No sé
muy bien cómo explicar mis emociones ante el anuncio de la segunda parte de
Frozen, pero, si pudiera proyectarlas sobre vosotrxs, es posible que adoptaran
la forma de un rayo celeste que os dejara los corazones convertidos en una
escultura de escarcha.
Aunque
el plan no suene muy bien voy a hacer lo posible por someteros a él. Así os
quiero.
Mejor que
describiros mi sensación, intentaré que empaticéis con ella describiendo qué es
Frozen, o al menos lo que a mí me está pareciendo que es.
Frozen
es, de largo, la película de animación más vista de la historia. Alguna tenía
que ser, claro. Pero es que, además, es la quinta más vista de entre todos los
géneros (a estas alturas será la séptima, porque habrá sido superada por “cosas”
como Fast & Furious 7 y Los Vengadores: La Era de Ultrón, que perfectamente
se pueden considerar taquillazos infalibles a priori, de modo que difícilmente
puede decirse que cuenten), no muy lejos de la cuarta y la tercera. Dicho de
forma más vehemente: Tras Avatar y Titanic, Frozen es, prácticamente, el mayor
éxito cinematográfico conocido.
En nada menos que eso la han convertido lxs niñxs tirando de la manga de sus tutorxs, a
quienes lo mismo les daba entrar a ver las aventuras de Elsa que las de los
minions de Gru.
¿He
dicho “niñxs”? Quería decir “niñas”.
Frozen
fue a todas luces concebida dentro del género de películas de princesas para
niñas, pero los resultados de taquilla indican que, o ha desbordado el target
de audiencia, o cada niña ha ido a verla tantas veces como fui yo a ver Cyrano
de Bergerac cuando el amor aún me parecía bien.
No me
he molestado en buscar datos sobre su merchandising, porque los que están a la
vista son sobradamente elocuentes. Cualquiera que haya tenido que comprar un
juguete estas navidades sabe que una nueva estética amenaza el imperio del
rosa: El verdadero color de moda para las niñas es el azul hielo; azul Frozen.
A la izquierda, Elsa.
A la derecha, "otras princesas".
Como se
ve, Elsa ha aglutinado el gusto de las niñas a escala mundial. Están las
princesas y, después, dos escalones por encima, está Elsa, que es la reina de
las princesas. Elsa es, por lo tanto, un ídolo femenino infantil de una
magnitud sin precedentes cercanos. Es, para lo bueno y para lo malo, la
narración más influyente en la formación de las conciencias femeninas
infantiles de las últimas décadas.
¿Por
qué?
La
explicación pesimista dice que Elsa es la princesa perfecta. Que de entre todas
las tentativas por conseguir una princesa moderna con tintes igualitarios (Brave,
Rapuntzel…) las niñas han rescatado a aquélla que les permitía refugiarse de
nuevo en los rasgos de género más extremos y que los insólitamente progres guionistas
de Disney les habían llevado a añorar. Se trata del primer personaje desde hace
tiempo que es plenamente identificable como princesa a lo largo de toda la
narración. Nada de princesa prisionera, dada en adopción, renegada, disfrazada…
Elsa es princesa por derecho desde el primer al último fotograma. La sangre
azul se le adivina en cada vestido, en cada complemento, en cada gesto y, como
sabemos, las niñas quieren ser princesas “por naturaleza” y poder mostrarlo
todo el tiempo.
Pero
hay otra explicación. ¿Y si las niñas no se hubieran equivocado y, en vez de
caer de nuevo en la trampa de la feminidad, hubieran elegido de manera espontánea
y unánime el empoderamiento? Elsa se distingue de las últimas princesas en que
es más princesa que ellas, sí, pero también en algo mucho más notorio: Su
superpoder. A diferencia de la larga lista de personajes femeninos cuyas
principales virtudes son la bondad, la pasividad y la obediencia, Elsa se
caracteriza por su libertad, por su capacidad, gracias al dominio sobre el
hielo, para hacer, incomparable a la de cualquier otro personaje de la
película. Esta superioridad tiene como consecuencia otra diferencia sustancial:
Elsa no tiene pareja, porque nadie, como sucede con tantos personajes
masculinos en la historia del cine, podría estar a su altura.
¿Nos
suena? Claro. Por decisiones o caprichos de producción, a Disney se le ha
colado un superhéroe en una película para chicas. Y la consecuencia ha sido que las niñas se identifiquen con él tanto
como los niños con Spiderman: Si no me das otra cosa, seré una princesa a la
espera de un príncipe que me descubra. Pero, si puedo elegir, seré un ser
poderoso y libre. En cuanto a que alguien me descubra… no necesitaré a
“alguien” porque seré evidente para todxs; me daré sentido en el grupo sin
intermediación de una pareja masculina.
Disney
se guardó las espaldas ofreciéndonos la antítesis de Elsa en el personaje de su
hermana Ana, no fuera a ser que las niñas se sintieran incómodamente masculinas
siendo superiores a todo el mundo. Ana sí que cumple el estereotipo íntegro: es
débil, frívolamente alegre, afectuosa, y enamoradiza… Y sus vestidos de colores
cálidos se pudren en los anaqueles de las tiendas de juguetes, mientras que los
de Elsa se agotan el primer día. “Tú eras Ana” decretan infaliblemente las niñas
cuando te proponen jugar a Frozen.
Desde
este estado de cosas oímos en la lejanía redoblar los tambores de Frozen 2. Y,
nosotrxs, que sabemos que el patriarcado es cruel e inexorable, temblamos, o
deberíamos temblar, al anticipar la tortura que se habrá diseñado para la
conciencia de estas niñas, empoderadas quizás sólo provisionalmente. Si el patriarcado actúa como cabe esperar de
él, del mismo modo que se le coló una mujer empoderada en la figura de una
princesa machista, lo normal es que intente ahora arreglar la jugada y procure
colarnos una princesa machista en la forma de segunda Elsa.
Ojalá
me equivoque, pero me parece que Disney nos va a dar ahora mucho trabajo. Tiene
a todas las niñas con los ojos clavados en la pantalla, expectantes, predispuestas
como nunca para identificarse con la conducta de un personaje. Entendámoslo: Predispuestas
a ser Elsa, sea Elsa lo que sea, como si les hablara Dios. Pero esta nueva Elsa
puede traicionarlas.
Para
empezar, en alguna de las imágenes promocionales Elsa está ya en segundo plano,
porque resulta que Ana, la madre buena y correcta, ha tenido un hijo varón,
como es su deber, y parece ser que ha heredado el poder de su tía. Así que es
más que previsible que el protagonismo gravite sobre él, que seguramente se muestre
más proactivo, más despierto, más ambicioso, más fuerte e inteligente que lo
que pueda hacerlo una mujer; que use mejor el poder y que sea capaz de llevarlo
al extremo de sus posibilidades. Es muy probable que Disney le vaya a decir a
las niñas que en manos de ellas el poder es un adorno encantador, pero en manos
masculinas se convierte en una verdadera arma; que su ilusión de igualdad era
vana, porque un niño, ¡aunque sea un niño! en las mismas condiciones de poder,
es siempre superior y más interesante que una niña. Entonces ellas pensarán que
ser Elsa es ser una segundona, y que lo que realmente mola es ser la madre del
protagonista. Y, quién sabe, tal vez en Frozen 3 Elsa haya sido ya convertida
en bruja. Igual esta anticipación es un absoluto disparate, pero es sólo una de
las barbaridades que pueden pergeñar. Y ellas apenas tienen otra cosa que a
Elsa.
Nos van
a dar mucho trabajo, pero sabremos hacerlo.
Tendremos que decirles a las
niñas decepcionadas con el presumible papel de Elsa en la segunda parte que lo
verdaderamente meritorio cuando tienes el superpoder del frío no es derrotar
con él a un villano que no lo tiene, sino enfrentarte al chantaje emocional al
que te someterá todo tu entorno afectivo para que reniegues de tu
empoderamiento y te vuelvas “normal”. Tendremos que explicarles a las pequeñas
que una cosa es Frozen, y otra Frozen 2. Que quienes han hecho Frozen 2 no
entienden quién es Elsa, y que si la verdadera Elsa estuviera en Frozen 2 el
hijo de Ana se quedaría en casa haciendo los deberes del cole, porque el reino
de Frozen está gobernado por Elsa y ella lo hace perfectamente. Nos van a
obligar a convertirlas en espectadoras conscientes y críticas. Nos van a forzar
a investirlas con el poder del frío frente a la pasional narración audiovisual;
a hacerlas superpoderosas. Pues lo haremos. Ellos se lo han buscado.
Soy muy
sentimental con este tema, pero lo cuento por si alguien se identifica. Hay un
tercer aspecto clave que explica el éxito de Elsa. Y no va a gustar. Lxs
creadorxs de superhéroes saben que el tipo de poder y cómo se represente es
clave para determinar el éxito de un personaje. Quienes llevan toda la vida
leyendo tebeos porque son malos al fútbol tienen dificultades para
identificarse con Supermán o Hulk. Sin embargo, descubren esa caricatura de
superhéroe que es Spiderman, cuyas virtudes se reducen al sigilo, la huida, el
ataque a distancia y, no lo olvidemos, la réplica sarcástica, y tienen alter
ego por los siglos de los siglos.
El
poder de Elsa es el frío. El frio.
El
frío.
Me da
igual que Let It Go sea un tema típicamente Disney. Además es otra cosa. Es la
canción con la que las niñas han identificado la reivindicación de su frialdad,
y del poder que la acompaña. De esa misma frialdad por la que se sienten
culpables ya que, con ella, estuvieron a punto de destruir el corazón de su hermana,
y que han prometido no volver a usar, porque su uso es la muerte de las
personas que las rodean.
Elsa,
harta, abandonándolxs a todxs, feliz, realizada, empoderada, lo dice claro: “Déjalo
salir. El frío nunca ha sido un problema para mí.” Es decir, que si lo es para
ti, ése es tu problema.
Y, con
las mismas, nos deja heladxs de un portazo.
¡Bravo!