Anónimo dijo:
¿Qué
diferencia hay entre ganarse la vida masajeando la espalda o realizando los
masajes en el pene (o vagina)? ¿Acaso existen partes nobles del cuerpo humano
que son lícitas manipular por un profesional (por dinero, claro), y en cambio
otras no lo son (los órganos sexuales)?
En
mi opinión, la prostitución es una profesión tan honorable como otra cualquiera,
y no hay nada que reprochar a su ejercicio siempre que no se realice en
condiciones de explotación. Y no creo que exista inmoralidad en los clientes
que usan ese servicio si respetan a la prostituta.
En
vez de criminalizarla, habría que reivindicar que la prostitución se realizara como
un oficio más, con libertad de empresa y el consiguiente pago de impuestos, y
se le diera el reconocimiento social que merece subrayando su carácter de
asistencia social, semejante al de un fisioterapeuta o un cuidador de enfermos
de sida, por ejemplo.
Por
supuesto, la existencia de mafias que esclavizan a mujeres es intolerable sin
ninguna duda (¿90%?, no me lo creo), reprochable no sólo aquí, sino en
cualquier actividad. Pero penalizar al cliente, aparte de ser injusto, agravará
sensiblemente el problema; aumentará la clandestinidad y las mafias se harán
cargo del negocio aún en mayor medida (basta recordar lo que supuso la ley seca
o la prohibición de drogas). ¿Y qué haremos con los miles de paradas que
conllevaría cualquier medida represora de gran calado, suponiendo que fuera
efectiva, que lo dudo? ¿Acaso les vamos a dar una alternativa laboral? Va a ser
que no.
Para
proteger a las mujeres, propongo lo contrario: en vez de perseguir a clientes y
prostitutas, que sea la misma Guardia Civil la que se encargue de su seguridad,
y haga acto de presencia en los lugares de trabajo donde chulos y mafias
quisieran hacerse los amos.
Se
argumenta que la mayoría de las mujeres que ejercen la prostitución no tienen
más remedio debido a su situación de exclusión social, nadie escogería
profesión tan ”indigna”. Pero esto último se podría afirmar de cualquier
trabajo servil (aunque honrado) como limpiar los excrementos de un enfermo o
poner tornillos durante 10 horas en una fábrica, y nadie propone sanciones. Se
asegura que las prostitutas dejarían el
oficio si se les ofreciera otra salida profesional. Muchas de ellas responden
que para hacer de chachas por un mísero salario se quedan donde están. Su queja
no es que su profesión sea ultrajante (para mí, que no he usado nunca este servicio,
me parece noble), sino que preferirían mejores condiciones laborales, es decir,
estar mejor pagadas, un lugar cómodo para trabajar, consideración social y,
sobre todo, protección de los abusos causados en gran medida por la
clandestinidad y el repudio social. Pero la opinión del colectivo afectado le
importa un carajo al paternalismo “bien intencionado”.
Contra
el amor, afirmas que “la existencia de la prostitución es una manifestación
más, aunque no una cualquiera, del sistema opresivo patriarcal”. Totalmente de
acuerdo, pero en un sentido completamente distinto al que pretendes. Lo que confirma
la dominación masculina no es el desahogo sexual de los hombres con
prostitutas, sino que las mujeres no puedan hacer lo mismo. Éstas demostrarían
su liberación el día que contraten los servicios de gigolós siempre que les apetezca
(ganas tienen, pero no se atreven), sin temor al reproche y burla social (así
no tendrán que ir a Cuba, “a bailar”).
En
definitiva, penalizar a los clientes de la prostitución sólo servirá para
aliviar las conciencias ONG de algunos, y satisfacer los prejuicios sexuales
moralistas de otros (sorprende esta comunión entre la derecha rancia y la
izquierda intransigente). En lo que respecta a las afectadas, a seguir en lo de
siempre, pero más difícil. Total, hágase “mi justicia”, aunque arda el mundo.
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Estoy de acuerdo prácticamente con todo lo
que dices, de modo que sólo puedo aportar algunas matizaciones.
Existe algún tipo de legalización que es el
futuro deseable para la prostitución. Es razón suficiente para aceptarlo, entre
otras, la evidencia de que muchas personas necesitan de asistencia sexual
porque a día de hoy no pueden tener una vida sexual satisfactoria mediante el
libre intercambio. Coincido en que la condena feminista o progresista a la
prostitución arrastra a veces resabios de condena a la libertad sexual misma.
En cuanto a las posibles consecuencias negativas
de la prohibición, también parece que, si nos remitimos a antecedentes
históricos, la medida puede resultar contraproducente.
Pero, como decía, maticemos. La esclavitud,
en toda la gama que la prostitución ofrece, y en el porcentaje sea el que sea,
siempre significativo, que actualmente presenta, es un problema de magnitud
superior cuya solución no puede posponerse. Tanto la prohibición como la
legalización pasan de largo por él. Ni la legalización garantiza el fin
espontáneo del esclavismo ni la prohibición garantiza la disponibilidad de
medios. Frente a una legalización que debería someterse a un estudio profundo
en su implementación para lograr este resultado, la prohibición sitúa al
comercio esclavista en el punto de mira de la acción inmediata de la justicia.
Se dirá que el esclavismo ya es delito, pero
que no se persigue. Pero hay que añadir que, con la prohibición, es el
consumidor de ese esclavismo el que está también amenazado. Y parece lógico que
sea así. En la práctica no es plausible la idea de que dicho consumidor se
informe previamente de las condiciones laborales y personales de la prostituta.
Exigir que esto se hiciera bajo responsabilidad del consumidor sería una forma
tácita de prohibición y equivaldría a la prohibición misma.
En cualquier caso, la reacción, o al menos mi
reacción, no es en defensa de una ley que considere adecuada, sino de una
sensibilización que considero adecuada, aunque sus consecuencias legales estén
por verse. Y, sobre todo, reacciono a una insensibilidad gravísima,
representada por los firmantes del manifiesto y actitudes afines, cuya única
preocupación es la libertad de comercio sexual, que debe ser conservada a costa
de cualesquiera que sean sus consecuencias. Lejos de aportar alternativas, como
tú haces, las protestas contra la ley se han escudado exclusivamente en una
supuesta demonización de la prostitución como representante de la
disponibilidad libre del cuerpo. A la insensibilidad frente a la prostitución
realizada en el marco de la esclavitud, se añade otra casi tan grave frente a
la prostitución realizada en el marco del patriarcado, condición menos
circunstancial, si es que la otra lo es algo. Lo que conlleva realmente el
comercio de la prostitución es una vejación patriarcal más o menos consentida,
más o menos aceptada, más o menos disfrutada, pero vejación en última instancia
porque constituye la cosificación de un grupo social por parte de otro. Del
mismo modo que un trabajo servil cosifica al trabajador (es decir, que no vale
la excusa de que alguien tiene que hacerlo, porque eso condena a que lo hagan siempre
los mismos, hasta entregar por ello su vida), la prostitución patriarcal
cosifica al gremio de las prostitutas y al género femenino como conjunto, en
tanto que sólo un género es prostituido, y la materialización de dicha
prostitución va acompañada de una profunda carga simbólica que refuerza la
cosificación. Recordemos que una relación sexual estándar obedece generalmente
a patrones humillantes, ya sean tradicionales o pornográficos. La relación
sexual tipo en el ámbito de la prostitución es una experiencia que implica
humillación.
Todo esto no sólo no llegan a planteárselo
los 343, sino que, abierto el debate, lo desprecian, y se permiten convertirse
en opinión pública desde ese desprecio. Su actitud es coincidente al cien por
cien con la actitud patriarcal frente a la opresión femenina. Es esa actitud la
que convierte a la prostitución en lo que es, y la que los convierte a ellos en
legítimo objeto de la más dura crítica. Sólo se manifiestan porque se toca a su
puta, y de nada quieren oír hablar salvo de que se pueden quedar sin ella.
Es posible que la prohibición no vaya a
cambar las cosas de manera radical. La
legalización alemana tiene también sus detractores y datos chirriantes,
aunque a juzgar por el conjunto de las opiniones es posible que se haya
producido una mejora.
Por su parte, parece obvio que la
legalización encubierta que pretende la nueva Reforma
del Código Penal en España secunda una ideología que nada tiene que ver con
la libertad sexual ni con la dignificación del trabajo.
Donde no nos equivocamos es transformando la
cultura de la prostitución que hace gracia en la de la del patriarcado opresivo
que se desfoga trágicamente en ella. La razón por la que las mujeres no
reconocen su deseo de consumir prostitución no es un pudor o una hipocresía de
género. Aquí, el hombre sólo reconoce que la consume allí donde no le
perjudica. Y, como es sabido, cuando va al caribe, no se conforma con bailarinas
hechas y derechas.