viernes, 6 de marzo de 2015

guerrilla girl

Le pregunto a una amiga que qué pasa. Que qué ha pasado. Que qué es lo que pasa.

Me dice que nada. Que no pasa nada. Que ya nada.

-Pero, ¿qué era aquello? – Le digo.
-¿El qué?
-Aquello que me dijiste. Aquello que me contaste. Lo que me ibas a contar.
-Ah, ¡buah! – contesta – Nada. Lo típico. Lo de siempre.
-¿Qué es lo de siempre?
-Que me enrollé con uno, pero no merecía la pena.

Hay un gesto extraño en la cara de mi amiga. Un gesto extraño a mi amiga, que de vez en cuando hace gestos extraños, pero que no suele hacer éste. O tal vez es que este gesto siempre es extraño, aunque se haga siempre

Pienso en algo que preguntarle, pero lo que quiero es que me hable del gesto. Sé, sin embargo, que si me refiero a él, no lo lograré. Es uno de esos gestos que nunca se han hecho. Incluso antes de significar nada ya no se habían hecho.

Pero no sé qué preguntarle, porque me ha construido una historia que es una canica: una imagen rutinaria envuelta en una hermética esfera de cristal que la vuelve inaccesible y estúpidamente misteriosa.

Todo lo que me viene a la cabeza es impulsarla un poco para que eche a rodar.

-Y, si no merecía la pena, ¿por qué te enrollaste con él?

-¡Ya! Fue el típico caso de donjuanismo. Al principio todo parecía muy bien, pero lo que quería era follar una vez y ya está. Poseer.

-No pensaba que se te pudiera engañar tan fácil.

-Es que los hay que se lo curran mucho. Te vienen con que si tienen una pareja abierta…
-¿Tenía pareja?
-Sí, pero me dijo que nada, que abierta, que todo se aceptaba. Y yo me lo creí.

La canica ya ha mostrado una grieta; ahora hay que conseguir romperla. Hay que llegar a ese dibujo que el cristal tanto dignifica. Hay que desvelar su carácter industrial.
-Lo de la tolerancia hacia las parejas abiertas va a ser un chollo para los ligadores – le digo. –Ya no necesitarán disimular. Antes, si tenías novia y te pillaban que habías hablado con ella por teléfono, la cagabas. Si te negabas a quedar en fin de semana, la cagabas. Si se te escapaba que habías ido de viaje y no tenías una excusa magnífica, la cagabas. Ahora no. Ahora, si descubren que tienes novia, bastará con decir “no pasa nada. Es una pareja abierta. Los dos somos libres.” Cuando ella sólo quiera follar, le parecerá genial. Cuando le gustes le parecerá genial también, porque, con poco romántica que sea, lo catalogará como “pareja imperfecta”, y pensará que es buena idea ir tomando posiciones. A alguna no le sonará bien, claro, pero siempre hay un sector con el que no va a funcionar el rollo que lleves, sea cual sea. Ese riesgo va incorporado. Lo que pasa es que ahora no habrá que construir ningún personaje. Mucho más cómodo; como en un bufet. Se acabó la caza. A comer como las ballenas: por filtrado.

Mi amiga parece reflexionar un momento. Se está preguntando si ha escuchado el discurso de un psicópata, de un hombre normal o de ambas cosas. O eso me gustaría que se preguntara, aunque puede que la respuesta ya la tuviera antes de mi circunloquio.

El caso es que al momento cambia la expresión y me dice, distendida: “Claro, por eso tengo intención de hablar con él. Decirle, -Tío, no se puede ir así. Eso es engañar a la gente.”
-Pero tú ya sabías que podía engañarte.
-Sí, pero yo confío en la gente.
-¿Confías en la gente aunque sabes que puede engañarte?
-Yo sí.
-Confías en la gente aunque sabes que puede engañarte.
-¡Que sí!
-¿Para qué?
-No hace falta “para qué”. La confianza es un fin en sí mismo. Tengo derecho a sorprenderme cuando me engañan.
-¿Por qué hablas de “derecho”? Quien se refugia en una trinchera no reivindica el derecho a levantar la cabeza, sino a mantenerla agachada. La agacha para luchar por la libertad de levantarla. ¿Por qué la levantaste?
-Este tío parecía muy majo.
-¿Esa es la respuesta?
-Sí, parecía majo.
-Es decir, que su engaño es más elaborado y, por ello, más grave.
-Sí, ¡menuda decepción!
-Supongo que te referías a eso cuando dijiste que no merecía la “pena”.
-Sí.
-No “la” merecía, pero, una vez más, “la” obtuvo.
-…sí.
-Entonces… hay trabajo. Nos toca buscar a alguien que merezca la “pena” y, a ser posible, que no disponga de "ella".