee porque eso implica entregar la vida”. Las consecuencias permanecían casi idénticas en forma de todo tipo de estigma, pero ahora era mucho más complicado explicarlas. Y, por supuesto, nadie se encargaba de que esa explicación estuviera a mano.

Lo que tenemos hoy es la intuición de que hay algo en el sexo que no permite que las mujeres coincidan en la despreocupación masculina, unida a una notable dificultad para explicar ese algo. En la medida en que el sexo, cada vez más, es el más importante de los deseos, esta dificultad se vuelve profundamente conflictiva: Hay que tener relaciones sexuales, pero hay que impedir que se traten despreocupadamente. Por lo que sea. Más sexo, pero más importancia. La importancia es subjetiva. Se siente, pero no se entiende. Esta tensión ha producido una extravagante cultura del sexo trascendente en la que el pensamiento mágico se alía, como siempre, con el discurso paracientífico. Por un lado se resuelve así el problema armonizando ambas necesidades, y por otro lo ahonda al crear una burbuja discursiva que se aleja aún más de la verdadera significación sociocultural del sexo.
Ésta también es una significación patriarcal del sexo. De hecho, la significación patriarcal del sexo es el encuentro, hostil, pero funcional a la reproducción del sistema, entre estas dos significaciones: la versión del victimario y la versión de la víctima que se resiste a serlo pero tiene que hacerlo dentro de las reglas impuestas por su verdugo.

Quienes optan por la significación trascendente suelen considerarse depositarixs de un saber verdadero y arcano que nunca lograrán comunicar del todo, y al resto del mundo como personas que viven atrapadas en la materia, o en la vulgaridad, o en la ignorancia. Al contrario que lxs banalizadorxs, no encuentran que el discurso del resto esté de más, sino que es insuficiente, y que lo pertinente es remplazarlo por el discurso propio, pleno de sentido y de posibilidades. Avanzar en sus misterios es descubrir un mundo nuevo de ideas arbitrarias, narcisistas y perfectamente inútiles.

Y en ésas estamos. Pero bueno, no todo son sombras.

viernes, 2 de diciembre de 2016

recomendación de textos básicos (I)


La agamia evoluciona sin parar, y eso se nota también en el blog… y en su orden. Los temas entran y salen, aparecen y desaparecen, un poco a golpe de necesidad, otro poco a golpe de actualidad, y otro poco a golpe de impulso.

La agamia es en el fondo, además, una de esas cosas tan sencillas que a veces no se entienden,  y viene muy bien tener a mano la sencillez, y no sólo los desarrollos que parten de ella y la dan por hecha.
Por eso se entiende perfectamente que a veces me digáis no sabéis qué entrada leer para tener una idea general, o dónde buscar las exposiciones centrales sobre asuntos concretos.

Voy a intentar solventar un poco el problema con una lista de los artículos que considero principales, y que puede servir de brújula a la hora de ubicarse sobre cada tema.

Antes de empezar, os recuerdo que esa misma brújula esta presentada de manera bastante intuitiva en la página de inicio de la web, y que desde ella podéis obtener una buena idea general de qué temas trata el blog y cómo los trata. Tened en cuenta, eso sí, que son textos del 2014, y que no siempre son la última palabra (en la web no se habla del sexo sin objeto, por ejemplo).
-En primer lugar, algo sobre la AGAMIA misma como modelo relacional. Éste es el texto fundacional, que ya lleva tres años dando vueltas, que han leído algunas decenas de miles de personas, y que ha aclarado ideas a un buen montón de ellas (aunque parece que para eso está siendo mucho más eficaz el taller de introducción a la agamia). Están en él las definiciones básicas y la lista de temas principales sobre los que la agamia se asienta.

-Si es el concepto de gamos el que te deja dudas, éste puede ser tu texto.

-La crítica al amor es un tema estrella, y seguramente la polémica más intensa en la que la agamia está envuelta. La explicación de lo que es el amor entendido como ideología está aquí (1, 2, 3 y 4) aunque creo que se lee mejor en la web.

-El tema de la belleza es un eje fundamental en la agamia, y una de los elementos que la diferencian radicalmente de cualquier otra propuesta relacional. Está presentado aquí, y recomiendo también este corolario mucho más reciente.

-Al tema de la belleza, por supuesto, va asociado el del valor sociosexual como herramienta que analiza la mecánica clasista del modelo relacional hegemónico. Hay mucho que escribir aún al respecto pero ésta es la exposición más específica.

Haré una segunda lista con el resto de los temas más importantes, pero hasta entonces quiero recordaros que el grupo de Facebook (no confundir con la página de Facebook, en la que sólo puede publicar el administrador, y el resto de la gente comenta esas publicaciones) es un espacio dinámico, animado y muy amistoso donde se tratan estos temas desde perspectivas muy variadas e interesantes, tanto teóricas como prácticas, partiendo unas veces de la reflexión, y otras de la experiencia. Y que para participar sólo tenéis que mandarme un mensaje a mi perfil y pedírmelo.

ir a RECOMENDACIÓN DE TEXTOS BÁSICOS (ii)


miércoles, 30 de noviembre de 2016

el "empoderamiento" en Juego de Tronos


Hay productos culturales cuyo debate se agota, en parte, porque se agota la repercusión social del producto, y él, sin repercusión social, carece de interés.

Y hay otros que no se agotan porque, aunque parecen más que agotados desde el principio, la continuidad de su repercusión social los actualiza continuamente como fuente de reflexión.

Juego de Tronos, lógicamente, es de los segundos. Se ha escrito de todo, pero mientras siga siendo una inmensa máquina de construir conciencias me temo que habrá que analizar la serie, como analizamos el resto de los grandes hitos de la cultura popular, nos gusten o no.

Hay gente por ahí haciendo análisis de la serie que justifican con su gran calidad artística, y con el aval de sus premios, y con mil pamplinas semejantes. Y luego ya está Pablo Iglesias, que dice que es un manual de política. Pero en fin, Pablo Iglesias (a quien voto), es para echar de comer aparte, sobre todo cuando se le juntan delante cultura y tetas, que al pobre le estalla la cabeza.

Y luego, al final tal vez, está la gente que, sin intelectualismo ni pedantería a lo Boyero, decimos que salta a la vista que Juego de Tronos es mediocre. Lo que pasa es que la mayoría de esas personas, con buen criterio, no la han visto y, por lo tanto, no hablan de ella. Yo, sin embargo, me encuentro entre lxs privilegiadxs que, juzgándola mediocre, lo han hecho. ¿Por qué decir “tontxs” pudiendo decir “privilegiadxs”?
La pregunta que yo le planteaba a Juego de Tronos al ponerme a verla es “¿eres o no sexista?” Porque, claro, había oído ya muchas veces lo de las protagonistas fuertes y empoderadas, pero también me las encontraba reiteradamente desnudas, y la cosa me olía mal.

Tras 60 horazas en las que empecé bostezando y acabé tan enganchado como los más rastreros trucos de fidelización, más alguna aceptable idea narrativa, pueden garantizar, tengo que decir que me quedé prácticamente con la misma sensación con la que me acerqué a la serie.

Todo me mosquea. Sí, había menos violencia gratuita contra las mujeres y menos cultura de la violación de la que pensaba (es que pensaba que apenas habría otra cosa, sinceramente. No contaba con la condición de producto generalista que tiene que servir para sensibilidades encontradas) y sí, había muchas mujeres protagonistas, y con mucho poder. Incluso se podría decir, y esto no es cualquier cosa, que ellas tienen más poder y más presencia en la serie que los varones.

Pero, claro, todo lo demás… Violencia gratuita contra las mujeres hay (sí, en la boda roja tiene que morir todo el mundo, pero lo de Joffrey y la ballesta, perfectamente innecesario), cultura de la violación, para qué entrar en detalles… Luego, la mitad de las secuencias transcurren en prostíbulos con los personajes rodeados de mujeres desnudas, que es una Edad Media que no me imaginaba yo. 

Y en cuanto a lo de la presencia femenina, pues lo típico de la cuota: mitad y mitad en la superficie, pero el resto de la estructura casi íntegramente masculina desde el primer capitán hasta el último soldado o monstruo. Y las protagonistas, ellas, con motivaciones, se ha dicho mucho, abusivamente maternales. De hecho, cuando la cagan, son justificadas con lo del amor materno.

Pero todo esto está ya más que contado, y entre que me extiendo y que no aporto nada, incumplo las normas autoimpuestas en esta sección.

El caso es que este montón de críticas y elogios al feminismo o no de Juego de Tronos nos deja con la sensación de que, bueno, tampoco está tan mal: Las mujeres están presentadas con cierta dignidad, al fin y al cabo. Peores son otras series. Y fíjate tú que eso es justamente lo que me parece que no pasa: Lo de la dignidad y lo de la superioridad al promedio. Así que dándole algunas vueltas he caído en lo siguiente.

Está claro que si eres mujer y te contratan en Juego de Tronos, tienes muchas bazas para que te toque desnudarte. Eso va de suyo. Con los varones no ocurre, claro. Podríamos decir que, en fin… que es uno de sus defectos. Nada más. Que no es más humillante que el traje sexy de Scarlett Johanson cuando se disfraza de viuda negra.

Pero creo que es algo más. Y lo creo porque, pensados de uno en uno, resulta que los desnudos de las protagonistas de Juego de Tronos me parecen más que significativos. No están simplemente para pagar el impuesto patriarcal de que mujer pública es mujer desnudada, y de que sin enseñar las tetas una mujer tiene complicado alcanzar el éxito. No.

Fijaos en Sansa. Se desnuda para ser violada. Ella, que es el personaje feminizado por excelencia, la chica guapa y pasiva con ansias de casarse con un Rey. La modelo, la deseable, la objeto. Su desnudo es el momento en que es entregada a la mirada del espectador (masculino aquí). Sansa se nos entrega tal y como la mirada pornográfica la desea. A Sansa le pasa lo que al espectador (masculino, perdón por repetirme) quiere que le pase para excitarse. Vale, Sansa no se desnuda. He forzado el ejemplo. Tengamos en cuenta que no hay un equipo detrás utilizando literalmente mi teoría y aplicándola caso por caso. Pero sigamos.

La inquietante Melisandre sí que se desnuda. Ella, que atenaza con su magia y con su sexo a los varones que se encuentra. Ella, que es el personaje sexualmente empoderado, en ese sentido de empoderamiento sexual que entiende el empoderamiento sexual como uso de la desventaja de género como ventaja. El momento culminante, en el que nos la revelan, en el que “nos la entregan” en su verdadera condición sobre la que saciar nuestra ira de machos humillados, nos ofrecen su cuerpo “despreciable” de anciana por la que sentir asco. Y nos quedamos satisfechos. A Jon Snow sí, pero a nosotros no nos engaña. Qué asco nos da la bruja. Ya la tenemos. Ahí, desnuda.

Y, por supuesto, Daennerys. Cada vez que el personaje más poderoso de toda la serie tiene que incrementar su poder le toca enseñarnos “sus encantos”. Vale que a ella no la torea nadie (uy, perdón, ya había olvidado que está enamorada para siempre de su violador, y que es la ausencia de éste lo que la convierte en la virgen sagrada capacitada para conquistar los Nueve Reinos), pero el precio de ser mujer sigue pagándose en forma de registro carcelario: Venga, en pelotas, que toca evolución del personaje. Lo que le pase verdaderamente relevante le pasará desnuda.

Pero mi desnudo favorito, obviamente, es el de Cersei. Pensaba ella que como reina consorte, y reina madre, y reina misma a lo largo de toda la serie, se libraría de nuestra ira desnudadora. Pero no. Para eso están los gorriones. Para despojar su cuerpo de toda vanidad (ya se sabe que las mujeres van por ahí vanagloriándose de que tienen cuerpo y de que nos gusta) y hacerle el paseíllo. Ese paseíllo, esa humillación infinita, acordaos, amigos espectadores varones, es un gran momento de resarcimiento de nuestro odio frustrado y acumulado temporada tras temporada. Luego ella que haga estallar el Septo si quiere, con todos los gorriones y la fauna que encuentre dentro. A nosotros ya no se nos olvida que no es más que una rapada, vilipendiada y escupida con cuya desnudez nos hemos regocijado durante la que seguramente sea la secuencia de desnudo más larga de toda la serie.

Y así, me temo, más o menos con todas.

Y están, claro, las que no se desnudan. Sabéis cuáles son las que no se desnudan, ¿verdad? Pensadlo, pensadlo. Sí, ésas. Las que no queremos ver porque no hemos deseado. Realismo, lo llaman. Y tanto.

Así que, ¿sabéis lo que pienso? Pues eso de que “es más de lo mismo”. Pero no de lo mismo de Esteso y Pajares. Eso es lo de antes. “Lo mismo” es lo de ahora, lo nuestro, lo que se va llevando cada vez más y que las grandes obras de arte de la industria audiovisual saben interpretar y ofrecernos a modo de vanguardia.

“Lo mismo” es la lucha pornográfica contra el empoderamiento de las mujeres. Su vejación sistemática como reacción a sus reivindicaciones. Su aparición como falsas dóminas, estrellas del porno o heroínas medievales para que veamos que en la realidad se nos está poniendo la cosa difícil, pero en la pantalla, en la fábrica de sueños, allí les damos lo que se merecen. Y se merecen mucho, porque son muy soberbias y se están portando muy mal con eso de no dejarse follar como caballerosamente les exigimos.

Las mujeres en Juego de Tronos reciben su esencia de su desnudez (del mismo modo que Jamie, por ejemplo, la recibe en la escena en la que le amputan la mano. Varón: mano. Mujer: desnudo) y están para ser desnudadas. Es la otra parte del cine porno. Ésa que decimos que en el cine porno no está. La de la presentación de la historia. La que le da miga.

¿Sabéis cuál es la escena clave de la serie? La traición a Ned. Aquélla en la que el rey de las putas pone un cuchillo en el cuello del viejo patriarca y le recuerda “te dije que no te fiaras de nadie”. Es Cristian Grey diciéndole a Esteso “se acabó tu tiempo. Empieza el mío”.


lunes, 14 de noviembre de 2016

¿qué podemos "pactar" en nuestras relaciones?


Decía en este post que los pactos o acuerdos en las relaciones son una herramienta mucho menos fiable de lo que nos están contando.

Para que un acuerdo funcione hace falta que las partes sepan que el incumplimiento será castigado.

Se necesita entonces una fuerza capaz de imponer ese castigo porque sea superior a la de lxs firmantes del pacto, y en las relaciones es raro que se disponga de esa fuerza. Los pactos en las relaciones no sólo son privados, sino que se exige esa privacidad (“lo que dos personas libres y maduras pactan sin intervención de nadie” suele ser la definición).

De modo que el acuerdo es papel mojado. Vale tanto como vale el guión de una performance que las personas pactantes decidieran redactar. Es poco más que un relato.

Pero tiene que haber alguna razón para que existan, entonces, y para que disfruten de su presente reputación como piedra filosofal de las relaciones. Las cosas disfuncionales no subsisten. Subsisten, y muy bien, aquéllas que parecen disfuncionales pero están realizando una función oculta.

En el caso de los acuerdos, esta función es el aprovechamiento de la buena voluntad. Si tú me propones un acuerdo y yo lo acepto creyendo que el acuerdo sin vigilancia sirve de algo, y que mi obligación es cumplirlo, entonces te estoy dando la oportunidad de que prepares con tiempo tu traición al acuerdo. Estoy bajando mi guardia hasta el momento en que tú puedas traicionarme de la manera más ventajosa para ti. Aceptar un acuerdo, y hacerlo de buena voluntad, es ceder a la otra parte la posibilidad de golpear primero. Eso es precisamente lo que la otra parte nos propone, disfrazado de acuerdo. Y por eso mismo defiende la cultura del acuerdo.

Cambiemos, entonces de paradigma. Hablemos de consenso.

Hay consenso cuando el objetivo es común. Si la otra persona busca lo mismo que yo, puedo entonces confiar en que su voluntad va a estar razonablemente orientada a lograr aquello que es nuestro común objetivo.
Veamos algunos ejemplos para entender cómo funciona el consenso.

1_El objetivo común no es la coincidencia de los objetivos personales.

Si yo quiero ganar dinero y tú quieres ganar dinero, ganar dinero no es un objetivo común. Yo quiero dinero para mí y tú quieres dinero para ti, así que no queremos el dinero para la misma persona. No es común, y lo que tú necesitas para ganarlo no es que yo lo gane. Es otra cosa.

Puede ocurrir, claro, que decidamos intercambiar información, o que el apoyo mutuo sea eficaz a la hora de alcanzar nuestros objetivos independientes. Pero si mi ganancia se ve alguna vez obstaculizada por la tuya, entonces me tendrás inmediatamente en tu contra.

El objetivo de la ganancia pasa a ser verdaderamente común, por ejemplo, cuando ambxs queremos gastarlo en algo que tiene el mismo efecto para lxs dos (perdóneseme el binarismo). Cuando estamos ahorrando, pongamos por caso, para costear un viaje juntxs. Entonces sí podemos confiar en que la otra persona no va a dificultar mis ganancias, porque mis ganancias son, en realidad, las suyas.

2_El consenso no se decide. Se sabe.

Cuanto mejor conocemos a alguien, mejor sabemos cuáles son nuestros consensos con esa persona. De modo que conocer (y compartir cosas con ese fin) es el modo de descubrir qué objetivos se pueden abordar en común.

Para que yo sepa que la otra persona no va a salir corriendo con nuestras comunes ganancias para el viaje tengo que saber que realmente quiere ese viaje. Lo que me haya dicho sólo es una fuente de información (me informa de su posición frente a mí), pero no de verdad.

Es sólo conociéndola como yo puedo saber si nuestro supuesto objetivo común es un verdadero objetivo para ella o sólo un subterfugio para conseguir cualquier otra cosa.

3_El consenso se desarrolla con el debate.

La negociación no es la dinámica que aumenta el consenso. Es el debate. Hablar de las cosas es lo que pone de manifiesto lo que las cosas son para las personas que hablan de ellas, y lo que hace que sobre ellas lleguen a nociones comunes. A medida que esas nociones se vuelven cada vez más comunes los objetivos también lo hacen, y las posibilidades de buscarlos en común aumentan.

Se dirá que las personas siempre discreparán. Bueno. Y siempre estarán de acuerdo. La discrepancia y el consenso siempre están presentes, pero el último aumenta con la búsqueda común de lo verdadero. Si conocerse mutuamente es descubrir el consenso, debatir, en su sentido más extenso (no sólo debate formal, sino intercambio de experiencias, búsqueda de experiencias comunes, puesta en común de otras opiniones influyentes, investigación común, etc), es aumentarlo (o descubrir dónde creíamos que existía y en realidad no existe, lo cual es una optimización del consenso que también mejora las posibilidades a la hora de establecer objetivos comunes).

Y se dirá que las personas siempre buscan su propio beneficio y esa discrepancia no puede someterse a consenso alguno. Es una tontería, porque todxs entendemos, por el sentido común más inmediato, que la cooperación aumenta las posibilidades individuales. El egoísmo ideológico más extremo puede reducirse también a la cooperación, siempre que sea sometido a conocimiento mutuo y debate.

4_Los acuerdos que sí funcionan son cooperaciones, no acuerdos, y nacen del consenso.

Si dos personas que conviven y entre las que el consenso no es significativo son capaces de ponerse de acuerdo para repartirse la limpieza, por ejemplo, es porque sí hay un consenso con respecto a la importancia de la limpieza y a la necesidad de seguir conviviendo.

Esas personas serán capaces de hacer una planificación, pero no será un acuerdo, dado que no servirá para armonizar objetivos enfrentados, sino a personas que están enfrentadas con respecto a otros objetivos, pero entre las que habrá consenso con respecto al objetivo de tener la casa limpia. Si el consenso no es real (una de las personas, por ejemplo, no cree verdaderamente en la importancia de que la casa esté limpia) estaremos entonces ante un acuerdo, y éste correrá el peligro de no ser cumplido.


miércoles, 26 de octubre de 2016

sesión de GASTROGRAFÍA


Mi hora de la comida es sagrada. Para un buen rato que tengo al día, para un capricho que me doy… 

Así que no falla que a las 14:30 en punto tenga lista la mesa, con los cubiertos, el salero (siempre me gusta echarme un poco más), mi trozo de pan, mi agua del grifo y mi servilleta abundante.

Saco las lentejas del micro, enciendo el ordenador y me meto en GastroHub.

Desde que existe esta web, comer es mucho más fácil. Antes había que bajarse los vídeos del e-mule. Tardaban un montón y no sabías lo que te ibas a encontrar, así que te tocaba comer con ellos fueran de lo que fueran. A veces ni siquiera era gastrográficos. Incluso aparecían películas normales. Ahora se descargan más rápido. Encima, en GastroHub los encuentras todos juntos, y si uno no te convence, pues pasas al siguiente y listo.
Al principio iba directamente a “vídeos más vistos”, pero casi todo era comida de diseño, y la mayoría de los vídeos me resultaban falsos y artificiosos. Me costaba identificarme con esos ingredientes que no he probado en mi vida. Afortunadamente hay una enorme variedad de secciones, y he descubierto una de “comida popular” que me pone el estómago como una trituradora.

Escribo “lentejas” en el buscador y ahí están: una infinidad de posibilidades con las que disfrutar. Le doy a uno que se llama “puchero glorioso”, y aparece un tipo delante de un plato de lentejas que, ¡joder, no es tan distinto del mío!

Sólo la manera como las huele ya empieza a abrirme el apetito. En seguida coge unas pocas con la punta de la cuchara y se las mete en la boca, muy despacio. Las saborea un rato. Se ve que están buenas y que disfruta. Otra cucharadita pequeña, hmmm, aumentando la tensión… Y de pronto, ¡zas! 
¡Cucharadón! ¡Ya no podía aguantarse, el tío! Yo voy comiendo también, que me han entrado ganas.

El colega se ha animado rápido. ¡Vaya ritmo! No se da tiempo ni para tragar. Cuando abre la boca para meter más casi se le salen las que tiene dentro. Yo tampoco me estoy portando mal. Además, esta vez tenían un buen punto de calor. Así es como me gustan.

Ahora empieza con el pan. Eso me encanta. Es una de las cosas que he aprendido con estos vídeos. A jugar, a inventar, a dejarme llevar por la imaginación. Yo antes tomaba una cucharada y le daba un mordisco al pan. Cucharada, mordisco al pan. Cucharada, pan. Pero ahora me abandono, como la gente de los vídeos. Y a lo mejor lo mojo en las lentejas y lo muerdo, o echo un trozo y me lo como, o lo dejo ahí y que se empape y ya me lo encontraré. Lo que sea. El caso es disfrutar. Tengo eso que agradecer, la verdad. Ahora como con ansia. Con verdadera ansia. Por eso necesito servilletas, porque me pongo perdido. Pero ni mucho menos como la gente de los vídeos, claro. Esa lo deja todo como si hubieran pasado los hunos. Son la hostia. No quiero ni pensar lo buenas que tienen que estar sus lentejas.

Y ya está. Cuando me quiero dar cuenta el plato vacío y el estómago lleno. En menos de diez minutos he terminado de comer. Otra cosa hecha.

En fin, menos mal que tengo GastroHub. Porque si no, no habría quien se tragara esta mierda de lentejas.


lunes, 24 de octubre de 2016

acuerdos e ingenuidad: la pareja perfecta


Hasta no hace tanto nuestras relaciones se establecían de forma automática, sin que mediara decisión alguna. 

La relación se daba por inaugurada y, a partir de ahí, funcionaba casi como un organismo vivo, que crecía, enfermaba o moría según las condiciones del entorno en el que le había tocado caer.

Ocurría, es verdad, que algunos hitos se convertían en objeto de reflexión, y los individuos volvían a participar desde su libertad. La convivencia, la boda, la reproducción… Pero incluso estas cosas a veces llegaban “solas” y lo oportuno de su llegada venía avalado por el hecho mismo de llegar, como la flor del almendro: si hay melones en la frutería, es que es tiempo de melones.

Pero hoy disfrutamos de la cultura del acuerdo. Ahora sabemos que las relaciones se construyen a través de pactos, y que los pactos se negocian. Relacionarse incluye, por tanto, negociar las condiciones de la relación, y dejar después esas condiciones bien recogidas y explícitamente clarificadas.

Y sucede que cuanto menos convencional es una relación más va acompañada de la cultura del acuerdo, y más cosas deben explicitarse en ella porque hay más peligro de que todo lo que se dé por sobrentendido se convierta en un malentendido.

Y hemos llegado a la conclusión de que si hay una perfecta negociación, y un pacto perfectamente claro, y todo está perfectamente recogido en cláusulas de redacción cristalina, entonces podemos por fin disfrutar de la relación, porque sabemos a qué atenernos y nuestro acuerdo nos protege.

Dicho así suena un pelín ingenuo. Pero lo es muchísimo más.
Vamos a ver muy por encima que es eso del acuerdo, en qué consiste negociar, y en qué situación nos deja esta cultura de la emprendeduría contractualista a la que hemos llevado las relaciones para, supuestamente, poder defendernos de ellas.

Lo primero que es necesario señalar es que un acuerdo, para que lo sea, requiere no una, sino dos categorías de agentes. La primera es la de las partes que llegan al acuerdo. La segunda es la de aquella otra que tiene la fuerza a la que estas partes se encomiendan para que vigile el acuerdo, y que funciona como garantía. Sin la primera, lógicamente, no hay contenido del acuerdo, y las partes siguen actuando desde su individualidad opaca. Sin la segunda no hay modo de hacer que el acuerdo se cumpla, y por lo tanto se trata, simplemente, de papel mojado. Un contrato funciona porque sus cláusulas, una vez firmamos, pueden ser reivindicadas ante la justicia, y porque la justicia, si es verdaderamente justa, hará pagar a quien incumple obligándole, al menos, a restituir el daño a la parte víctima del incumplimiento.

¿Cómo traducimos esto a las relaciones? Pues mal, porque en las relaciones no existe esa otra parte externa. ¿A qué poder coercitivo interno nos encomendamos entonces cuando decimos que estamos acordando algo?

Se me ocurren sólo tres, y los tres, vais a ver, auténticamente precarios.

El primero es la propia relación: su deterioro o ruptura. Si yo he acordado que el miércoles me toca limpieza y el miércoles no limpio, lo justo es que la otra parte (doy por hecho que pueden ser una o varias personas) tome medidas en forma de deterioro de la relación. Las medidas podrán ir desde una mala cara, la cancelación de algún plan, la reducción de los componentes de la relación o, si se trata de un comportamiento reincidente, la finalización de la relación.

La justicia ha funcionado: he querido incumplir, pero la ventaja obtenida por el incumplimiento es menor que el castigo que recibo, de modo que comprendo que no me merece la pena y quedo disuadido.

No está mal, pero tiene dos defectos. El primero es que hacer pagar el incumplimiento de la relación con deterioro en la relación aumenta el daño sufrido por la persona víctima del incumplimiento. Por supuesto que un enfado puede servir de desahogo, pero conllevará un mal rato para mí mismx, que se añade a que la limpieza sigue pendiente. Lo único verdaderamente eficaz es un castigo en forma de restitución voluntaria (te saltas una limpieza, ahora te tocan dos. Casi me alegro de que hayas incumplido), pero para que exista alguna garantía de que ese castigo se vaya a cumplir hace falta de nuevo un poder coercitivo último que sólo puede ser el deterioro de la relación: “nunca cumples: Me voy.”

La segunda gran desventaja,  mucho más grave, es que esta fuerza coercitiva sólo es eficaz allí donde se juegan cuestiones de importancia claramente inferior a la relación. Si hablamos de cuestiones mayores nos podemos encontrar con que la relación se rompe para beneficio, a pesar de todo, de la parte incumplidora. La persona con la que tenemos una relación ha acumulado una deuda cuantiosa hacia nosotrxs. Un día le decimos que ya está bien, que necesitamos el dinero, que esto es un problema, que lo devuelva o se acabó. Y nos contesta “Vale. Se acabó.”
La segunda fuerza coercitiva es la palabra. La palabra de honor, sí. Va, no os riais. La palabra de honor ejerce un papel fundamental a la hora de relacionarnos. Perder la palabra es perder, precisamente, la capacidad de pactar, y eso puede ser no sólo muy humillante sino incapacitante hasta el extremo. Pero, ¿para qué quiero yo la palabra? Pues, precisamente, para gastarla. Si todo lo que vas a hacer es dejar de fiarte de mí, lo que necesito es esperar hasta la ocasión en la que el beneficio obtenido sea superior al perjuicio de perder tu confianza. Te pido 100 euros y te los devuelvo. Te pido 1000 euros y te los devuelvo. Te pido 10.000 y… doy de baja el teléfono.
Estoy hablando de dinero pero, ya sabéis, por no alargarme. De vez en cuando poned ahí unos cuernos.

La tercera, por supuesto, es el miedo. Da igual cuál. El miedo a que yo te agreda, el miedo a que te deje, el miedo a que te difame… Si tienes miedo, entonces acatarás el pacto, vaya si lo acatarás. Pero ese pacto ya no es un contrato, porque la única parte contratante soy yo. Tu nombre, ahora, es “esclavx”.

Si el acuerdo es una ficción, entonces, ¿qué nos queda?

Pues aquí ya nada, porque se acabó el espacio. Pero habrá otro texto.

De momento nos hemos quitado la candidez, que ya es mucho.