El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas. Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban.
Kate Millet
Kate, te refieres al amor romántico.
Usuarix de facebook.
Mi intención con este texto es cuestionar ese gran pacto
social e ideológico llamado “crítica a los mitos del amor romántico”.
Lo llamo “pacto” porque entiendo que es el resultado del
enfrentamiento entre varios sujetos sociales e ideológicos que encuentran, en
esta fórmula, un lugar de convivencia pacífica así como unos principios de
consenso desde los que construir las normas para esa convivencia. Lo cuestiono
porque los grupos enfrentados son antagónicos, y cualquier solución que valga
para todos implica que todos ellos están renunciando a una parte o la totalidad
de sus principios. Entiendo también que el éxito en la obtención de consenso es
tan grande en el caso de la crítica a los mitos del amor romántico que esta
“carta de mínimos” ha pasado, y ése es su mayor triunfo y su mayor peligro, a
asumirse como declaración de principios del más ético de los agentes
enfrentados: el feminismo.
Los agentes sociales e ideológicos más influyentes en la
obtención del pacto han sido el patriarcado, el capitalismo, el feminismo, la
mononormatividad binarista y la liberación sexual. Como se ve, el feminismo
está, en contra de la asunción más generalizada, en minoría. De ahí la pobreza
de los logros.
Para obtener una idea de cuál es el espíritu que subyace a
la crítica a los mitos del amor romántico (CalMAR queda la sigla, que está
pidiendo a gritos ser usada y conjugada: La crítica nos CalMA) intentaré antes sintetizarlos un poco.
Carlos Yela, en La otra cara del amor (2002) nos ofrece 10 mitos que han sido y
son referencia, y en los que se han basado subsiguientes listados y
recapitulaciones. Es evidente que la razón de escoger el número fue estética y
mnemotécnica, mucho más que rigurosamente analítica, y que seguramente se
puedan organizar según un esquema más claro.
Probemos.
Podemos escoger como mito principal el de la media naranja (edulcoración del mito
del andrógino, atribuido por Platón en su Banquete a Aristófanes), pues por su
carácter narrativo y gráfico incluye en sí mismo el relato completo de cómo
debe vivirse el amor y nos permite derivar de él los restantes.
Pero prefiero empezar por el contenido central de la
narración (más tarde veremos cuál es la función concreta del mito naranjero); el
objetivo sociocultural del amor, en torno al cual se articulan los restantes: El mito de la pareja.
Me permitiré modificar y simplificar su enunciado:
El amor conduce a la formación
de una pareja.
Este mito se acompaña, como su concreción final, su letra
pequeña, del mito del matrimonio:
El amor conduce a la formación
(certificada por un cura o cargo homólogo) de una pareja.
A ellos se añaden, por pura deducción, los mitos de la exclusividad, la fidelidad y los celos.
Para que la inverosímil estructura de la pareja se conserve hay que apuntalarla
mitificando también sus cadenas. Ésa es la función de estos tres mitos
hermanos, todos equivalentes e implicados ya como subproductos residuales en el
mito de la pareja monógama.
El relato quedaría así:
el amor conduce a la
formación (certificada por un cura o cargo homólogo) de una pareja. Una vez
llegadx, cierre por fuera.
Así soltado suena como el peor de los planes, dificultad que
no pasa inadvertida a la mitología románticoamorosa. Es aquí cuando ésta invoca
a Platón, en formato cítrico. El resultado, aunque algo forzado, es ya mucho
más jugoso:
el amor, sentido de la
vida, conduce a la formación (certificada por un cura o cargo homólogo) de una
pareja predestinada. Una vez llegadx, cierre por fuera.
El mito de la media naranja se convierte en la mayor de una
serie de tres muñecas rusas dentro de la cual encontramos, por este orden, a la
pareja y al matrimonio, y que los otros tres mitos encolan para convertir el
juguete en bibelot. Pero todxs sabemos que si dejáramos al amor actuar por su
cuenta pocas veces se completaría la naranja. Por eso, el mito necesita además
de un vector, una fuerza que lo impulse y que se traduzca en el esfuerzo
realizado por las personas para buscar y establecer esa pareja, no como si les
fuera la vida en ello, sino yéndoseles literalmente. Por eso se nos dice que el
amor es libre (mito del libre albedrío):
Porque la responsabilidad debe desplazarse del enclenque e impersonal amor a la
poderosa y multitudinaria voluntad. Y por eso se nos dice que es omnipotente (mito de la omnipotencia): Porque incluso
la voluntad sería insuficiente si no se llenara su depósito con el combustible
motivacional de la fe.
Unidos, por lo tanto, estos ocho mitos, obtendríamos este
mandato, sencillo y familiar, en el que hemos sido educadxs y que, en parte no
pequeña, ha regido nuestras existencias:
el amor, sentido de la
vida, conduce (¡y si no conduce es que tú se lo estás impidiendo con tu falta
de implicación!) a la formación (certificada por cura o cargo homólogo) de una
pareja para la que estamos en cierto modo predestinada. Una vez llegadx, cierre
por fuera.
De la descendencia no hay que preocuparse. Este artefacto la
produce espontáneamente y en abundancia.
Recordemos que lo que la crítica nos describe es lo que el
amor ha sido pero debe dejar de ser. De modo que, en adelante, ni sentido de la
vida, ni necesariamente en pareja, ni con forzosa exclusividad ni dedicados en
cuerpo y alma a lograrlo. Un nuevo paradigma.
¿Seguro?
Se diría que la ideología que sustenta la monogamia,
especialmente la monogamia indisoluble, ha recibido una dentellada dolorosa.
Sus normas se han relajado en favor no sólo de una cierta libertad sexual sino,
además, de una salida holgada para quienes viven en la pareja el infierno de
los malos tratos o, simplemente, de la frustración existencial. La parte del
león, por lo tanto, para la libertad sexual. Ni el feminismo sale claro
vencedor, ni el patriarcado tocado de muerte ni, por supuesto, el capitalismo
perjudicado en lo más mínimo.
Pero aún quedan dos cláusulas de este contrato.
Los mitos de la equivalencia y de la pasión eterna, casi
idénticos, nos advierten de un grave peligro para la estabilidad de la pareja (descubrimos
con ello, de pronto, que nos importa mucho la estabilidad de la pareja).
Podrían resumirse así:
La pareja es la unión
entre dos personas enamoradas para disfrutar de ese enamoramiento.
Como la crítica a los mitos implica afirmar sus contrarios. Hagámoslo,
para mayor claridad:
El motor que nos
embarca en la pareja es el enamoramiento. Agotado el combustible, continúese a
remo.
Con la célebre distinción entre enamoramiento y amor, la
mononorma y el patriarcado han establecido sus mínimos. Los objetivos a
alcanzar por el resto de los puntos del acuerdo quedan así perfectamente
vigilados y recortados.
De modo que el amor no será ya el sentido de la vida, pero
sí la consecuencia natural del enamoramiento, súmmum del placer. No será
necesariamente en pareja, pero se dejará que el enamoramiento mismo decida su
estructura. No nos encerraremos en él, pero nos esforzaremos por no desear
salir.
Así debe ser por ley natural: Hay estudios que lo avalan.
El patriarcado y la mononorma han salvado los muebles con
bastante comodidad, dadas las circunstancias. La pareja, binaria y “espontánea”
(sin crítica, por lo tanto, a la discriminación por géneros que las
orientaciones sexuales perpetúan) debe ser el resultado del enamoramiento. Sus
miembros harán por conservarla hasta donde les permitan las fuerzas. Todo ello
presentado, animado y dirigido, por la ideología irracionalista del amor, que
sustituye, para esta empresa, tanto al sentido de la justicia como, en general,
a las facultades de la razón.
Pero entonces, ¿es que la CalMAR deja algo criticable sin
criticar? ¿Qué pequeño detalle se le puede haber escapado? La respuesta es
sorprendentemente fácil. Tanto que nos lleva a pensar que es precisamente ella
quien lo oculta y protege. Lo que no esté criticado en la crítica lo
supondremos digno de alabanza, entrega y regodeo. Desarrollaré esa crítica
pendiente en otro texto. Me permito adelantar que el decálogo no deja escapar
un detalle, sino que es el detalle el que deja escapar al decálogo, como punta
de su iceberg. Eso convierte a lxs creadorxs y divulgadorxs de la CalMAR en lxs
capitanxs del Titanic.
Que la crítica al amor romántico es un vergonzante arreglo
de conveniencia no hay más que verlo en sus resultados. La barrera protectora
creada en torno al amor mediante ese cordero expiatorio salido de la nada
llamado “amor romántico” nos condena a seguir buscando un discurso del buen
amor en una cultura que carece de él, y a entregarnos a eflorescencias
diversas, siempre respetuosas de la verdadera mitología del verdadero amor,
ambxs intactxs.
A estas alturas empieza a ser un runrún general que la
crítica se ha quedado muy corta. Está ya en todas partes, todxs la conocemos,
todxs la aplicamos y, sin embargo, todo sigue fallando con el esplendor del
primer día. Muchas cosas han cambiado, se diría, pero está claro que no las
suficientes. Para nuestra sorpresa, parece que este decálogo es cualquier cosa
menos radical, porque de esa raíz sigue brotando amor destructivo a raudales. La
pregunta ahora, una vez despertada la suspicacia es: ¿Este decálogo sagrado,
nos ha permitido avanzar, o lleva casi 15 años distrayéndonos? ¿Ha sido un
escalón, o una trampa?
No me queda espacio para argumentar mi respuesta a la última
pregunta. Pero al menos recordaré que no somos lxs unicxs que volvemos a caer,
una vez tras otra, en el amor romántico, a pesar de habernos comprometido
explícitamente en su contra. Hasta lxs adalides y divulgadores más prestigiosx
de la Sagrada Crítica nos sorprenden cada día con un nuevo paso atrás en su
discurso, con un nuevo movimiento confuso, con una nueva concesión al amor en
su vida personal, que nos suena, otra vez, más y más romántico. Podríamos
llegar a pensar, en un delirio conspiranoico, que lxs más críticxs son,
precisamente, lxs más contaminadxs.
a todas luces, los corazones vomitados por el personaje del legendario graffiti son corazones de amor romántico.
El amor es la herramienta que el sistema relacional ha
escogido para cambiarlo todo de modo que nada cambie. Él, con su exigencia de
entregarnos a él, de dejarle decidir nuestras acciones más trascendentes y de suspender la distinción
entre el bien y el mal, es el caballo de troya que acabará con cualquier
proyecto de convivencia que cuestione las relaciones sexosentimentales.
Salvado el amor, todo está perdido.
Y, de momento, el decálogo es su escudo.