DISFUNCIONALIDAD
Si bien los celos funcionales presentan una estructura que los convierte en poco más que un caso particular de reacción ante una ofensa, los disfuncionales, aquellos que no son útiles al individuo sino que, por el contrario, se constituyen en problema, no pueden interpretarse simplemente como una mala reacción. Lo que llamamos celopatía, en sus distintos niveles, es una contrariedad omnipresente. Demasiado extendida, por tanto, para que se pueda explicar sólo por la presencia de una anomalía individual.
Se convendrá en que el individuo propenso a sentirse ofendido lo suele ser, también, a sentirse celoso y, sin embargo, no se cumple la relación inversa. Por ello, necesitamos un factor más que multiplique la incidencia en el caso de la protección de la relación, y éste se encuentra en la forma de identificar el peligro para la relación, que es perturbada por la incoherencia de la filosofía del amor romántico.
Se convendrá en que el individuo propenso a sentirse ofendido lo suele ser, también, a sentirse celoso y, sin embargo, no se cumple la relación inversa. Por ello, necesitamos un factor más que multiplique la incidencia en el caso de la protección de la relación, y éste se encuentra en la forma de identificar el peligro para la relación, que es perturbada por la incoherencia de la filosofía del amor romántico.
Llamo filosofía del amor romántico al conjunto de descripciones de la emoción del amor que fundamentan la entrega a la relación monógama tradicional y cuyo rasgo común y característico es la idealización. No es éste el lugar para profundizar en esta idealización, pero baste decir que su función es persuadir al individuo de lo conveniente de la opción monógama con vocación de perpetuidad.
El desinterés del afecto amoroso, la exultante vida sexual, la exclusividad de la atención, la plenitud existencial de la vida en pareja, la sinceridad sin tacha, son todas ideas que desafían al sentido común, pero sin las cuales la monogamia no presentaría atractivo. Véase que muchas de estas idealizaciones tienen por objeto la entrega de nuestra pareja para con nosotros. La realidad será, después, infinitamente más modesta. En el camino hasta el descubrimiento de lo posible, de lo realizable, el individuo se considerará repetidamente traicionado. Al ser el amor impermeable a la acusación de traición, ésta sólo podrá recaer sobre la pareja que, incapaz de cumplir como ideal, condenará al ofendido a la indignación por celos.
Para su sorpresa, el indignado no encontrará en el entorno social un apoyo tan unánime como honesto le resulta su dolor. Según el nivel de aceptación de la realidad alcanzado por cada interlocutor al que acuda, manifestará hacia los celos del ofendido aprobación o reprobación. La aprobación hará que conserve la indignación explícita, pero la reprobación, creciente en la medida en que la indignación no se supere progresivamente, la reprimirá convirtiéndola en sentimiento de vergüenza. Esta represión, estos celos pensados como justos pero socializados como injustos, esta vergüenza por lo que no se puede evitar sentir, es el origen de la obsesión celopática.
En resumen, iremos descubriendo a lo largo de la vida que nuestra pareja no nos cuenta todo, que tendrá siempre ojos para otras personas y que su opinión sobre nosotros no nos convierte en especiales. Iremos adaptándonos a estas realidades en la medida en que soportemos la coexistencia de una teoría incongruente con su práctica, en la medida en que nos conformemos con la incongruencia como mal menor. Y, en la medida en que sigamos esperando que nuestra pareja sea lo que el amor nos prometió, desarrollaremos una indignación enquistada en rencor, incomprendida y culpable, una desconfianza sistemática o, incluso, unos celos obsesivos.
Los celos obsesivos son, por lo tanto, plenamente legítimos. Nuestra pareja tiene todo el derecho a estar celosa de nosotros, porque no estamos cumpliendo con nuestra parte del trato. Más difícil le resultará entender que nosotros estemos celosos también, y con el mismo derecho, ya que ella hace lo que puede por cumplir y, allí donde no lo logra, le resulta ya inviable.
Como se ve, no hace falta remitirse a la inmoralidad individual, a la inseguridad endémica, a trauma personal alguno, para explicar la vigilancia perpetua a que los miembros de la pareja se someten mutuamente. En ocasiones encontramos a los celos convertidos en fuente de abuso, en injusta herramienta de dominación de una parte sobre la otra, pero hemos de entender que ese fenómeno es sólo la hipertrofia del ya descrito, allí donde al lógico y universal surgimiento de los celos le se suma a la falta de escrúpulos.
También conocemos casos en que los celos parecen haberse suprimido por completo, confirmando nuestro anhelo de que puedan aparecer sólo como consecuencia de una traición; de que haya forma de conciliar el amor y la pareja. Pero, observadas estas parejas de cerca, encontraremos enseguida la violencia que le infligen al amor, traicionando de mutuo y tácito acuerdo aquello que, en un principio, esperaron de él. Estas relaciones son, en mayor o menor medida, formas cordiales de convivencia. Sus miembros no encontrarán más razón para estar juntos que la cautelosa renuncia a toda ambición sentimental. Cada uno de ellos sabe que su pareja no tiene una gran opinión del otro, que se reserva grandes parcelas de intimidad (no porque sea esa intimidad concreta en sí necesaria, sino porque es inconfesable) y, por supuesto, que su interés sexual está enfocado lejos de la pareja (o desaparecido dentro del subconsciente, que es otra forma de sacarlo del espacio que les es común).
Si renunciamos a los celos, entonces renunciamos no sólo a la monogamia, sino al amor mismo que constituye su propaganda idealizante. Con ello damos de lado a la única forma de vida sentimentalmente motivadora que conocemos.
Y si no renunciamos volvemos del purgatorio al infierno.
Al optar por buscar un nuevo camino, no nos queda mucho que perder.