martes, 17 de mayo de 2016

¿de quién nos enamoramos?


¿Qué se puede aportar a una cuestión tan manida y resobada, tanto por los medios de comunicación como por la cotidiana puesta en común de nuestras vicisitudes amorosas? Gracias a todo ello sabemos de sobra que la pregunta tiene dos respuestas.

La primera la recoge ya el mito de la inasequibilidad delamor a la razón: imposible saber de quién nos vamos a enamorar o explicar por qué nos hemos enamorado de alguien. El amor es una química astrológica, una confluencia de energías más grandes que la vida, y nuestra pequeña conciencia humana sólo puede aceptarlo tal y como llega.

La segunda se aferra a este vocabulario paracientífico y le añade un carácter demostrativo y predictivo. El reduccionismo biologicista y su interdisciplinaria sopa de conceptos, nos cuenta la historia de la hormona azul que se dispara ante la aparición de una pareja apta para la procreación y cuyo acoplamiento neuroquímico es más reforzado por las condiciones del ecosistema cuanto más se renaturaliza éste. Y para demostrarlo hay estudios. En definitiva: que sigue sin depender de nosotrxs.
Sabemos, en realidad, algo más: que ambas respuestas son mentira, y que sentimos en lo más íntimo que esto del enamoramiento tiene, como los sueños, algún tipo de lógica relacionada con nosotrxs como personas (no con los astros ni con nuestra composición química), aunque la densa bruma determinista nos impida pillar el esquema.

La razón de que esa bruma exista, y de que se embuchen sin medida a las calderas que la expelen, es que es peligroso que el enamoramiento pierda su magia. Si el enamoramiento se “entendiera” es muy probable que dejáramos de hacer la mayor parte de las tonterías que hacemos por amor, y es muy probable que dejáramos de formar aquellas parejas (alto y amenazador porcentaje) cuya formación es también una tontería. Si pudiéramos “manejar” nuestro amor las cosas cambiarían mucho, y las calderas de la bruma determinista están en manos, sobre todo, de personas que se llaman “conservadoras” no porque trabajen el sector de la sardina en aceite, sino porque se benefician de que todo siga exactamente tal y como está.

Por si acaso, se procura que seamos brumafriendly, y se nos advierte para ello de que si se disipara la bruma se disiparía con ella de las relaciones la famosa e imprescindible “magia”. Quien dice “magia” dice “ilusión por vivir”. Las relaciones de pareja tal y como nos vienen, en su paquete comercial, tienen la exclusiva del sentido de la vida. Nada puede sustituirlas. Una vida donde la felicidad no la proporcione, sobre todo, el enamoramiento, es una auténtica mierda. Y en las instrucciones del enamoramiento nos aparece clara la advertencia: “la empresa no se responsabiliza de cualquier avería provocada por la apertura del mecanismo”.

En el próximo artículo, y contra toda cautela, vamos a exponer en líneas generales cómo determinamos el objeto de nuestro amor desde una perspectiva psicosocial. No cómo elegimos pareja sino, directamente, de quién nos enamoramos. Nuestra impertinencia no tiene límites. Veremos que se trata de mecanismos que nos resultarán no sólo comprensibles y de sentido común, sino perfectamente familiares.

Y, siendo todo tan evidente, ¿cómo es que no nos habíamos dado cuenta antes? Pues por la bruma, que tiene padrinos. No sólo el sistema pone a nuestra disposición un arsenal de cuerdas para que elijamos libremente cómo atarnos.
Cada vez que alguien esgrima la idea de que sobre los sentimientos no se puede mandar, preguntaos en qué le beneficia su supuesta impotencia.

ir a la segunda parte.

1 comentario:

Unknown dijo...

Creo que en cierto punto, a la gente le gusta sentir que no depende de ellos. Desligarse de esa responsabilidad y culpar al destino. Ser victimas, digamos. Y cuando tenés un poco auto critica, reflexión sobre el tema, podés vislumbrar que siempre decidís, inclusive o sobre todo, en el amor. A ver esa segunda parte, me interesa mucho :)