Estamos convencidxs de que debemos buscar un modelo
relacional justo. Algunas personas incluso estamos convencidas de que el modelo
hegemónico no lo es, y de que nos acercaremos más si proponemos una
alternativa.
Pero tenemos pocas posibilidades de triunfar mientras ese
modelo no vaya acompañado de un cambio creíble en el funcionamiento de la
atracción.
Mientras las personas dispongan de atractivos desiguales y
distribuidos al azar, ese azar se traducirá en desigualdad e injusticia.
Cualquier igualdad alcanzada en cualquier otro ámbito sólo servirá para que la
desigualdad en el del atractivo se convierta cada vez más en el centro y fuente
de todas las desigualdades.
El mundo utópico en el que todas las personas nos relacionamos
en igualdad de poder se convertiría, automáticamente, en distopía kalocrática, es
decir, en el gobierno de lxs bellxs. Las personas más bellas tendrían la
capacidad de disponer de todas las otras. Las personas menos bellas no
dispondrían de nada y se verían en la obligación de someterse a los contratros
sexosentimentales desiguales que las personas más bellas les ofrecieran.
Inmediatamente la desigualdad en el atractivo se contagiaría otra vez al resto
de los ámbitos hasta disolverse en un nuevo sistema de desigualdades múltiples,
interseccionales y transversales.
Así que no nos engañemos: todo nuestro afán de justicia
sexosentimental es un brindis al sol mientras nos sigan atrayendo los mismos
arquetipos de belleza que conforman la desigualdad contra la que nos rebelamos.
Un saludo a todas las personas que han dejado de leer porque
piensan que nada se puede hacer contra la atracción “natural”, o que sería muy
bonito que nos gustaran las personas no atractivas, pero que ese mundo bonito
les parece en sí tan inatractivo que prefieren resignarse a la lucha diaria por
conseguir una pareja un poquito más guapa. Sigamos lxs fuertes.
Si un modelo alternativo generalizado nos parece una idea
demasiado especulativa para tomarla en serio, pensemos entonces en un grupo
reducido, en el que se consiguen unas buenas relaciones en términos generales y
en el que el modelo relacional está aceptablemente consensuado. Ese grupo en el
que las cosas funcionan como el mundo debería funcionar, y con el que todxs
fantaseamos un poco, porque a todxs nos falta en alguna medida.
Pues bien, podemos imaginar perfectamente cómo se
jerarquizaría este grupo y cuál sería el escape de poder arbitrario que lo
desestabilizaría: la distribución azarosa del atractivo. El grupo estaría
siempre condenado en alguna medida a subordinar su proyecto de convivencia a
las aspiraciones de cada individuo a alcanzar sexosentimentalmente a miembros del
grupo con mayor valor sociosexual, dado que esta aspiración sería
necesariamente entendida como legítima (si otrxs disfrutan de ello, ¿por qué no
yo?)
Nos encontramos frecuentemente con propuestas de
diversificación del modelo. Se nos pide que dejemos de pensar sólo en el modelo
hegemónico de belleza o que nos dejemos llevar por otros. El plan es convertir
a todos los cuerpos en su propio arquetipo de belleza. Que desarrollemos la
capacidad de ver a todas las personas como potenciales cuerpos perfectos.
Pero ese plan no funciona. Por razones que no terminamos de
querer reconocer solemos dejar ese trabajo a lxs demás. Nos parece muy bien que
otras personas adoren lo que para nosotrxs son defectos. Menos mal, en
realidad, que lo hacen, porque nosotrxs seríamos incapaces. De ese trabajo
solidario sí que no vamos a poder encargarnos. Nos gustaría, pero es que nos es
imposible: a nosotrxs nos siguen gustando lxs guapxs de toda la vida.
La diversificación no funciona porque no tenemos buenas
razones para diversificar. Por definición, la diversificación es el
establecimiento de múltiples luchas individuales. En el caso del modelo de
belleza, la lucha individual por imponerse a sí mismx como modelo alternativo
de belleza. Cuando todo el mundo es un modelo de belleza, cada modelo de belleza
tiene como fuerza de imposición social a una sola persona. Una gota más en un
océano caótico donde la verdadera fuerza de la marea sigue estando en el modelo
hegemónico, ya que ése sí recibe energía de cada individuo: el tributo
universal a una supuesta belleza objetiva.
Este texto no trata sobre el modelo alternativo y el modo de
fortalecerlo. Trata de la otra parte necesaria en esta lucha: el debilitamiento
del modelo hegemónico. Si queremos que el estereotipo de belleza deje de minar
nuestra no monogamia necesitamos enfrentarnos directamente a él, desde nuestra
condición de individuos deseantes.
Debemos elegir si queremos o no queremos desear a las
personas por su belleza hegemónica. Será después cuando empecemos a plantearnos
el modo y la medida en la que podemos lograrlo. Pero el punto de partida debe
ser la declaración de principios, sin culpa por saber que no vamos a lograr una
victoria inmediata ni sobre nuestro entorno cultural ni sobre nuestra forma de
desear. Pero sin refugiarnos en la resignación para entregarnos de nuevo a la
belleza impuesta.
Si de verdad creemos que este modelo debe ser combatido,
entonces la belleza hegemónica pasa a la cesta de las categorías condenables.
Tenemos mucha práctica. Deconstruimos continuamente nuestra moral opresora.
Aprendemos un día que no debemos hacer chistes de negrxs, porque la gracia de
lo negro se encuentra, sobre todo, en el desprecio hacia lo negro, y nuestro
chiste refuerza ese desprecio. Del mismo modo aprendemos a no ensalzar lo
blanco, porque entendemos que aunque en lo más profundo lo blanco nos gusta un
poquito más, esto sucede porque no hemos terminado nuestro trabajo, y aunque a
veces nos viene bien confesar que el trabajo se resiste, tenemos que medir esas
confesiones, porque con ellas podemos poner en peligro el trabajo de otrxs.
Por eso debemos erradicar las valoraciones sobre la belleza.
Se acabó. No más “tíxs buenxs”. No más miradas devotas, no más análisis
justificativos. Fuera de nuestro lenguaje ese reconocimiento supuestamente
objetivo e inevitable. Fuera de nuestro discurso y de nuestra conversación esa
verdad que contribuimos a imponer cada vez que la traemos de nuevo al espacio
común.
Aprendamos a vivir con ello mientras lo matamos por
inanición. Aprendamos a despreciarlo y a distinguir los espacios en los que aún
manda de aquellos espacios que le vamos a pelear. Aprendamos a integrar en
nuestra moral la justicia estética como aprendemos cada día a integrar la
justicia de clase, raza o género.
-¿Has visto qué buenx está esx?
-No, no lo he visto. Y no me lo vuelvas a señalar.