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lunes, 8 de enero de 2018

no te contesto porque no quiero.


Me dice una amiga que por qué he publicado la comparación entre agamia y anarquía relacional, que qué ganas de forzar la distinción entre dos cosas prácticamente iguales, que ella no ve diferencias. Que a la hora de la verdad sólo cambia el nombre.

Le digo que yo no entiendo cómo puede confundirlas. Que por más que he buscado, no encuentro en qué se parecen.

-¿Tú distingues a una persona ágama de una anarquista relacional? -me pregunta.

-¿Quieres decir que si las distingo por la cara?

-No, por la cara no.

-¿Por la ropa? ¿Si una es más “alternativa” que la otra, o algo así?

-Quiero decir que si distingues lo que hacen. Que al final hacen lo mismo. Ves que se relacionan sin formar parejas y ya está.

-Ah! Quieres decir que no hay una marca social, una insignia, como un anillo de matrimonio que diga “esta persona y yo somos pareja, así que somos monógamxs”.

-¿Por qué no quieres entender lo que digo? A veces pienso que la agamia se construye así, a base de no escuchar a nadie y creer que todo lo descubrís vosotrxs.

-Lo estoy intentando. Y creo que hay una parte de lo que dices que sí he entendido. Es eso de que no ves ninguna diferencia. Eso lo entiendo, en un sentido empático. Puedo, digamos, ponerme en tu lugar, mirar desde tus ojos, y coincidir contigo en que no aprecio diferencia alguna. Pero hay otra parte que no llego a entender. Me refiero a qué diferencia buscas. Intento descubrir, una vez en tu conciencia, ya que estoy ahí, de dónde viene tu perplejidad. Qué echas de menos. Por qué esperas encontrar esa diferencia perceptible a la vista. Es ahí donde fracaso. Y por eso te pregunto.

-Bueno, pues aunque no sea a simple vista, alguna diferencia habrá, ¿no? Porque si no hay diferencia, es que son lo mismo. Lógica simple.

-Me gusta que hables de lógica.

-Ah, ¿sí?

-Si. Cuando lo haces me llega un eco lejano de la Grecia clásica, como un levísimo aroma, casi indistinguible.

-Pues muy bien.

-¿Oyes el ruido de fondo de la ciudad? Es como si tu referencia a la lógica revelara en él restos de la voz de Aristóteles mientras cantaba en el baño con su característica precisión.

-¡Genial! ¿Ese misógino?

-Ese misógino.

-Precioso. Pero no me contestas. ¿Cuál es la diferencia?

-Ya te lo he dicho. Todas. Casi diría que no hay posición alguna de la agamia que la anarquía relacional comparta. Las personas ágamas no formamos parejas.

-Las personas anarcorrelacionales tampoco, aunque, eso sí, no las rechazamos. Yo no tengo pareja, por ejemplo. Como tú. Me relaciono mediante una red de amores.

-Yo no me relaciono mediante una red de amores, te lo aseguro.

-Pues algún tipo de red formarás. Por muy frío que seas tendrás que relacionarte de algún modo, incluso estoy segura de que desarrollas sentimientos hacia la gente. ¿Las personas ágamas estáis completamente desconectadas de lxs demás?

-Veo que empiezas a establecer una cierta diferenciación por ti misma.

-Sólo por lo que dices, que es que reprimís el amor. Sois anarquistas relacionales sin amor. Anarquistas relacionales fríxs. Es como si fuera una anarquía relacional emocionalmente mutilada, como diría Coral Herrera. Bastante próxima al machismo, en ese sentido.

-No reprimimos el amor. Rechazamos el amor. Es muy diferente.

-No entiendo en qué consiste rechazar el amor. El amor es un sentimiento natural. Puedes intentar controlarlo, pero no negarlo. Siempre estará ahí. Si lo rechazas lo reprimes.

-No entiendes el rechazo al amor y no encuentras diferencia entre agamia y anarquía relacional. ¿Has pensando que esa diferencia que tanto echas de menos puede estar en aquello que no entiendes?

-…

-Rechazar el amor no es reprimirlo, sino juzgarlo pernicioso. Como además no somos psicópatas, trabajamos con la insólita idea de que no existe una discontinuidad natural entre razón y emoción, y que las emociones son mucho más susceptibles de alinearse con lo que es razonable que con lo que no lo es. Por eso no reprimimos eso que tú llamas “amor”, sino que éste va perdiendo relevancia entre nuestras emociones hasta que un día nos damos cuenta de que ha dejado de tener ninguna. Encontramos, entonces, que nuestro sistema emocional se ha desplegado en otros sentidos, más ajustados a la realidad, proporcionados con lo verdadero, y adecuados para relacionarnos en armonía. Lo llamamos “madurar”.

-Pues entonces no estoy de acuerdo. No creo que el amor deba dejar de formar parte de nuestras vidas. No veo para nada que eso sea madurar. Creo que madurar es, precisamente, desarrollar tu capacidad de dar amor.

-Da igual. En cualquier caso, el amor no es eso.

-El amor es muchas cosas. Cada persona tiene una definición. Todas son válidas.

-Mira, eso sí es el amor.

-…?

-El amor es una ideología cuyo fin es la formación de parejas mediante la exaltación emocional y el descrédito de la razón. Todas las cosas a las que llamamos “amor” son epifenómenos de esa ideología. Uno de ellos es la aceptación de todas esas cosas contradictorias entre sí como no lo fueran.

-Eso es sólo una definición. Hay muchas más.

-El resto no son definiciones. Son ruido cuyo fin es dificultar el contrastarlas para llegar a una definitiva, única y verdadera.

-¿Quién dice qué es verdadero? ¿Tú?

-La agamia.

-¿¡¡Perdón!!?

-De entre todas las ideologías relacionales, la agamia es la única que se construye sobre las bases inalienables del discurso. Es la única que reconoce las categorías “verdadero/falso”. Por eso es la única que puede aspirar a establecer fundamentos verdaderos o a aproximarse progresivamente a ellos.

-Fascismo patriarcal.

-No puedo refutarte. Al no reconocer la capacidad de realizar afirmaciones verdaderas, tu afirmación no se ofrece a sí misma como verdadera y, en esas condiciones, carece por completo de valor. No es, en realidad, una afirmación. Es poco más que una sucesión aleatoria de palabras; una construcción lingüística residual. No puedo refutarte porque no has dicho nada.

-¿Se supone, entonces, que no puedo hablar?

-Eso es. Al negar los principios inalienables del diálogo te has salido de él. Desde fuera tus construcciones no constituyen participación. Eres como una niña que jugara con piezas de ajedrez sin ponerlas en el tablero. Dices, “me como el caballo”, pero eso no significa nada más allá de una fantasía subjetiva y efímera. Ése es el sentido en el que no puedes hablar. No porque yo te lo prohíba o te lo deje de prohibir, sino porque has renunciado a tu voz. Careces de la facultad de hablar. A mí, en realidad, me gustaría que hablaras. Pero tengo que resignarme, qué le voy a hacer.
-Puedes quedarte con tu diálogo porque, ¿sabes una cosa? Me queda el amor.

-Yo diría más bien que eres tú lo que le quedas a él. Él es el que se aprovecha de ti y él es el que te ha silenciado. A ti y a todos los modelos relacionales que lo reconocen como guía. Pero, entre ellos, la anarquía relacional es su hija predilecta, porque si todos los anteriores tenían alguna limitación a la hora de integrar conductas, la anarquía relacional se caracteriza, ante todo, porque cualquier cosa cabe en ella. A imitación del capitalismo, es sólo una idea concebida para sobrevivir, para adaptarse con flexibilidad indiscriminada a las demandas relacionales que surgen a su paso, para no encontrar ningún obstáculo. Es, por lo tanto, el traje perfecto para el amor y su infinita indefinición; el camuflaje definitivo. Por eso no encuentras ninguna diferencia con la agamia. Tampoco la encontrarías con la monogamia ni con el poliamor. La ar es el vestido consistente, sólo y exclusivamente, en la sugestión continua de que hay un vestido. Dicho de otra manera, la anarquía relacional sería el modelo nacido con la vocación única de tapar las vergüenzas al amor. Pero el emperador está desnudo. Ésa es una afirmación típicamente ágama. Y es verdadera.

-Podría contestarte, pero prefiero no hacerlo.

-Lo de la libertad de elección te lo cuento otro día. Te va a gustar, porque es un spin-off, y me consta que tú eres de series.




miércoles, 4 de octubre de 2017

lo importante es la chispa.


Me dice un amigo que lo importante en una relación no es el físico.

Me echo a temblar.

Me cuenta que cuando vas conociendo a alguien el físico prácticamente desaparece, y que lo va sustituyendo una especie de cuerpo real, compuesto por lo que sabes de esa persona, y que a veces es mucho más feo que el cuerpo físico, y a veces mucho más hermoso.

“Por supuesto” -contesto.

Me explica que, independientemente del aspecto, las personas encuentran o no una armonía intuitiva y evidente, y que esa armonía es, sin duda, la mejor garantía para una relación. Me dice que no le gusta llamarla química, como se hace con frecuencia, ni energía. Me dice que imagina que es simple compatibilidad, y que no hay cuerpo, por muy atractivo que sea, que sustituya a la compatibilidad.

“Ajá” -digo yo.

-Pero claro, una cierta atracción previa es necesaria.

Le digo que me interesa mucho que desarrolle este ultimísimo punto.

-Es algo menor, pero sirve para que salte la chispa. Sin eso no se puede establecer la relación, porque las personas no llegan siquiera a planteársela. Tiene que haber algo, casi inmediato, y eso sí que entra por los ojos.
-Pero es menor, ¿no?
-Sí, menor.
-Pero previo.
-Previo, sí.
-Comprendo.

Mi amigo ya me está mirando como si yo pretendiera amargarle la conversación.

-No quiero decir que el atractivo físico normativo sea muy importante –aclara. No se trata de aceptar la dictadura de la belleza ni nada por el estilo. Es todo lo contrario. Ya he dicho que eso desaparece enseguida, y que en lo que hay que fijarse de verdad es en la compatibilidad y en la imagen que vamos formando a partir de lo que conocemos. Pero no podemos negar que hay una influencia del físico, por mínima que sea. Tú siempre defiendes que no hay que negar la realidad. Pues esto es una realidad. Si la negamos chocaremos contra ella.
-Tienes razón. Y se trata de devolverla a su verdadera proporción. En vez de tratarla como algo importantísimo, hacer hincapié en que sólo es un detalle.
-¡Eso! Exactamente eso.
-Me gusta la imagen de la chispa.
-¡Ah, me alegro! Si la quieres usar…
-La chispa no es nada. No es la madera, no es el oxígeno y, por supuesto, no es el fuego. Antes del fuego no hay chispa, durante el fuego tampoco. Se puede decir, prácticamente, que la chispa no existe.
-Sí, es imperceptible.
-“imperceptible”. También me gusta.
-…
-Imperceptible pero, sin embargo, lo aglutina todo: la madera, el oxígeno, el fuego… Es la condición necesaria. E invisible. Es el ser en la sombra. Es el juicio. Es la nota. Es el aprobado de todo lo demás.
-Bueno…
-El valor sociosexual es algo mucho más importante, si no te he entendido mal.
-Es la condición necesaria.
-Pero tiene mucha más importancia.
-Determina qué relaciones son y no son posibles. Es la condición necesaria.
-¡Pero la chispa es imperceptible!
-El valor sociosexual también. Tú sigues sin verlo. Hablas de compatibilidad, de conductas… de cuestiones humanas. Todo lo que sucede antes lo consideras sobrehumano, física, naturaleza. Algo sobre lo que no se proyecta tu atención porque has aprendido que ante ello estás indefenso. Sólo pasa. Y estás esperando a que pase. Es el hecho que determina si empieza o no el juego de la modesta libertad de las personas. Tu chispa es la chispa de la creación. Eso, a lo que no das importancia pero que no puedes impedir situar al principio de todo, es el aliento divino. Es el valor sociosexual diciéndote en qué categoría te está permitido competir; determinando tu nivel; bidimensionalizando tu vida relacional. La chispa te dice qué es lo que el mundo te permite hacer. La compatibilidad determinará si puedes soportarlo.
-No lo creo.
-Lógico. La creencia no rinde cuentas a nadie. Es libre. No se elige la verdadera, sino la que gusta.
-Entonces dime, a ver, ¿cómo se establece una relación con alguien que no te atrae? Si no hay deseo, si no hay…chispa, ¡si no hay nada! ¿Qué tenemos que hacer? ¡¿Ir contra nosotrxs mismxs?!
-No lo sé. Si por “nosotrx mismxs” te refieres a “esxs” que hace un momento se consideraban liberadxs del valor sosciosexual, entonces sí, porque su mala fe y sus engaños entre sonrisas son muy peligrosos. Si te refieres a los que ahora reconocen que son presa del valor sociosexual y que se muestran impotententes frente a él, entonces también. También tienes que ir contra esxs “nosotrxs mismxs”, porque son conformistas y cobardes. De momento no veo ningúnxs “nosotrxs mismxs” más. Si encuentras otrxs y me lxs muestras ya te daré mi opinión sobre ellxs. Pero abre bien los ojos, porque puede que, si esxs merecen la pena, no se autodenominen “nosotrxs mismxs”.

Se queda muy ofendido, mi amigo. No sé qué le he dicho.


lunes, 8 de mayo de 2017

el laboratorio erótico de Sofía: LA AMIGA DE SOFÍA


Recibo un inesperado wsp de Sofía: “ven. Quiero presentarte a alguien.”

“Inesperado”, unido a “de Sofía” es un pleonasmo. Un pleonasmo es una figura retórica consistente en añadir palabras innecesarias cuya función expresiva es el énfasis. Pero es que los mensajes que recibo de Sofía son inasequibles a la generalización. Incluso bajo la categoría de “inesperado”. Da igual que ya sepa que me van a sorprender. Aun así, siempre me sorprenden.

“Ok”, es mi insulsa respuesta. Si cualquier otra persona me dijera “quiero presentarte a alguien” le contestaría “¿por qué?” y, respondiera lo que respondiera, crearía un colchón de seguridad entre la petición y su satisfacción diciendo “hoy no puedo”. Pero si Sofía me propone algo todo lo que pueda retenerme se vuelve de papel. Una propuesta de Sofía cambia automáticamente mi disposición anímica como si se pulsara un botón. Son mis propias tareas las que parecen indicarme que la mejor manera de realizarlas es abandonándolas por algo de lo que sólo conozco la fuente.

Antes de comprometerme con ello, ya lo estoy haciendo.

“Ok”, le digo. Pero no hace falta. Eso sí que es un pleonasmo.
Cuando llego al lugar acordado Sofía ya está allí. Ella y Diego, un conocido de ambxs por quien no siento especial simpatía. Hay una cuarta persona, a la que me presenta como “Fredi”. De modo que Sofía va a aprovechar para que Diego también le conozca. Bueno.

Pero Fredi no es el objeto de nuestra cita. O eso nos cuenta Sofía, a saber con qué intención. Nos dice que Carla, una gran amiga suya, está a punto de aparecer, que hacía tiempo que no venía a Madrid, y que quería aprovechar para presentárnosla. “Sé que os va a gustar”, nos dice.

Apenas cinco minutos después aparece Carla. Está claro que es una mujer interesante y de carácter absolutamente encantador. Está claro, porque Sofía ha dicho que nos va a gustar, y es evidente que no podía referirse a su aspecto. No describiré ese aspecto, pero cuando toma asiento junto a la anfitriona, el contraste es extremo. No es que Carla me genere ningún tipo de repulsión. Es, simplemente, que, ante ella, el deseo se ausenta. Nada que ver con lo que me pasa cuando miro a Sofía.

Estoy seguro de que no soy el único que está pensando algo parecido. Y estoy seguro de que Sofía es consciente, porque de vez en cuando reorienta la atención del grupo sobre Carla. Efectivamente, no sólo es interesante y sensata, sino que combina la empatía con el protagonismo en dosis perfectas. Carla nos ha convencido sin esfuerzo de que valía la pena conocerla. Eso hace que la diferencia de atractivo destaque aún más, porque ahora es prácticamente la única diferencia.

Pero Carla tiene que irse. Es muy probable que haya más gente por la que tenga que ser conocida, de modo que se despide afectuosamente y lxs tres convocadxs nos quedamos solxs con Sofía. Lxs tres a solas con Sofía.

“Ofrezco sexo al primero que sienta deseo por Carla”, nos dice.

Nos lo ha comunicado como quien informa de que tiene que ir al servicio. En cualquier otra situación, con cualquier otra persona, habrían surgido risas nerviosas. Pero aquí, nosotrxs, con ella, nos hemos saltado esa fase y pasado directamente a mirarnos con mutua desconfianza.

Comprendemos que acaba de empezar la parte práctica del ejercicio. Y es una competición.

-¡Un momento! ¡Un momento! ¡Un momento! – interrumpo, sea lo que sea, aquello que está teniendo lugar - ¿Quieres decir que la condición para acostarte con nosotrxs es que nosotrxs nos acostemos con Carla?
-No.

Nos seguimos mirando lxs tres. No podemos dejar de mirarnos. Estamos atadxs a mirarnos, lxs unxs a lxs otrxs.

El idiota de Diego es el primero que salta:
-¡Ya está! ¡La deseo! – afirma con convicción.
-¿Por qué? – pregunta Sofía, como si hubiera estado esperando exactamente esa declaración.
¿Ahora qué, idiota? Vamos, Sofía. Machácalo.
-Porque es una mujer muy interesante. Siento deseo. En serio.

Diego sólo ha hablado para poder dejar de hacerlo. Ni siquiera buscaba convencer. Sólo escapar. Ningunx le ha contestado. Sofía ya lo había hecho. Su “¿por qué?” era más que suficiente.

Ahora nadie mira a nadie. Todo el mundo parece mirarse a sí mismx. Todo el mundo escarbando en el pozo de su deseo en busca de Carla, para poder encontrar detrás a Sofía. O construyendo algún tipo de engendro estratégico, allí, en el fondo de su pozo.

Entonces habla Fredi. Con mucha serenidad. Como si la serenidad fuera su verdadero mensaje.
-Deseo a Carla. Es normal que la desee. Lo he pensado despacio y, sí, por supuesto que su cuerpo no me llama la atención a primera vista. Pero sé que eso después me dará igual. Que ese cuerpo se llenará de significado porque el significado ya está en ella y se asociará poco a poco a su cuerpo. Así que sí: la deseo. Me parece lo más sencillo del mundo. Y si no nos lo hubieras propuesto en estas condiciones tarde o temprano la habría deseado.
-¡¡¡¡¡No, no, no, no, no!!!!! – vuelvo a interrumpir. – ¡Vamos a ver! Aquí se están produciendo cosas que… ¡No, no, no! Esto no es así. O sea, la idea está bien, pero esto no es así. ¿¡Dónde está la legitimidad de todo esto!? ¿Qué sentido tiene? Es que hay mil cosas… Se me ocurren mil cosas que decir. ¡Sofía, no lo has planteado bien! ¡…objeciones! ¡Eso es! ¡Tengo mil objeciones!
-Israel – dice, mirándome profundamente, y su mirada me calma como si yo fuera un cachorro al que cogen por la nuca. Me sonríe afectuosamente - Eres lento.

_
Regreso a casa con un desasosiego sexual parecido al de otras veces. No sé si siento indignación, sincera curiosidad intelectual, o simplemente estoy excitadísimo. Mi cabaza, eso sí lo sé, hierve con cada detalle de lo que acaba de pasar. Se encuentra en modo “Sofía”. “Velocidad Sofía”.

Y soy lento.

No entiendo cómo se puede correr más. Cómo se puede gestionar esa situación en unos minutos. Todavía me es imposible obtener una idea clara de las implicaciones éticas, no sólo para cada unx de lxs tres, sino para la propia Sofía. Y, por supuesto, para Carla. La había olvidado por completo. ¿En qué ha consistido esa presencia? ¿La había preparado con Sofía? ¿Era todo una actuación?

Busco en mi memoria pistas que me puedan dar una respuesta, y me retrotraigo al momento en el que ha llegado. Su aparición adquiere ahora un carácter perturbador, y tengo la sensación de estar mirándola más en mi recuerdo de lo que lo hice cuando el recuerdo se formó. Llego al momento en el que se sienta junto a Sofía y encuentro que algo ha cambiado con respecto a lo que esperaba. Ambas están unidas ahora por un vínculo nuevo. Aquella neta diferencia, entre alguien que atrae y alguien que no, ha desaparecido…

“Sin hacer trampas”, pienso, mientras me reclino contra la ventana del vagón, y dejo que la satisfacción me inunde. Mientras disfruto de la experiencia sexual que Sofía acaba de regalarme.


jueves, 13 de octubre de 2016

"me gusta que me peguen"


Me dice una amiga que le mola que le peguen. Que no quiere decir en general, claro, como maltrato, sino en la cama, como juego.

Le digo que ya, que normal, que eso le mola a cualquiera.

Que no me crea, me dice. Que hay muchas mujeres que lo critican. Que la moral cristiana pesa y que aún nos falta un largo camino por recorrer. Que yo porque soy una persona con la mente abierta.

Me dan ganas de sacar el móvil y enseñarle cómo describen otras personas mi mente. Me dan ganas de hacerle un pequeño recorrido que parta de los calificativos de temática religiosa a los de temática racionalista-psicopática y de ésta a la del extremismo incendiario nihilista violento. Me apetece sacar todas las descalificaciones juntas para que se visualicen solos los vínculos entre unas críticas y otras, porque tengo la fantasía de que, unidas, compondrían un razonamiento armónico que refutaría en sí mismo la crítica que contienen como fragmentos: “Tu mente, arrogante, piensa, y al hacerlo se cierra a todo lo que sea no pensar, y eso la conduce a la profunda y sórdida raíz, que es lo que buscas arrancar sin piedad para purificar la tierra.”

Me dan ganas de eso, pero de todos modos no lo hago porque, oye, algo me dice que faltan segundos para que deje de parecerle yo tan abierto.

Le digo que no he dicho que no sea criticable, sino que nos gusta a todxs.

Doy ante lxs lectorxs mi palabra de que sólo he contestado lo que me parecía lógico contestar pero, sin proponérmelo, he fundido algún fusible neoliberal, y mi amiga ya no procesa: lo que gusta y lo criticable no pueden ir juntos.
Duda un momento porque tiene que desechar una de las dos ideas, y no sabe cuál, si la que implica que estamos de acuerdo o la que implica que discrepamos. Su intuición acierta y decide pedirme explicaciones:

-¿Qué es lo criticable? ¿Quién eres tú para decirme lo que debo desear? ¿Hasta cuándo vais los varones a controlar el deseo de las mujeres?
-Has dicho que lo criticaban muchas mujeres.
-Pero tú eres un varón.
-Bueno, hazte cuenta de que sólo las cito.
-¿Y quiénes son ellas para criticarme?
-Pensé que si yo no podía criticarte por ser varón, ellas, al ser mujeres, sí podrían. Volveré a hablar por mí mismo, entonces, que me resulta más cómodo, ya que todxs estamos igual de desautorizados.

“Como nadie tiene derecho a criticarte,” prosigo, “te diré por qué me gusta a mí que me peguen, ya que a mí no me importa ser criticado. Me gusta que me peguen porque la cara que pone la persona con la que follo cuando me pega no la consigo ni haciéndole ochenta pajas. Me gusta que me peguen porque sé que no todo el mundo permite que le peguen y, por lo tanto, no todo el mundo puede producir el placer que yo produzco. Me gusta que me peguen porque me hace sexy y deseable, y porque me distingue al fin de todas esas personas que no pueden llegar a ser tan sexis y tan deseables como yo porque no permiten, aunque les gusta, que les peguen. Me gusta que me peguen como me gusta hacerle a mi jefe esa última hora extra gratuita que ni el más sumiso de sus subordinados le hará, porque siento en ese momento cómo él comprende que me necesita, y cómo soy el primero, el más importante, el más poderoso de todxs cuantxs le obedecen.
Por eso me gusta. Y por eso, también, justo por eso, no permito que nadie lo haga.”

Mi amiga está mirando para otro lado. Un lado donde no hay absolutamente nada que mirar.

-Prefiero no hablar más de este tema, –replica. –No puedo con los puritanos.

-A lxs puritanxs sí nos gusta hablar de él, –contesto,- porque podemos con vosotrxs.


lunes, 5 de septiembre de 2016

los padres del amor (experiencia erótica en primera persona)


Son las bastantes de la mañana y he quedado de resto inmarcesible en una fiesta casera. Sólo lo mejorcito y yo, en torno a la mesa de la que un día nacieron las copas y ahora parece habernos convocado para que le sean devueltas.

Todos borrachos, todos de izquierdas, todos grandes sabios. Todos hombres.

Los temas importantes afloran como en ningún otro momento de la noche. Ya no nos preguntamos cómo nos va, ni qué tal, ni contamos chistes. Ahora arreglamos el mundo sin una frase de tregua. Los algoritmos metafísicos se suceden como respuestas compensatorias al caos del mundo. Cada fórmula aporta una precisión sobre la anterior. Cada intervención resuelve una guedeja suelta que antes había escapado. Cada flecha da justo en el centro de la precedente, partiéndola por la mitad tras una trayectoria errática y beoda.

Yo me callo, porque no sé tanta historia, tanta filosofía, tanta ciencia… De nuevo pierdo la cuenta de los nombres que oigo por primera vez. De nuevo me avergüenzo ante ideas que jamás había escuchado, y que para todos parecen elementales e imprescindibles. Otra vez tengo la sensación de que me pierdo en los malabares, y de que pronto dejaré de saber en qué cubilete está el garbanzo.
De vez en cuando el discurso se ilustra, se enriquece, incluso se esencializa, en una anécdota sentimental, erótica… en una picardía, en un episodio especialmente esclarecedor de la guerra de sexos. No sé cuándo ha ocurrido, pero hace tiempo que es el amor, y no el mundo, lo que está siendo arreglado. Y para sorpresa de cualquier posible testigo deslumbrado por la solemnidad anterior, el ambiente se ha animado.
Yo no sonrío porque ahora me sienta más en mi salsa, ni sonrío porque las anécdotas me hagan gracia, que no me la hacen demasiado, ni sonrío porque las desprecie. En realidad no sonrío, sino que se me apodera una risa floja que crece más rápido de lo que soy capaz de entenderla, incluso más rápido de lo que tardan los otros en sentirse incómodos con ella e, inevitablemente, en interpelarme.

-Israel es el público perfecto. Nadie aquí te ha reído el chiste como él.

No hace falta más. Tengo que explicar algo que no sé, pero que es, en realidad, tan obvio, que aparece escrito delante de mis ojos, dejándo que me concentre en entonar con un poquito más de solemnidad de la que me pide el cuerpo, pero un poquito menos de la que hace falta para que ellos abandonen la desconfianza.

-Todos nos conocemos, y todos conocemos nuestras especialidades. Todos sabemos de qué sabemos y de qué no sabemos. Por eso hablamos de lo que sabemos y escuchamos de lo que saben los otros. Pero cuando se trata de hablar de amor a nadie se le ocurre que pueda no saber. A nadie se le ocurre que haya algo que escuchar o que eso pueda ser de lo que alguien, y no él, sabe. No me digáis que no es gracioso.

No es que yo haya dejado de reírme, pero aun así el silencio es doloroso. Es el dolor que se experimenta ante la mudez de un jurado. El dolor que provoca ver que el jurado no es un jurado, sino un grupo de personas enfrentadas a ti mediante su condición indiscutible e irrevocable de jurado. Eso sí, para un borracho, como lo soy yo en este momento, es el dolor de la risa.

-Escuchemos – Irrumpe alguien. – Israel, experto en amor, nos va a sacar de nuestra ignorancia con una de sus grandes lecciones. Adelante, Israel. Habla.

La frase se abre paso en mi conciencia como por una autovía despejada, siguiendo un camino que, para mi sorpresa, conoce perfectamente. Esto ya pasó. Pero yo no era yo. Yo era ellos y en mi lugar estaba Sofía. Escucho su voz como si sucediera ahora mismo. Quiero imitarla. Quiero sonar exactamente igual que sonó ella.

-Lo que yo tenía que decir ya lo he dicho. Ahora ya te toca a ti estudiártelo.
Ha sido demasiada tensión. Rompo en una carcajada tan descompuesta que apenas entiendo sus respuestas ni veo sus gestos torvos entre las lágrimas. La fiesta se está desangrando a borbotones. Me la estoy cargando yo y es seguro que debo pagar un castigo. Supongo que mañana me preocupará. Hoy mi fantasía se dispara e imagino a mis compañeros dejándose llevar por la humillación y descargando sobre mí una de esas palizas de película, inesperadas, lógicas, y secretas para siempre. Imagino a la virilidad humillada y aferrándose desesperadamente a lo último que sabe hacer, y a mí feminizado bajo los golpes. Es tan delirante y tan real que la risa se mezcla con el placer y mi cuerpo queda entregado a un paroxismo convulso, riente, y casi silencioso. Me viene Sofía a la cabeza. Siento que cuanto peor acabe todo mejor estoy entendiendo lo que quiso explicarme. Éste es el dibujo que ella me pidió y esto es erotismo con y para ella.




martes, 26 de julio de 2016

el laboratorio erótico de Sofía.


Le digo a Sofía que me explique mejor lo del sexo sin objeto. Que creo que lo entiendo, más o menos, pero que parece que no logro hacerlo entender. Que la gente me pregunta y no sé contestar con claridad. Que será que no lo entiendo tanto. Que si ella lo entiende.

-No hay mucho que entender – me dice.- Puedes llamar “sexo” a una determinada ceremonia que culmina con una penetración, o puedes llamar “sexo” a todo lo que tenga que ver con la excitación erótica.

-¿“Que tenga que ver” no es muy amplio?

-Más bien diría que lo otro es muy concreto. Puedes llamar “gastronomía” a ir a comer en un restaurante de 100 euros o puedes llamar “gastronomía” a todo lo que tenga que ver con comer. Luego podrás clasificar:“buena gastronomía”, “falsa gastronomía”, “gastronomía social”… no sé. Pero necesitas empezar por una categoría que lo incluya todo.

-Pero eso…

-Puedes llamar “pintura” a cualquier tela que cuelgue en una galería de arte o puedes llamar “pintura” a todo lo que tiene que ver con el uso del lenguaje pictórico.

Tengo la sensación de que me ha dicho justo lo que ya sabía, aunque, por alguna razón, decirlo así me facilitaría, si yo fuera más listo, alcanzar una idea clara.

-Yo a eso lo llamo “erotismo”.

-Entonces tendrás que hablar de “erotismo sin objeto”.

-¿Quieres decir que el sexo sin objeto, o el erotismo sin objeto, sería todo el erotismo, menos follar?

-Quiero decir que si lo que quieres es follar, entonces no es erotismo, es follar. Lo lograrás cuando folles, y el placer que experimentarás será el de haber cumplido con tu objetivo de llegar a haber follado.

-Sí, como cuando una profesora de pintura te dice que no pintes para exponer. Que pintes porque te interese pintar.

-Supongo.

-Pero en algún momento debes exponer, porque si no el cuadro no termina su ciclo de comunicación.

-¿Y la ceremonia de exponer el cuadro en una galería es “terminar su ciclo de comunicación”?

Pienso en ARCO, en las galerías de la calle Serrano, incluso en las galerías de supuesta vanguardia… en sus inauguraciones, ágapes, y postureos. En sus discursos artísticos de mierda que sólo pretenden cerrar un negocio de compraventa. Tengo, de pronto, la sensación de que por nada del mundo quiero volver a follar. Que cuanto más folle, más me estaré quedando sin follar. Que follar es, precisamente, no follar.

-Pero, entonces, ¿qué hago? ¿Pinto para mí? ¿Hago cosas que no salgan jamás de mi casa y que no pueda compartir con nadie?

-Puedes pintar para mí.

Nunca me he sentido particularmente atraído por Sofía. Pero algún sitio de mi conciencia ha mantenido el paralelismo entre la pintura y el erotismo, y a mi pregunta de si debo conformarme con masturbarme, lo que su respuesta ha hecho sonar en mi cabeza es “mastúrbate para mí”. Y me he excitado.

Ella me interrumpe:

-¿Estás pensando en pintarme un cuadro?

No estamos lejos de su casa. Mi cabeza hace rápidamente el repaso completo: material, condiciones de luz, modelo… vamos, que me pregunto cómo decirle que tendríamos que pasar antes a por condones. Mi sentido arácnido-patriarcal ha detectado una posible proposición, y ha puesto a todo el organismo en estado de caza. La excitación aumenta. En apenas tres segundos me pregunto si quiero follar con Sofía, me contesto que sí y me dispongo a hacerlo.

-A mí no puedes pintarme un cuadro.

-...?

-No conoces mi casa. No conoces mis gustos y, sobre todo, no sabes si el cuadro me va a gustar. Puedes pintar un cuadro. Pero no puedes pintármelo a mí, salvo que aceptes que, muy probablemente, tendrás que quedártelo.

-…entonces?

-Te he dicho que puedes pintar para mí. Puedes hacerlo. Hazlo ahora.

Está claro que me está diciendo que la bese. Me quedo callado. Un par de segundos. Imposto timidez y me aproximo ligeramente.

Ella rompe a reír.

-¿¡Ahora quieres regalarme un dibujito!? ¡¡Nunca te había visto tan generoso!!
Del mismo modo que mi disfraz de seductor me ha revestido sin apenas yo pensarlo, ahora se me cae al suelo como si se le hubiera roto la goma.

-Pero, ¡¡¿entonces!!? ¿¡Me estás diciendo que me haga una paja en la calle!?

Ella ríe otra vez.

-¿Sólo sabes pintar casitas? ¿Y tú has estudiado Bellas Artes? ¡Qué pintor más malo! Te estoy diciendo que pintes tú. Que te relaciones con la pintura. Que lo hagas en mi presencia. Que me ofrezcas esa relación, para que yo la conozca. ¿No hay nada que te apetezca representar? ¿Ninguna forma que investigar? ¿Ningún color que combinar? ¿Ninguna idea que expresar? ¿Sólo se te ocurre reproducir mecánicamente tu truco rancio de la casita, con sol y árbol? ¿Y te extraña que me aburra?
Si en algún momento he tenido la sensación de llevar una pizca de iniciativa, ésta se desvanece ya por completo.

-Vale, soy un pintor malísimo. No tengo ni idea de qué hacer. No se me ocurre nada. De verdad. No sé qué ofrecerte. Enséñame. Ponme un ejemplo. Invirtamos los papeles. Yo soy tu espectador. ¿Qué harías?

Hace rato que no se le borra la sonrisa de la boca. Está claro que, en mi desesperada tentativa por revolverme, acabo de entrar por la única puerta que me había dejado abierta. Estoy justo donde ella quiere.

-Lo que yo haría ya lo he hecho. Ahora depende de ti si decides disfrutar de ello, o de la frustración por no haberme podido colgar un cuadro.


martes, 26 de enero de 2016

me gustan las barbas


Me dice una amiga que le gustan las barbas.

Estaba deseando tener esta conversación, así que voy al grano:

-No sé qué son “las barbas”.

Me mira un poco seria, porque me conoce. Espera unos segundos. Deja caer levemente los párpados y, con la mirada perdida, dice:

-Las barbas: Eso que lleva la gente ahora, no sé si te has fijado. Son unos pelos que salen de la cara. Se dejan crecer y cuando ya están todos ahí, entonces tienes barba. Las barbas, Israel. Las barbas. Me gustan. Venga. ¿Qué vas a decir?

Me toco un poco la cara y compruebo que mis pelos no son largos. Me acabo de afeitar, en realidad, y su longitud es estrictamente la que dista de la raíz a la superficie de la piel. No tengo, por lo tanto, una barba.

-Creo que sé a lo que te refieres. Y, ¿por qué te gustan?
-Me resultan viriles, supongo. Me dan sensación de masculinidad. Me ponen. Ese rollo rudo, salvaje, de descuido… Lo relaciono con la naturaleza, creo, con el primitivismo, con una sexualidad sin restricciones. Y, claro, me ponen.


Estoy muy contento. Mi amiga lo ha hecho muy bien. Sé que en mi cara no hay barba, pero casi tengo la sensación de que me estuviera brotando una.

-Como sé que no eres machista no voy a señalar nada sobre el componente machista de ese gusto sexual. Bueno, un detalle. Sólo uno, permítemelo: Relacionas el primitivismo con la sexualidad sin restricciones. ¿Te das cuenta de a qué restricciones te refieres si es el primitivismo el que se libera de ellas?
-A ver, sé que es un gusto que tengo que reelaborar. No te he dicho que esté bien. Te he dicho que me ponen. No busques machismo donde no lo hay. Además, precisamente, la gente que lleva barba ahora no suele ser así. Al contrario, es una barba cuidada, le dedican tiempo… en realidad son bastante sofisticados. Qué coño, ¡son fashion victims! ¡Mira cómo es el resto de su indumentaria: Nada que ver con un neandertal que me arrastre por los pelos!
-Entonces, ¿qué es lo que te gusta de esas barbas?

Un largo camino se vuelve mucho más agotador cuando descubres que no valía para nada. En la cara de mi amiga no hay barba, pero se surge algo como una espesura, como un hastío ante su propio gusto, que se le aparece, una vez más, en otra persona más, ella misma en este caso, construido de modo ideológico, artificioso y disfuncional. Justo lo contrario de lo que nos creemos cuando, allá por entonces, lo investimos de morbo.


-Tú hablas de Siete Novias para Siete Hermanos, ¿no? Con sus camisas a cuadros, sus leñadores, sus cabañas en el bosque y sus “irrestrictos” secuestros de mujeres. El caso es que ahora hay muchas caracterizaciones basadas en aquella película, y que no son lo que son, aunque no por ello dejen de serlo. Pero lo más interesante es que llevan la barba puesta con una goma, y que tras ella hay una persona que no tiene barba. Lo más interesante es la oportunidad de darnos cuenta de que nuestro gusto está tan extraviado que, cuando vemos la goma, en vez de pensar “es una barba de mentira”, pensamos “las barbas llevan goma”.
Eso sí, si lo que te gustan son las barbas verdaderas, no es tu momento, porque con esta moda ya nadie las lleva. O, si queda alguna, será imposible encontrarla entre tantos pelos saliendo de las caras.

Me recrimina que, al acabar la frase, me rasque la mejilla. Tiene razón. Pero me picaba de verdad. Aunque entiendo que ni eso es excusa.



martes, 13 de octubre de 2015

sobre la tierra prometida de la liberación sexual


Me dice un amigo que está muy interesado en la agamia.

Me dice que le preocupa profundamente el problema político que conlleva la familia monoheteronormativa. Me dice que nos pasamos una importante parte del tiempo correspondiente a nuestra vida pública dedicados a luchar por transformar la sociedad en otra más justa e igualitaria, pero que cuando llegamos a casa cruzamos el umbral del conservadurismo y nos entregamos a una estructura familiar tradicional, heredera y reproductora de esos mismos valores contra los que acabamos de luchar.

Que somos de izquierdas a tiempo parcial, me dice, y que destejemos de noche lo que tejemos de día. O, mejor, que nos destejemos de día de aquello que de noche se nos ha tejido en el alma, de modo que no hacemos, por más que trabajemos por lo que creemos bueno, que evitar, al menos, que nuestra presencia en el mundo sea íntegramente conservadora y mala.

Me dice que somos nuestros propios enemigos; que, dado el estado actual de la relación entre vida pública y vida privada, tenemos bastante con atrevernos a reconocer que el elemento en torno al que se estructura el sistema somos nosotros mismos, cuando casi nadie nos ve.

Le pregunto que, si es así, por qué no lleva su interés por la agamia a la práctica.

-Es posible- me replica, -que hayas perdido la perspectiva sobre la verdadera dificultad de salir del marco tradicional cuando éste está completamente construido y cimentado. Cuando tienes hijxs, cuando tu familia ni conoce ni se plantea algo así, cuando vives en una pequeña ciudad, cuando llevas años y años fuera del mercado sexosentimental… Cuando esto no es un tema ni tan siquiera en tus círculos de izquierdas.
-Creo que es un error pretender una transformación de la propia vida privada.- Le digo.- La perspectiva de un cambio traumático es más un freno que un aliciente. Mi opinión es que cada quién debe analizar su situación, entenderla, y elaborar las estrategias para abrir su jaula por el lugar que resulte más sencillo y seguro.

-Yo ya he establecido esa estrategia. Voy a trabajar en la liberación teórica, intelectual. Quiero entender las raíces y las ramificaciones del problema. Seré como Moisés. – Sonríe irónicamente. – Diré: “Disfrutad vosotrxs de la libertad sexual, yo me conformo con haberos traído hasta ella”.

-Pues les vas a dejar un marrón notable. Siento decirte que la “libertad sexual” que se está construyendo no es precisamente la de una “tierra prometida”. Más bien se diría que ahí, al otro lado del umbral del conservadurismo privado, crece una maraña espesa donde el placer empieza a confundirse con el dolor, la libertad con la dominación y los cuidados con la desigualdad. Tal vez hemos sido ingenuxs al pensar que la familia tradicional estaba en perfecta connivencia con el neoliberalismo. Es perfectamente posible, por qué no, que sólo estemos asistiendo al nacimiento de la verdaderamente optimizada máquina de opresión de la vida privada. Quizás sea ahora, aquí, delante de nuestros ojos alucinados, cuando el patrocapitalismo esté pariendo a su verdadero primogénito.
Nunca he visto a mi amigo perder el tiempo en ofenderse, ni en sentirse dolido, ni siquiera decepcionado. Mira, a algún sitio que no soy yo, con la serenidad de un niño al que le acaban de pedir que pase la página del libro de historia y se dispone a conocer algo completamente nuevo allí donde sabía de antemano que encontraría algo completamente nuevo.

-A lo mejor era eso lo que me impedía arrancar. – Me habla como si me informara de lo que está viviendo, como si recordara de pronto que es descortés dejarme al margen de todo lo que pasa ahora por su cabeza - A lo mejor intuía que, en realidad, tenía que resistirme. Puede que ahora empiece a elaborar un plan.


viernes, 6 de marzo de 2015

guerrilla girl

Le pregunto a una amiga que qué pasa. Que qué ha pasado. Que qué es lo que pasa.

Me dice que nada. Que no pasa nada. Que ya nada.

-Pero, ¿qué era aquello? – Le digo.
-¿El qué?
-Aquello que me dijiste. Aquello que me contaste. Lo que me ibas a contar.
-Ah, ¡buah! – contesta – Nada. Lo típico. Lo de siempre.
-¿Qué es lo de siempre?
-Que me enrollé con uno, pero no merecía la pena.

Hay un gesto extraño en la cara de mi amiga. Un gesto extraño a mi amiga, que de vez en cuando hace gestos extraños, pero que no suele hacer éste. O tal vez es que este gesto siempre es extraño, aunque se haga siempre

Pienso en algo que preguntarle, pero lo que quiero es que me hable del gesto. Sé, sin embargo, que si me refiero a él, no lo lograré. Es uno de esos gestos que nunca se han hecho. Incluso antes de significar nada ya no se habían hecho.

Pero no sé qué preguntarle, porque me ha construido una historia que es una canica: una imagen rutinaria envuelta en una hermética esfera de cristal que la vuelve inaccesible y estúpidamente misteriosa.

Todo lo que me viene a la cabeza es impulsarla un poco para que eche a rodar.

-Y, si no merecía la pena, ¿por qué te enrollaste con él?

-¡Ya! Fue el típico caso de donjuanismo. Al principio todo parecía muy bien, pero lo que quería era follar una vez y ya está. Poseer.

-No pensaba que se te pudiera engañar tan fácil.

-Es que los hay que se lo curran mucho. Te vienen con que si tienen una pareja abierta…
-¿Tenía pareja?
-Sí, pero me dijo que nada, que abierta, que todo se aceptaba. Y yo me lo creí.

La canica ya ha mostrado una grieta; ahora hay que conseguir romperla. Hay que llegar a ese dibujo que el cristal tanto dignifica. Hay que desvelar su carácter industrial.
-Lo de la tolerancia hacia las parejas abiertas va a ser un chollo para los ligadores – le digo. –Ya no necesitarán disimular. Antes, si tenías novia y te pillaban que habías hablado con ella por teléfono, la cagabas. Si te negabas a quedar en fin de semana, la cagabas. Si se te escapaba que habías ido de viaje y no tenías una excusa magnífica, la cagabas. Ahora no. Ahora, si descubren que tienes novia, bastará con decir “no pasa nada. Es una pareja abierta. Los dos somos libres.” Cuando ella sólo quiera follar, le parecerá genial. Cuando le gustes le parecerá genial también, porque, con poco romántica que sea, lo catalogará como “pareja imperfecta”, y pensará que es buena idea ir tomando posiciones. A alguna no le sonará bien, claro, pero siempre hay un sector con el que no va a funcionar el rollo que lleves, sea cual sea. Ese riesgo va incorporado. Lo que pasa es que ahora no habrá que construir ningún personaje. Mucho más cómodo; como en un bufet. Se acabó la caza. A comer como las ballenas: por filtrado.

Mi amiga parece reflexionar un momento. Se está preguntando si ha escuchado el discurso de un psicópata, de un hombre normal o de ambas cosas. O eso me gustaría que se preguntara, aunque puede que la respuesta ya la tuviera antes de mi circunloquio.

El caso es que al momento cambia la expresión y me dice, distendida: “Claro, por eso tengo intención de hablar con él. Decirle, -Tío, no se puede ir así. Eso es engañar a la gente.”
-Pero tú ya sabías que podía engañarte.
-Sí, pero yo confío en la gente.
-¿Confías en la gente aunque sabes que puede engañarte?
-Yo sí.
-Confías en la gente aunque sabes que puede engañarte.
-¡Que sí!
-¿Para qué?
-No hace falta “para qué”. La confianza es un fin en sí mismo. Tengo derecho a sorprenderme cuando me engañan.
-¿Por qué hablas de “derecho”? Quien se refugia en una trinchera no reivindica el derecho a levantar la cabeza, sino a mantenerla agachada. La agacha para luchar por la libertad de levantarla. ¿Por qué la levantaste?
-Este tío parecía muy majo.
-¿Esa es la respuesta?
-Sí, parecía majo.
-Es decir, que su engaño es más elaborado y, por ello, más grave.
-Sí, ¡menuda decepción!
-Supongo que te referías a eso cuando dijiste que no merecía la “pena”.
-Sí.
-No “la” merecía, pero, una vez más, “la” obtuvo.
-…sí.
-Entonces… hay trabajo. Nos toca buscar a alguien que merezca la “pena” y, a ser posible, que no disponga de "ella".



lunes, 21 de julio de 2014

fusión


Me dice una amiga que la pareja es lo que empieza cuando se pasa la fase del enamoramiento y sigues enamorado.
Le digo que las paradojas son fórmulas mnemotécnicas, pero que no expresan una verdad sino, precisamente, una mentira, un error que se debe solucionar. Le digo que no deberíamos ser condescendientes con las paradojas.
Reflexiona un momento y me dice que la diferencia entre el enamoramiento “1” y el enamoramiento “2” es el control. Me muestro de acuerdo hasta que me dice que se nota el final del primer enamoramiento porque empiezas a controlar, a ser capaz de hacer otras cosas, a recuperar tu vida. Que en el enamoramiento 1 no controlas y, cuando empiezas a controlar, ya se le puede llamar “pareja”.
-Entonces, ¿lo que piensas es que son tus emociones lo que controlas?
-Eso es. Al principio hay un descontrol total, y apenas puedes abordar ninguna otra tarea. Pero llega un momento en que te rencuentras con esa capacidad. Si, una vez aquí, sigues enamorada, da comienzo la pareja.
Me parece muy grave todo esto que expone mi amiga. Es una teoría y eso también es malo, porque seguramente habrá cogido cariño y le estará sirviendo para explicar multitud de casos. Es seguro que no es la primera vez que la expone, e incluso cabe que esté esperando por mi parte la reacción de reconocimiento que habrá visto ya en otras personas cuando la exposición llega a este punto.
Pero lo realmente peligroso es que mi amiga tiene pareja, desde hace un tiempo considerable, y me dice, la muy loca, que “ya controla”, es decir, que ella es el origen de sus propias emociones. Vive con alguien pero ha concebido a ese alguien como alguien incapaz de ser sujeto para ella, de “afectarla”. Lo malo no es que haya objetualizado a un sujeto, o que eso pueda significar que ya no lo quiere, o cualquier otra interpretación que constituya una decepción romántica. Lo malo es que cree que va en coche cuando, en realidad, está subida a un caballo, y si piensa que va a funcionar según las leyes de la mecánica se expone a desnucarse en cualquier seto. En realidad no es un caballo, es un dragón. Bueno, es una persona. Está subida a una persona y se cree que pasea en triciclo por el parque. Eso es.
Pero yo no sé cómo explicarle esto sin perder el hilo, porque me da la sensación de que el cambio de paradigma es tan amplio que, lo empiece por donde lo empiece, se me deshará la tortilla al darle la vuelta, y ése es un muy mal efecto si se quiere resultar persuasivo.
Así que sigo tocando botones, como si el triciclo fuera ella. Un triciclo de esos… con botones.
-Lo que no entiendo es por qué se produce el cambio. Me describes un cambio, pero no sé por qué llega.
-El descontrol acaba cuando te fusionas.
-¿Qué?
-“Fusionas”. Te fusionas con el otro.
-¿Me hablas en serio?
-Claro. Cuando los dos organismos se derriten para formar un magma informe e indisociable a unos 3000 grados centígrados… hablo en serio, lo cual no significa que lo haga literalmente.
-Es una metáfora.
-Sí.
-¿De qué?
-De un estado psíquico.
-Que consiste, ¿en?
-En haber recorrido la vida del otro de forma completa, haberte unido a él en todas sus facetas y habértelo encontrado uniéndose a ti en todas las tuyas. Es como un acoplamiento existencial. Lleva un tiempo y se coge con tanta ansia que trastorna toda tu vida, pero, a partir de cierto momento, ya está: te has fusionado y, si el enamoramiento permanece, entonces comienza a existir la verdadera pareja.
A mi amiga le gusta tanto este concepto de “fusión” que se ha olvidado de justificarlo. De hecho, ni siquiera ha caído en que eso es lo que yo le estaba pidiendo desde el principio, y que la aparición del concepto de fusión no cambia nada.
-Sigo sin entender por qué se produce.
-Es un anhelo natural.
-No esperaba ese concepto de ti.
-Perdón, perdón. Quiero decir que está ontogenéticamente muy arraigado, que casi desde el principio nos desgarramos del mundo, del útero, de la madre, y buscamos siempre volver a fusionarnos con ellos o con símbolos de ellos.
-¿Eso es todo?
-Es un sentimiento muy fuerte.
-¿Un desgarramiento originario lleva a repetir la pauta una y otra vez a lo largo de toda nuestra vida, sin más evolución que el objeto amoroso, que una vez fijado no vuelve a cambiar? ¿Y funciona? ¿Resulta que nos sustituyen el mundo, el útero, la madre, por una pareja, y es justo lo que nos pedía el cuerpo? Entonces somos esencialmente neuróticos, ¿no? Nacemos neuróticos hasta que el amor nos desneurotiza mediante la fusión. Estamos biológicamente predeterminados para formar parejas. La selección natural ha introducido en nosotros el desgarro primigenio con el fin de perpetuar la especie.
-No sé de dónde viene, pero yo lo vivo de una forma muy clara. Primero busco fusionarme, y paso una época enfebrecida. Después, un día, descubro que ya lo he logrado, y se recupera la calma, pero, si hay suerte, con pareja.
-No creo que vayas a encontrar la explicación de la fusión si la llamas “fusión”, y menos si la concibes como un proceso de perfeccionamiento mutuo y, sobre todo, bien intencionado. Haz memoria, recuerda la primera época, recupera las emociones de entonces y dime qué generaba el desasosiego. Y no te trates bien.
-Apriorizas el mal en el amor.
-No. Levanto la prohibición. Lo hago pensable. ¿Qué sentías? ¿Qué te desasosegaba?
-Supongo que todo. Era una montaña rusa de emociones.
-No supongas. Recuerda. ¿Cuáles prevalecían?
-A veces emociones muy malas, de mucha angustia; otras de felicidad exultante.
-Esfuérzate por recordar. Dime qué sentías en concreto. Lo más frecuente. La ideas más marcada.
-Cuando estaba bien, que éramos uno, que era mágico. Cuando estaba mal, que tal vez no me quisiera.
-Hasta que te convenciste de que te quería.
-Me convenció él. Tuvimos una conversación muy seria. Nos dimos cuenta de muchas cosas.
-Y ése es el punto de inflexión a partir del cual estableces el nacimiento de tu estabilidad. El día que has marcado en el calendario como aquél en el que recibiste la noticia de que no te iban a abandonar.
-De que me querían de verdad.
-Eso ya lo sabías. O tal vez no lo sabes aún. Pero ya no te preocupa, porque tu vida no depende de ello. Te quieran lo que te quieran, y como te quieran, ahora sabes que tienes pareja. Que no es un proyecto, sino una realidad, que funciona como tal, con la estabilidad incluida.
-Eso es lo que digo. Que primero buscas fusionarte, como una loca, y cuando te fusionas vuelve la cordura.
-Tiras una moneda al aire y, mientras está en el aire, no puedes pensar en otra cosa porque todo el futuro depende de la cara de la que caiga. Cuando por fin lo hace, se restablece la vida segura.
-Pero aquí no hay ninguna moneda, no existe ese elemento artificioso de azar. No hay momento clave de transformación.
-No. Aquí el azar es previo. Aquí no se lanza una moneda a que vuele libre por los aires, sino que nos abalanzamos sobre la moneda que vuela libre para bajarla al suelo y determinar cuanto antes la cara con la que jugaremos. A ese abalanzarse lo llamas “fusión”, y consiste en unirse al otro en todas sus facetas vitales para llegar a una idea fiable sobre si va a ser nuestra pareja o no, sobre si es cara o cruz.
Lo que se descontrola en la fase de descontrol no son las propias emociones, sino al otro. Alcanzar la fase de control significa llegar a la conclusión de que el otro está controlado.
Mi amiga sonríe. Encuentra divertida la idea de que su pareja lo es como conclusión de ella y no de él. Le hace sentir, supongo, que “controla” la situación.
-Me suena bien.
-Eso es lo malo.
-¿Por qué?
-Porque olvidas que hemos pasado de un modelo cordial a uno hostil. De la fusión al control. Del acuerdo al contrato. Y todo cambia. En realidad, todo se derrumba. ¿En qué se basa ahora tu supuesta tranquilidad? Piensa en la de él, piensa en lo tranquilo que se siente él porque tú eres su pareja. Piensa en cuánto has cedido tú, a lo largo de la supuesta fusión, para generar en él un espejismo de control y conservar tu libertad secreta. Piensa cuanto has sofisticado esa libertad a medida que el control se sofisticaba. Piensa en lo compleja que te has vuelto, piensa en lo ingenuo que es él al pensar que te controla y, ahora, coge todo eso, y aplícatelo a ti misma.
-Lo estás magnificando.
-¿Sabe él que estás aquí?
-… No.

domingo, 22 de septiembre de 2013

cuando follar te da alas


Me dice una amiga que los hombres son todos unos cabrones. Le contesto que estoy de acuerdo; que, de hecho, pienso que las mujeres también lo son. Me da la razón y procede a matizar la diferencia.

-Pero, los hombres, ¿por qué mienten tanto? Yo seré lo que sea, pero me he propuesto decir la verdad y la estoy diciendo: Estoy harta de rollos de una noche. Es la única condición que pongo. Es lo único que pido. Pero los tíos te dicen que sí a todo, a lo que haga falta, con tal de conseguir un puto polvo. Y luego, ¡a volar!

-Veo que lo has entendido.

-Pero, vamos a ver, ¿es que no tienen dignidad?

-Pues es difícil de responder pero, si tú tienes dudas, ¿por qué sigues detrás de ellos? Tan justificable podría ser que una mujer necesite rodearse de mentirosos como que un hombre necesite rodearse de mentiras.

Mi amiga es insegura y cualquier juego de palabras le hace pensar que ha cometido un error fatal. Pero ha pasado algo que no le encaja, lo mire por donde lo mire, y es eso lo que quiere contarme.

-En serio, ¿cómo se distingue a alguien a quien gustas de verdad? Hay hombres que se embarcan en relaciones, ¿no? ¿Dónde están? ¿Cómo se hace para saber que este tío no se va a ir después de echarte un polvo?

-…

-El otro día me acosté con un tío con el que llevaba semanas saliendo…

-¿Saliendo sin acostarte?

-Sí. Yo no he hecho eso nunca, pero últimamente cada vez espero más. ¡Esta vez he esperado un mes largo! Hasta habíamos viajado juntos.  Bueno, pues el otro día por fin echamos un polvo. El tío se corrió en mi cara, me dijo que era preciosa, se fue, y no he vuelto a saber de él.

-…

-¿Por qué te ríes? ¡Joder con la puta solidaridad de los tíos! ¡Todo os lo justificáis! ¿Eso es lo que hay detrás de tanta teoría y tanta ética?

-Pero, ¡vamos a ver! ¡Has puteado al tío más de un mes! ¡Habréis tenido momentos perfectos para follar! ¡Hasta desperdiciasteis un viaje! ¿¡Y te extraña que se haya desquitado!? No lo persigas, que ése no vuelve.

-Entonces, ¿qué hago? ¿Me acuesto con el primero que me llame “simpática” y que se ría de mí medio Madrid?

-Te voy a decir una obviedad: No es cuestión de mucho o poco tiempo, es cuestión de que sea el tiempo justo; de que salga bien.

-Israel, lo he probado todo, desde los tres minutos hasta los tres meses. He tenido polvos que han salido como el culo y polvos maravillosos. Da igual. Nunca sabes nada. El polvo resetea la relación. Es lo que queréis y construís un disfraz de cuerpo entero que os quitáis con el condón.

-Os toca aprender a ver detrás de la máscara…

-Pero, ¿por qué tengo yo que hacerme una experta sobre cómo engaña la gente, y si no me lo hago quedar expuesta a que me engañe un hijo de puta tras otro? ¿Por qué no puedo ir con la verdad por delante y encontrar alguna vez en la vida a alguien que también prefiera la sinceridad?

-Casi todo el mundo prefiere la sinceridad. Casi nadie puede permitírsela.

-¿En serio es tan importante echar un polvo de mierda? ¿En serio que merece la pena estar dos meses esperando y poniéndole caritas a una tía para llegar un día a meterle la polla? ¡Pero si un polvo es la mayor gilipollez, y además se consigue cualquier noche en cualquier discoteca! ¿Cómo es posible que algo tan cutre os vuelva tan despreciables?

-Oferta y demanda. A ti te parece algo despreciable porque eres tú quien dispone de la “mercancía” y realiza su distribución. Siempre dispones de clientes y esperas que ellos paguen el precio que les impones. Pero ellos no se lo pueden permitir, y en cuanto se han comido su ración de alimento humanitario salen corriendo en busca del siguiente camión. No les importa su deuda. Tienen hambre. Lo que no entiendo es que necesites que te lo explique. ¿De qué te sirve la experiencia? Salta a la vista que esto es así. El mundo no tiene por qué cambiar para ti.

-Pero, ¿por qué hay que conformarse con engañar, con utilizar, con despreciar? ¿Por qué está prohibido hablar de coherencia, de madurez, de estabilidad emocional? ¡¡¿¿Por qué lo defiendes??!!

-Yo aún no he defendido nada. Estamos hablando de lo que las cosas son, y parece que yo tuviera que recordártelo. Y debo hacerlo, porque tu vista alcanza hasta donde acaba tu propio disfraz.

-Sois vosotros los disfrazados. Te aseguro que yo siempre digo lo que pienso. No me podréis acusar de ocultar nada.

-Tu disfraz es la verdad. Escondida tras la verdad te permites obviar las circunstancias de quienes tienes enfrente. Te permites imponerles tus condiciones, sean ellos quienes sean, y chantajearlos con el sexo, que sabes que valoran como si fuera oro. Te permites no plantearte el “misterio” de ese valor, y despreciarlo aunque veas que no es el problema de un individuo depravado particular, sino de un género al completo, con sus personas buenas, malas y regulares.

-¡Me da igual! ¿Lo entiendes? Me da igual la agonía de pajilleros con la que aparezcan los tíos y sus ramos de flores. Me río de todo lo jodidos que estén, porque jamás me he encontrado a uno que me pregunte por lo jodida que estoy yo, que se plantee la ruina que deja cuando se va a exhibir las dos orejas que me ha cortado, que detecte la ilusión que está generando y decida responsabilizarse de las consecuencias que tendrá la decepción. Jamás me he encontrado con un hombre que sea solidario conmigo, en vez de serlo consigo mismo o con el resto de los hombres. Cuando encuentre al que sepa lo que significa estar educada para conseguir una pareja y verte follada y abandonada una y otra vez como si fueras el envoltorio del puto caramelo que se comen, entonces a lo mejor me planteo lo mal que lo pasáis vosotros, pobrecitos, todo el día detrás de follaros lo primero que se mueva.

-Eso es.

-Eso es, ¿qué?

-Eso es lo que pasa. Es eso. Lo has descrito perfectamente. Es una guerra de género y no hay tiempo para compadecerse del enemigo. La mala noticia es que es una guerra patriarcal, y nosotros disponemos de todo el armamento pesado. Somos los opresores, y merecemos menos compasión que vosotras. Pero en la medida en que también suframos bajas va a ser difícil que pensemos en otra cosa que no sea resarcirnos. La responsabilidad de la paz es, sobre todo, nuestra. Sin embargo la mayor parte del trabajo la vais a tener que realizar vosotras. Y eso pasa por participar de una propuesta de cordialidad. A hostias lo tenéis muy difícil. Casi imposible. La ley del más fuerte no sólo hará ganar al más fuerte, sino que hará que muchos débiles se cambien de bando. A hostias encontrarás que muchas mujeres se ponen del lado de los hombres. Tú misma lo estarías, si las cosas te fueran mejor. Lo estás, en realidad, al aceptar nuestra guerra.