lunes, 20 de agosto de 2018

yo no como cuerpos humanos.


No me gusta comer cuerpos humanos. En realidad, no puedo diferenciar su sabor de otros cuerpos cuyo sabor me agrada, salvo que me los presenten como cuerpos humanos. Pero, en el caso de que lo hagan, me es imposible comerlos.

Podría imaginar que me gustara comer cuerpos humanos. Incluso podría fantasear con comer cuerpos humanos y disfrutar. No sería el primer hombre que construye esa fantasía, ni pertenecería a la primera civilización que construye esa fantasía en sus hombres.

Para disfrutar fantaseando que como cuerpos humanos necesitaría darle a su ingesta un simbolismo de dominación. Necesitaría elegir entre el horror de comerlos y el atractivo de dominarlos al hacerlo.
Llegar a disfrutar con la fantasía de que como cuerpos humanos eliminaría parte de mi horror ante la idea de comer cuerpos humanos reales. Con algunas personas, tal vez conmigo, no lo sé, convertiría en posible el llegar a hacerlo.

La fantasía placentera de que como cuerpos humanos no convertiría la ingesta de cuerpos humanos en una necesidad. No constituiría tampoco la revelación de mi deseo más íntimo. Tampoco sería la condición sine qua non para realizarme gastronómicamente. Sería, solo, algo que debo juzgar, condenar y eliminar.

Si procuro comprender habrá muchas más probabilidades de que logre realizar el proceso hasta su último paso: la eliminación. La forma incomparablemente más eficiente de eliminar la fantasía de comer cuerpos humanos no es reprimirla, sino entender las causas de su existencia y actuar sobre esas causas.

Una de las cosas más importantes que debo comprender para eliminar la fantasía de comer cuerpos humanos es diferenciar entre la fantasía reprimida en mí, más tarde revelada, y la fantasía potenciada en mí mediante la búsqueda de su revelación; diferenciar entre el poder que esta fantasía tenía en mí mientras estaba latente y el poder que le he dado yo para que logre manifestarse.

La diferencia entre la antropofagia y el sexo con objeto es de grado. Por eso realizamos sexo con objeto pero no antropofagia. Y por eso el sexo con objeto llevado a grado extremo desarrolla, entre otras, la parafilia sexual de la antropofagia. La antropofagia como parafilia sexual se llama “vore”. Y si no sabías que existía, o pensabas que no podría llegar a existir, vas a flipar cuando lo investigues.



martes, 14 de agosto de 2018

inteligencia motivacional


Aunque el concepto de “motivación” tiene desagradables resonancias que evocan el mundo del coaching y la autoayuda, se trata de un campo perfectamente consolidado en psicología y cuya tradición puede rastrearse a lo largo de toda la historia de la filosofía.

La motivación sería uno de los procesos psíquicos básicos, y consistiría en la generación y orientación del impulso necesario para llevar a cabo acciones tendentes a un fin. Hablamos, por lo tanto, de un tema de máxima relevancia en el ámbito de lo relacional. Piénsese, por ejemplo, lo importante que resulta controlar la motivación amorosa, es decir, amar lo justo, como para beneficiar a la relación (ya sé que eso no es amar. Ahí está lo bueno). O detectar la ausencia de energía en otras personas del grupo, o saber cómo y dónde reponer fuerzas.

La psicología general distingue con claridad entre procesos emocionales y procesos motivacionales. La inteligencia emocional, sin embargo, en su vertiente original y de perfecta seriedad científica, acostumbra a partir de las emociones como centro de la inteligencia intuitiva y propioceptiva, y a entender todos los epifenómenos de las emociones, entre ellos el impulso motivacional, como un conjunto integrado en las primeras. Así, la inteligencia motivacional sería parte de la inteligencia emocional, y no una inteligencia con entidad propia.

El concepto “inteligencia motivacional” ha sido usado, además, en coaching empresarial para el desarrollo de herramientas cuyo fin, no podía ser de otra manera, es la optimización del rendimiento laboral. La inteligencia motivacional se reduciría aquí a la facultad del individuo para, según reza la estúpida expresión deportiva, “darlo todo”, es decir, para autoexplotarse.

Sin embargo, creo que una reapropiación, de momento puramente tentativa, del concepto, puede ser del máximo interés para nuestros fines relacionales, especialmente si son decididamente ágamos.

Recordemos cuáles son las cuatro habilidades generales en que se fundamenta la inteligencia emocional según su definición por Caruso, Mayer y Salovey y veamos cómo repercute el desarrollo de habilidades motivacionales homólogas en las relaciones.

1) Percepción de las emociones:
- La identificación de las emociones en los estados subjetivos propios.
- La identificación de las emociones en otras personas.
- La precisión en la expresión de emociones.
- La discriminación entre sentimientos y entre las expresiones sinceras y no sinceras de los mismos.

Podríamos hablar aquí de “percepción de la motivación”, es decir, del conocimiento del impulso presente en los sujetos, del que determinados objetos o fines les generan, así como de la precisión en la expresión de ambas cosas.

Llevado al ámbito de las relaciones encontramos ejemplos de importancia capital:
¿Qué deseo y qué creo desear pero no estoy deseando? ¿Cuál es la verdadera intensidad de mi deseo? ¿Se trata de un deseo sexual, o es de otra índole? Y, si es sexual, ¿está el sexo funcionando como un símbolo o refiriéndose a la actividad sexual misma, designificada? ¿El afecto es algo o, a diferencia del sexo, su naturaleza es exclusivamente simbólica?


2) Facilitación emocional:
- La redirección y priorización del pensamiento basado en los sentimientos.
- El uso de las emociones para facilitar la toma de decisiones.
- La capitalización de los sentimientos para tomar ventaja de las perspectivas que ofrecen.
- El uso de los estados emocionales para facilitar la solución de problemas y la creatividad.

Trasladadas a la motivación hablaríamos de facilitación, orientación y uso eficaz de la motivación.

¿En qué consiste la asertividad motivacional? ¿Cómo contribuyen mis deseos a la convivencia armónica y en qué medida la obstaculizan? ¿Qué es adecuado proponer? ¿En qué medida mis deseos o mi carencia de deseos ocupan un espacio inapropiado en el espacio común?

3) Comprensión emocional:
- La comprensión de cómo se relacionan diferentes emociones.
- La comprensión de las causas y las consecuencias de varias emociones.
- La interpretación de sentimientos complejos, tales como combinación de estados mezclados y estados contradictorios.
- La comprensión de las transiciones entre emociones.

Aplicado a la motivación hablaríamos, entre otras cosas, de detectar, comprender y diferenciar, en nosotres o en otres, las diversas fuentes de la motivación, cómo se combinan entre sí, se potencian y se anulan, y dónde se sitúan en el proceso motivacional, si como causas que empujan la motivación o como fines que tiran de ella.
La comprensión motivacional ocupa el grueso de la teoría del valor sociosexual (vss): ¿de quién nos enamoramos? Es decir, ¿qué es, dónde está, cómo actúa, de qué depende, eso que llamamos “atractivo”?

4) Y por último, la regulación emocional:
- La apertura a sentimientos tanto placenteros como desagradables.
- La conducción y expresión de emociones.
- La implicación o desvinculación de los estados emocionales.
- La dirección de las emociones propias.
- La dirección de las emociones en otras personas.

Se trataría, según este cuarto punto, de desarrollar habilidades de importancia tan extraordinaria como la regulación y redireccionamiento de la motivación, así como de la vinculación o desvinculación a los procesos motivacionales, o a aquellos fines que carecieran originalmente de motivación.

Si la teoría del vss no consiste, como algunes critican, en un análisis derrotista sino en una propuesta de transformación es, en gran medida, porque podemos desarrollar la habilidad de la regulación motivacional. Lo que deseo y en qué medida lo deseo es algo que depende de manera sustancial de mi capacidad para regularlo y redireccionarlo.

Como puede adivinarse, con este sobrevuelo solo pretendo dar idea del interés del tema y de su enjundia. Lo iremos incorporando a medida que bajemos a tierra.

Pero permítaseme solo un ejemplo. ¿Recordáis este relato de la semana pasada? ¿Veis hasta qué punto se asume en él, y si acierto en la descripción realista, en nosotres, el desempoderamiento motivacional?

Deseo algo que me vincula con una persona, pero si pierdo el deseo pierdo con ello la capacidad para hacer lo que deseaba, de modo que, como no puedo garantizar esa capacidad, no puedo ofrecerme como objeto de expectativa. Imposible planificar conmigo, imposible contar conmigo, imposible todo. Los enfrentamientos por valor social, y sobre todo por valor sociosexual, se desatan y prevalecen sobre la voluntad de civilizarlos. La aceptación y el rechazo cambian el signo de las propuestas. Lo rechazado se desea y lo aceptado se evita, solo porque lo son, y porque con serlo generan una motivación que acaba mandando sobre nosotres. Con inteligencia motivacional podemos no solo prever esos procesos sino, en gran medida, controlarlos en favor de bienes superiores.




lunes, 6 de agosto de 2018

amistad



Me escribe un amigo y me propone vernos.

“¿Cómo estás? ¿Ya de vacaciones? Hace mucho que no quedamos para tomar algo. ¿Buscamos un día?”

Me alegra leer esto y enseguida repaso mentalmente mi agenda para localizar huecos disponibles.

Pero, al hacerlo, la sensación cambia y deja de ser agradable.

Me sorprende.

Reproduzco lo sucedido para entenderlo. Leo el mensaje. Bien. Busco huecos. Mal.

No es desgana, de modo que se diría que quiero realmente encontrarme con mi amigo. Tampoco es angustia, así que no parece que haya un exceso de responsabilidades que necesite desatender para ocuparme de esta cita.

Es rabia.

Muy sutil, y casi me pasa inadvertida. Pero es rabia. No hay duda. Algo hace que buscar espacio en mi agenda me resulte injusto. ¿Qué es?

La primera candidata a explicación es siempre la reciprocidad. Su ausencia. Pero no parece que tenga sentido. Si es él quien da el paso de proponer, ¿no deberé ser yo quien dé el paso de concretar?  ¿Estoy haciendo algo que él no haría?

Imaginemos que fuera yo quien hubiera propuesto… No. Imposible.

Hace más de dos meses que le mandé un mensaje similar, no recuerdo si el tercero o el cuarto, y su respuesta fue, como en los anteriores, una postergación indeterminada. “Qué mal me pillas. A ver si en unos días”. “Estoy liadísimo, pero queda pendiente”. “Nos vemos pronto. Te llamo yo”.

Tiempo atrás nos veíamos con frecuencia, pero esa frecuencia se ha reducido drásticamente en el último año.

No es cierto que se haya reducido. Ha quedado en nada.

Hace solo unas semanas que decidí entender el mensaje de que nuestra relación había cambiado y que se quedaba en cordialidad. Ahora he tardado en recordar aquella decisión. Menos mal que estaba esa rabia tan leve, tan lejana.

Así que es eso. Eso es lo que me indigna: Estoy haciendo algo que él no haría.
Pero esto no acaba aquí. Me toca juzgar esta indignación. No voy a despreciar la propuesta de un amigo solo porque me haya sentido mal al pensar en aceptarla. Puede ser orgullo, puede ser un mal momento, puede ser demasiado poco, puede ser otra cosa.

Tras un año sin apenas contacto no sé muy bien en qué estará consistiendo su vida. Me ha dicho en todas las ocasiones que estaba demasiado ocupado. Algo que he dicho yo a gente a la que no me apetecía mucho ver. O que me apetecía, pero menos que el resto de las cosas que podía hacer en ese momento.

Recuerdo también situaciones contrarias. Momentos de encierro y renuncia a planes que me apetecían mucho más que otra tarde en casa encadenando una infinidad de solitarias tareas variadas con fondo musical indiferente. Recuerdo incluso la preocupación por estar transmitiendo a algunas personas la sensación de que no quería verlas, y por la posibilidad de tener que enfrentarme después a su recelo.

No tengo información suficiente. Y ante esta incertidumbre parece mezquino someter a una amistad a cálculos de simetría forzosa.

Y, sin embargo, la posibilidad de estar siendo mezquino no hace remitir la indignación. Sería fácil obviarla, porque es casi imperceptible. Se diría que incluso está deseando encontrar la forma de desaparecer. Pero la reflexión sobre la mezquindad no le ha afectado. Hay algo más. O lo que hay es más grande.

Esto, todo esto, tampoco lo he hecho en otras ocasiones.

Aquí estoy. Dándole vueltas al tema. Sopesando mis razones para actuar de una u otra manera. Determinando qué es lo más justo. Demostrando, en definitiva, que el asunto, para bien o para mal, me importa.

Y es algo que tampoco imagino en él. Quizá es de nuevo un error, y quizá en este momento está pensando que ojalá yo no esté pensando, o que al menos, cuando piense, piense que él está pensando también. Pero todo esto empieza a parecerme demasiado para hacerlo depender de una intuición. Y hay que añadir otras reflexiones, de otros momentos, otras ocasiones en las que he pensado que nuestra relación se retraía, y que ese pensamiento me generaba no solo atención sino, sobre todo, una cierta amargura.

Desde la última vez que nos vimos hay dos cosas que me ha proporcionado nuestra relación. La pequeña es esta serie de ratos de pequeño malestar. La segunda es la disposición a superarlo mediante la cita que nunca se producía.

Lo que este proceso ha producido es una subalternidad. Nuestra relación igualitaria ahora es una relación de inferioridad, manifestada sobre todo en el hecho de que yo estoy siempre dispuesto a quedar con él, y él… bueno. Él siempre me tiene disponible.

Ahora él es más que yo, o así lo reconozco yo si acepto su propuesta sin tener en cuenta que él no ha aceptado las mías.

Sé que mi autoestima no puede depender de eso, y que en realidad solo depende un poco. También sé que la cita misma arriesga su superioridad, porque esta ha nacido de no vernos, y encontrarnos, o sea, cambiar de medio, obliga en gran medida a retomar la relación donde la dejamos la última vez, es decir, en un lugar peor para su propia autoestima del que ella ocupa ahora. Sé, por supuesto, que puedo pelear abiertamente por esa posición, y que puedo prepararme por si percibo alguna tentativa de transformación por su parte. Puedo planificar un contraataque y puedo tener éxito en él. Y sé, por último, que todo esto no es tan grave, que este purismo también tiene un precio, y que esta decisión, para ser eficaz, incluso equivocándome, tendría que haberla tomado ya.

“Claro!” –contesto. “La semana que viene estoy bastante libre. Dime un día.”

Algo por ahí dentro ha saltado sobre mi estómago. Como si la indignación se hubiera sobreindignado por no hacerle el caso suficiente. Solo he necesitado ver el mensaje enviado para saber que me arrepentía. La razón seguía oculta, pero el arrepentimiento era inequívoco.

Me he quedado clavado mirando la pantalla. No esperaba una respuesta inmediata. Mi amigo no suele darlas. Al menos a mí. Al menos últimamente.

escribiendo…” –leo. Y no es mucho lo que escribe.

“La semana que viene imposible. Pero encuentro hueco pronto. Ya te llamo yo.”