lunes, 30 de diciembre de 2013

48 horas (escasas)


2014 nos va a traer una puerta de salida al punto muerto en que se encuentran nuestras relaciones amorosas. Hace mucho que este laberinto nos confunde y nos aburre, y si lo seguimos recorriendo es porque intuimos que quedarnos quietos es todavía peor. El amor nos desespera, nos atrapa en la carrera tras una zanahoria que sólo probamos de vez en cuando y que no sirve ya para reponer todas las fuerzas desperdiciadas. El amor nos obnubila, nos atonta, nos animaliza, nos vuelve triviales y mezquinos, nos dedica a fines egoístas, vacíos, pequeños, que nos aíslan de todos porque sólo nos importan a nosotros. El amor nos agota y nos consume, sólo para conducirnos de nuevo al punto de inicio; para acabar diciendo “me equivoqué”, “no mereció la pena”, “estoy sola”.

Faltan 48 horas para que nos podamos quitar los cascos con forma de corazón y descubrir que nuestros pulmones ya están preparados para respirar en el exterior.

Cuando nos quitemos esos corazones de la cabeza, esas cabezas con forma de corazón, veremos que no quedamos decapitados, sino liberados para relacionarnos directamente con el entorno.

                Aparecerán nuestras cabezas verdaderas, con ojos verdaderos, verdaderas orejas, nariz y boca. La información llegará cristalina al cerebro y éste procesará un pensamiento que podrá expresarse sin necesidad de atravesar la membrana distorsionante del corazón. No serán ya esos mensajes ruidosos, oscuros y homogéneos los que nos enviemos, esos retumbes, esos ecos rebotantes y siniestros.

Dentro de 48 horas podremos empezar a balbucear el lenguaje de la comunicación. Eso que los cardiocéfalos llaman “el lenguaje del corazón”, porque para ellos todo es del corazón, y que, en realidad, es el lenguaje de todo.

Pensemos qué querremos decirnos. Preparémonos para decírnoslo todo, porque ahora nos lo vamos a poder decir.

 

 

miércoles, 25 de diciembre de 2013

propuesta erótica. II. EXPLORACIÓN DE LA SENSUALIDAD. 1_Tacto ciego (ii)

                La vista es el guardián del valor social de nuestra experiencia sexual. La vista nos dice si lo que sentimos en el tacto sexual es legítimo o ilegítimo, si debemos sentirnos bien o mal ante una misma experiencia táctil.

               Descubriremos el verdadero valor de cada una de estas experiencias cuando dejemos de follar con los ojos. A este descubrimiento acompañará la liberación con respecto a los patrones mediáticos de belleza inútil.

               Pero un mundo descubierto al tacto será un mundo completamente nuevo...



               Debemos entender que difícilmente alcanzaremos una paleta de primarios eróticos (valga el paralelismo cromático, ya que el fenómeno del color es, al menos según se conoce, irreductible a componentes del todo primarios) que conviertan el erotismo en una mecánica del placer sensual y, menos aún, del significado a través de dicho placer. Nuestro objetivo no será la reducción hasta lo irreductible, sino hasta lo manejable. Eliminadas las grandes placas de significado, y ejercitada la conciencia en descubrir las relaciones significantes, nos encontraremos en el terreno de un erotismo libre y consciente, es decir, el de una práctica erótica técnica y ética.

                Aceptando, por tanto, las limitaciones del modelo explicativo simplificado que persigue encontrar los elementos básicos del erotismo (las experiencias sensuales objetivamente placenteras), adelantamos una conclusión que se revela de sentido común y, sin embargo, resulta ya radicalmente transgresora. El placer erótico está estructurado en torno al tacto, y el placer erótico al que se accede a través del resto de los sentidos es sólo excepcionalmente elemental. Es decir, que la gran mayoría de los placeres eróticos no táctiles están, de algún modo, asociados al tacto o dependen directamente de él.
                Sólo desde esta afirmación queda en tela de juicio toda la funcionalidad erótica de la belleza y, especialmente, de la belleza física, del cuerpo bello, del atractivo erótico del cuerpo. Debemos, para empezar a manejarnos en el terreno de lo práctico, llevar a cabo una separación que, si en el futuro resultare haber sido provisional, hoy es urgente. Buscaremos la sensualidad elemental en el tacto, que es como decir en el cuerpo ciego, insensible al aspecto de aquello por lo que es tocado. La función del sentido de la vista es crucial en el reconocimiento, en la denominación específica de aquello indefinido que nos toca, y de lo que sólo recibiríamos un contacto anónimo. Así, podemos aventurar que la función de la vista es la lectura del valor sensual del contacto erótico a experimentar, del que el placer sensual táctil, en sí, es sólo una comprobación. Es la vista la que determina que dos caricias similares son muy diferentemente sensuales según quién posea la mano.
                Descubrir la verdadera capacidad de producirnos placer de un contacto, independientemente del valor social de ese contacto, debe ser nuestro objetivo como investigadores eróticos; eliminar este prejuicio, tan rígidamente aprendido que llega a eclipsar la realidad del placer mismo por más que intentemos centrarnos en él. La vista es, como digo, nuestro mecanismo clave de reconocimiento del valor erótico prejuzgado (muy por encima del oído, que actúa como reconocedor una vez que la vista ha atribuido un valor).
                Entendemos que, en gastronomía, el papel de la vista es el de anticipar el sabor, de adivinarlo, de reconocerlo en el momento previo a degustarlo a partir de las anteriores degustaciones. Mediante sucesivas experiencias, la vista corrige sus expectativas, ajustándolas cada vez más a la realidad de la experiencia gustativa. Del aspecto de la fruta se espera discernir su dulzor como una traducción entre los lenguajes de los distintos sentidos, y será la mirada más experta la que pueda establecer expectativas más realistas. No sucede así en el sexo. Un cuerpo musculoso o depilado no genera la expectativa de caricias más placenteras. La satisfacción sexual que se le atribuye es la de la posesión misma, es decir, la del acto simbólico, no sensorial, que la vista contribuye a determinar. La discrepancia entre la expectativa creada por la vista y el placer producido por el tacto no será siquiera interpretada como un error técnico en la atribución, sino como un defecto paralelo, de la misma categoría. Se es guapo pero torpe o feo pero hábil, como si la belleza de por sí tuviera alguna otra función erótica que no fuera la de determinar el valor social del triunfo obtenido mediante la posesión; como si la belleza no fuera el marketing del producto erótico, y la insatisfacción de la expectativa creada no fuera simplemente un fraude.

                Tendría sentido, aunque tal vez algo extravagante, que la capacidad de producir experiencias eróticas placenteras pudiera revestirse de indicadores visuales que se reconocieran como auténticas promesas de placer, o que la práctica nos proporcionara el descubrimiento de indicadores certeros. Mientras no sea así, la belleza nada tendrá que ver con el placer erógeno, y mucho, sin embargo, con el marketing del producto sexual. Nótese, por cierto, que, a medida que la gastronomía se esfuerza por convertir en objeto de consumo generalizado eso que llama “alta cocina”, los productos de la misma desarrollan un lenguaje visual publicitario que oculta la información gustativa más que la esclarece. El buen color del vino es sólo bueno porque se entiende que ese es el color de un vino que sabe bien. Si el buen color fuera sistemáticamente seguido de un mal sabor, se convertiría enseguida en color malo. Por otra parte, el color es inútil a la hora de generar, y sobre todo estructurar, una experiencia satisfactoria en la degustación del vino, y el crecimiento de su importancia tiene que ver con la generación de una “cultura-mercado del vino” que eleve artificialmente dicha importancia como experiencia sensible con fines comerciales mal-disfrazados de culturales.
                De nuevo, una simplificación nos permite meternos en faena. Ignoramos si sentidos que no sean el tacto tienen la capacidad de generar experiencias genuinamente sensuales (y no sólo placenteras). Pero sí sabemos que el tacto es depositario de la gran mayoría de ellas, dado que el tacto de por sí es tanto necesario como suficiente para lograr el orgasmo. Sabemos, asimismo, que la vista es depositaria de la gran mayoría de las etiquetas clasificatorias de valor sexual, de modo que, mucho más que una función de generación de placer, ejerce la de un filtro de placeres legítimos, admisibles por la conciencia, e ilegítimos (la vista no es necesaria ni suficiente para lograr el orgasmo, pero es plenamente suficiente para cohibir el placer sensual, es decir para impedirlo). Para nosotros, que estamos redeterminando la legitimidad e ilegitimidad de los placeres sensuales, la vista es sólo un obstáculo que representa al guardián de viejas clasificaciones o, por mejor decir, al jefe de la guardia (que lo es también porque su experiencia es mucho más socializable que la del tacto, pues se comparte de manera inmediata). El papel que jueguen otros sentidos, o incluso determinadas experiencias táctiles, debe ser reconocido y situado en función de su condición de experiencia o de reconocimiento prejudicativo.
                Porque los elementos básicos del erotismo serán mayoritariamente táctiles, y el contenido semántico será predominante visual, estableceremos esta diáfana, aunque permeable, barrera que dejará a la vista fuera del ámbito de lo genuinamente erótico. Nada cuantitativamente determinante habrá cambiado a la hora de ser excitados por lo que habitualmente entendemos como belleza física. La novedad que conducirá a ese cambio es el desplazamiento del centro de atención. Entenderemos que el placer que “nos llegue por los ojos” será mayoritariamente una atribución o predicción de placer, y no un placer directo. Sólo el actuar desde esa conciencia mermará progresivamente la presencia de la vista y su capacidad para sojuzgar lo que, verdaderamente, nos esté pasando.


jueves, 12 de diciembre de 2013

propuesta erótica. II. EXPLORACIÓN DE LA SENSUALIDAD. 1_Tacto ciego (i)

Las perspectivas del aprendizaje sobre una actividad que se caracteriza sustancialmente por la generación de placer son notablemente halagüeñas. Ese carácter tan prometedor nos pone sobre aviso contra su propensión a establecer condicionamientos, rutinas y adicciones. La ocultación de estas malformaciones será en la mayoría de los casos el objetivo de la trascendencia. En nuestro trato con el erotismo debemos apegarnos a él humildemente, “intrascendentemente”, de modo que nada nos distraiga gravemente de su comprensión. El placer se autotrasciende en aquello a lo que se asocia, pero nosotros pretendemos, precisamente, elegir libremente a qué lo asociamos. Necesitamos aprender a diferenciar el placer directo de placer asociado o trascendido. Necesitamos eliminar de nuestro catálogo de placeres todos aquellos que lo son hoy sólo porque un día se asociaron a otra cosa que en sí ya era un placer. Necesitamos, a su vez, incorporar a nuestro catálogo de placeres a todos aquellos que, similares a los que ya lo son, fueron reprimidos o ignorados al carecer de la trascendencia que los asociaba a la columna vertebral del placer sexual. Necesitamos, en resumen, aprender el vocabulario del placer erótico.

                Para recorrer el camino de ese descubrimiento, propongo algunas pautas:

1-El placer erótico es directamente táctil e indirectamente visual.

                Como he expresado más arriba, parto del supuesto de que existe un placer sensitivo último asociado a experiencias inmediatas carentes de interpretación. En otras palabras, algunas experiencias generan de por sí un placer sensitivo, del mismo modo que otras generan displacer. El contacto con algo fresco en un ambiente caluroso produce placer, salvo que interpretemos que esa frescura está acompañada de algún tipo de amenaza, del mismo modo que un golpe es doloroso siempre y cuando no vaya acompañado de una interpretación masoquista que lo haga aparecer como algo mediatamente atrayente.

                La designificación habría servido para eliminar las intermediaciones entre experiencia y placer, de modo que encontráramos para nuestra experiencia erótica los placeres originales y pudiéramos manejarlos de nuevo como creadores conscientes de placer y, en última instancia, incluso de nuevos mensajes.

                Se trata de una interpretación simplificada de la relación entre la experiencia y el placer sensorial. Es posible que la designificación, la eliminación de macrosignificados socioestructurales del sexo, conduzca al descubrimiento de significados sencillos también intermediarios entre la experiencia y el placer, incluso hasta llegar al nivel de microsignificados muy elementales o extremadamente primitivos. Pudiera ser que no cupiera alcanzar una pureza ni tan siquiera razonable en esta higiene semántica de lo sensual, o que dicha pureza nos dejara ante experiencias de placer tan exclusivamente fisiológicas que, al aislarse, se redujeran a la trivialidad.

                Pero la posibilidad de que un modelo explicativo más completo y más filtrado por la práctica nos pusiera ante alguna de estas tesituras no es un contratiempo; nos obligará sólo a modificar la relevancia de la resignificación, o la del erotismo mismo en nuestras vidas que, como se ha dicho ya, arranca en entredicho. Si no existen placeres elementales, o si todos los placeres que encontremos en una experiencia erótica perfectamente designficada no son elementales, tendremos que incluir significados en la experiencia erótica básica. Será nuestro cometido tener la precaución de seleccionar dichos significados de modo que no volvamos a construir el erotismo sobre motivaciones tan degradantes como aquéllas sobre las que hemos construido la sexualidad.

lunes, 9 de diciembre de 2013

el manifiesto de los 343, o la abyección del "canallismo" (III). comentarios a los comentarios. legalización

             Anónimo dijo:

¿Qué diferencia hay entre ganarse la vida masajeando la espalda o realizando los masajes en el pene (o vagina)? ¿Acaso existen partes nobles del cuerpo humano que son lícitas manipular por un profesional (por dinero, claro), y en cambio otras no lo son (los órganos sexuales)?

 
En mi opinión, la prostitución es una profesión tan honorable como otra cualquiera, y no hay nada que reprochar a su ejercicio siempre que no se realice en condiciones de explotación. Y no creo que exista inmoralidad en los clientes que usan ese servicio si respetan a la prostituta.

 
En vez de criminalizarla, habría que reivindicar que la prostitución se realizara como un oficio más, con libertad de empresa y el consiguiente pago de impuestos, y se le diera el reconocimiento social que merece subrayando su carácter de asistencia social, semejante al de un fisioterapeuta o un cuidador de enfermos de sida, por ejemplo.

 
Por supuesto, la existencia de mafias que esclavizan a mujeres es intolerable sin ninguna duda (¿90%?, no me lo creo), reprochable no sólo aquí, sino en cualquier actividad. Pero penalizar al cliente, aparte de ser injusto, agravará sensiblemente el problema; aumentará la clandestinidad y las mafias se harán cargo del negocio aún en mayor medida (basta recordar lo que supuso la ley seca o la prohibición de drogas). ¿Y qué haremos con los miles de paradas que conllevaría cualquier medida represora de gran calado, suponiendo que fuera efectiva, que lo dudo? ¿Acaso les vamos a dar una alternativa laboral? Va a ser que no.

 
Para proteger a las mujeres, propongo lo contrario: en vez de perseguir a clientes y prostitutas, que sea la misma Guardia Civil la que se encargue de su seguridad, y haga acto de presencia en los lugares de trabajo donde chulos y mafias quisieran hacerse los amos.

 
Se argumenta que la mayoría de las mujeres que ejercen la prostitución no tienen más remedio debido a su situación de exclusión social, nadie escogería profesión tan ”indigna”. Pero esto último se podría afirmar de cualquier trabajo servil (aunque honrado) como limpiar los excrementos de un enfermo o poner tornillos durante 10 horas en una fábrica, y nadie propone sanciones. Se asegura que las prostitutas  dejarían el oficio si se les ofreciera otra salida profesional. Muchas de ellas responden que para hacer de chachas por un mísero salario se quedan donde están. Su queja no es que su profesión sea ultrajante (para mí, que no he usado nunca este servicio, me parece noble), sino que preferirían mejores condiciones laborales, es decir, estar mejor pagadas, un lugar cómodo para trabajar, consideración social y, sobre todo, protección de los abusos causados en gran medida por la clandestinidad y el repudio social. Pero la opinión del colectivo afectado le importa un carajo al paternalismo “bien intencionado”.

 
Contra el amor, afirmas que “la existencia de la prostitución es una manifestación más, aunque no una cualquiera, del sistema opresivo patriarcal”. Totalmente de acuerdo, pero en un sentido completamente distinto al que pretendes. Lo que confirma la dominación masculina no es el desahogo sexual de los hombres con prostitutas, sino que las mujeres no puedan hacer lo mismo. Éstas demostrarían su liberación el día que contraten los servicios de gigolós siempre que les apetezca (ganas tienen, pero no se atreven), sin temor al reproche y burla social (así no tendrán que ir a Cuba, “a bailar”).

 
En definitiva, penalizar a los clientes de la prostitución sólo servirá para aliviar las conciencias ONG de algunos, y satisfacer los prejuicios sexuales moralistas de otros (sorprende esta comunión entre la derecha rancia y la izquierda intransigente). En lo que respecta a las afectadas, a seguir en lo de siempre, pero más difícil. Total, hágase “mi justicia”, aunque arda el mundo.

 
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Estoy de acuerdo prácticamente con todo lo que dices, de modo que sólo puedo aportar algunas matizaciones.

 
Existe algún tipo de legalización que es el futuro deseable para la prostitución. Es razón suficiente para aceptarlo, entre otras, la evidencia de que muchas personas necesitan de asistencia sexual porque a día de hoy no pueden tener una vida sexual satisfactoria mediante el libre intercambio. Coincido en que la condena feminista o progresista a la prostitución arrastra a veces resabios de condena a la libertad sexual misma.

 
En cuanto a las posibles consecuencias negativas de la prohibición, también parece que, si nos remitimos a antecedentes históricos, la medida puede resultar contraproducente.
 

Pero, como decía, maticemos. La esclavitud, en toda la gama que la prostitución ofrece, y en el porcentaje sea el que sea, siempre significativo, que actualmente presenta, es un problema de magnitud superior cuya solución no puede posponerse. Tanto la prohibición como la legalización pasan de largo por él. Ni la legalización garantiza el fin espontáneo del esclavismo ni la prohibición garantiza la disponibilidad de medios. Frente a una legalización que debería someterse a un estudio profundo en su implementación para lograr este resultado, la prohibición sitúa al comercio esclavista en el punto de mira de la acción inmediata de la justicia.

 
Se dirá que el esclavismo ya es delito, pero que no se persigue. Pero hay que añadir que, con la prohibición, es el consumidor de ese esclavismo el que está también amenazado. Y parece lógico que sea así. En la práctica no es plausible la idea de que dicho consumidor se informe previamente de las condiciones laborales y personales de la prostituta. Exigir que esto se hiciera bajo responsabilidad del consumidor sería una forma tácita de prohibición y equivaldría a la prohibición misma.

 
En cualquier caso, la reacción, o al menos mi reacción, no es en defensa de una ley que considere adecuada, sino de una sensibilización que considero adecuada, aunque sus consecuencias legales estén por verse. Y, sobre todo, reacciono a una insensibilidad gravísima, representada por los firmantes del manifiesto y actitudes afines, cuya única preocupación es la libertad de comercio sexual, que debe ser conservada a costa de cualesquiera que sean sus consecuencias. Lejos de aportar alternativas, como tú haces, las protestas contra la ley se han escudado exclusivamente en una supuesta demonización de la prostitución como representante de la disponibilidad libre del cuerpo. A la insensibilidad frente a la prostitución realizada en el marco de la esclavitud, se añade otra casi tan grave frente a la prostitución realizada en el marco del patriarcado, condición menos circunstancial, si es que la otra lo es algo. Lo que conlleva realmente el comercio de la prostitución es una vejación patriarcal más o menos consentida, más o menos aceptada, más o menos disfrutada, pero vejación en última instancia porque constituye la cosificación de un grupo social por parte de otro. Del mismo modo que un trabajo servil cosifica al trabajador (es decir, que no vale la excusa de que alguien tiene que hacerlo, porque eso condena a que lo hagan siempre los mismos, hasta entregar por ello su vida), la prostitución patriarcal cosifica al gremio de las prostitutas y al género femenino como conjunto, en tanto que sólo un género es prostituido, y la materialización de dicha prostitución va acompañada de una profunda carga simbólica que refuerza la cosificación. Recordemos que una relación sexual estándar obedece generalmente a patrones humillantes, ya sean tradicionales o pornográficos. La relación sexual tipo en el ámbito de la prostitución es una experiencia que implica humillación.

 
Todo esto no sólo no llegan a planteárselo los 343, sino que, abierto el debate, lo desprecian, y se permiten convertirse en opinión pública desde ese desprecio. Su actitud es coincidente al cien por cien con la actitud patriarcal frente a la opresión femenina. Es esa actitud la que convierte a la prostitución en lo que es, y la que los convierte a ellos en legítimo objeto de la más dura crítica. Sólo se manifiestan porque se toca a su puta, y de nada quieren oír hablar salvo de que se pueden quedar sin ella.
 

Es posible que la prohibición no vaya a cambar las cosas de manera radical. La legalización alemana tiene también sus detractores y datos chirriantes, aunque a juzgar por el conjunto de las opiniones es posible que se haya producido una mejora.
 

Por su parte, parece obvio que la legalización encubierta que pretende la nueva Reforma del Código Penal en España secunda una ideología que nada tiene que ver con la libertad sexual ni con la dignificación del trabajo.

 
Donde no nos equivocamos es transformando la cultura de la prostitución que hace gracia en la de la del patriarcado opresivo que se desfoga trágicamente en ella. La razón por la que las mujeres no reconocen su deseo de consumir prostitución no es un pudor o una hipocresía de género. Aquí, el hombre sólo reconoce que la consume allí donde no le perjudica. Y, como es sabido, cuando va al caribe, no se conforma con bailarinas hechas y derechas.

           

domingo, 8 de diciembre de 2013

propuesta erótica. II. EXPLORACIÓN DE LA SENSUALIDAD

Una vez que hemos liberado al trato entre personas de la intermediación necesaria del sexo, es el momento de ver si al sexo le queda algo que ofrecernos o debe quedar arrumbado por una nueva fase evolutiva.
 
No hace tanto que cazar es prácticamente privativo de grupos sociales reaccionarios. Hasta hace bien poco formaba parte de las habilidades necesarias que para la subsistencia del grupo debían poseer uno o varios de sus miembros. Los campesinos en occidente fueron hasta hace escasas décadas cazadores rudimentarios, y el producto de la caza era para ellos un complemento proteico que se convertía en esencial en circunstancias económicas adversas. Cazar nunca ha sido discutible, (como sacrificar al ganado del modo más rentable, esto es, con inobservancia completa del sufrimiento infligido), hasta nuestros días, en que la ausencia de su necesidad nos obliga a replantearnos su sentido. Hoy predomina una visión crítica o, al menos, aprensiva, sobre la actividad cinegética.
 
La caza ha ido acompañada tradicionalmente por el placer morboso de la muerte del otro que implicaba la supervivencia de uno mismo, la victoria temporal frente a una naturaleza que nos consume y cuyo medio de subsistencia disponible huye invitándonos a la empatía con su propio instinto de supervivencia. El hecho de cazar, de matar, de elegir la muerte del ser inferior frente a la muerte propia (en la guerra, también inevitable desde la perspectiva del sujeto hasta fechas bien recientes, se elige de modo igualmente necesario entre la supervivencia de iguales, por la supervivencia del grupo propio con vínculo afectivo, de modo que la paradoja emocional y el morbo que la acompaña es aún mayor) comporta la experiencia de un placer inquietante y extremo que estructura la vida de las sociedades que dependen de la técnica de la caza.
 
Pero, desaparecida esta necesidad, la del placer morboso de la muerte queda en bochornoso entredicho, y aquellos colectivos que la practican, desprovistos de argumentos con los que tapar sus vergüenzas. Lo que los mueve ahora es el placer de seguir matando, aprendido en tiempos de necesidad de que la muerte se produzca.
 
Si el sexo sólo puede producirse en un entorno emocional del morbo posesivo, entonces nuestro grado de desarrollo humano nos ofrece ya la perspectiva de una sociedad en la que debemos prescindir del sexo, en tanto que la reproducción (y, por supuesto, la comunicación) puede organizarse sin la opresión que las relaciones sexuales generan.
 
Es desde esta conciencia de que el sexo carece a priori de una función que para nosotros lo convierta en necesario, desde la que abordaremos la que puede ser una siguiente fase de transformación del sexo en erotismo o, simplemente, una segunda estrategia simultánea.
 
Nos hemos despojado de todo lo que había en el sexo, no sólo para disponer libre y críticamente de aquello que en él estaba hasta ahora implícito, sino para poder encontrarnos, en la medida de lo posible, con el “sexo en sí´: el sexo sin más objetivos que aquello que tenga la actividad sexual como consecuencia directa, propia o inevitable (y  ya sabemos que la procreación es perfectamente evitable).
 
Que nadie espere aquí demasiadas respuestas. Todo tendremos que aprenderlo porque de sexo designificado apenas se dice nada, y desafío a cualquiera a que localice la referencia bibliográfica donde el sexo, incluso el más científico, no sea explicado en el contexto de la pareja monógama fusional. El sexo es siempre explicado como motivación acompañante de la experiencia de la fusión gámica, y jamás como actividad capaz de motivar por sí misma y que merezca ser observada en sí. Sólo en la literatura pseudo-oriental encontramos un culto consciente al sexo mismo, no necesariamente apareado. Sin embargo, esta literatura acaba presentando al sexo como una actividad trascendente, es decir, vehículo de otra cosa, normalmente un despertar espiritual que es el sustitutivo de la fusión gámica occidental, y con el que comparte el carácter de profecía autocumplida.
 
Nosotros buscamos lo contrario; buscamos eliminar la trascendencia del sexo para conocerlo. Este acto de eliminación de la trascendencia lo convierte, ya de por sí, en actividad erótica, culminando su emancipación con respecto a la reproducción, origen del dimorfismo sexual y de la relación etimológica entre éste y el acto de unir ambos dimorfos.  Los individuos se unen ahora para investigar la trampa biológica del apetito sexual y del placer de los prolegómenos de la fecundación que coadyuvan a ella. Queremos saber qué es ese residuo biológico y si posee para nosotros, para cada uno de nosotros y para nosotros como grupo social, algún interés.
 
Tendremos que afrontar lo que, en toda regla, habrá de ser una educación erótica.

viernes, 6 de diciembre de 2013

propuesta erótica. I. DESIGNIFICACIÓN. (y xiv) ante una vida sin motivación sexual

            Tenemos relaciones sexuales para robar su valor simbólico. Una vez que designificamos este valor simbólico, el robo deja de tener atractivo. Nos quedamos solos ante el sexo; ante el sexo por el sexo. Pero el sexo nunca nos ha interesado, y ahora no sabemos qué hacer con él.

          Descubrimos una angustia contradictoria: ahora vemos que el sexo no tiene sentido, pero habíamos aprendido que la vida, sin él, tampoco.

          ¿Se trata de un bucle existencial que debe conducirnos al suicidio?

          No. Se trata de una liberación. Del primer encuentro libre con el sexo, al que ya no estamos obligados. De la primera ocasión en que podemos darle al sexo un uso no enajenado. Del momento cero del erotismo.



Éstos son nuestros “juegos sexuales”: Lamentablemente lejos de su pretensión de actividades lúdicas donde se aprende jugando, donde el juego crea, dinamiza, motiva y descubre; flagrantemente ajenos al juego colaborativo en el que los participantes se ayudan mutuamente a logar la satisfacción y el desarrollo. En nuestros verdaderos juegos sexuales, en los juegos sexuales que tienen lugar por debajo de nuestro discurso, y a las claras luces de nuestros actos, los participantes compiten entre ellos por el valor sexual, por el símbolo de la entrega gámica que especula con la esclavización.

Lxs participantes compiten entre sí y frente a la sociedad ausente, incrementando el valor subjetivo de ambos a la vez que lo depredan; generando una burbuja de valor que estallará en cuanto la realidad se aproxime con decisión a cualquiera de sus puntos débiles. Cuando descubran la falsedad del valor impostado del otro, la de la esclavización alcanzada del otro, que aspira, en realidad, a esclavizar; la del valor subjetivo de los otros, también hinchado hasta el límite de la resistencia del sentido de la realidad y, por tanto, próximo a estallar, pero también a adquirir dimensiones amenazantes; cuando descubran las trampas establecidas a medio plazo para atrapar el valor ganado hoy, que es siempre un préstamo a un interés tan alto que, salvo que logremos incrementar de nuevo nuestro valor, tendrá como resultado una operación con saldo negativo.

Follamos sin follar, porque lo hacemos para lograr de ello un resultado del que esperamos satisfacciones mucho mayores. Follamos como medio para haber follado, para dejar “bien folladxs”, que no es “satisfechos de follar”, sino con la despensa llena de follar en conserva, y segurxs de su valor como “follables”. “Dejar bien follado” es cerciorarse, a base de cantidad e intensidad, de que el deseo de follarnos no es impostado, es decir, carente de respaldo bancario, así como de que la miseria de nuestro valor como follables puede cubrirse razonablemente mediante una sola operación, gracias a un solo cliente, que consta ya en cartera.

Follamos sin follar y, al no follar, dejamos más y más de saber si queremos el follar para algo, o sólo participamos de su comercio porque no hay forma de socializarse fuera de él. Follamos con la ilusión de vernos crecer en el sexo, como hacemos un examen con la ilusión de convertirnos en personas tituladas. Si las condiciones de la realización de un examen fueran sensuales, si las notas se concedieran al azar, partiendo de un aprobado casi garantizado, si no hubiera que llegar a él tras un penoso esfuerzo cargado de estrés y renuncias, si examinarse fuera, no sólo agradable en su realización, sino garantizadamente rentable en sus resultados, entonces, simplemente, sería como follar.

Ésta es la razón por la que resulta especialmente difícil designificar el morbo del sexo. Es considerablemente complicado imaginar un sexo sin morbo, porque el morbo es tan sustancial a nuestra cultura sexual que, en muchas ocasiones, designificarlo conllevará vaciar el sexo por completo. Un sexo sin morbo no sólo carecerá de significado, de simbolismo, sino incluso de razón de ser y, por tanto, de intencionalidad. El sexo sin morbo es un sexo para nada.

La designificación del morbo será reconocible, normalmente, en este vacío. Por fin sucede aquello que parecía que sucedería con los significados anteriores: si no puedo poseer a la persona con la que realizo una actividad susceptible de procurarme placer sensual, dicho placer sensual, desnudo, no es capaz de motivarme ni, por supuesto, de hacerlo lo necesario como para superar la mayoría de los obstáculos que habitualmente me separan del acto sexual.

Efectivamente, dado el mundo en que vivimos, si no fuera por el morbo, no se follaría. El sexo dejaría de ser el nudo significativo en el que se enraíza el amor, y no habría potencia capaz de convertir a los individuos en proyectos monógamos susceptibles de adaptarse a la estructura familiar instituida. Como se ve, el desplazamiento de cualquiera de sus piezas claves afecta a la sustentación del edificio completo.

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Hemos llegado al final de la cebolla, y nos encontramos con las manos vacías. Si queremos recuperar el “sexo para algo” tendremos nosotrxs mismxs que desarrollar su “para qué”. Pero ¿para qué desarrollarlo? El sexo nos ofrece un medio, pero no un fin, de modo que difícilmente podremos abordarlo desde otra perspectiva que la curiosidad. Pero la curiosidad verdadera tiene que saber reconocerse a sí misma. Su fin es el descubrimiento de la materia sobre la que se proyecta; su ánimo, equilibrado y sereno. Deberemos, a partir de ahora, familiarizarnos con esta serenidad. El entusiasmo excesivo será, o indicio de que el morbo vuelve a abrirse paso entre nuestras motivaciones, o de que el placer sensual como fin en sí mismo nos atrae por encima de lo que corresponde a su propia trivialidad.

Evidentemente, no podemos proceder en la vida con el artificioso orden de una teoría, pero si pudiéramos, habríamos ya alcanzado el primer objetivo en la construcción de un sexo contra el amor, antipatriarcal y anticapitalista. Llegados a este punto estaríamos libres de cada una de las motivaciones insidiosas que el sexo tiene en nuestras vidas, aquellas que lo convierten en la trampa de la monogamia, en el vehículo para instrumentalizarnos como perpetuadores irracionales de la especie, en objeto y medio de una pandemia adictiva, sólo testimonialmente sacada a la luz, en mercancía estrella de la cultura del consumo, producto por el que vincular unos consumismos con otros para que todos sean deseados más allá de cualquier razón de ser de ese deseo, en pieza clave de la despolitización y el control sobre la ciudadanía, pulverizada en res familiar,  todos miembros de un inmenso rebaño de microformaciones independientes, pasivas y sin conciencia colectiva. Y, por ende, en seres enajenados de su placer sensual.

De todo eso nos hemos ya librado. Creíamos que carecer de deseo sexual era perder la razón de vivir, y sin embargo es perder la compulsión consumista de someter a lxs otrxs para adquirir valor social subjetivo y prestigio a nuestros propios ojos. Creíamos que el sexo daba sentido a la vida y, en realidad, no sabíamos qué era la vida porque estábamos enajenados por el trabajo sexual. Llamábamos “ilusión” a la adicción, y ahora, sin adicción, como a cualquier adictx, se nos viene encima el peso del sentido de una vida que se resolvería inmediatamente si volviéramos al viejo vicio.

Pero, si vamos a superar nuestra cultura adictiva debemos ser capaces de enfrentarnos a la transformación de las motivaciones mediante la superación de las que son irracionales y adictivas. Que la propia estupidez de la pregunta nos sirva de asidero: “¿Qué sentido tiene una vida sin sexo?” Si el sentido de la vida depende del sexo, entonces es evidente que el ser humano no ha encontrado sentido a su vida. El papel que el sexo vaya a tener en la vida tendrá que formar parte de una vida a la que él encuentre ya con sentido.

Con la designificación completa, si somos capaces de llevarla a fin, hemos dejado de vivir para el sexo. Deberíamos celebrarlo.

La designificación no es sólo una crítica. Es una práctica, y debe ser entendida, además de como la descripción de las líneas de significado que conforman la vida sexual que la condena del amor rechaza, como la primera propuesta conducente a la transformación de la vida sexual o, si se quiere, del sexo en erotismo.

jueves, 28 de noviembre de 2013

somos 1000. respuesta a un comentario

                 Anónimo dijo:

             Hola. He leído (a veces en diagonal) diversas entradas de este blog. Tengo muchísimas cuestiones que plantear y temas que abrir. Por lo menos hemos de agradecer este blog, que trata el tema de una manera diferente (no digo que acertada) e intenta arrojar un poco de luz en medio de tanta oscuridad.

             Vamos a mis temas/cuestiones:

             1º El amor no es solamente de pareja. Entiendo que aquello de lo que está en contra este discurso es en contra del amor de pareja y el amor monógamo. Dejamos a parte el paterno/maternofilial, ¿no? ¿Qué ocurre con ese amor?

             2º ¿Se han dado cuenta de que Platón define el amor como privación? Pero no por eso renuncia al amor. Comte-Sponville (libro: ''Ni el sexo ni la muerte'') reflexiona sobre eso, y aclara ''que no hay amor feliz'' (citando a A. Bretón) pero al mismo tiempo concluye que ''no hay felicidad sin amor''. ¿Qué pasa con eso?

             3º En un libro, Francesco Alberoni (no era gran cosa de libro, terminé tirándolo, pero merece la pena rescatar alguna idea) señala que el amor no es continuo. Nace y muere, y con cada nacimiento y muerte, con cada ruptura el amante aprende a amar mejor y a amarse mejor, en una especie de construcción permanente del propio yo emocional.

             4º Occidente, gracias al divorcio, ha sustituído la monogamia vitalicia por la monogamia sucesiva socialmente tolerada. ¿Es una etapa de transición hacia una nueva concepción de las relaciones emocionales/sexuales, la entesala del poliamor socialmente tolerado, el prólogo a las relaciones abiertas generalizadas?

             5º Los celos, la monogamia, la exclusividad sexual, ¿pertenecen a nuestra socialización primaria, a la estructura cultural de nuestra psique... a qué?

             Saludos!

 

             Muchas gracias por un comentario tan elaborado y articulado, más aún por tener la paciencia de leer entradas del blog y, sobre todo, enhorabuena por lograr hacerlo en diagonal, que debe de ser, dado lo farragosa que muchas veces es mi prosa, como esquiar sobre un canchal.

             El modelo que propongo en “contra el amor” requiere de todo este trabajo de especificación, de aclaraciones, de ejemplos y de propuestas, de modo que avanzamos un poco más, y lo hacemos un poco más coherente, con cada una de estas aportaciones.

             Voy a contestar lo mejor que pueda punto por punto:

             1_El rasgo psicoemocional sustancial del amor es el narcisismo idealizante, es decir, el mirar por los propios intereses, por la propia satisfacción, como si ésta fuera posible gracias a él, y como si de ese modo se lograra también la satisfacción de los demás. Para aceptar este disparate requiere de un irracionalismo salvaje y abierto que es su principal rasgo ideológico. Así pues, encontramos que la sustancia del amor de pareja no es sólo la sustancia de todos los amores, sino que el amor de pareja es el amor en el que dicha sustancia aparece de manera más perfecta. De ello podemos entender que este amor “logrado” inspira al resto y que su erradicación implica la erradicación de los demás. Eso, por supuesto, no significa que las relaciones entre las personas queden desprovistas de afecto y del necesario cuidado. Quiere decir, simplemente, que dejan de ser dominadas por el afecto irracional narcisista.

             Hablo de ello en esta entrada.

             2_Platón entiende que el amor es la fuerza que nos impulsa hacia lo bueno, y que en tanto que nos impulsa implica que lo bueno no ha sido alcanzado, es decir, que carecemos de ello. Hablar de que “amor es carencia” sería casi un juego de palabras. Podría también decirse que es “presencia del deseo de lo bueno”. Nuestro amor, sin embargo, relativiza la bondad de nuestro objetivo, aceptando cualquiera siempre que sea el que hemos decidido. Así, se convierte simplemente en “motivación”, sin carácter moral. A ello se le añade el carácter inmoral del objeto inducido por la cultura social, que es de finalidad fundamentalmente ostentosa. Una motivación educada convertiría al amor en un fenómeno deseable. Pero la funcionalidad sistémica del amor impide esa conversión, de modo que la alternativa debe ser definida al margen del concepto de amor.

             Comte-Sponville hace un uso vacío de la contradicción platónica y demuestra poco interés por su solución. No explica, por ejemplo, por qué el amor no desaparece, como ocurriría en Platón, justo cuando el objeto es alcanzado (que desaparezca con el tiempo es una constatación insuficiente).

             3_No conozco a este autor, pero entiendo que su afirmación se aprovecha de una obviedad, y es que las experiencias enseñan, especialmente si generan problemas que deben ser resueltos. Nadie concibe el amor como una sucesión de problemas a resolver. De hecho, dicha resolución, que según el texto que citas es la separación, constituye el fin del amor, es decir, su fracaso. La adaptación de la ideología del amor a la idea de que éste debe acabar con el tiempo no sólo es una derivación del sustrato principal, sino una solución poco menos mala que la otra, porque entiende las relaciones como entusiasmos fraudulentos y estériles que no construyen vínculos con el entorno, sino que mantienen al individuo en un aislamiento sucesivo.

             4_Es cierto que esta situación genera una contradicción, como queda de manifiesto en el punto anterior. No tengo una opinión formada sobre si la sociedad camina hacia algo mejor gracias a dicha contradicción. En todo caso puedo decir que considero deseable que los individuos conserven, al menos, su capacidad para salir de la relación una vez que comprenden que es opresiva. Este progreso en la libertad, que permite, por acumulación y refresco de experiencias, una formación mayor, está, sin embargo, amenazado por otras fuerzas ideológicas que dificultan, al menos para mí, la previsión. No nos queda más remedio que pensar que el futuro, en alguna medida, depende de lo que hagamos con el presente.

             5_El individuo comprende la funcionalidad de sus vínculos sociales a medida que descubre y comprende su entorno. Este principio podría hacer pensar que los celos son antes que la liberalidad. Pero incluso el egoísmo primigenio está atravesado de cultura, esta expresado en forma de unos determinados usos e ideas, que determinan si el comportamiento tendrá como resultado la opresión o la socialización edificante. Sólo porque la angustia del individuo se encauza por el camino de la posesión de la pareja es posible que los celos sean un elemento estructural de las relaciones. Mucho más poderoso que cualquier factor primigenio, hoy día, es el bombardeo informativo contradictorio que condena los celos con una mano y los promueve con mil.

             Un saludo.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

el manifiesto de los 343, o la abyección del "canallismo" (II). comentarios a los comentarios



Tyfus dijo…

Diecisiete párrafos para que toda su argumentación se resuma en 3 lineas " La otra consecuencia es que una reducción drástica del consumo de prostitución asequible repercutirá directamente en la franja correspondiente a la esclavitud y, por lo tanto, la medida es un golpe poderoso a dicho sector del mercado. Seguirá habiendo prostitución, pero habrá menos esclavas (medida, por lo tanto, netísimamente de izquierdas)."

la única razón para escribir tanto a favor de una medida ¿es una premisa falsa?

Penalizar a una persona por llegar a un acuerdo comercial en el que ambas partes están de acuerdo porque se den otros delitos en ese ámbito es de lelos, lo que hay que hacer es perseguir los delitos, no crear unos nuevos. La medida sólo añadirá un componente extra de marginalidad a un colectivo, haciendolo más susceptible a la entrada y control de las mafias, pero supongo que es más fácil hacer como que hacemos algo que reconocer que lo qeu teníamos que hacer no se está haciendo.

Curioso que tanto artículo como primer comentario hagan tanto énfasis en las heces para alguien que opina diferente...

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Seguro que me he explicado mal. Mi intención no era tanto escribir a favor de la medida, que lo era, sino en contra de los argumentos esgrimidos para reprobarla. Expuestos sintéticamente, son los siguientes:

1-cada uno tiene derecho a establecer con su cuerpo libres relaciones contractuales.

2-cada uno tiene derecho a ser satisfecho en sus necesidades sexuales.

3-la prostitución es una salida laboral para personas en situación de exclusión social.

4-la medida es ineficaz porque prohibir algo siempre lleva al aumento de su demanda y clandestinidad.

5-la medida es ineficaz porque no se puede hacer desaparecer algo que siempre ha existido.

6-la medida es injusta e ineficaz porque no se dirige sobre el problema mismo sino sobre la parte más débil del problema, perjudicando a practicantes inocentes de dicha actividad.

Los argumentos 1, 2 y 3 son rebatidos por la importancia del problema perseguido. Dado que la esclavitud es un daño que, en estas circunstancias, está llevado a mayor gravedad que la pérdida de la libertad sexual y el deterioro de la exclusión social, e infinitamente mayor que la pérdida de la libertad contractual indiscriminada (que, por otro lado, ni existe ni ha existido jamás), resulta que los argumentos 1, 2 y 3 pasan a la consideración de males menores.

Los argumentos 4 y 5 son generalizaciones falaces que, si bien no se pueden generalizar en sus contrarios (“la medida es eficaz porque se puede hacer desaparecer algo que siempre ha existido”, por ejemplo) encuentran rápido contraejemplo a poco que se los tome mínimamente en serio.

En cuanto al argumento 6, que entiendo que es el utilizado por tyfus, hermana guapa de las dos anteriores y víctima de la misma genética defectuosa, diré simplemente que la política y la legislación no son actividades asépticas, sino noble o innoblemente sucias, según el caso, pues dependen siempre, para valorar su justicia, de un cálculo no redondo de sus consecuencias. Las legislaciones están plagadas de prohibiciones sobre acciones que, realizadas sin ánimo de daño, no tendrían por qué ser prohibidas, pero que constituyen una oportunidad difícilmente controlable para realizar un daño (por ejemplo, la prohibición de venta de tabaco a menores, que no implica consumo, pero que da una facilidad incontrolable para realizarlo).

La medida francesa puede acabar resultando ineficaz (sobre todo si no se ponen los medios para ejercerla), pero pocas pueden ser las voces autorizadas a afirmar con rotundidad su inadecuación. Sin embargo, las voces han sido muchas, estruendosas y estridentes, desesperadas, se diría, como si denunciaran una obviedad que en modo alguno, como se ve, puede serlo. Contra ellas, como ya estaba escrito, va el artículo; contra quienes siguen obviando que, ante todo, estamos hablando de esclavitud, secuestro, violación y muerte. Es duro asumir la idea: “me he aprovechado sexualmente de la esclavitud de una persona”. El incentivo para hacerlo es pensar que se ha evitado la reincidencia en una culpa tan difícil de soportar.

Sí concedo, sin embargo, la afirmación de que el texto está compuesto de 17 párrafos. No lo he comprobado personalmente pero, en este punto, confío en el buen criterio del comentarista.

martes, 12 de noviembre de 2013

el manifiesto de los 343, o la abyección del "canallismo"


                Escribo este texto para constatar mi desconcierto.

                Siempre resulta chocante encontrar a colectivos conservadores adoptar actitudes reivindicativas propias de la izquierda. Las manifestaciones contra el aborto, o las celebraciones de los triunfos electorales del pp son comportamientos copiados e impostados que despiertan espontáneamente aprensión. Al ver a la clase alta comportarse como si fueran la chusma a la que desprecian, es decir, nosotros, intuimos una aberración oculta que puede adoptar muchas formas en nuestra fantasía: Tal vez se trate de una derecha paria, que hace méritos frente a la derecha noble aviniéndose a actuar como su proletariado propio, aunque el verdadero proletariado, el que tiene conciencia de serlo, les resulte demoníaco. Tal vez sea la derecha noble misma, aceptando cambiar la cara durante unas horas por responsabilidad de clase, para desquitarse después frente a un menú de 150 euros. Tal vez ellos mismos se han convencido de que esto es bueno, aunque haya sido siempre malo, y sienten por dentro un desagarro torturante que convierte su gesto de alegría en una mueca cerúlea.

Yo qué sé. El caso es que no hay cosa más grotesca que un manifiesto de derechas. Los 343 “sinvergüenzas” que firman el texto por el que se pide al estado francés que no sancione a los usuarios de la prostitución se convierten en 343 payasos que parecen haber sido empujados a escena por sus superiores de una patada en el culo. “Haceos los indignados”, da la impresión de que les hubieran ordenado, a pesar de sus súplicas por evitar la personificación de la patochada. Y ellos, obedientes, se enfundan el traje raído, ensayan una mirada indefensa, y se ponen al frente de una imaginaria masa social que no pudiera por más tiempo soportar el acoso de las instituciones y que, muda hasta hoy, decide por fin lanzarse a la calle a luchar por su dignidad.

Los últimos tiempos han puesto a prueba nuestra capacidad para respetar opiniones discrepantes, y la mía se ha acabado ante determinados excesos. Por supuesto, el hecho se califica por sí solo. Que esta panda de desequilibrados parafrasee el manifiesto a favor del derecho al aborto que en 1971 firmaron 343 francesas entre las que se encontraban Simone de Beauvoir, Marguerite Duras o Monique Wittig deja ya claro hasta qué punto se están tomando en serio a sí mismos. Se diría, por lo alto de sus miras, que son, en realidad, conscientes de su insignificancia, de su condición de karaoke de borrachos. Pero es que ante el dato, que yo no puedo contrastar, de que el 90% de la prostitución se desarrolla en condiciones de esclavitud, la prosa vacía del manifiesto, reivindicando el derecho de cada uno a utilizar su cuerpo como desee, invita al insulto arrollador y a la humillación pormenorizada; a la descripción cristalina, pública y en detalle de lo que implica, desde el punto de vista, moral firmar esa cosa.

Pero mi estupor no es consecuencia de haber tenido noticia de la anécdota estrafalaria del día. En realidad, ha llegado cuando he intentado encontrar eco a mis impresiones en los comentarios que la acompañaban, y he descubierto que el raro era yo. El argumento predominante es ése de la libertad, y las referencias a la esclavitud se hacen como constatación de que, sí, la esclavitud existe, pero la prostitución voluntaria también, y que no hay que confundir una cosa con la otra, a riesgo de mermar el desarrollo social. “¡Salvemos la prostitución humanista!” parecía ser el eslogan subyacente.

Le habrá pasado a cualquiera. En esos momentos te preguntas si has comprobado qué medio estás leyendo, porque claro, en internet, de vínculo en vínculo, enseguida olvidas dónde vas a caer. Le doy velozmente a la ruedita para que me muestre el encabezado y ¡no hay error!: Diario Público. Es decir, o hay una campaña de troles, que parece una posibilidad remota pero a considerar, o así piensa la izquierda. He volado a facebook para ver si la edición aquí había corrido mejor suerte, y qué va. “Cada uno que haga lo que quiera”, “A los que hay que perseguir es a los tratantes de personas”, “Es imposible abolir la prostitución” “¿Y qué pasa con la prostitución masculina?”

Me saca de quicio la agresividad feminista (expresándose con rigor habría que decir “la agresividad de ciertos feministas o de cierto feminismo, que alimentan, irresponsablemente, el odio entre géneros con la consecuencia de acentuar sus diferencias”, pero la realidad es que el receptor normalmente no distingue, y sólo ve que quienes más enarbolan la bandera del feminismo son quienes más le insultan a él por cosas que, a veces, ni siquiera ha escuchado jamás ni ha tenido la oportunidad de plantearse). Pero, ante situaciones como ésta, comprendo que la sensibilidad debe de estar a flor de piel, y la paciencia lejos ya de su última gota.

En fin, puestos ya los 343 capirotes, serenemos los ánimos y hablemos los demás, hijos todos de dios.

Es evidente, y siempre viene bien asentarse sobre lo evidente, por evidente que resulte, que el tema de la prostitución es complejo. La perspectiva feminista nos ayuda a comprender su orientación de género y nos ahorra mucho esfuerzo a la hora de buscar, ordenar y aburrir con datos. La existencia de la prostitución es una manifestación más, aunque no una cualquiera, del sistema opresivo patriarcal. Es su sexualidad extra del hombre, concedida básicamente por dos razones; la primera, porque el hombre, como institución, manda y hace lo que le da la santa gana, de modo que si quiere sexo debe disponer de él a granel, y si eso implica que la mujer (como institución) no lo tenga, pues se inventa la puta, que me permite dejar a mi mujer en casa e irme a follar yo mientras ella me cría a los hijos con la ropa cosida a la piel. La segunda razón es que la represión sexual necesaria para constreñir la vida sexual en vida reproductiva, a la que se añade la necesaria para convertir al individuo en consumidor compulsivo de la sociedad de mercado, genera tal ansiedad sexual que no hay liberación sexual que haga carrera de ella. Vamos que, sin prostitución, no sólo el hombre como género opresor rechazaría el matrimonio por demasiado igualitario, sino que como género sexualmente compulsivo desarrollaría un comportamiento sexualmente aún más patológico, si es que eso cabe, que es discutible.

El hombre crea este mercado movido por las consecuencias que tendría el no crearlo. Las consecuencias, sin embargo, de su creación, le importan lo justo. Hoy por hoy, repito, esas consecuencias son, o dicen que son, un 90% prostitutas en situación de esclavitud. Francamente, si el dato es una gran mentira pergeñada por una logia feminazi me importa lo que la imagen pública de un firmante del manifiesto. Si es el 60%, o el 40, o el 16, cualquier otra consideración palidece, incluso la que le sigue inmediatamente en importancia, que es la función de la prostitución como salida laboral para colectivos marginales.

Existe un problema de extremada gravedad y urgencia: el mercado del sexo tiene lugar en condiciones de esclavitud en dimensiones que le son sustanciales: el mercado del sexo es, por lo tanto, sustancialmente esclavista. Esta frase debe grabarse a fuego en nuestra sociedad, para que todos actuemos en consecuencia, incluso ese colectivo psicótico llamado “clase alta”.
 

Buscando responder de algún modo a este problema, en Francia se va a proceder por las bravas prohibiendo su consumo bajo multas de hasta 1500 euros. A mí me da igual si esto es oportunismo político o la gran aportación de Hollande a la historia de la socialdemocracia. Lo que debemos plantearnos es si la medida es una buena idea.

Está claro que si el “servicio” que estoy pagando, pongamos por 50€, me hace correr el riesgo de una multa de 1500, es decir, de un encarecimiento del 3000%, me va a disuadir con mucha más eficacia que si dicho “servicio” me cuesta 10.000€ y me arriesgo, por lo tanto, a pagar un 15% más (algo así como si tuviera que hacer factura y, por lo tanto, pagar el IVA). También salta a la vista que quien recibe 50€ por realizar dicho “trabajo”, descontado la leonina parte, sea cual sea, que de dicha cantidad sustraiga el ”empresario”, se encuentra en mucho mayor riesgo de exclusión social y esclavismo que quien recibe 10.000€ de los que “sólo” acaba viendo, pongamos por caso, 2.000.

Es decir, que esta medida va a hacer que la prostitución deje de ser un privilegio escalonado para convertirse en un privilegio completo. En Francia, si la aplicación es eficaz, ya no habrá usuarios que consuman prostitución en función de su poder adquisitivo, sino usuarios que no la consuman y unos pocos que sigan consumiéndola del mismo modo que siempre lo han hecho. Vamos, que se abundará en la discriminación clasista (medida, por lo tanto, netamente de derechas). La otra consecuencia es que una reducción drástica del consumo de prostitución asequible repercutirá directamente en la franja correspondiente a la esclavitud y, por lo tanto, la medida es un golpe poderoso a dicho sector del mercado. Seguirá habiendo prostitución, pero habrá menos esclavas (medida, por lo tanto, netísimamente de izquierdas).

A falta de la posibilidad real e inmediata de multar en función del nivel adquisitivo (pero de verdad, no con oscilaciones simbólicas), y a falta de la posibilidad real e inmediata de controlar el esclavismo en la prostitución, he aquí una chapuza para salir del paso. En las circunstancias actuales, es difícil argumentar contra la necesidad de, al menos, una chapuza. Las costrosas razones aducidas por sus detractores son la prueba. Bienvenida sea. Bienvenidísima. Pero que no sirva para olvidar todo lo que deja sin hacer.

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Mi perplejidad reciente se ha completado con el descubrimiento de este hermoso artículo de Arturo Pérez-Reverte, antiguo él, pero, por misterios de la viralidad, revitalizado en mis redes sociales.


Convengo en que la mejor medida contra la completa mierda es ignorarla. Pero a veces merece la pena rescatar una muestra sólo para tener bien localizado el culo que la produjo, no vaya a ser que luego abarrotemos las librerías y las salas de cine heridos de desinformación; no vaya a ser que tengan repercusión y prestigio las voces menos adecuadas (y Pérez-Reverte obedece mucho al estereotipo de “intelectual independiente y outsider” que de todo opina, con nadie se casa y en todas partes acaba haciéndose soportar).
                Para qué comentarlo. Yo lo dejo aquí. Sólo decir que, leyéndolo, me vienen a la cabeza los 343 papanatas, y me los imagino a todos con su cara.

sábado, 2 de noviembre de 2013

somos 1000


Somos 1000 de modo que, a falta de que trámites y gestiones tediosas permitan aún celebrarlo de manera más memorable, hagamos una repaso general de qué es esto en lo que nos estamos metiendo. El blog es a veces un medio tan inadecuado para la exposición del proyecto que una vista de pájaro puede resultar muy renovadora.




¿Por qué contra el amor?

Negar la conveniencia del amor es una cuestión de calado y su justificación no se puede resumir en unas pocas frases. Algunos de los argumentos principales están desarrollados aquí y aquí.

Pero el espacio sideral entre el prestigio del amor y su inconveniencia radical tiene que cubrirse de alguna manera para no resultar extravagantes. Cuando me preguntan (a veces todavía desde el escándalo) cómo se me ocurre esta aberración (pregunta que suele adoptar una forma personalizada, algo así como “¿qué te ha hecho a ti el amor?”) mi respuesta ha acabado reduciéndose a un par de argumentos tan contundentes y obvios que, si no siembran la duda en el interlocutor es porque el interlocutor no es terreno fértil para gran cosa.

En primer lugar, una ojeada al amor como forma de vida, y no sólo a la relación amorosa a que da nombre, nos muestra un panorama de desolación emocional, en el que la inmensa mayoría de las relaciones (y no hablo, como se pretende a veces, de relaciones sexuales, sino precisamente de relaciones afectivas) están reprimidas. En el más utópico e inédito caso de que las relaciones amorosas tuvieran un resultado deseable, lo que dejan tras de sí es un rosario de relaciones no formadas o destruidas para proteger al amor. Amistades, exparejas, familiares y, por supuesto, desconocidos, salen perjudicados de nuestra isla amorosa hasta deshumanizar nuestra moral afectiva. Las relaciones que desatendemos, que dejamos morir, que no forjamos, de las que nos consideramos ajenos pese a que otros nos necesiten con urgencia, que convertimos en una parodia de relación compuesta exclusivamente de formalismos, que destruimos en otros, etc,… constituyen un perjuicio social y personal que un amor exitoso no puede jamás compensar. Es evidente que el amor nos condena a una vida afectiva no sólo simplista, sino profundamente desconectada del entorno. El amor, así, se convierte, literalmente, en una fuente de odio. Amar es odiar. Amar aquí es odiar más en otro sitio, y tal vez no necesito otra cosa que dicho odio para que mi amor se dé por probado. La confusión entre el amor y el odio, la contaminación del concepto con su contrario, nos obliga a replantearnos el concepto mismo, por contradictorio y disfuncional.


La segunda gran obviedad es que el sistema amoroso condena a una masa ingente de población la inanidad eroticosentimental, no por casualidad parecida a aquélla a la que los condena el capitalismo en materia económica. Nuestra pobreza afectiva de clase media baja, a la que nos resignamos a cambio de la promesa siempre incumplida del amor, nos cobra el precio de negar la existencia de un ejército de desposeídos totales, de absolutos desgraciados del amor cuyas carencias afectivas están enquistadas en una situación crítica. Como esta pobreza es relativamente transversal, no necesitamos irnos muy lejos para encontrarla. Todos podemos mirar a nuestro alrededor, bien cerca, si no a nosotros mismos, para descubrir a aquéllos por los que no sólo no nos cambiaríamos jamás en materia afectiva, sino cuya vida ni siquiera nos vemos capacitados para soportar. Un sistema que admite, como parte de su lógica, bolsas (monstruosas) de desposesión, es un sistema injusto y debe ser transformado.


¿Qué hacer?

Sin duda, renunciar al amor. El pánico que esta renuncia suscita es un espejismo. El amor no es el dueño de todo aquello a lo que va culturalmente asociado, y muy bien podríamos seguir disponiendo de medios para satisfacer las necesidades que él se atribuye como exclusivas.


¿Cómo?

El amor no es un sentimiento, sino un guión de actuaciones irracionales dirigido por una sucesión de sentimientos exaltados. Cuanto más exaltados son estos sentimientos, más eficaz se vuelve el amor en su función social represivo-reproductiva. Es necesario comprender ese guión para detectarlo y rechazarlo, tanto en sus aspectos más evidentes y proactivos como en aquellos cuya implantación es más sutil y su efecto más sordo.

La primera gran actuación, la que debe constituir un giro radical a nuestra vida eróticosentimental, es la renuncia a las relaciones de pareja. La abolición del sistema pareja, y del lazo sagrado (matrimonial o no) que la convierte en la relación por excelencia a la que se subordinarán todas las restantes, liberará el crecimiento espontáneo del resto de las relaciones hasta ocupar de modo adaptativo los espacios dejados por el amor (y que éste, más que ocupar y satisfacer, poseía y prohibía). Dejaremos de tener relaciones de pareja, pasando así a tener sólo “relaciones”, por lo que el término mismo “relación” se vaciará de sentido, pues abarcará cualquier forma de trato o ausencia del mismo entre personas. A diferencia de las relaciones de pareja, cuya estructura y función predeterminadas obligan a los individuos a adaptarse a ellas, las “relaciones” no tienen una función y estructura a priori, sino que son creadas y adaptadas por las personas que las establecen. El amor moldea personas para que encajen en las necesidades de las relaciones, mientras que la renuncia al amor moldea relaciones para que encajen en las necesidades de las personas.

Esta idea principal requiere de un cierto impulso, de apoyos sobre los que construirse, o de parapetos mediante los que defenderse de los ataques a los que el fuertemente armado sistema del amor la someterá. Apuntaré aquí tres de ellos que han sido ya ampliamente desarrollados a lo largo del blog.



Los celos son la policía del amor. Mientras pensemos que podemos ser sus víctimas nos aterrorizarán y disuadirán de cualquier proyecto alternativo. Estamos atados por ellos y nuestro primer movimiento debe ser perderles el miedo.

Como se explica en estos textos, esta sustitución nos ayudará no sólo a entender por qué nos sirve de tan poco el rechazo a los celos, el desear no ser celoso, el no considerarse posesivo. Además, nos legitimará a la hora de reivindicar aquello a lo que sí tenemos derecho, asimilando los derechos eróticosentimentales al resto de nuestros derechos ciudadanos.


2-Igualitarismo radical.

El amor es un subsistema que forma parte del sistema capitalista patriarcal y con el que es coherente y afín. Es, por lo tanto, clasista y machista. Para construir su clasismo utiliza los conceptos de belleza y atractivo, y para construir su sexismo el concepto de complementaridad de los géneros.

Más allá de cualquier igualación relativa de los géneros, renunciar al amor significa renunciar al concepto mismo de género, o reducirlo a la trivialidad, a una idea que no forma parte de los factores que determinan las relaciones entre las personas. Asimismo, los conceptos de belleza y atractivo, puras construcciones culturales cuya función es hacer visible el valor social del individuo a través de la pareja que lo acompaña, deben ser devueltos a la trivialidad y ser sustituidos por aquellas virtudes que sean directamente influyentes en las relaciones.



Para que el sexo no sea el nudo gordiano que desemboca necesariamente en la relación matrionial-amorosa, debe ser sometido a una limpieza a fondo. En primer lugar se designificará de su condición reproductiva, de su carácter afectivo, de su símbolo fusional y de su condición de moneda generadora de morbo.

En segundo lugar, se redescubrirá el funcionamiento erógeno liberado de significación y trascendencia alguna y, por último, se recuperará un uso y significación libres de dicho funcionamiento.


Estos principios no se adoptan de modo repentino y traumático, sino que se aprenden mediante la comprensión y el uso. No se convierten en cargas morales, sino en estrategias cuyo perfeccionamiento progresivo nos libera, nos expresa y nos acerca a los demás.

Recordaremos que el rechazo al amor constituye una actitud pionera que debe proceder por ensayo y error, que evolucionará lentamente y que lo hará, las más de las veces, desde una considerable marginalidad e incomprensión. De la soledad no debemos preocuparnos, porque siempre es mayor la de quien se cree acompañado que la de quien se sabe solo.

De todos modos, ahora lo estamos mucho menos, porque ya somos 1000.