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lunes, 3 de febrero de 2020

debatir sobre amor con efectividad, en 7 pasos.


Llevamos mucho tiempo hablando sobre amor e intentando explicarle a la gente por qué tenemos tan claro que esto del amor merece, siendo generosxs, un chequeo en profundidad.

Y estamos, lamentablemente, curtidxs en conversaciones trabadas, circulares, extraviadas en afirmaciones prerracionales que agotan nuestra energía y acaban transmitiendo la sensación de que no se ha llegado a nada y por tanto el tema, que tendría que ser clarísimo, quizás no lo sea tanto.

Luego, al volver sobre estas conversaciones, conseguimos poner orden, y comprendemos los mecanismos que han provocado que los razonamientos fallen o, más bien, que no hayan podido operar normalmente. Entendemos cuál ha sido la trampa que en cada ocasión ha hecho otra vez difícil llegar al punto de partida que proponemos, tan obvio, que es que el amor necesita esa revisión en profundidad y, muy probablemente, ser sustituido como referente relacional.

Opino que se trata de un problema fundamentalmente técnico. Nos faltan automatismos que nos conduzcan con agilidad al terreno del debate real, y que puedan, con la misma agilidad, evitar los lugares comunes en los que la ideología amorosa se refugia para poder postergar indefinidamente este debate.

Por eso he pensado que un esquema como el que os propongo puede ser útil. Tener claro este dibujo, o uno similar, y tener claras las razones por las que debe ser seguido en cada paso nos ayudará a salir airosxs de la gran mayoría de esos escollos. Con un poco de suerte lograremos el ansiado objetivo de llevarnos al amor al lugar en el que debe estar, es decir, el del debate y el análisis, y del que, como sabemos, es bien difícil que escape indemne.
He intentado no acumular demasiados eslabones ni dejar fuera ninguno relevante. Como veis el resultado es un esquema de siete pasos, que son otros tantos recursos que emplea el discurso amoroso para eludir el análisis. Mi idea ha sido ordenarlos según una serie más  o menos lógica para darles un sentido de recorrido que ayude a su comprensión y automatización, aunque es evidente que es raro que los siete aparezcan juntxs en la misma conversación o que se siga exactamente esta secuencia. Sin embargo, cada uno va cerrando un poco más las vías de escape al amor, y cada vez que este avanza un paso por el camino verde, condenando una salida roja, se encuentra un poco más cerca de la casilla final, es decir, se ve cada vez más atrapado en el espacio del debate verdadero.

Los detallaré tan sintéticamente como pueda. Recordad que el objetivo es que esta secuencia, u otra similar, se convierta en un camino automático y automatizado del que les sea difícil sacarnos. Que les sea complicado llevarnos a ningún otro sitio que no sea el espacio de la racionalidad ética.

PASO 1 – Este es el más general; el que constituye el necesario reconocimiento del acto mismo de la comunicación y de todxs lxs interlocutrxs como tales. Fuera de él la comunicación es imposición unilateral y, normalmente, violencia. Veamos en qué consiste.

En el Banquete de Platón comprobamos cómo ya entonces hablar de amor no era necesariamente hablar para entender el amor, o para aclarar nada sobre él, sino más bien un ejercicio de regodeo sensitivo con fines lejanos al análisis (enardecer la pasión amorosa, normalmente, calentar, hacer que el amor opere y tenga consecuencias). Es lo primero que deberemos señalar en nuestra conversación sobre amor. Vamos a exponer ideas, a PENSAR, no a MANIPULAR emociones. Esto último puede ser legítimo en otras circunstancias (un texto literario, por ejemplo) pero para eso, como para que te den un masaje, por más placentero que sea, hace falta consenso específico. Hablar conlleva, a priori, respetar las condiciones de racionalidad de la conversación. Conlleva poner las cartas, es decir, los argumentos, sobre la mesa, y dejar que sean ellos, y no un sujeto, los que persuadan. Respetarnos implica dejar de lado el lenguaje poético. Cuando queramos un masaje lo haremos saber.

PASO 2Stilla olei ardentis − Ya estamos en el espacio del diálogo. Y como sabemos que el amor es tramposamente polisémico vamos a preguntar qué es el amor. DEFINIR debe ser nuestro punto de partida. Cualquier ladrillo que pongamos antes que este se estará apoyando sobre el aire. Entonces nuestrx interlocutor/a nos mirará compasivx y nos explicará que el amor no puede definirse. Es el momento perfecto para devolverle el favor y explicarle a su vez que, si bien lo que afirma parece poco probable porque se trataría del único concepto conocido que no puede definirse, vamos tomando nota de esta exigencia como característica relevante a la hora de dar, precisamente, su definición (“concepto que enuncia sobre sí mismo que no puede definirse”. Vaya, ¿a qué me suena esta prohibición sobre el saber?). Si nuestrx interlocutor/a colapsa ante la necesidad de especificar qué quiere decir cuando emplea el término “amor” podemos ofrecerle la salida de la NULIDAD: un concepto cuyo contenido no puede especificarse es un concepto sin poder comunicativo. No puedo entender lo que dices, hablas un idioma absolutamente individual. Es, literalmente, una sucesión arbitraria de sonidos, una no-palabra y, por lo tanto, queda fuera del vocabulario. Por nosotrxs, perfecto. Que no la volvamos a oír.

PASO 3 – Algunxs interlocutorxs se avendrán a definir, y algunxs se mostrarán encantadxs con ello, porque disponen de una bellísima definición de amor que están ansiosxs por compartir. Este es su momento. Escuchémosles: “El amor es desear a la otra persona lo mejor para ella”. “El amor es sentir la armonía de la conciencia”. “El amor es la fuerza que mantiene unida toda la naturaleza”. Cuando la lágrima de emoción haya terminado de correr por su mejilla digámosles que es muy bonito pero que, lamentablemente, resulta IRRELEVANTE (cuidado aquí con los egos heridos, porque nuestrx interlocutor/a cree que nos acaba de hacer un regalo). De lo que estamos hablando no es de lo que el amor debería ser, sino de lo que realmente es; lo que nos interesa no es el tutifruti orientalista que descompone la masa gris de nuestrx interlocutor/a, sino el fenómeno social llamado “amor”, y cómo se manifiesta en el uso popular de ese término. Nuestro objetivo no es proponer un nuevo o viejo amor, sino DESCRIBIR. Queremos saber lo que el amor es. Eso que esta persona ha señalado quizás sea un plan perfecto, pero dado que se apoya en el desprecio hacia la realidad, podemos ya decir de él que empieza mal.

PASO 4 – Hay términos que no necesitan demasiado del uso popular para ser definidxs. No todo el mundo sabe lo que es un quark, por ejemplo, aunque mucha gente estará familiarizada con el término. Pero si al dar su definición esta no coincidiera con la que ejerce como oficial en el campo de la física, la consideraríamos simplemente incorrecta, incluso aunque se tratara de una definición mayoritaria en el uso social. Pero el amor no es un concepto de esa naturaleza. El amor no tiene un libro oficial, aunque muchos libros hayan tenido la pretensión de ser el libro oficial sobre el amor (Fromm, Giddens, Herrera…), y algunos ejerzan parcialmente de ello sin que seamos conscientes. En cualquier caso, a pesar de que estos textos son influyentes, ninguno, ni ninguna de estas definiciones, tiene la categoría de definición correcta. Nunca se la otorgaríamos porque todxs entendemos que antes debe producirse en torno a ello una aceptación explícita y colectiva que jamás se ha producido. Sobre el significado del concepto amor no hay consenso porque no puede haber compromiso, ya que el amor necesita flotar sobre diversos significados de uso coyuntural. Si hiciéramos explícito lo que significa “amor” el concepto se destruiría en su incoherencia. Mañana mismo seríamos lxs primerxs que inclumpliríamos ese compromiso, usando el término de otra manera.

Mientras tanto “amor” será lo que la gente esté dando a entender con el término amor, es decir, aquello que sea más general, funcional y poderoso en esos infinitos usos. Para descubrirlo necesitamos OBSERVAR (escuchar, en realidad, y analizar lo escuchado). Frente a ello nuestrx interlocutor/a, tal vez el mismo que el del paso anterior, puede intentar convertir el concepto amor en un concepto del tipo “quark”. Quizás nos diga que “amor es lo que dijo Ortega y Gasset”, por ejemplo, aunque será fácil explicarle que, con respecto al amor, Ortega es solo otra opinión, muy prestigiosa, qué duda cabe, pero una opinión más frente a la que, entre otras cosas, podrían exponerse opiniones tanto o más prestigiosas que la suya. Es más probable y peligroso que nuestrx interlocutor/a se refiera a una información de la que carecemos (porque aunque no sepamos o recordemos lo que opinaba Ortega sobre el amor, sí sabemos quién es Ortega y podemos calcular cuál es su autoridad). Quizás nos diga que no sabemos lo que es el amor si no hemos leído a Osho, porque Osho no es Osho, sino toda la sabiduría milenaria que tiene detrás y que ignoramos (lo más probable es que estx interlocutor/a la ignore aún más, pero no hagamos sangre). Debemos callar, por lo tanto, ante una REVELACIÓN. O quizás esta revelación se le ha producido directamente a él/ella. Os suena, ¿verdad?: “Para saber lo que es el amor hay que vivirlo. Vosotrxs lo cuestionáis porque no lo habéis vivido, experimentado, sentido…”. En estos casos recordemos, sin reírnos, que este es el mismo tipo de prueba que aportan lxs avistadorxs de OVNIs o de apariciones marianas. Es eso: puro avistamiento. Lo que alguien dice que experimenta pero no puede ser experimentado por otrxs son cosas que sirven para tratar en Cuarto Milenio, pero no en una conversación entre personas serias.

PASO 5 – Hay gente que habla del amor mirando directamente a la realidad, usando datos, experiencias y hechos. El problema llega cuando tienen que INTEGRAR estos datos y nos ofrecen una distribución arbitraria de la importancia de los mismos. “El amor tiene muchas cosas buenas”, nos recuerdan, “no debéis olvidarlas. Las malas a las que os referís son verdaderas, no lo niego, pero no pertenecen a la esencia del amor”.

Seguro que ya habéis reconocido a estxs interlocutrxs. Son quienes distinguen entre (buen) amor y amor romántico, o a través de cualquier otro arbitrario par de conceptos. Y son legión, aunque su obstáculo, una vez entendido, es tan impotente como los anteriores. Lo que parece en ellxs un verdadero análisis sociológico se apoya en una división apriorística e innecesaria cuya misión es, una vez más, salvar al amor: “Aunque lo que analizamos es el amor, es decir, un solo concepto, hablaremos de dos”. Esta conculcación evidente del principio de economía es el resultado de una IDEALIZACIÓN (“el amor es ideal, y todo lo que en él no sea ideal no es amor”) y resulta perfectamente inconsistente, porque en nuestra cultura amorosa ambas cosas van íntimamente unidas y se retroalimentan. Pero eso ahora nos da igual. Lo que verdaderamente nos importa es que esta operación no puede ser previa a la descripción, porque forma parte de la prescripción, es decir, de lo que viene justamente después. De nuevo nos quieren colar un plan antes de que tengamos claro por qué y para qué queremos un plan. Que nos ofrezcan un plan, si quieren, pero cuando llegue el momento. Entonces les recordaremos que nosotrxs tenemos uno mucho mejor. Eso, y no otra cosa, es lo que intentan eludir poniendo el carro antes que los bueyes. Intentan no enfrentar jamás la posibilidad de tener que rechazar el amor.

PASO 6 – “Bien, el amor es cruel. Pero siempre ha sido así y, por lo tanto, siempre lo será (opcional: “está en nuestra naturaleza”). Aprendamos en qué consiste para fluir con él y que no nos destruya su corriente”. Llegaron lxs BIOLOGICISTAS. Lxs estábamos esperando.

Acabemos pronto: la biología, cuando es digna de llamarse así, no habla de amor, porque este no forma parte de su campo de conocimiento. El amor, como toda conducta humana, pertenece a las ciencias sociales. La influencia de las ciencias naturales cae dentro de los factores condicionantes (a veces con una influencia mínima) siempre subordinados al desarrollo de herramientas, materiales o intelectuales, que los domestiquen. Para comprobar este aserto solo tenemos que echar la vista atrás. Nada más falso que la idea de que el amor siempre ha sido así. El amor ha sido siempre diferente, adaptándose a las diversas condiciones sociales que se ha encontrado o, mejor dicho, de las que ha nacido. Lo que para nosotrxs es la esencia misma del amor, por ejemplo su asociación a la pareja, es un fenómeno bien reciente. Otros algo más estables, como su asociación al sexo, nos resultan, sin embargo, inadmisibles como esencia del amor. El término mismo es de una inestabilidad asombrosa. Más allá de unas pocas décadas y unos pocos grupos humanos se produce un vertiginoso vacío con respecto al vocabulario amoroso: otras palabras diciendo otras cosas, que acaban siendo traducidas como “amor”. El amor es, casi casi, algo que estamos inventándonos aquí y ahora. HISTORIZARLO es comprender la responsabilidad que conlleva su construcción.

PASO 7 – Ahí es donde se nos van a intentar escapar lxs últimxs. “¡El amor es malo! ¡Malísimo! ¡Claro que sí! ¡Ya era hora de que alguien lo dijera!” Parece que nos lo concedieran todo, pero no. Lo siguiente que nos van a decir es que ya han sufrido mucho, que ya han luchado mucho, que ya han perdido mucho… y que ahora tienen que mirar por sus intereses. Así que sí, hay que analizar el amor, y hay que hacerlo desde todo tipo de rigor histórico y cultural, y sin compasión, y con la valentía y el escepticismo de un espíritu libre… lo que no hay que hacer es oponerse a él.

¿Creíais que llegadxs al séptimo paso se iban a haber agotado lxs defensorxs (en la práctica) del amor? Pues aquí tenéis a todxs lxs escépticxs, individualistas, solterxs felices (no ágamxs, claro, sino parásitxs de la monogamia) y personas que se aman a sí mismas. Estxs son quienes admiten que el amor es un mal, pero dicen que es “su mal”, y que matarán por él. Son lxs peores, porque son los más conscientes, los que más cerca están, los que no se han perdido por el camino y quieren, ahora que lo tienen todo, quedarse a las puertas. No buscan una mejora o un cambio, sino las reglas de funcionamiento de la máquina. Quieren saber cómo va para pasarse al bando de quienes más eficazmente la explotan. No quieren hacer POLÍTICA, sino que deciden, abiertamente, NEGLIGIR su responsabilidad como miembrxs de la comunidad. Son estxs lxs que nos van a llamar “moralistas”.
 
Es ellxs a lxs que hay que señalar, por lo tanto, como enemigxs confesxs de la comunidad. Es a estxs a lxs que no oponemos ya una norma relacionada con las condiciones del diálogo, el análisis y la comprensión, sino de la acción y la ética. Es a estxs, por lo tanto, a lxs que, simplemente, llamaremos “malxs”, dado que son de quienes más podemos decir que actúan con plena conciencia. A no ser que quieran acompañarnos hasta la siguiente casilla. Es solo un paso más.




miércoles, 6 de febrero de 2019

el AMOR proporciona MENOS PLACER del que nos cuentan



Nuestras resistencias a abandonar tanto la monogamia como los modelos relacionales gámicos y amatonormativos son, principalmente, hedónico-afectivas, es decir, producto de nuestras expectativas sobre el placer y el dolor emocionales que pensamos que la monogamia y la amatonormatividad nos proporcionarán.

Si los celos son la cárcel de la monogamia, y el miedo a sufrirlos nos impide arriesgarnos en el terreno de la no monogamia, el placer del amor es la fantasía de felicidad que nos mantiene en la senda amatonormativa incluso cuando la monogamia ha sido dejada atrás. Seguimos deseando amar, e incluso amando, porque pensamos que ese es el único medio de obtener un placer emocional verdadero y completo que, como se explica en el segundo mito del buen amor, es la máxima aspiración en la vida.

Voy a intentar desmontar esta falsa creencia con unos gráficos sencillos.

La base del gráfico será una partitura afectiva corriente, que representa el estado anímico en el eje vertical y el transcurso del tiempo en el horizontal. Como indica el gráfico entendemos que la línea media es un estado anímico neutral, que hacia arriba se encuentra el área de estados anímicos positivos y hacia abajo la de estados anímicos negativos.


Antes de entrar en ningún caso concreto, la base misma del gráfico nos aporta una novedad con respecto al relato amoroso; una de esas ideas que el amor presenta como naturales y que, como tantas, deja de serlo en cuanto pensamos desde fuera de su retórica: ni la felicidad, ni siquiera la alegría, consisten en un aumento indiscriminado del estado de ánimo positivo. El ánimo no solo puede ser desbordado por su lado negativo, sino también por el lado positivo. Lo que en psicopatología es llamado “crisis maniaca” no es otra cosa que ese desbordamiento, y sus consecuencias son devastadoras. La hipomanía, es decir, la “pequeña crisis maniaca” marcaría un estado que, aun no siendo todavía crítico, sería ya disfuncional. El sujeto hipomaniaco no es, por lo tanto, un sujeto feliz, ni siquiera alegre. Es un sujeto sobreexcitado, sin autocontrol, sin capacidad para enfocar su atención y, por supuesto, con grandes problema para socializarse. Es por eso por lo que tanto la hipomanía, como por supuesto la crisis maniaca, van seguidas, casi invariablemente, de fases de estado de ánimo negativas, aunque no suceda lo mismo a la inversa. El exceso en el estado de ánimo positivo no solo no puede mantenerse por razones fisiológicas, sino por pura lógica psíquica y social. En realidad es ya negativo de por sí, y el paso a la distimia o la depresión es mucho más corto de lo que muestra un gráfico que, de ser tridimensional, tal vez funcionaria mejor como un cilindro que conectara los dos extremos por su cara oculta.

Encontramos, por lo tanto, que la funcionalidad excluye el exceso de positividad e incluye parte de la negatividad cuando esta no es excesiva. Encontramos también que la alegría no se sitúa en el máximo de positividad, sino en un determinado nivel de positividad, que varía con la persona. Y encontramos, por fin, que el componente de felicidad al que podríamos llamar “satisfacción emocional” (no “salud emocional”, ya que esta sería la capacidad para adaptarse emocionalmente a las circunstancias de la mejor manera posible, también a través de emociones muy displacenteras) consiste en la oscilación del estado emocional dentro de una franja concreta a la vez que flexible.

En el primer gráfico vemos el relato que el amor hace de su propia experiencia en la época de la monogamia secuencial, es decir, en la de los amores con fecha de caducidad. Nos sonará. El amor dice que se produce en primer lugar una fase de enamoramiento en la que el estado de ánimo es cada vez más positivo, hasta llegar hasta la felicidad extrema. Tan extrema, a decir verdad, que roza la locura de amor, y que en el gráfico, como se ve, queda próxima a la crisis maniaca, habiendo sobrepasado con creces la hipomanía.

En una segunda fase, a la que Fromm llamó “amor” por oposición al “enamoramiento”, al que no consideraba verdadero amor, las emociones se serenan y entran dentro del margen de la felicidad. Es la fase del arte de amar, o del trabajo de amar. Vemos también que la estabilidad presenta, sin embargo, una leve inclinación descendente que conducirá, de manera inexorable, al fin del amor.

Cuando la línea cruza un determinado umbral, que puede ser el de la neutralidad afectiva, el del abatimiento cronificado, o incluso el de la distimia, la pareja entra en crisis y acaba por romperse. Ese proceso es un nuevo cruce constante de las fronteras de lo saludable, esta vez por abajo.

Lo que el amor contemporáneo nos describe en su relato es un gráfico simétrico (vemos que podríamos rotarlo 180 grados y quedaría exactamente igual) y por lo tanto una experiencia emocional de suma cero. En el amor no se pierde ni se gana, sino que se paga el precio al final de lo que se ha disfrutado al principio. La inteligencia amorosa consistirá, así, en saber acortar esta última fase. Pero se acorte o no se acorte, hay un beneficio neto: se habrá vivido. Frente a la falta de amor, que conlleva una experiencia emocional “plana”, el amor te ha dado, en el peor de los casos, una historia, una experiencia feliz. Es, como bien dice Fromm, un trabajo, en el que nos sacrificamos durante un tiempo para poder disfrutar durante otro. Un trabajo irresistible, por cierto, dado que empieza siempre por las vacaciones.

Pero sabemos que esto no es así. El segundo gráfico nos mostrará el detalle de esta experiencia. La primera fase es, como vemos, y como cabía esperar, una fase de alegría inicial que alcanza pronto la ciclotimia, es decir, la ciclación entre extremos anímicos. El enamoramiento de Fromm fue redefinido por Tennov como “limerencia” y esta coincidía en sus síntomas con el mencionado trastorno psicopatológico. Dejando a un lado la disfuncionalidad general de dicho estado, vemos con claridad que no se trata de felicidad, sino de pasos breves por la alegría que alternan con sufrimiento emocional por exceso de ánimo positivo y negativo. El enamoramiento no es tanto una fase de extraordinaria felicidad como una fase crítica, de angustia, donde gran parte del placer proviene del cese del dolor causado por el miedo a la frustración de las esperanzas. Será su resultado, es decir, si estas esperanzas se ven o no cumplidas, lo que determine el valor hedónico que acabemos atribuyéndole. Si el resultado es la formación de una relación, esta fase será interpretada como una trepidante aventura emocional, como el precio que se paga con gusto, y como parte de la felicidad misma que de la relación se espera. Si el resultado no es la relación, entonces esta fase será interpretada como una experiencia no amorosa y, como tal, no contará a la hora de valorar la felicidad que aporta el enamoramiento.

Las siguientes fases presentan también ciclación, pero no necesariamente patológica. Durante la fase estable del amor la ciclación suele tener poca amplitud, es decir, poca distancia entre sus extremos, y la valoración general representada por el primer gráfico puede constituir un resumen correcto. La fase de ruptura, sin embargo, vuelve a generar una ciclación de gran amplitud, casi simétrica a la del enamoramiento, con la diferencia de que lo que entonces eran objetivos que se realizaban uno tras otro, produciendo una valoración positiva del esfuerzo realizado, ahora son pérdidas que inciden cada vez más en las fases negativas del ciclo, y que generan como valoración del resultado final la de una experiencia catastrófica.

Así, vemos que la fase verdaderamente positiva de la experiencia amorosa no es, como el relato amoroso nos cuenta, todo salvo la ruptura, sino solo la primera parte de la fase de estabilidad, y que las satisfacciones experimentadas durante las ciclaciones amplias conllevan un alto precio que difícilmente puede considerarse saludable ni, por supuesto, feliz.

Veamos, con el tercer gráfico, ahora qué sucede en una relación ágama estándar.

Una relación ágama es, normalmente, un crecimiento progresivo de la relación, adaptado, eso sí, a las circunstancias personales y contextuales con las que esa relación se encuentra. Pero el crecimiento de la relación no conlleva un crecimiento correlativo de las emociones positivas que la relación genera. Llegada la relación a un cierto nivel de crecimiento, en el que su capacidad para influir en nuestra vida afectiva es notable, la ausencia de crisis e incertidumbre estructurales hace que no se generen ciclaciones amplias. El resultado anímico de la relación se mantiene dentro de los márgenes de la satisfacción emocional y frecuentemente próximo a la alegría. Se trata, como vemos, de un dibujo similar al de la fase estable de la relación amorosa, con la sensible diferencia de que se desplaza de menos a más, y de que carece de fecha de caducidad. Esta tendencia al crecimiento tranquilo refuerza, cuando se hace consciente, el propio estado de ánimo positivo, en contraposición al efecto de relación provisional que se experimenta en aquellas que se rigen por el patrón amatonormado.

Se dirá, con acierto, que cuando las relaciones no son amatonormadas carecen del poder de condicionar significativamente la vida anímica. De una relación ágama no se puede derivar el gráfico del estado anímico de ninguna de las personas que participan en ella, porque lo normal es que, a diferencia de lo que sucede con una relación amorosa, ese estado de ánimo dependa sustancialmente de más personas y circunstancias.

Habría, por ello, que entender el gráfico como el de la síntesis de los estados de ánimo generados por todas las relaciones (por claridad no he incluido también otras circunstancias influyentes en el estado de ánimo). Así lo he hecho en el cuarto gráfico que correspondería, no ya al estado de ánimo de una persona que comienza una relación ágama, sino al de una persona que comienza a relacionarse de manera ágama. Vemos que el resultado es aún más positivo, porque la estabilidad dentro de los márgenes de la felicidad y en el entorno de la alegría está aún más garantizada.

De hecho, este resultado es muy parecido a lo que el amor nos estaba prometiendo. Solo que el amor lo hacía para llevarnos por un camino que no conduce a ello, y que conserva su crédito solo gracias al culturalmente omnipresente refuerzo de su relato.


miércoles, 16 de mayo de 2018

mitos del amor: REFUTACIÓN RÁPIDA contra interlocutorxs cansinxs



Lo que hace un tiempo denominé Mitos del Buen Amor sigue siendo una herramienta eficaz para cuestionar, desglosar y refutar tanto la ideología amorosa como la actualización y lavado de cara que de ella realiza la Crítica al Amor Romántico.

Es probable, sin embargo, que quien se haya servido de estos mitos en el debate haya encontrado fatigoso responder a según qué réplicas e, incluso, que el enredo haya generado ciertas dudas sobre la idoneidad de la forma dada a los mitos como herramienta de cuestionamiento del amor.

Quiero analizar una familia de estas réplicas a la que nos tenemos que enfrentar en casi cualquier ocasión. Aunque sobre el papel son fácilmente refutables resulta útil exponerlas aquí para agilizar la contrarréplica e impedir que la confusión, objetivo favorito de la ideología amorosa, se adueñe del debate.

Me estoy refiriendo al bien conocido recurso demagógico de deducir de una negación la afirmación de su contrario. Si, ante un vaso cuyo volumen está ocupado por agua hasta la mitad, la persona interlocutora afirma que está lleno, y yo contesto que no lo está, ella podrá intentar refutar mi crítica diciendo que, “dado que afirmo que el vaso no está lleno, estoy diciendo que el vaso está vacío, lo que es evidentemente falso”. Esto le permitirá recuperar su primera afirmación, la de que el vaso está lleno, aduciendo que no es peor que la que yo propongo, y eludiendo el verdadero contenido de la mía, que es que la suya no es cierta. Así, reduciendo las opciones a que el vaso sea juzgado o lleno o vacío, podrá evitar la refutación de su afirmación primera. La confusión creada, las tablas alcanzadas entre ambas afirmaciones, son ventajosas para quien sostiene la que es falsa. La conclusión será que no se puede afirmar con total seguridad cómo está el vaso, pues algunas personas opinan que está lleno, otras que está vacío, y ninguna parece tener la razón completamente de su parte.

Nadie nos va a colar que un vaso medio lleno está tal vez lleno porque no está vacío. Pero cuando hablamos de amor la complejidad crece un poco y da aliento a la demagogia.

Veamos cómo se utiliza este recurso contra cada uno de los mitos. Normalmente la persona interlocutora hará una afirmación verdadera pretendiendo que se trata de un ejemplo de aquello que hemos afirmado que no hay ejemplo posible. La mayoría de estas falacias os van a sonar. Familiaricémonos con ellas para poder anticiparnos y desactivarlas sin perder un minuto.


1-“El amor existe”.

Es la respuesta a la crítica del Primer Mito del Buen Amor, cuyo enunciado es: “el amor es”.

Se pretende con ella decir que lo que la crítica afirma es que el amor no existe, y dado que el amor tiene formas innegables o difícilmente negables de existencia, dicha crítica queda refutada.

Pero lo que la crítica cuestiona no es la existencia del amor, sino la necesidad de esta existencia.

Aunque se podría defender que el amor no existe si debe darse en la forma en la que el amor dice de sí mismo que existe, la crítica tiene otro objetivo, que es la supuesta ininteligibilidad de las relaciones cuando estas no son explicadas a través del amor o realizadas según su discurso. En otras palabras: el mito afirma que no podemos escapar al concepto “amor”, que nadie ha escapado jamás, y que nadie escapará nunca. La crítica dice que eso es simple superstición, y que solo se sostiene por la imposición que ejerce el propio mito; porque el mito naturaliza esa idea.

2-“Todo el mundo necesita amor”.

Así se responde a la crítica al Segundo Mito, cuyo enunciado es: “el amor es el fin supremo”.

Se nos dice que la crítica niega la necesidad de relacionarnos sexosentimentalmente, así como el hecho evidente de que las personas que renuncian a, o no disponen de, pareja(s) sufren una carencia grave en su realización y desarrollo personales.

Pero la crítica no dice que la(s) pareja(s) no ocupe(n) un lugar en el desarrollo personal. Dice que ese lugar no es ni el principal, ni el más interesante, ni la realización última del sujeto, ni el sentido final de la vida, sino algo mucho menos relevante de lo que se nos pretende hacer creer. Y dice, apoyándose en la crítica al primer mito, que eso que la(s) pareja(s) realiza(n) y desarrolla(n) de manera tan deficitaria puede realizarse y desarrollarse de formas mucho más edificantes si, precisamente, prescindimos de las parejas y, por ende, del amor.

3-“El amor hace feliz a mucha gente e inspira, con frecuencia, buenas acciones”.

Se contesta así a la crítica al Tercer Mito: “el amor es el bien”.

Se nos pretende hacer creer que criticando el mito afirmamos que todas las conductas inspiradas por el amor tienen un carácter directa y evidentemente egoísta, y que todo lo que nos llegue como expresión de amor redundará en nuestro perjuicio.

La crítica, sin embargo, está muy lejos de afirmar que el amor no pueda ir acompañado de algún bien. Lo que denuncia es que cualquier cosa que vaya acompañada de amor, tanto lo que damos como lo que recibimos, es automáticamente considerada un bien, y que esto es así incluso cuando es evidente que, de no llevar esa favorecedora compañía, esa misma cosa sería indiscutiblemente considerada un mal.

Afirma además que, gracias a este mito, el amor legitima cualquier acción, función esta para la que ha sido creado.

4-“No todo lo que sucede por amor tiene explicación”.

Es la respuesta más habitual a la crítica al Cuarto Mito: “el amor es inviolable por la razón”.

La afirmación sugiere que esa crítica entiende el conjunto de conductas humanas enmarcadas en el ámbito del amor como una mecánica sencilla, y a quienes conozcan dicha mecánica como sujetos omniscientes en el amor.

La crítica no propone esta estupidez de ninguna manera, sino que reivindica el derecho de la razón a incluir en su dominio al ámbito del amor, único que le permanece vetado. El amor, como cualquier otra cosa, puede conocerse, entenderse e incluso predecirse. Si a día de hoy no se conoce, se entiende y se predice no es porque se trate de una materia especialmente compleja o de una naturaleza particular, sino porque nuestra cultura proyecta una prohibición sobre ese conocimiento.

5-“El sexo es mejor con afecto” o “la falta de afecto deshumaniza al sexo”.

El Quinto Mito del Buen Amor dice que “el sexo y el afecto son inseparables”.

Cuestionar este mito no es, como aquí se pretende, decir que el afecto debe quedar fuera del sexo ni el sexo fuera del afecto, (aunque esta última posibilidad resulta menos controvertida).

Cuestionarlo es decir que el sexo y el afecto no son un continuo, ni diferentes manifestaciones de una misma cosa, ni los dos componentes imprescindibles para nada en particular. Cuestionarlo es bajar esa mística a la realidad diciendo algo tan sencillo y a la vez tan extraordinario como que el afecto es una disposición general a procurar el bien de la otra persona, y que eso, lógicamente, puede ser beneficioso en el sexo como lo es en cualquier ámbito de nuestras relaciones.

Es decir, también, que ni el sexo genera afecto ni el afecto sexo más allá de lo que cada una de estas cosas pueda circunstancialmente reforzar a la otra, o sea, más allá de las formas en que el sexo genere afecto o el afecto sexo, como cualquier tercer ámbito de las relaciones pueda reforzar a cualquiera de estos dos. Más allá, por ejemplo, de lo que la lectura de un mismo libro pueda llevar a tener relaciones sexuales, sentir afecto, o a ambas cosas.

Ánimo con el debate.

Son muchxs. Son muy pesadxs. Pero no tienen razón.




lunes, 19 de febrero de 2018

el infierno de la amorexia.


Tal vez hayas detectado en tu entorno a alguna de esas personas con una especial proclividad a reivindicar más amor en el mundo, o a solicitar y provocar, especialmente para con ellxs, expresiones repetitivas de afecto, a veces vacías o hasta inadecuadas.

Es posible, incluso, que te hayas topado con alguien que, a pesar de vivir envueltx en este mar de amor, parezca estar sufriendo una déficit crónico de afecto.

Con frecuencia juzgamos a estas personas benévolamente, atribuyéndoles alta sensibilidad o empatía, y respondemos de manera favorable a su conducta.

Quizás, sin embargo, nos encontremos ante algo que debe ser tomado mucho más en serio: un nuevo síndrome adictivo, a veces devastador, que recibe el nombre de “amorexia”.

En 2015 el equipo de la doctora en psicología social I. Martheleur, de la Universidad de Hasselt, detectó rasgos similares a los de un síndrome de adicción en algunxs estudiantes.

“Hicimos un primer estudio de campo en las instalaciones de la propia Universidad en el que observamos algunas conductas inquietantes. No era raro encontrar a estudiantes entregadxs a interminables rituales afectivos que parecían carecer de propósito. Algunxs abrazaban inesperadamente a otrxs. Estxs solían responder receptivamente. Pero tras ese primer abrazo, se solicitaba otro y otro más, al mismo sujeto o a cualquiera que anduviera próximo. La expresión de la persona que los solicitaba, lejos de mostrar satisfacción, reflejaba una creciente angustia. En ocasiones acababa profiriendo expresiones estereotipadas y descontextualizadas como “¡viva el amor!” o sonidos inarticulados, como una larga “i” al modo del chillido de un roedor.”

Ante hechos tan estrafalarios y preocupantes el equipo de la doctora Martheleur decidió investigar el fenómeno a fondo. Lo que descubrió sobrepasó sus peores previsiones. Más de un 20% de la población universitaria era víctima de lo que ella denominó “Síndrome de Obsesión Afectiva Infantilizante” o “amorexia.”

El SOAI es un síndrome completamente diferente a la tradicional dependencia afectiva hacia una pareja. “En este caso no es un sujeto, sino una visión mágica y edulcorada del mundo lo que se convierte en el objeto de dependencia. La persona que padece amorexia necesita representar continuamente la idea de que vive en un universo trivializado del que han quedado fuera tanto los conflictos de la vida adulta como los mecanismos de afrontamiento de dichos conflictos. Para compensar la evidencia de que el mundo no coincide con su proyección idealizada de la infancia, estas personas contrarrestan toda arista que les presente la realidad con diferentes mecanismos objetivadores de amor. Podemos describir a la persona amoréxica como aquella que tapa sistemáticamente la realidad con amor” –explica la doctora Martheleur.

“Tapar la realidad con amor” no parece tan mala idea en algunas ocasiones. “La amorexia es un síndrome altamente incapacitante” –aclara la doctora. “Tapar la realidad con amor es un modo tan autodestructivo de huir de la realidad como refugiarse en cualquier otro paraíso ficticio que destruya progresivamente las herramientas de afrontamiento dejando al sujeto cada vez más indefenso. Utilizar el afecto como herramienta para subsanar problemas de indefensión ante circunstancias adversas es darle al afecto un uso normal y adaptativo. El problema empieza cuando el afecto se convierte en la única herramienta y, al mostrarse insuficiente, suple sus carencias con más afecto en una espiral adictiva”.

Esta es la razón por la que el síndrome recibe el nombre de “amorexia” y no “afectorexia”. Cuando el afecto se exalta y se utiliza como una cura omnivalente y omnipotente no hablamos ya de afecto, sino de esa palabra mágica que encontramos por doquier representando la realización de la felicidad completa.

¿Es, entonces, esta cultura del amor la causante de la amorexia? Parece que hay que atribuirle una gran parte de responsabilidad.

Estudios posteriores han confirmado que la combinación entre cultura amorosa y crisis del modelo relacional normativo es una bomba de relojería. “Las personas que escapan a los fracasos en sus relaciones de pareja mediante la glorificación de alguna variante de esa misma ideología –es decir, de alguna forma de amor- entran en un bucle infinito de búsqueda de sustitutivo amoroso. Poco a poco van atribuyendo el origen de cualquier dificultad a la falta de amor, y desarrollando una fobia paralizante a todo aquello que no llega presentado bajo la especie de expresión amorosa. Su vida se simplifica, se infantiliza y se vuelve inoperante. Es urgente que el descubrimiento de la Doctora Martheleur sea tomado muy en serio por la comunidad científica” –afirma Ángel Miguel Guzmán, psicopatólogo y experto en adicciones de la Universidad de Badajoz.
¿Cómo reconocemos a una persona amoréxica?

El equipo de Hasselt propone los siguientes criterios diagnósticos:

-Manifestaciones afectivas afuncionales o disfuncionales (“afecto inútil” y “afecto incómodo”).
-Presencia desproporcionada del amor como tema de conversación o explicativo.
-Pereza mental.
-Conductas infantilizadas (aflautamiento de la voz, imitación de la sintaxis preescolar, simulación de torpeza motora, fetichismo no sexual, etc.).
-Gustos infantilizados (tendencia al consumo de dulces y golosinas, preferencia por las combinaciones caóticas de colores vivos, gustos musicales sencillos y evocadores de melodías infantiles, afición por las narraciones de contenido mágico o fabuloso, lecturas con alto porcentaje de imágenes, etc.).
-Sensibilidad a flor de piel, especialmente para la tristeza, la melancolía y la decepción (“personalidad amigdaliana” o de control prefrontal ineficaz).
-Entorpecimiento o deterioro de las dinámicas sociales (saludos inacabables, constantes malentendidos, hipersensibilidad a la ofensa, intrusismo comunicativo –hablar improcedentemente del amor o de la situación afectiva personal-, descarrilamiento, etc.).
-Narcisismo.
-Insatisfacción sentimental cronificada (constante crisis de pareja o de falta de pareja, conflictos por la atención de las personas más cercanas, angustia social repercutida sobre el espacio personal o síndrome del “público inexistente”, etc.).
-Hostilidad o agresividad hacia cualquier forma de cuestionamiento del amor. “Policía del amor”.
-Risa nerviosa.
-Alegría estúpida y frágil.

¿Cómo se escapa de la amorexia?

Hasta el momento no hay respuestas que hayan demostrado ser eficientes, así que, de momento, parece más fácil entrar que salir. En opinión de la doctora Martheleur el problema de las personas amoréxicas es sobre todo contextual. “Es el entorno el que refuerza sus conductas obsesivas interpretándolas sistemáticamente como adecuadas, beneficiosas y dignas de elogio, hasta el punto de que la propia amorexia llega a convertirse en la virtud más apreciada de la persona que la sufre. La infelicidad en la que la/el amoréxicx va cayendo progresivamente es entendida por las personas que la rodean como un síntoma de que no está siendo entendida y valorada como merece, y la animan a que incida aún más en su dependencia. A diferencia de otros síndromes propios de nuestro tiempo, la obsesión por el amor carece de crítica y, cuando en un espacio social se manifiesta un caso, suele ser cuestión de tiempo el que la comunidad entera se contagie.”

Con el pertinente consentimiento reproduzco este fragmento de una conversación mantenido hace pocos días con una persona cercana:

-No me encuentro bien. Creo que me he resfriado. ¿Te acuerdas de que anoche salí con mis amigxs? Pues para despedirnos, como siempre, más de 40 minutos de besos y abrazos.
-¡Pero si estábamos bajo 0º!
-Ya, pero es tan bonito… Hay otrxs dos con fiebre y unx que dice que le duele todo el cuerpo. Pero mira, entre que nos lo contábamos por wsp y que nos quejábamos de estar tan malitxs, otro montón de besos y abrazos. Así que genial.

¿Una peligrosa cepa amoréxica? Probablemente. Procuraré mantenerme alejado.


martes, 21 de noviembre de 2017

te amo.



Te amo. Pero tú no me amas a mí. A causa de ello, sufro -dice él.

Sufres por mi causa. A causa de ello, sufro yo -dice ella.

Eso sucede porque, en realidad, me amas un poco –dice él.

Tal vez. Pero no me importa, porque saberlo no me liberará del sufrimiento –dice ella.

Déjame que te libere yo -dice él.

¿Cómo lo harás? -pregunta ella.

Convenciéndote de que mi sufrimiento no es culpa tuya –contesta él.

Sin embargo, lo es –dice ella.

No lo pienses. Sólo observa lo alegre que me siento ahora, a tu lado –dice él.

Sí, lo veo. Y me agrada –dice ella. –Ya no sufro.

Te agrada mi alegría. Eso sucede porque me amas algo más que un poco –dice él.

Tal vez –dice ella.

Ahora tú también estás alegre. Sucede porque yo estoy aquí, a tu lado –dice él.

Estoy alegre –dice ella. –Y estás a mi lado.
Sin embargo, ahora debo irme –dice él.

¿Y sufrirás? –pregunta ella.

Sí. Sufriré mucho más de lo que sufría antes de liberarte de tu sufrimiento –contesta él.

Sufrirás por haberme evitado sufrir a mí –dice ella.

Así es –dice él.

En ese caso yo también sufriré mucho más –dice ella.

Eso sucede porque me amas –dice él. -Del todo. Y porque deseas mi compañía, y porque es mi compañía lo único que puede liberarte de tu sufrimiento.

Tal vez. O tal vez no. Lo que sé es que sufriré, y que no deseo sufrir, y que si es tu compañía lo que necesito para no hacerlo, entonces quiero tu compañía –dice ella.

Hazme llamar, entonces, cuando sufras. No pierdas ni un segundo. No esperes ni un instante  –dice él.

¿Acudirás? –pregunta ella.

No –contesta él.


lunes, 6 de noviembre de 2017

código de conducta para enamoradxs (y beodxs).


No es raro que en el discurso general, incluso plenamente amoroso, se hable de “embriaguez” al buscar símiles con el enamoramiento.

En mi opinión esta comparación es muy rescatable para resiginificar y gestionar el enamoramiento desde la agamia. Veamos en qué sentido.

Como tanto el enamoramiento como la embriaguez son estados psíquicos proclives a escapar al control de la conciencia moral (ave maría purísima), entendemos que sólo pueden ser asumidos por personas capaces de sustituir temporalmente dicho control por otro de emergencia. Eso deja fuera a toda aquella a la que coloquialmente podamos calificar de irresponsable. Ni niñxs (independientemente del daño que el alcohol puede causar en el organismo joven), ni personas que no sepan controlar la situación. 

Qué interés pueda encontrar el resto en enamorarse no es objeto de este post. Tal vez no lo sea de ninguno, porque yo no se lo veo demasiado. Si se trata de conocer la experiencia, bueno, es posible que venga bien perder el control una vez y ver hasta dónde nos lleva, pero, ¿qué hacemos con el daño a tercerxs? Si se trata de disfrutar, entonces el mejor mecanismo no es el enamoramiento, sino un sub-sub-enamoramiento, de segundo, tercer, o cuarto grado, al que ya podamos llamar “ilusión razonable”.

Pero volvamos a dar por supuesto que el interés por el enamoramiento existe.

Cuando se relaciona al enamoramiento con el concepto de embriaguez se interpreta con frecuencia que establecemos una simple diferencia cuantitativa: El enamoramiento sería “sólo” una embriaguez. No es así. La verdadera diferencia es de jerarquía. Como decía, el enamoramiento pasa a ser considerado una enajenación lúdica, subordinada a la responsabilidad, cuyas consecuencias hay que saber controlar.

Quienes añoran el enamoramiento, o no quieren renunciar a su intensidad, nos piden dejarse llevar por sus excesos, interpretando éstos como los máximos placeres que puede proporcionarnos. ¿Qué pensaríamos si alguien que reivindica la embriaguez nos pidiera no perderse el gran placer de tirarse por un barranco pensando que vuela? “Si no puedo dejarme llevar me pierdo lo mejor de la borrachera”. Vale.
Traslademos, a pesar de reproches tan sólidos, la forma que habitualmente adquiere la responsabilidad madura sobre la embriaguez (alcohólica) a la conducta enamorada. Nos encontramos en ella con algunas recomendaciones muy interesantes, tanto por lo sensatas como por lo bien afianzadas que están en nuestra cultura social. Vamos, que no se puede decir que estemos ante una utopía más allá del entendimiento de cualquier persona que sepa lo que es un/a borrachx.

Veámoslas.

Si te emborrachas/enamoras:

1-no te pongas pesadx, no molestes, no hagas daño a otras personas. Allí donde empieces a molestar, sólo a molestar, ya eres, mucho antes que una persona enamorada, una persona molesta.

2-procura no hacerte daño a ti. Recuerda, además, que hacerte daño aumenta el riesgo de que se lo hagas a tercerxs. Con respecto al daño a tercerxs consulta el punto anterior.

3-si te haces daño, no habértelo hecho. O sí. Tú sabrás. Pero, en principio, es asunto tuyo. Si no te pregunto es que no me interesa. Tu enamoramiento no justifica contar tu enamoramiento (puede, por cierto, que si pierdes el privilegio de contarlo, el enamoramiento mismo pierda atractivo para ti). Contar tu enamoramiento, si no es del interés de tu interlocutor/a, entra en el terreno de lo molesto, por lo que debes remitirte, de nuevo, al primer punto.

4-si no sabes no hacer/te daño, no te enamores. Es el homólogo del viejo “si no sabes beber, no bebas”.

5-si no sabes no enamorarte, busca ayuda. Es el homólogo del viejo “tienes un problema con el alcohol. Lo primero es reconocerlo”.

6-finalizada la enajenación, asume tus responsabilidades. Toda esta mierda es tuya. Recógela y deja todo como lo encontraste. Y si hay algo que no se puede devolver a su estado original, te toca pagar. El precio no lo determinas tú. Haber estado enamoradx no es un atenuante.

Efectivamente, este código implica una inversión del estatus de "persona enamorada", que pasa, con él, de ser una persona privilegiada, centro de atención y objeto de cuidados, a ser una persona que está haciendo uso de un privilegio, y que, por lo tanto, debe cuidadxs al resto.

Aceptadas sus normas, la pregunta por la cantidad de alcohol o enamoramiento óptima en cada ocasión recibe una respuesta muy alejada de la adolescente, o hooligan, idea de que hay que beber hasta desplomarse.

Nadie dice, por tanto, que no haya que enamorarse (ni, por supuesto, es este texto un alegato contra la ambriaguez). Lo que se dice es que hacerlo con responsabilidad cambia radicalmente el significado de la práctica. Es cierto que enamorarse en sentido estricto implica poner al enamoramiento por encima de toda responsabilidad. Así que en el fondo sí, es verdad: no hay que enamorarse. Hay que hacer otra cosa que, por economía del lenguaje, viene bien no llamar “enamorarse”.

Pues nada. Dicho queda. 


lunes, 16 de octubre de 2017

amor (romántico) universal.



Oh, can’t you see? You belong to me.
How my poor heart aches with every breath you take!
Every Breath You Take, The Police


Uno (otro) de los lugares comunes del debate contraamoroso es la reivindicación del otro amor, ése que, a diferencia del amor romántico, sí es bueno. Y uno de los otros amores más frecuentemente reivindicados es el amor universal, ése que nos hermana a todxs, y a todxs con todo.

“Nada que ver” nos suelen decir, “con el amor como normalmente se entiende. Este amor no proviene de nuestra cultura, se opone a ella y la desarma. Es su antídoto, porque renuncia al egoísmo y a la ambición, y consiste en la celebración de la plenitud de la vida presente, del mundo y de lxs otrxs”.

Todo esto nos lo dicen como argumento contra el cuestionamiento del amor y, como sabemos por otras experiencias, como recurso para salvarlo. Para ello se ven obligadxs a defender su descontextualización (es decir, su condición de sucedáneo y de mala traducción cultural), su infrecuencia (por lo tanto no es que el amor sea eso, sino que “eso” es una propuesta amorosa personal) y, lo que más debilita la tentativa, su altruismo.

Lo que voy a contar no es una prueba de nada. Es sólo un ejemplo con ciertas pretensiones paradigmáticas. Pero estoy seguro de que habrá a quien le cuadre. Y a quien le suene.
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Aunque la presencia visual de Sting tuvo siempre un marcado componente de dandismo, las historias de las canciones de The Police habían dejado ya atrás el rock cipotudo de Rolling Stones, Led Zeppelin o AC/DC y se adscribían a una nueva masculinidad preochentera que problematizaba sus relaciones.

En muchas y significativas ocasiones, los machos de la música estaban abandonado la sensibilidad milleriana en la que el “sexo” que conformaba el primer pilar de la tríada legendaria, junto con las drogas y el rock’n’roll, consistía en la instrumentalización despectiva y sin complejos de las fans. No es ése el discurso general de la New Wave, y no será de lo que hablen las letras de The Police.

Lo que encontramos en sus temas, más bien, es la cartografía de una nueva vulnerabilidad masculina; de aquellos espacios en los que el hombre parece haber perdido el control y las cosas ya no van rodadas. Su descripición, eso sí, irá acompañada de elementos inquietantes, a veces de autohumillación, a veces de obsesión, a veces de delirio. Se diría que el nuevo hombre herido se muestra enfermo. O que alega enfermadad para justificar la revuelta contra su devaluación. Ese lugar de incertidumbre competitiva y de ambigüedad moral es parte del enorme atractivo de una larga lista de clásicos como “Do do do de da da da”, “Can’t stand losing you”, “Walking on the moon”, “Every Little thing she does is magic”, “Wrapped around yout finger” o “Don’t stand so close to me”. Y ha sido la fuente de la justificada controversia que desde no hace tanto acompaña a “Every Breath You Take”, una de las canciones más inspiradas y sobrecogedoras de la historia del pop.


En mi opinión, los temas de The Police son, en su conjunto, una buena descripción de la perspectiva masculina de lo que llamamos hoy amor romántico. El hombre que no puede someter directamente debe jugar la carta del amor, y ese juego consiste, sobre todo, en manifestar su propia agonía, la injusticia en la que consiste no poder realizar sus deseos mediante un simple mandato. Las letras de estas canciones, y por encima de todas Every Breath You Take, describen perspectivas así de atractivas, patológicas y amenazadoras.

Muchxs recordamos la transformación de Sting cuando se disolvió la banda (algunxs, no yo, con desprecio), y cómo se convirtió, de la noche a la mañana, y a pesar de competir con otras primeras figuras, en uno de los más destacados portavoces de la interculturalidad musical y, como parte fundamental de la ideología que la sustentaba, del amor universal de inspiración lennoniana.


“Love is the 7th wave” fue el himno personal con el que predicó la llegada de este nuevo amor en el que todxs cabíamos como iguales. Un tema luminoso y magnífico, perfecto para cantar a plena luz del día en los macroconciertos colectivos de Human Rights Watch, y al que sumar a Paul Simon, Peter Gabriel o Bob Geldof en interpretación colectiva. El fin del ego encontraba su símbolo musical en estos encuentros entre estrellas incompatibles, en la participación del público en los coros finales, y en los abrazos entre ídolos. 20 años después, la propuesta de All You Need is Love, que también se mostraba a sí misma como una obra de madurez y reconciliación, y que había dejado el amargo sabor a fracaso de la separación de The Beatles, se hacía canon y se convertía en el tipo de canción a cantar por todxs, en todo momento y en todas partes.
El amor había evolucionado por fin. Provenía de otra cultura, era escaso, pero en expansión, y se mostraba, ante todo, altruista. Era otro y se había salvado a sí mismo. Se trataba, en definitiva, de un amor defendible y reivindicable. Sting, con ropa blanca de yoga, coleta descuidada y sonrisa franca, nos animaba a sentirlo: “I say love!” y todxs contestábamos “is the 7th wave!” Y él, de nuevo, “I say love!” y otra vez todxs, “is the 7th wave!”, una vez, y otra, con la infinita paciencia del maestro, hasta que conseguía que la multitud se emancipara y cantara por sí sola el verso completo; hasta que el público mismo se convertía en depositario y fuente del nuevo amor. Sólo un enorme coro de voces empastadas diciendo una y otra vez que el amor es la séptima ola.
Y entonces, sin que nadie lo esperara, pero con una lógica que todxs experimentábamos como natural, Sting añadía a su coro de amor universal los versos de resonancia sagrada y maldita. Como un conjuro, como una invocación al siniestro espíritu verdadero de todo lo que allí pasaba, se escuchaba de nuevo, irresistible en su hermosura: “Every breath you take… every move you make… every vow you break… every single day…”. Como si Sting, sacerdote del amor, entregara a toda aquella muchedumbre, ahora altruista e indefensa, a las ávidas fauces del padre de los dioses.

El conjuro quedaba ultimado, exactamente como se propuso originalmente, con aquella voz destemplada de McCartney surgiendo de entre el coro que invocaba al amor maduro y universal diciendo “All you need is love”, ése que era lo único que necesitábamos, y contra el qué él gritó de nuevo “She loves you yeah, yeah, yeah!!!”

Ella te ama. Sí! Lo has vuelto a lograr.


miércoles, 17 de mayo de 2017

instrucciones para deshacernos del amor.


Parece que es mucho más fácil criticar al amor que encontrar qué hacer una vez que se ha rechazado. De hecho, la mayoría de los cuestionamientos acaban llevándose a la práctica reintegrando al amor de un modo u otro, a veces porque se le echa de menos, a veces porque no se encuentra forma de evitarlo.

Voy a intentar esbozar una propuesta práctica construida íntegramente al margen del amor. Estoy seguro de que nos entenderemos y trataremos mejor en la medida en que consigamos inventar y llevar a cabo un rechazo decidido del amor como sistema, y de que esto repercuta en el fin de su hegemonía en nuestro discurso y, por extensión, en nuestra vida.


1 – Descompón el amor.

La resistencia del amor a todo intento de superarlo se basa, principalmente, en su primer mito: el amor es. Hay una cosa que se llama amor y que está por todas partes. Es incontrovertible que la hay y el mundo no se puede explicar sin referirnos a ella.

Pero, si tienes a mano una lupa, podrás comprobar enseguida que el amor no es un elemento puro. Está formado por un montón de partículas, y cada una tiene su propio nombre. Así que abandona el trazo grueso y empieza a llamarlas por él. Distingue al afecto del apego, la indignación legítima de la ilegítima, las diferentes necesidades, las emociones básicas…

A medida que hables con mayor propiedad (y eso no significa adoptar la terminología del blog, sino disponer de una terminología suficientemente sutil como para despiezar al amor) la presencia del amor en tu discurso y en tu manera de entender las relaciones se irá diluyendo.

Al final, el término sólo quedará para referirse a lo que el amor realmente es: la ideología cuya finalidad es establecer gamos (o, habría tal vez que actualizar, buscarlo compulsivamente). Te servirá, además, para señalar las situaciones en las que esa ideología es llevada a la práctica.

Y recuerda: el amor exige para sí autoridad total. Si no pugna por imponerse por sobre la justicia y la razón, entonces no es amor. Mira bien a ver qué es.


2 - Júzgalo

Cuando tenemos al amor acorralado nos suele poner cara de cachorritx. Pero no dejes que te camele. Él te dirá que sus intenciones sonbuenas, pero su palabra carece de garantías. Compruébala.
Podemos llegar a abandonar con cierta facilidad el hábito de sentirnos segurxs cuando nos ofrecen amor. Requiere algo más de valentía recordar que cuando lo ofrecemos nosotrxs tampoco estamos garantizando nada. En realidad, estamos pidiendo carta blanca. Por eso no sólo debemos aceptar que nuestro amor no es garantía para otrxs. En realidad, ni siquiera nos deberíamos sentir mejores por amar.


3 – Apaga la tele.

Es broma. Además, una tele apagada no se puede volver a apagar, ¿verdad?
Lo que quiero decir es que el discurso presente en los productos de la cultura del ocio (y, en gran parte, de la otra) no es el de una persona que te dice que ama. En el “amor” de una persona, una vez descompuesto, puedes encontrar algo rescatable. Pero lo que te ofrece una canción o una película (eso que veíamos antes de que llegaran las series) es ideología amorosa directa de la fábrica. Propaganda. Muy interesante si te dedicas a analizarla, pero muy contaminante si le das algún crédito.
Lo más rápido: un filtro antiamoroso. Donde se hable de amor, una cruz. Exactamente lo que hacemos con la difusión de otras ideas. Hagámoslo también con el amor. Nos vamos a quitar un montón de trabajo inútil, y además vamos a mejorar muchísimo nuestro gusto cultural.


4 – Analiza tus renuncias.

Éste es el favor que te vas a hacer a cambio de todo lo anterior (bueno, de los dos primeros puntos, porque el tercero es también un favor, reconozcámoslo).
Cada vez que creas que dejar de lado el paradigma amoroso te quita algo, piensa con detenimiento qué es eso que te está quitando. Saca otra vez la lupa. Si miras con cuidado descubrirás que sólo hay dos cosas a las que debes renunciar realmente: al amor como sistema general mediante el que organizar tu vida, y al amor como patente de corso. Todo lo demás se vuelve posible de nuevo en cuanto encuentre su propio nombre y éste designe a algo legítimo. Y, si no es legítimo, cuanto antes lo descubramos, mejor.


5 – Recuerda: lxs demás.

El amor ha dejado de ocuparse de tu entorno relacional. Ya no eres buenx sólo por amar mucho. Ahora tu bondad no depende de lo que sientas sino de lo que hagas. Encárgate de ello. Es sólo adquirir esa costumbre. Y en gran parte ya la tienes. Sólo se trata de llevarla a la más deslumbrante de las excelencias. 


domingo, 14 de mayo de 2017

FESTIVAL DEL AMOR


No me lo vais a saber agradecer, pero he realizado la tediosa tarea de hojear las letras de las canciones del Festival de Eurovisión con la ilusión de tener algo que contar.
he llegado a la mitad, casi (20), y doy aquí fe de que:

-hay dos en idiomas que no entiendo (ni me he molestado en que me traduzcan).
-de las 18 restantes hay dos de mensajes eurovisivos (viva Europa, viva el mundo)
-de las 16 restantes 11 HABLAN DE AMOR.

¿De qué hablan las 5 restantes?
-dos hablan de vivir el presente.
-dos hablan de sobrevivir a las hostias del presente.
-una es un mensaje de ánimo a una persona hundida (¿por el presente?)

Yo me esperaba un gran mensaje consumista neoliberal, animando a emprender, a crecer y a gastar, autopromoción capitalista y bla bla bla...
No, claro que no. Esperaba lo que he encontrado, poco más o menos.
El sistema que odiamos no se vende a sí mismo. Nos vende amor.
Pero las alarmas no nos saltan.

O, expuesto de otra manera: el neoliberalismo se justifica a sí mismo por el amor. El éxito amoroso es la razón por la que debemos asumir el neoliberalismo.

Y en los huecos que le quedan nos dice que vivamos la vida. "¿Qué es la vida?" podríamos preguntarle. "¿Cómo se vive?"
“¡Pero si te lo he dicho once vece!”, nos contestaría.

Así que la vivimos (=amamos), fracasamos, nos hundimos y, excepcionalmente, nos mandan un mensaje de ánimo.

La historia presentada es la de todo producto de ocio generalista: un marco político no cuestionado, monarquía perfecta y sobreentendida, en el que se nos cuenta una historia de amor con la que nos identificamos gracias a la representación de algún que otro altibajo.

Lo dicho: el enemigo pasándonos la mano por el lomo. Y nosotrxs le ronroneamos desde la mantita.

A lo mejor el gallo de Manel es un buen símbolo de esta paradoja. Como un fallo en Mátrix.


lunes, 23 de mayo de 2016

¿de quién nos enamoramos? (II - el valor sociosexual)


Si todas las personas nos conociéramos unxs a otrxs y pidiéramos a cada una que clasificara a las demás según lo atractivas que las demás le resultan, podríamos agregar todas esas valoraciones y establecer una escala.

Discreparemos sobre lo horizontal, lo igualitaria que sería esa escala, pero parece difícilmente cuestionable que habría una cierta verticalidad, una cierta tendencia a poner a unas personas de un determinado tipo mucho más arriba que a otras. Parece difícilmente cuestionable también que, aunque esta escala es irrealizable, todxs tenemos en nuestra cabeza una idea más o menos esquemática de ella.

Pues bien, si volviéramos a molestar a todas las personas pidiéndoles que volvieran a ordenar a todas las demás según el lugar que creen que habrán obtenido en esa primera escala, y volviéramos a agregar todos los datos, obtendríamos una segunda escala, lógicamente mucho más vertical.

A esta segunda escala la llamo “escala de valor sociosexual”, y nuestra idea de ella es nuestro criterio principal a la hora de determinar el objeto amoroso.
Si la conformación de una pareja fuera una elección libre y unilateral, la primera escala sería la verdaderamente importante, y todxs elegiríamos a la persona que estuviera en su cúspide. Eso tan simple es lo que el amor dice que hacemos.

Pero las parejas se forman por elección recíproca entre dos personas y, claro, la cosa se complica, porque esa persona a la que elijo y que está en la cúspide, bueno, no es que no me vaya a elegir, no es eso. Es que ni tiene noción alguna de mi existencia ni, seguramente, crea que merezca la pena tenerla. Esa persona habrá elegido, por supuesto, a otra persona que estará también en las más inhóspitas alturas de la escala, y entre ellxs puede que hasta cumplan sus sueños correspondientes y formen una pareja. Esas personas de ahí arriba son, lógicamente, las primeras que eligen. Lxs demás esperamos turno.

A lo largo de nuestra vida vamos tanteando hasta tener una idea bastante precisa de cuándo nos toca turno o, dicho de otro modo, a qué altura de la escala podremos elegir con posibilidades reales de éxito. Y el sentido común nos dirá que ese nivel en el que podemos elegir es nuestro nivel, el nivel en el que lxs demás nos han puesto a nosotrxs mismxs: nuestro valor sociosexual.

Estoy completamente seguro de que no hay una sola persona que, llegada a este punto, esté extrañada por el razonamiento. Escandalizada tal vez, pero extrañada imposible, porque estos procesos de valoración nos acompañan todos los días ocupando un lugar muy preciso en nuestra psique, suficientemente lejos de la conciencia como para que podamos soportarlos y suficientemente cerca como para que optimicemos sus resultados.

El verdadero misterio en la elección del objeto amoroso son todos esos matices personales a los que llamamos “gusto”, y que se definen por oposición al criterio general en la escala de valor sociosexual. “Me gustan las narices grandes. ¿Cómo se explica eso?”

Para que la aceptación del valor sociosexual propio no sea una insoportable acumulación de frustraciones, nuestro sistema emocional tiene sus recursos adaptativos. Si fuéramos universal y constantemente conscientes de que no nos queda mucho más remedio que asumir lo que nos toca, tan alejado de lo que les toca a otrxs y de lo que nos gustaría que nos tocara, ¿cómo podríamos disfrutar en lo más mínimo de esa correspondencia?

El gusto que se construye como rechazo al canon no es otra cosa. Casi cualquiera puede suscribir que no le gustan las “personas perfectas”. Casi. Menos las personas perfectas. A ellas sí que les gustan, porque no han necesitado adaptarse a la evidencia de que nunca las obtendrán. La negación del superior inaccesible y la afirmación del inferior accesible explica el ejemplo de la nariz. Mi experiencia me dice que una nariz lo suficientemente grande como para constituir una imperfección es una vía de acceso a la obtención del objeto amoroso, sin la cual se me escaparía por arriba con absoluta certeza. En mi experiencia, la nariz grande “baja” al objeto amoroso y lo pone a mi alcance. ¿¡Cómo no me va a gustar!?

Algunos otros “defectos” no me gustan, porque en mi experiencia han dañado tanto el valor sociosexual del potencial objeto amoroso que han acabado ofreciéndome personas que eran accesibles sólo porque su valor sociosexual era inferior al mío, es decir, personas “objetivamente” inatractivas y que, por lo tanto, no amo.

No pudo extenderme en más detalles sobre la conformación del gusto, pero el resto no es otra cosa que una serie de consecuencias de la experiencia personal en su relación con la escala de valor sociosexual. Este gusto personal determinaría las personas de las que nos enamoramos. El enamoramiento no sería otra cosa que el entusiasmo experimentado ante el descubrimiento de un objeto amoroso posible, y sería más intenso, más repentino, más violento, cuanto más alto fuera su valor sociosexual.

Pero entonces, ¿el valor sociosexual al que accedemos no es fijo e idéntico al nuestro?

Sí lo es, pero nuestro valor sociosexual no es una moneda objetivada que podamos mostrar como si fuera un billete, a cambio del cual podamos exigir un objeto amoroso de calidad equivalente. Recordemos que el valor sociosexual es una valoración subjetiva sobre el valor objetivo. Sería algo así como adivinar el valor del billete de la otra persona en función de los innumerables indicadores que me ofrece, al tiempo que intento que atribuya a mi billete el máximo valor posible.
Esta dinámica se llama “seducir” y es una forma de competición. Tiene la supuesta ventaja de que flexibiliza un poquito el valor sociosexual al que tenemos acceso. Tiene la desventaja, muy superior, de que transforma las relaciones en sistemas de competición, donde el valor sociosexual debe ser peleado en todo momento, convirtiendo a todas las personas, ya sean objetos amorosos o no, en objetos secundarios de seducción cuya idea sobre mi valor sociosexual debo mantener lo más alta posible para que influyan positivamente en los resultados de mis seducciones principales. Esa competencia, como la económica, hace que la escala sea aún más vertical, es decir, más desigual, y que tienda a hundir a quienes no compiten.

El enamoramiento representa así el triunfo del individuo sobre el conjunto de la sociedad, a la que entiende que ha logrado robar un objeto amoroso más alto de lo que le correspondía. Es decir que no sólo es insolidario. Además es entrañablemente ingenuo. No hay momento más enternecedor que el de escuchar a una persona enamorada hablar del idealizado objeto de su amor, mientras sabemos, conozcamos a dicho objeto o no, que no será ni más ni menos que lo que es la enamorada misma.

A mí también me parece todo horrible. Cambiémoslo.

volver a la primera parte.