Reflexionar sobre el amor cuando tenemos problemas en nuestras relaciones sentimentales implica, valga la perogrullada, haber decidido que es sobre el amor sobre lo que hay que reflexionar. La mayoría de los esfuerzos intelectuales por mejorar dichas relaciones se abordan desde el análisis de lo que el amor sea, asumiendo con ello que el amor debe ser. Una desafortunada decisión, pues se disponen a revisar el kilométrico tendido eléctrico justo un palmo después del punto en el que el cable está roto. A lo largo de tan duro trabajo la falta de resultados invitará a conformarse parcheando allí donde la instalación esté ya en perfectas condiciones.
La asunción es como sigue: si tenemos estos problemas es porque no hemos entendido qué es verdaderamente el amor y no hemos actuado en consecuencia. Debemos, por tanto, recuperar su significado, buscar sus fuentes perdidas, determinar mejor la forma de aplicar sus máximas a nuestros problemas, y esperar a que el tiempo haga el resto. En caso de que el tratamiento no funcione revisaremos el diagnóstico y, llegados al extremo de la desesperación, atribuiremos el fracaso a uno de los participantes en la relación por no seguir las prescripciones con disciplina. No cabe otra respuesta. ¿Por qué? Porque el resto es evidente y no admite cambio: cuando dos personas se unen para formar una pareja, lo hacen como consecuencia natural del sentimiento más noble que puede albergar el espíritu humano. La mayor virtud de ese espíritu es la facultad de amar, y ponerla en práctica le lleva a unirse a otros en relación sentimental.
Si la unión da problemas es que alguno de los dos no ama bien. Si el problema se generaliza entre la mayoría de las parejas, entonces la sociedad ha olvidado qué es el amor, y se hace necesario un libro que lo recuerde. Así que, ¿qué es el amor? Y ahí arranca el ensayista con sus alicates y su cinta aislante, a reforzar empalmes.
El fraude es ahora más evidente. En cada supuesta investigación sobre el amor se oculta una defensa del amor. Pero, si esto se afirmara abiertamente, se haría necesario argumentar a favor y, con ello, exponer argumentos en contra. Pero el intelectualmente enclenque amor no se puede permitir subir al ring de debate alguno (y, además, ha visto sobradamente lo que le pasa a su camarada, el viejo dios creador, cuando lo hace).
Una reflexión seria sobre las relaciones debería partir de la verdadera pregunta científica, es decir, aquella que se hace sobre el ser del objeto de reflexión, sin cambiarle el nombre por un supuesto sinónimo. Preocupados por las relaciones, deberíamos preguntarnos qué son éstas. Si la respuesta tuviera la improbable consecuencia de hacer aparecer el amor en algún papel capital, sólo entonces merecería la pena centrar sobre él nuestro análisis. Pero un verdadero análisis sin prejuicio implica la posibilidad de que el resultado haga cambiar la valoración ética del objeto. De pronto, la vacuna no cura. De pronto no sólo no cura: envenena. De pronto el amor no es tan bueno como nos lo pintaban sus redundantes “analistas”.
A nosotros nos da igual todo esto, porque caminamos en pos de mejorar nuestra vida afectiva y, en la medida en que no miremos atrás, pocas veces nos cruzaremos verdaderamente con el amor. Pero sólo lograremos actuar con sensatez si logramos abstraernos a su seductor espejismo. Entendámoslo, juzguémoslo y convenzámonos, si llega el caso, de que la única solución es declararse abiertamente contra él.
Así que, ¿qué es el amor?