Me dice una amiga que le gustan las barbas.
Estaba deseando tener esta conversación, así que voy al grano:
-No sé qué son “las barbas”.
Me mira un poco seria, porque me conoce. Espera unos
segundos. Deja caer levemente los párpados y, con la mirada perdida, dice:
-Las barbas: Eso que lleva la gente ahora, no sé si te has
fijado. Son unos pelos que salen de la cara. Se dejan crecer y cuando ya están
todos ahí, entonces tienes barba. Las barbas, Israel. Las barbas. Me gustan.
Venga. ¿Qué vas a decir?
Me toco un poco la cara y compruebo que mis pelos no son
largos. Me acabo de afeitar, en realidad, y su longitud es
estrictamente la que dista de la raíz a la superficie de la piel. No tengo, por
lo tanto, una barba.
-Creo que sé a lo que te refieres. Y, ¿por qué te gustan?
-Me resultan viriles, supongo. Me dan sensación de
masculinidad. Me ponen. Ese rollo rudo, salvaje, de descuido… Lo relaciono con
la naturaleza, creo, con el primitivismo, con una sexualidad sin restricciones.
Y, claro, me ponen.
Estoy muy contento. Mi amiga lo ha hecho muy bien. Sé que en
mi cara no hay barba, pero casi tengo la sensación de que me estuviera brotando
una.
-Como sé que no eres machista no voy a señalar nada sobre el
componente machista de ese gusto sexual. Bueno, un detalle. Sólo uno,
permítemelo: Relacionas el primitivismo con la sexualidad sin restricciones. ¿Te
das cuenta de a qué restricciones te refieres si es el primitivismo el que se
libera de ellas?
-A ver, sé que es un gusto que tengo que reelaborar. No te
he dicho que esté bien. Te he dicho que me ponen. No busques machismo donde no
lo hay. Además, precisamente, la gente que lleva barba ahora no suele ser así.
Al contrario, es una barba cuidada, le dedican tiempo… en realidad son bastante
sofisticados. Qué coño, ¡son fashion victims! ¡Mira cómo es el resto de su indumentaria: Nada que ver con un
neandertal que me arrastre por los pelos!
-Entonces, ¿qué es lo que te gusta de esas barbas?
Un largo camino se vuelve mucho más agotador cuando
descubres que no valía para nada. En la cara de mi amiga no hay barba, pero se
surge algo como una espesura, como un hastío ante su propio gusto, que se le
aparece, una vez más, en otra persona más, ella misma en este caso, construido de modo ideológico, artificioso
y disfuncional. Justo lo contrario de lo que nos creemos cuando, allá por entonces,
lo investimos de morbo.
-Tú hablas de Siete Novias para Siete Hermanos, ¿no? Con sus
camisas a cuadros, sus leñadores, sus cabañas en el bosque y sus “irrestrictos”
secuestros de mujeres. El caso es que ahora hay muchas caracterizaciones basadas
en aquella película, y que no son lo que son, aunque no por ello dejen de serlo.
Pero lo más interesante es que llevan la barba puesta con una goma, y que tras
ella hay una persona que no tiene barba. Lo más interesante es la oportunidad
de darnos cuenta de que nuestro gusto está tan extraviado que, cuando vemos la
goma, en vez de pensar “es una barba de mentira”, pensamos “las barbas llevan
goma”.
Eso sí, si lo que te gustan son las barbas verdaderas, no es
tu momento, porque con esta moda ya nadie las lleva. O, si queda alguna, será
imposible encontrarla entre tantos pelos saliendo de las caras.
Me recrimina que, al acabar la frase, me rasque la mejilla.
Tiene razón. Pero me picaba de verdad. Aunque entiendo que ni eso es excusa.