Vista la frecuencia con la que aparece por todas partes la
pregunta por la diferencia entre agamia y anarquía relacional se diría que se
trata de un verdadero tema de debate.
La realidad es que no lo es en absoluto.
La razón por la que ambos modelos tienden en alguna medida a
confundirse es sólo que se trata de los dos que, de entre los conocidos, son
los más avanzados en el sentido emancipatorio.
En alguna ocasión me han preguntado, sin embargo, por la
diferencia entre agamia y poliamor. Cuando ha sido así no ha fallado jamás que
el cambio de pareja comparativa fuera la consecuencia de desconocer la anarquía
relacional. Y no me cabe duda de que las personas ar se encuentran, y se
encontraban antes de la aparición de la agamia, con la pregunta constante sobre
la diferencia entre ar y poliamor.
Ciertas personas me han llegado a cuestionar la diferencia
entre agamia y monogamia, y para ello han expuesto las similitudes entre la
agamia y la monogamia liberalizada que ellxs practicaban. Evidentemente se trataba
de gente que no conocía otras no monogamias por su nombre. El otro clásico es
el del swinger, cuyo mundo se divide entre lo swinger y lo no swinger, y que te
dice que él, dado que es swinger, ya es ágamo.
Para todas estas opiniones el extremo emancipatorio ya está
ocupado, y dado que no echan de menos, o no reconocen echar de menos, nada en
él, niegan la posibilidad de un modelo capaz de llegar más lejos que el suyo.
Por lo tanto es sólo el efecto de contigüidad lo que genera
un cierto espejismo de confusión. Los contornos entre los elementos que se
encuentran en el extremo del continuo empiezan a difuminarse a medida que nos
alejamos. Pero en cuanto nos aproximamos un poco las diferencias aparecen con
esplendorosa nitidez. O al menos eso es lo que ocurre cuando comparamos agamia
y anarquía relacional.
Decir en qué se diferencian estos dos modelos es imposible
en un post. No, por supuesto, porque haga falta profundizar en sutilezas para
localizar esa diferencia, sino porque observamos diferencias absolutamente en todo,
y para pasar por todo hace falta, como en el famoso mapa borgiano que pretendía
ser completo, una extensión idéntica a la del espacio que se cartografía. El
99% de los textos de este blog no tienen cabida en la ar.
Pero intentemos encontrar algunos ejes principales.
Podríamos comparar agamia y ar desde una perspectiva,
digamos, material, es decir, atendiendo a la literatura existente sobre ambos
temas. Se trata de una comparación incómoda, porque mientras que la agamia
tiene un espacio definido de desarrollo paulatino que aspira a ser sistemático,
y al que cualquiera puede remitirse, la ar quedó, por decirlo de algún modo,
anclada a su manifiesto, como una mariposa clavada con un alfiler. Los pocos
esfuerzos serios que se han realizado para desarrollar aquellos 9 puntos apenas
han hecho otra cosa que aletear en torno a ellos, teniendo que conformarse con
describir en qué estaba consistiendo la vida relacional de las personas que se
denominaban anarquistas relacionales a sí mismas.
Tenemos que decir, por tanto, que mientras que la agamia es
una propuesta, la ar es un “sentir”, una “manera de entender” la propia ar que
queda validada a priori por la ausencia de elaboración teórica. Una
constatación que no puede confirmarse ni refutarse. Si la monogamia se
definiera a sí misma como ar pocos argumentos habría para contradecirla.
Entendido entonces que comparamos un discurso con una idea
vaga, o con una práctica difusa, pasemos a lo que podríamos denominar
comparación “en la forma”.
La agamia es el rechazo al gamos. La ar no es el rechazo al
gamos sino la relativización de su importancia. Una persona ar, por definición
(es decir, por contenido expreso en aquellos 9 puntos), da la misma importancia
a sus relaciones gámicas que a aquellas que no lo son. Una persona ágama no
tiene relaciones gámicas, porque considera que el gamos es una institución
opresiva y patriarcal.
Es, exactamente, la misma diferencia existente entre ateísmo
y agnosticismo. Donde el ateísmo rechaza y condena, el agnosticismo se lava las
manos apelando a la imposibilidad demostrativa, a las limitaciones de la mente
humana o, directamente, a la más rastrera de las equidistancias. A día de hoy
nadie diría que ambas posiciones son la misma. También es fácil intuir cuál es
la más cómoda.
El paralelismo religioso sirve también para exponer una
diferencia mucho más espectacular: el tratamiento del amor. Si la ar puede
presumir de ser el primer modelo relacional en cuestionar la prevalencia del
gamos, no puede decirse, sin embargo, que aporte ningún tipo de novedad con
respecto al amor, más allá de apuntarse a la crítica al amor romántico. Para la
agamia, sin embargo, el amor es el libro de instrucciones del gamos, y no hay
forma de escapar de éste si no se tira aquél a la basura. El rechazo radical
del gamos implica el rechazo también radical del amor. Donde, no sólo la ar,
sino las no monogamias al completo, despliegan su infantilizante y
culpabilizado culto a un amor que lxs señala como pecadores de no monogamia, la
agamia subordina los afectos a la justicia de los afectos. La voz del Amor Dios
Padre y su mandato de obediencia son completamente desoídas por la agamia. Las
personas ágamas son las primeras, por increíble que parezca a estas alturas de
la película no monógama, que se declaran responsables de sus afectos y que
entienden al amor como una simple embriaguez afectiva.
La lista podría seguir interminablemente. Y en cada cuestión
descubriríamos una diferencia similar: allí donde la agamia se pronuncia, la ar
dice que ni blanco ni negro, que ni tanto ni tan calvo, que no hay que ser
extremistas. Y cuando ambos discursos se encuentran, como imaginaréis, aparece
la acusación de totalitarismo: la agamia es totalitaria porque afirma; la ar es
inclusiva, porque no rechaza. Y es en esta característica donde creo que reside
la diferencia de espíritu o, por seguir con el paradigma aristotélico, de
finalidad, entre ambos modelos.
Poco espacio me queda ya para desarrollar la cuestión, de
modo que daré sólo unas pocas claves en la confianza de que sirvan para
identificar los ámbitos ideológicos a los que quiero referirme.
Sabemos de la íntima y peligrosa relación entre la
inclusividad de las personas y la inclusividad de las conductas, es decir,
entre la idea de que todo el mundo tiene que tener un lugar y que todos los
deseos tienen que poder realizarse. Sabemos cómo pisa la izquierda esa trampa,
sin querer o a conciencia, todos los días, en todas partes. Y sabemos que la
mayoría de las veces que rascamos el concepto “inclusividad”, o “tolerancia”, o
“diversidad”, no encontramos que tengan que ver con las personas, sino con los
deseos y el mercado, es decir, con el neoliberalismo.
La ar está atravesada de punta a punta por este problema, y
su incapacidad para pronunciarse jamás por nada es la consecuencia de ser el
modelo de quienes no quieren pronunciarse, de quienes quieren dejarlo todo en
el aire, de quienes quieren, en última instancia, apelar al derecho a la incoherencia
para legitimar así su propio deseo.
Es, por lo tanto, el modelo liberal (y feminista liberal
allí donde se declara feminista), y es, por lo tanto, el que parte del deseo y
construye su ética bajo el yugo de ese deseo. Es un modelo incapaz de plantearse,
por poner un ejemplo, que el problema no es que exista una belleza normativa,
sino que exista una cultura del deseo de lo bello que generará siempre
ganadorxs y perdedorxs y, a través de ellxs, normatividad. Y no puede hacerlo
porque necesitaría enfrentarse con la tiranía del deseo y el deseo, nos dice el
neoliberalismo, es tu esencia, tu yo más profundo y verdadero, aquello que te
da sentido y debes perseguir por encima de todo.
Es incapaz de enfrentarse a una estructura relacional
opresiva como es la lógica del valor sociosexual, porque éste dice que desear
arbitrariamente a unas personas y repudiar a otras es poner a unas personas arbitrariamente
por encima de otras, pero al ser el deseo quien habla nada se puede replicar.
Es incapaz de resolver el conflicto de los celos, porque
éstos son la expresión de un deseo que, aunque se enfrenta a los principios de
la anarquía relacional, debe prevalecer sobre ellos en tanto que deseo
incuestionable.
Y es incapaz, por supuesto, de concebir la idea de un sexo sin
objeto, ya que el deseo primigenio, como ya afirmara Hegel, es someter al otro,
cosificarlo, convertirlo en tu esclavo para que sea fuente de satisfacción
propia. Y dado que el gamos logra ese sometimiento a través del sexo tal y como
hoy lo entendemos, éste debe permanecer intacto y objetualizante, pues es la
realización por antonomasia de nuestro deseo más anhelado.
Vemos así que comparando agamia y ar desde su finalidad
podríamos decir que si la ar es uno de las propuestas que nos animan a la
transición de un modelo patriarcal dominado por los hombres a uno neoliberal
dominado por el deseo, la agamia propone que el dominio recaiga sobre las manos
de los sujetos conscientes, emancipando con ello su capacidad para hacer un uso
verdaderamente justo de las relaciones.
E instigándoles, además, a ese uso.
Por completar la comparación podríamos preguntarnos por la
causa eficiente: el quién. ¿De qué sujetos individuales o colectivos parten
ambos modelos y qué relación tienen con su desarrollo, contenido y finalidad?
Bueno, echad un vistazo por ahí, preguntad a quienes los representan o se
identifican con ellos, contrastad sus discursos, y decidme, si os apetece, si
me he equivocado.