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lunes, 26 de febrero de 2018

¿has elegido libremente tu modelo relacional?


Ya sabéis que la agamia no se presenta a sí misma como una alternativa más, lo último de lo último, en el muestrario de los modelos relacionales.

La agamia, en realidad, viene a impugnar ese muestrario como si todo él fuera el área de productos con aceite de palma. “No es cuestión de gustos” vendría a decir, “sino de salud y de consumo responsable. Las alternativas, si han de venir, tendrán que ser en este lado de la estantería”.

Pido disculpas porque el paralelismo induce a fe en la racionalidad del mercado, y ya sabemos que no es esa su mayor virtud. El objetivo era solo que se entendiera la idea. Espero haberlo logrado.

Sabemos también que otros modelos no monógamos responden con su cantinela sobre libertad individual y especificidad identitaria: “unas cosas valen para unas personas y otras para otras. Es bueno que todo permanezca disponible” y el famoso “hay gente para quien el gamos es lo mejor, y que lo elige libremente”.

No nos sorprende que para cualquier cosa, por aberrante que sea, aparezca quien la elija libremente, sobre todo porque las cosas aberrantes suelen beneficiar a unxs a costa de otrxs (esa es su aberración), y son esxs primerxs quienes enseguida defienden la libertad de elección de lxs segundxs.

Lo que sí sorprende, o sorprenderá a poco que lo pensemos, es que se pretenda defender que la prevalencia del gamos, su presencia constante, también en la no monogamia, sea un acto de libertad.

Sabemos, además (en realidad lo sabemos casi todo con respecto a estos temas, la mayoría de los textos de este blog solo encadenan un poco esas cosas que sabemos) que en una infinidad de ocasiones el gamos sobreviene tras una lucha, más o menos larga, contra su aparición. Esta experiencia se narra una y otra vez, no solo en comunidades no monógamas sino incluso en entornos normativos. “No queríamos ser pareja, pero al final no hemos sabido no serlo”.

Tenemos, por lo tanto, todos los datos: 1-el gamos aparece (en muchos casos, y en muchísimos en entornos no monógamos) sin ser elegido. 2-las otras no monogamias son gámicas. 3-las no monogamias gámicas defienden el gamos como opción libre.

Ergo… la defensa del gamos como elección libre es un producto ideológico aparecido para defender la superviviencia de las no monogamias gámicas sin más razón que dicha superviviencia (y, lógicamente, la de las estructuras de poder que surgen a partir de ellas). “¡Formamos parejas porque nos gusta la pareja! ¡Somos poliamorosxs libremente!” dicen lxs portavocxs del poliamor. Y sus practicantes, en muchos casos, piensan “yo no, pero bueno. ¿Estaré haciendo algo mal?”.

Lo cierto es que el gamos, normalmente, no se elige, sinoque se cae en él. Y una vez dentro la disonancia cognitiva actúa sin clemencia. Nos sucede con el gamos como con el BDSM: Todxs somos feministas, también quienes defienden el BDSM porque, incluso reconociendo que, mayoritariamente, a la práctica del BDSM subyace una motivación machista, no es esa la que nos mueve a nosotrxs. “De acuerdo: es raro que el gamos se elija, pero yo soy uno de esos casos raros; yo lo elegí.”

Seguramente. Y tienes mi cariño. Sin embargo, sólo por si acaso, te invito a que contestes a una pregunta. Recuerda que el objetivo es que tú descubras si eres libre. Tú, no yo, que no me voy a enterar de si tenía o no razón, eres la persona que puede obtener aquí beneficio: ¿Alguna vez te has demostrado a ti mismx que puedes no elegir el gamos?
Porque si tu/s relación/es actual/es son gamos y en ellas no te planteaste si querías o no gamos (es decir, o no conocías o no te planteaste alternativa alguna al gamos) entonces no sabes si lo hubieras elegido de haber dispuesto de la posibilidad de no hacerlo.

Pero si en algún momento quisiste que tu relación, o alguna de tus relaciones, no fueran gamos, y sin embargo acabaron siéndolo, entonces, lógicamente, tampoco has elegido libremente el gamos, y si te enmarcas en una no monogamia gámica (poliamor, anarquía relacional, etc…) puede decirse sin miedo al error que no has elegido ese modelo, sino que es el modelo que te ha tocado por falta de libertad.

Si te pasó lo contrario, es decir, que quisiste que alguna de tus relaciones no fuera un gamos pero el no ser un gamos resultó tan conflictivo que acabó con la relación, entonces tampoco has elegido (aunque está claro que lo has intentado) y tu/s gamo/s actuales son, simplemente, tu única opción relacional; no lo que quieres, pero sí donde sabes llegar.

Y si has decidido que no formarás un gamos por nada del mundo, pero es una decisión que has tomado una vez que ya lo tienes, y lo vas a mantener, pues bueno, no pasa nada, qué va a pasar, pero no has elegido tu modelo relacional libremente.

Para poder decir que has elegido formar un gamos, por lo tanto, hace falta que, en alguna ocasión, no lo hayas formado.

Pero, claro, ¿cómo se distingue la existencia de una no cosa?

Podemos caer en la tentación de llamar “elusión del gamos” a cualquier relación no gámica con el fin de demostrarnos a nosotrxs mismxs nuestra libertad. Pero hay que distinguir. Para disponer de la prueba de que sé no formar gamos y, por lo tanto, quepa pensar que lo estaré formando libremente allí donde lo hiciere, no es suficiente con no formar gamos en la mayoría de mis relaciones. Eso es, precisamente, en lo que consiste el gamos: forma gamos con unx o unxs pocos, y deja de hacerlo con el resto. Lo que necesito es no formar gamos allí donde la mayoría de la gente lo formaría.

¿Tienes esa relación?

Esa relación no es una amistad. Todo el mundo tiene personas a las que llama “amigxs”, y prácticamente todo el mundo tiene amigxs del sexo (no digamos “género”, ya que nuestra orientación sexual suele ser aún tan cavernaria que elige antes genitales que roles) objeto de su deseo.

Esa relación tampoco es un trato cordial o de cierta intimidad con alguien que nos gusta, porque la hipótesis del valor sociosexual dice que entre dos personas que no forman gamos una tiene siempre más valor sociosexual que la otra y, por lo tanto, una gusta (real o potencialmente) a la otra. Lo normal es que a esa persona que te gusta no le gustes tú. Esa es la explicación más económica para vuestro no gamos.

Tampoco, lógicamente, sirve como no gamos la famosa “tensión sexual no resuelta”. Aparte de cuáles sean las razones para esa irresolución (pareja en la recámara cuando se tiene otra, por ejemplo), lo que nos interesa saber es qué pasará cuando se resuelva, es decir, si podrá no formarse gamos. Lo de antes normalmente no es decisivo, porque el sexo es la incógnita central. Lo más probable es que ninguno de lxs dos sepa realmente qué desea antes de que esa incógnita sea despejada. No estoy animando a hacerlo. A lo que animo es a que, si lo hacéis, estéis atentxs a la aritmética.

Evidentemente, si la relación sexual tuvo un desenlace abrupto (porque alguna de las personas “descubrió” que no le interesaba tanto la otra, porque la “falta de compromiso” desencadenó un conflicto, etc, etc…) no podemos decir que haya habido éxito en la no formación de gamos, sino que el gamos ha hecho fracasar la relación, con lo cual seguimos en la misma condición de falta de libertad.

¿Sabes qué es algo que se parece mucho al éxito en una no formación de gamos? Una relación íntima, estable, y sexual o sexualizable, no gámica, con alguien con quien perfectamente podrías formar una pareja y que perfectamente podría formarla contigo.

¿Tienes eso? ¿No?

Entonces no sabes si has elegido tu modelo relacional. Lo más probable es que él te haya elegido a ti. Así que te recomiendo que te apresures (lentamente) a desarrollar una relación de esas características. No solo para contestar a una pregunta tan importante y para empoderarte en la elección de modelo. Sobre todo porque es muy probable que descubras, y concluyas, que esa es la mejor manera de relacionarnos.


miércoles, 25 de octubre de 2017

la pareja es performativa.


¿Qué tal en tu primer día de cole? ¿Has hecho algún/a amiguitx?”

Más de la mitad de lxs niñxs que acaban de empezar las clases habrán escuchado esta pregunta, tal vez tintada de cierta ansiedad. Y es seguro que quienes más la habrán escuchado habrán sido lxs más jóvenes, aquellxs que acudían al colegio por primera vez.

Eso no significa que lxs tutorxs no estén preocupados por la inclusión de la niña de diez años que se acaba de cambiar de colegio y no conoce a nadie. Significa que saben que esa niña ha madurado demasiado como para establecer vínculos amistosos en un solo día.

Para lxs de 4, 5 o 6 años es mucho más fácil. La amistad se establece entonces mediante la afirmación misma de la amistad. “-¿Somos amigxs? -Vale.” También se dispone de la vía de los hechos consumados, pero esos hechos tienen el carácter, también, de una asunción. “-¿Jugamos? -Sí.” Luego somos amigxs.

A lxs adultxs no deja de producirnos cierta perplejidad este salto. Lxs niñxs desconocidxs se rondan, se miran, se valoran, casi siempre con más deseo que desconfianza. De pronto la relación se establece y, a partir de ese momento, empieza a ejercitarse de manera completa. No es difícil, porque “de manera completa” apenas incluye otra cosa que jugar. Pero, aun así, nos asombra que el cambio de estatus sea súbito. Y nos asombra más aún que de ese cambio se deduzcan conductas que no tienen que ver con el contexto conductual en el que el cambio se produce: la/el niñx con quien he jugado ahora es mi amigx, luego comparto con el/la la merienda.

Lo que realmente interesa aquí de este estilo de establecimiento de vínculos es el hecho de que poco a poco lo abandonamos. Y lo hacemos de un modo muy concreto: nuestro concepto de amistad deja de ser performativo y pasa a ser descriptivo.

Si no estás de acuerdo dilo, Judith. ¡Pero no te rías!
Un acto de habla performativo es aquel decir que constituye un hacer: “te prometo que vendré”, o “te pido disculpas”. Pedir disculpas es decir “pido disculpas”, y una vez que se dice (en el momento y circunstancia adecuadas) las disculpas están pedidas.

Un acto de habla descriptivo, sin embargo, no interviene sobre la realidad, sino que “sólo” la traduce a lenguaje. “Este insecto puede volar” carece de repercusión alguna sobre las facultades del insecto referido. Pero por eso mismo, el enunciado adquiere una propiedad novedosa: puede decirse de él que sea verdadero o falso. Algo de lo que el acto de habla performativo carece.
La amistad, entonces, con el paso de los años, deja de ser algo que podamos construir al nombrarla. La amistad será o no será, y llamar amistad a lo que no es no implicará el establecimiento de una amistad, sino, simplemente, un enunciado falso.

Y eso no es porque hayamos perdido espontaneidad, ni porque nos falten ganas de establecer vínculos, ni porque nos maleemos.

Es porque aprendemos.

En el proceso de aprendizaje vamos entendiendo que sólo podemos depender de los vínculos cuya realidad hemos constatado, y jamás de aquellos cuyo enunciado se adelanta a la constatación. Y este aprendizaje se va haciendo más y más específico y sutil, hasta que un día descubrimos que el concepto amigx prácticamente ha desaparecido de nuestro sistema de clasificación de relaciones, porque no hay unas personas que son amigas y otras que no lo son, sino que cada relación ha desarrollado un grado particular de confiabilidad. El concepto de amistad se desprende de nuestro discurso como una hoja seca.

El resto del texto casi no hace falta escribirlo.

Efectivamente, el gamos es un vínculo performativo, es decir, se constituye mediante un acto de habla performativo. Y sólo este hecho debería ser suficiente para su desprecio. Establecemos gamos por el mismo procedimiento por el que establecíamos amistad a los cinco años. Pero ahora somos adultxs, y las consecuencias no se reducen a compartir la merienda.

Veamos cómo funciona.

Las relaciones se forman, de un día para otro, mediante una declaración recíproca. Solemne, sí, pero sin sustento empírico alguno: donde no había pareja pasa a haberla sólo por el hecho de enunciarse. A partir de ese momento todo el repertorio conductual se transforma, y lo hace a la máxima velocidad posible. El comportamiento corre detrás del modelo de comportamiento, imitándolo. La pareja copia su imagen ideal de pareja. Los sujetos tienen que convertirse en aquello que no son pero que han dicho que son. Lo que habrán de hacer les sorprenderá a ellxs mismxs, pero eso no debe disuadirlxs, dado que es lo que corresponde a su nuevo estado.

Se dirá que, en realidad, el salto no se realiza normalmente con esta brusquedad. Pero hay que matizar el matiz. La brusquedad original, la de los primeros gamos, es tan grande como la que hay en un matrimonio concertado. Pero los sujetos también constatan que esa manera de vincularse es insatisfactoria, y aprenden a interponer ciertos hitos que dividen el establecimiento del gamos en fases.

La performatividad gámica reduce su apresuramiento, pero su espíritu se conserva intacto: el propósito final aparece desde el primer minuto, y cada fase va antecedida de un cambio de estatus repentino. Hemos salido del colegio. Ahora estamos en Tinder (por ejemplo): Instalación, like, match, chat, cita, rollo, “conocerse”. El proceso puede interrumpirse en cualquiera de estas fases. El sentido del proceso, sin embargo, es inequívoco, y cada fase implica unas conductas muy precisas dictadas por dicho sentido. La función de cada fase no es otra que conducir a la siguiente. Nada que pueda recordar al estilo maduro de amistad en el que el concepto mismo de amistad desaparecía. Nada que implique un presente y que quede sujeto a ninguna descripción posible. Es un vínculo en continuo esfuerzo por ser aquello con cuya categoría ha sido investido. Un vínculo dedicado, ante todo, a obedecer la orden desde la que se ha originado.

Y siguiendo por la senda del alejamiento tibio de la performatividad nos encontramos con la elusión del carácter precedente del enunciado. ¿Que a qué me refiero con esta espantosa expresión? Me refiero a esos gamos que nunca dicen que lo son, pero que un día encuentran que ya lo son. Y entonces sí, entonces lo dicen, henchidxs de orgullo, porque su gamos no se ha construido desde la performatividad. Su gamos es empírico. Es el supragamos. Pero, qué curioso, coincide con el performativo como un calco.

Resulta obvio que a este supragamos se ha llegado porque el gamos performativo tiraba desde dentro, allí donde el lenguaje baraja ideas y decide a cuáles da expresión y cuáles son confinadas al silencio. Vemos por lo tanto que esta obviedad no se fundamenta sólo en que el gamos y el supragamos son, como digo, conductualmente idénticos. También lo hace en que no realizar explícitamente el enunciado performativo no implica que no haya expresiones implícitas, ni que éste desaparezca del deseo o del hábito. A veces pido disculpas con mis actos (no hago mención de la ofensa por la que debo disculparme, pero invito a comer, por ejemplo), quizás por no convenirme pedirlas abiertamente. A veces no las pido ni con un enunciado ni con mis actos, pero las disculpas siguen en mi cabeza, condicionando mi conducta (tiendo a expresiones y conductas que son formas inconscientes de disculpa que pueden, además, ser perfectamente funcionales porque se traduzcan en un “disúlpale, es obvio que se siente mal”).

No es que el supragamos sea peor. Pero sí es más más peligroso, porque su estrategia es la más elaborada a la hora de eludir la imagen infantil que ofrece la performatividad. Es el que mejor puede convencernos de que el gamos es inevitable y adulto. Normalmente irá acompañado de un discurso contra los estilos de ejecución del gamos abiertamente performativos. También podéis detectarlo porque en muchas ocasiones hablará de “fluir”.

Este gamos se presenta con el título de amor libremente elegido, y ésa es su performatividad específica, que se añade a la performatividad gámica. Crítico con el gamos tradicional, el “gamos libre” el “supragamos” es prácticamente idéntico, pero exigirá ser reconocido en su condición performada: la libertad. Libertad performada, como digo, porque se enuncia primero y después se realiza, contra el propio gamos, si hace falta, y con el fin de salvarlo.

Se dirá, “¿y en qué se diferencia esta evolución de la que experimenta la amistad?” Señalaré sólo dos cosas. Creo que serán más que suficientes.

La primera es que la madurez de la amistad implicaba que se desprendiera de nuestro repertorio conceptual. La amistad se superaba en una falta de división entre amistad y no amistad. Nada de eso puede decirse del gamos. Su división sigue tan clara como siempre.

La segunda es que la amistad jamás sufre rechazo. Su desarrollo lleva en sí mismo su abandono como vínculo performativo cuyo concepto reviste utilidad alguna. En muchas ocasiones el supragamos es el resultado de un rechazo explícito al gamos. No se rechaza el procedimiento, sino el propio vínculo. Sin embargo, se huye de él mediante un recorrido circular que devuelve al mismo sitio. El supragamos no es, en definitiva, sino un ejercicio de mala fe.

Si hacemos un gamos es porque algo en nosotrxs sigue queriendo un gamos, por más que hayamos llegado a la conclusión de que no debemos establecerlo. Dejar que decida ese algo no es una forma superior y profunda de libertad. Es, exactamente, renunciar a la libertad, porque ésta reside en la consciencia y en su capacidad de elegir. Si eso otro se impone a nuestra decisión, entonces no hay decisión alguna.

No separemos consciencia de inconsciencia, porque la deconstrucción requiere, entre otras cosas, de la perpetua presunción de inconsciencia. No señalemos gamos ajenos, por lo tanto, o no nos conformemos sólo con eso, ni critiquemos su performatividad. Centrémonos en recordar que, allí donde nuestra relación es también gámica, nuestra libertad es sólo una medalla que el inconsciente le ha concedido a la conciencia para comprar su silencio y encadenarla a la performatividad.

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lunes, 4 de septiembre de 2017

pero, ¿qué te ha hecho a ti el gamos?


“Yo supliqué a mi amo que me impusiera más prohibiciones." 
Pamela (1740) Samuel Richardson


La idea de construir relaciones fuera del gamos no ha caído del todo mal.

A veces se ha propuesto su identificación con alguna de las modalidades no monógamas previas y conocidas, pero en general ha sido respetada incluso en el nombre que se daba a sí misma, ha sido considerada amable y enriquecedora, y hasta ha llegado a despertar cierta curiosidad.

La idea de rechazar abiertamente el gamos ha recibido una acogida muy diferente.

“¿Rechazarlo? ¿Por qué? ¿Qué tiene de malo que alguien lo elija libremente? ¿Es que no puede ser la fórmula adecuada para nadie? ¿No es mejor disponer del mayor número de opciones posibles?” Y, por supuesto: “Decir qué es lo que el resto de la gente debe hacer, ¿no es fascismo?”

Es curioso que el término “agamia” ha sido, como decía, aceptablemente respetado allí donde ha sido leído como “vivir al margen del gamos”. “Soy ágamx. YO no establezco parejas. Podría llamarme anarcorrelacional o polisolterx, pero ME IDENTIFICO MÁS con el término ‘agamia’”. Todo bien.

Sin embargo, el derecho a la especificidad se ha perdido allí donde se ha entendido la agamia en sentido completo, no como libre opción, sino como pronunciamiento ético y político contra la pareja. Es entonces, insisto que esto es curioso y divertido, cuando se dice con vehemencia que “la agamia no es nada. Sólo es anarquía relacional con un nombre más pretencioso” (¡¡¿más pretencioso?!!). Si la agamia no se diferencia de los modelos previos, entonces puede disfrutar de un nombre propio. Seguramente se le deje incluso elegir color y bandera. En el momento en que se distingue radicalmente debe ser asimilada. El término exacto sería, claro, “fagocitada”.

Justo aquello que se considera inaceptable es lo que se dice que ya estaba antes. Entonces habrá que destruir lo que ya estaba antes, ¿no? Y si es algo que se está destruyendo, ¿a qué se va a sumar la agamia? Bueno… no seamos abusones con las contradicciones ajenas. Suficiente tienen.
Voy a intentar contestar a la pregunta sobre la conveniencia del rechazo al gamos más allá de la máxima liberal de que nada debe ser rechazadx porque todo está bien y todo enriquece.

Empecemos por el principio:

¿Qué es el gamos?

El gamos no es la pareja.

No es desencaminado asimilar los dos conceptos (yo lo hago a veces para facilitar la comprensión de los textos más enrevesados), pero el gamos es un categoría mucho más amplia. La pareja sólo es una forma de gamos. Concretamente es la forma de gamos que decide llamarse a sí misma “pareja”. Pero hubo gamos antes de la pareja y queda gamos en abundancia incluso allí donde el término “pareja” ha desaparecido o se considera superado.

El gamos es el vínculo por el que, en cualquier cultura y sociedad, quedan unidas de manera específica las personas que se disponen a reproducirse.

No soy etnólogo, y lo de “en cualquier cultura y sociedad” me queda grande. Pero me parece más que válida la hipótesis de que una cultura sin gamos es, por lo menos, algo absolutamente excepcional.

Así que el gamos es una especie de asignación, por la que al menos una mujer y un hombre quedan unidxs con un fin concreto. Esta asignación, para que tenga efecto, deberá ir envuelta de una normatividad concreta.

¿Cómo es el gamos?

Profanada la etnología, aprovecharé también para hablar de etimología como si supiera. Lo que voy a exponer es sólo una curiosidad imprecisa y circunstancial que agradecerle a wikipedia, nada más. Si la reflejo aquí es porque me parece, incluso con ese lastre, reveladora.

Nuestro lexema “gamos” proviene, sabemos, del griego clásico. Su traducción más aceptable es, precisamente, matrimonio. El matrimonio griego se parecía ya al nuestro en que se realizaba sólo entre dos personas, por entonces necesariamente mujer y hombre.

El término utilizado para el contrayente (hombre) era “gametos”. El feliz gametos, por lo tanto, desposaba a la… ¿gamea? ¿gametai? ¿gama?. No. Su nombre era “upametos”. Así, el gametos y la upametos formaban un gamos. O, como la relación etimológica invita a pensar, la upametos se asimilaba al gametos en el gamos, mientras que el gametos permanecía prácticamente inalterado. El gamos era, por lo tanto, algo que sólo le sucedía al hombre, porque el hombre era el sujeto.

Obsérvese que, si esto es así, el sentido del lexema se ha invertido desde entonces. Hoy llamamos “poligamia” al establecimiento de varias asimilaciones gámicas, normalmente poligínicas (varias mujeres asimiladas a un hombre). Sin embargo, y siendo rigurosxs con la etimología sugerida, la poliginia seguiría siendo monogamia, porque el gametos permanece único. Es precisamente el poliamor el que hace estallar realmente la monogamia. No, como se defiende a veces, porque introduce la pluralidad, sino porque introduce la pluralidad de gametos, de amos. El polidrama sería, en muchos sentidos, el conflicto entre gametos dentro de una institución, el gamos, que los entiende como incompatibles.

Sombras, pero también luces, del poliamor.

El gamos moderno.

Bueno, pero esa asimetría está ya superada. No hay más que leer a Carole Pateman para comprobar que, efectivamente, el advenimiento de la burguesía y la ciudadanía universal obligó al gamos a convertirse en matrimonio igualitario por el que ambas partes contraían las mismas obligaciones y preservaban los mismos derechos.
Si, es broma. Lo que nos cuenta Pateman es que el matrimonio burgués adaptó la esclavitud gámica de las mujeres a los nuevos valores de la libertad y que, inspirado en otras esclavitudes “libres” previas, desarrolló un discurso que conciliaba lo irreconciliable, es decir, libertad y esclavitud; un sujeto que se objetualiza a sí mismo convirtiéndose en algo así como un “objeto animado”. La más completa expresión de ese discurso, y esto ya lo digo yo, se llama “amor”.

Conclusión.

Nuestro gamos, es decir, el “matrimonio”, y su alternativa seglar e informal, la “pareja”, tienen estos ilustres antepasados.

Pocos argumentos tan jugosos se pueden esgrimir contra el gamos (al menos contra el nuestro, aunque suena lógico pensar que, en lo que se refiere al sometimiento de una parte por la otra, la mayoría habrán tenido y tendrán mucho en común) como que es el heredero de una institución esclavista. Empeñarnos en organizarnos mediante la readaptación de una forma de esclavitud, seguir intentando que las rejas sirvan de alas, parece algo más que irracional.
Pedir respeto frente a la equidistancia entre agamia y gamos suena a una de esos debates sociales que resultan extremadamente controvertidos mientras el sentido común y la legislación igualitaria no logran imponerse. Pero, cuando lo hacen, el debate queda, de pronto, obsoleto e irrecuperable, como si la sociedad hubiera dado un salto en el tiempo.

Y es que, sinceramente, ¿podemos imaginar una sociedad sin gamos que decidiera, como forma de progreso y de ampliación de opciones deseables, inventar el gamos?

Pues ése es el asunto.


miércoles, 27 de mayo de 2015

entendiendo el "gamos"


El gamos es, simple y llanamente, el pacto matrimonial, en la medida en que condiciona y determina, consciente e inconscientemente, todas y cada una de las relaciones que establecemos.

Todas las relaciones que establecemos están determinadas por el pacto gámico, debiendo pronunciarse por su formación o por su no formación. Es decir, que todas nuestras relaciones son gámicas. De entre ellas, unas son gamos y otras son no-gamos.

El gamos, como relación de pacto matrimonial, consciente o inconsciente, es una relación superior a las restantes porque posee la especificidad del sexo legítimo que, originalmente, es el único condicionante verdadero para el desarrollo de una familia heteropatriarcal con descendencia.

Junto al sexo legítimo, el gamos incluye todas las formas de trato que lo facilitan o lo posibilitan. Así, todo aquello que forme parte de la ceremonia sexual se convertirá automáticamente en propiedad exclusiva del gamos y quedará vetado del no-gamos. Estas conductas facilitadoras se reifican bajo el paraguas de lo que llamamos “intimidad afectiva”. El gamos pasa a estar formado por el sexo y la intimidad afectiva, y el no-gamos es una relación que debe no tener sexo ni intimidad afectiva o, de lo contrario, será legítimamente considerada como “equívoca”.
La agamia es la reapropiación del sexo y la intimidad afectiva para su libre disposición en las relaciones. Una relación es ágama en la medida en que es realizada por las personas que participan de ella sin el condicionante de elegir entre el gamos y el no-gamos.
Como el gamos se elige conscientemente mediante el matrimonio formal, pero sobre todo inconscientemente mediante el establecimiento de todo tipo de modalidades de pareja y expectativas de estas modalidades, sólo será posible relacionarse de forma ágama, es decir, liberarse del gamos, en la medida en que aprendamos a descubrir nuestros hábitos inconscientemente gámicos y a sustituirlos por comportamientos libremente elegidos. Debemos aprender a descubrir al gamos. Su simple descubrimiento realiza gran parte del recorrido de su abandono. El problema para abandonar el gamos no es su descubrimiento en cada comportamiento ni la fuerza con la que cada comportamiento se nos impone, sino la condición sistémica y universal del gamos. El gamos está en todas partes, hasta el punto de que sólo allí donde hayamos descubierto al gamos podremos decir que empezamos a estar libres de él.

La filosofía del amor es un conjunto de axiomas tras los que se esconde siempre la orden de elegir entre gamos y no-gamos; la falsa dicotomía que conserva todas nuestras relaciones dentro del sistema gamico. Por eso la agamia no es un encasillamiento coercitivo ni otra simple propuesta no monógama, sino la llave que permite escapar definitivamente del sistema gámico dentro del que se enmarcan tanto la monogamia heteropatriarcal como sus alternativas no monógamas, todas ellas reformulaciones de la filosofía del amor.


Una buena referencia para descubrir y desarticular al gamos es cuestionar todas y cada una de las afirmaciones de la filosofía del amor. La agamia activa es más eficaz del otro lado del amor, frente al amor o contra el amor. La eliminación de la filosofía del amor es una simplificación que nos empodera sexual y afectivamente. Es la eliminación del ruido y la confusión que conducen al gamos.