El Arte de Amar, de Erich
Fromm, publicado en 1953, reúne varias condiciones que recomiendan un análisis
exhaustivo si queremos tanto entender el funcionamiento de la ideología del
amor vigente como disponer de las herramientas necesarias para contrarrestarla
y establecer relaciones libres y conscientes.
En primer lugar se trata,
seguramente, de la principal referencia bibliográfica sobre la cuestión. Es
significativo que un tema al que nuestra cultura y nuestra vida social y
personal dedican tantas preocupaciones y esfuerzos no haya desarrollado, no ya
una bibliografía, sino incluso una consciencia general sobre dicha
bibliografía; un mínimo cuerpo ideológico con referencias de uso común cuyos
títulos a todos nos resulten, al menos, familiares. A pesar de que las
publicaciones son constantes y abundantes, apenas alguna alcanza a convertirse
en un fenómeno circunstancial que renueva la estrategia editorial de “descubrimiento
de la solución para un mal que ha durado desde siempre y al que hasta ahora no
se había ofrecido solución alguna”.
No es éste el caso del texto
de Fromm, que no sólo permanece en las estanterías de las librerías, sino que
sigue alimentando su consumo del boca a boca, y considerándose uno de los
libros, si no “el libro”, que se debe leer cuando se padece “mal de amores”.
La otra condición que
convierte a El Arte de Amar en un texto particular entre aquellos con los que
comparte temática es que, a pesar de haber cumplido ya los 60 años vida, no ha
sido sustancialmente renovado por sus sucesores. Poco de original encontrará
quien busque en las páginas de la última novedad editorial sobre inteligencia
emocional amorosa, más allá de la referencia a algún sorprendente estudio que
deberá conducirnos a las mismas conclusiones de siempre, que no hubiera podido
encontrar en el texto del autor alemán.
Estas dos condiciones
convierten a El Arte de Amar en la biblia del amor contemporáneo y, por ello,
un lugar extremadamente sensible sobre el que elaborar una crítica.
Dado que el objetivo de esta
crítica, como ya he dicho, es servir de herramienta práctica y cotidiana de
refutación de los argumentos de la ideología del amor, en aras de liberar el
desarrollo de la vida ágama, comenzaré señalando los rasgos que el texto que
nos ocupa presenta en común con lo que ha sido posteriormente la ideología del
amor hasta nuestros días. Estos rasgos son otras tantas críticas que engloban
la integridad del discurso del amor, y frente a las cuales la ideología del
amor tiene escasa defensa, se remita a las fuentes a las que se remita.
Manejar con soltura estas
críticas es disponer de los mecanismos intelectuales y argumentativos adecuados
para impedir que las veleidades sentimentales o demagógicas debiliten
innecesariamente las posiciones ágamas.
Aunque estos puntos serán
expuestos de manera algo prolija para el formato utilizado, destacaré las ideas
básicas y los ejemplos que las ilustran de modo que el acceso a las mismas sea
sencillo y su instrumentalización cómoda e inmediata.
Erich Fromm, en uno de sus gestos más "punsetianos". |
1_El
amor es tratado como un fenómeno de cuya necesidad no cabe dudar, pues es un
bien supremo, perfecto e infalible. Todo lo malo que tiene que ver con el amor
es considerado una mala comprensión del amor o la realización de algo que no es
el verdadero amor. Llamo a esta estrategia “divinización”. En algunos casos el
amor llega a ser presentado como la solución definitiva a todos los problemas
de la humanidad. Habría, entonces, que hablar de una tendencia a la
divinización monoteísta que invertiría, por cierto, el dogma cristiano “Dios es
amor” convirtiéndolo en “el Amor es dios”.
Observamos, tanto en el texto
de Fromm como en cualquier discurso partícipe de la ideología del amor, que
éste es tratado bajo la premisa apriorística de su bondad. En lugar de recibir
un análisis socio-histórico, que mostraría sus luces y sus sombras, frente a
las que se podría realizar una valoración crítica precisa, el amor es siempre
tratado como un bien cuyos males son consecuencia de disposiciones equivocadas
sobre dicho bien. Las abundantes explicaciones de Fromm sobre los amores
erróneos tienen su correlato contemporáneo más destacado en el uso del concepto
de “amor romántico” como aquello que debe ser excluido del amor para que éste
conserve su bondad inmaculada.
Resulta, por supuesto, más que
evidente que el amor, como realidad social, como hecho humano y, por tanto,
cultural, carece de naturaleza sobrehumana que avale su perfección. Esta
estrategia universalmente empleada en el tratamiento del amor, a la que llamo
“divinización” (en el sentido judeocristiano de tradición parmenidea, que
entiende al ser máximo como la síntesis de todas las perfecciones)
impermeabiliza al amor contra toda crítica y anula, precisamente, por ello, la
validez de cualquier análisis.
2_Para
legitimar el discurso contradictorio del amor, se refuerza el prestigio
intelectual de la paradoja. Ideas como “dar es, en realidad, recibir”, “dos se
hacen uno y a la vez siguen siendo dos”, “el pensamiento correcto lleva al acto
incorrecto y el pensamiento incorrecto lleva al acto correcto”, se presentan
como grandes verdades cuya sabiduría sólo es accesible para quien esté
dispuesto a aceptarlas sin someterlas a juicio.
El segundo rasgo que los
textos posteriores a El Arte de Amar comparten con, y, en gran medida, recogen
de él, es la fundamentación argumentativa en la paradoja o, por decirlo en
términos más claros y flagrantes, el tratamiento de la contradicción como si se
tratara de una no contradicción.
La batalla que, desde sus
mismos orígenes, y debido a su localización geográfico-cultural, la doctrina
cristiana se ve obligada a mantener con el pensamiento lógico griego y
aristotélico, da con Santo Tomás los primeros síntomas de extenuación y
derrota. A partir de él, cada nueva versión de la lucha intelectual entre el
pensamiento humano y la doctrina revelada reducirá más el prestigio y ámbito de
aplicación de ésta última hasta llegar en los siglos XIX y XX a posiciones más
testimoniales que significativas. Dios seguirá siendo considerado existente a
priori y superior a todo lo humano, porque esas son las premisas mínimas de su
sustancia, pero completamente trivial desde el punto de vista intelectual. Nada
digno de ser empleado como pensamiento práctico podrá ya dimanar de la fe. Este
Dios exiliado carece de poder para seguir legitimando el pensamiento
paradójico: los argumentos serán razonables, o no serán.
Fromm toma buena nota de esta
derrota: Si la lucha contra la lógica está perdida de antemano, es decir, si
las afirmaciones deben ir siempre acompañadas de razones suficientes, la divinización
del amor tiene también los días contados. Es necesario cambiar de estrategia.
Fromm echa mano, por ello, de la inmaculada tradición del pensamiento de las
religiones orientales, cuyo desarrollo al margen de la filosofía occidental
permite proyectar sobre ellas un halo de pureza inmaculada: si la sabiduría de
oriente no entra en liza con la lógica hemos
de atribuirlo a que no se ha dignado a ello; se sabe tan superior que se
conforma con insinuarse, como si usara una nueva mayéutica, dejando al
pensamiento occidental el trabajo de descubrir una verdad para la que ahora
tiene más pistas. El concepto de “paradoja” cobra ahora un nuevo significado.
La paradoja no aparece descrita en términos lógicos, es decir, no aparece
localizada y determinada por la lógica, sino que conserva la indeterminación en
todos sus aspectos. La paradoja no es sólo la manifestación de que el hombre es
tan inferior al objeto deificado que se muestra incapaz de comprenderlo; la
paradoja viene a ridiculizar al hombre en su pretensión de comprender,
recordándole que el hecho mismo de comprender es erróneo.
Por supuesto, toda esta
estrategia no resiste el análisis , y no constituye más que la enésima
tentativa de una entidad conceptual decadente por conservar su vigencia. Debemos
entender que el uso de la paradoja es simplemente el reconocimiento de un punto
muerto argumentativo y, como tal, una debilidad de la teoría expuesta.
3_La
reflexión crítica sobre el amor se sustituye por una técnica para conservar la
pareja, es decir, para realizar el “gamos”, o unión sagrada paramatrimonial con
vocación reproductiva. Un primer bloque de técnicas se presentarán como
virtudes a poner en práctica en todo tipo de amor (cuidado, responsabilidad,
respeto, conocimiento) y serán complementadas después con un segundo bloque
adecuado para alcanzar cualquier tipo de objetivo (disciplina, concentración,
paciencia, preocupación). En lugar de resolver las contradicciones de la
materia tratada, se prepara al lector para hacer frente a dichas contradicciones,
asumiéndolas como necesarias.
En tercer lugar, se encuentra
el rasgo que fue, seguramente, la gran aportación de Fromm o, al menos, lo que
Fromm consideró que debía serlo. Sin duda se trata, en cualquier caso, de la
verdadera alma de su doctrina, lo más imitado de ella y lo que los lectores van
aún a buscar a su texto. Me estoy refiriendo al contenido disciplinario; eso
que Fromm llama “el arte”.
El discurso religioso en
defensa de la institución tradicional del matrimonio siempre se había fundamentado
en un componente de sacrificio resignado. Todo sometimiento a una ideología
opresiva va acompañado del discurso del sacrificio enajenante: se debe sufrir
porque así es la vida, porque estamos hechos para sufrir, porque queremos cosas
que no se nos pueden dar y adquirir la madurez, e incluso la santidad, es
aprender a dominarlas y remplazarlas por
el seguimiento de la norma. Pero, ante el descrédito de la pareja tradicional,
Fromm da un paso más allá e intenta, con cierto éxito, elaborar una técnica
disciplinaria. La resignación no será un simple empeño de la voluntad. Ese
empeño aumentará sus posibilidades de éxito si se atiene a las reglas de la
técnica. La primera escaramuza será publicitaria, y consistirá en embellecer el
producto sustituyendo el término “técnica” por el de “arte”. La técnica de la
resignación a la pareja gámica pasará a llamarse “arte de amar”.
Bajo los dos bloques de cuatro claves cada uno en los que
Fromm estructura este nuevo arte, subyace la noción de que el amor es un objetivo
preestablecido que a toda costa debe ser alcanzado y en ningún caso puede ser
puesto en duda. Dado que es un objetivo bueno (recordemos la divinización),
dichas claves serán siempre la puesta en práctica de una virtud ética, la cual
requerirá siempre de la realización de un esfuerzo.
Amar es, por lo tanto,
concebido en su esencia como un trabajo que, a diferencia de un verdadero arte,
carece de la libertad de establecer sus propios objetivos. Estaríamos, en el
mejor de los casos, ante una artesanía, es decir, un oficio consistente en la
producción hábil y estetizada de un objeto meramente funcional. Pero en
realidad se trata de un trabajo enajenado, pues la descripción plenamente
realista de los esfuerzos que acompañan a la realización del arte va seguida de
una descripción idealista de sus recompensas. Así, nos encontramos
perpetuamente en la posición de trabajar en el arte, y nunca de sus
consecuencias a un nivel que resulte compensatorio. La retribución del arte de
amar es, en gran medida, virtual: el discurso de la idealización del amor; la
reiterativa descripción exaltada de un paraíso que sólo llegará más allá de la
vida posible.
No entraré aquí a valorar la
eficacia de las técnicas propuestas por Fromm. Lo verdaderamente clave es que
El Arte de Amar no es un texto sobre el amor, sino sobre cómo llevar a cabo eso
a lo que se llama “amor”, es decir, el gamos,
o unión heteronormativa mediante un vínculo de naturaleza matrimonial. La
conveniencia o no de dicho gamos, o su comparación con otros modelos, reales o
posibles, queda fuera de toda discusión.
La bibliografía posterior
sobre el amor, desde las críticas al amor romántico hasta las descripciones de
amores tóxicos, de mucha menos repercusión individual, aunque voluminosísima en
su conjunto, es una colección de manuales técnicos en los que las claves dadas
por Fromm se combinan y recombinan con la intención de adaptarse a las
crecientes tensiones a las que las corrientes críticas contemporáneas someten
al gamos.
En toda ella el amor no
aparece como una materia cuyas contradicciones deben ser resueltas y, de ese
modo, superadas en la práctica, es decir, como una reflexión que ayudará a
transformar la realidad en una realidad más feliz. Muy al contrario, el amor es
presentado como un objetivo problemático que, a pesar de todo, debe alcanzarse,
pues constituye la realización última de la naturaleza humana, que se sentirá a
sí misma en plenitud una vez acceda a dicho objetivo.
Por supuesto, si, como sucede
infaliblemente, su alcance no acaba ofreciendo esta plenitud, debe
interpretarse simplemente que, en realidad, el camino no se ha completado todavía.
IR A LA SEGUNDA PARTE DEL ARTÍCULO
IR A LA SEGUNDA PARTE DEL ARTÍCULO