Me dice
un amigo que el concepto de represión no tiene validez intelectual; que es un juego dialéctico para convencernos a
todos de que necesitamos ser liberados. Me dice que es la trampa perfecta,
porque si replicas que no necesitas ser liberado no hay más que contestar que
lo que te pasa es que estás tan reprimido que no eres consciente de que
necesitas esa liberación.
Le digo
que no se puede afirmar la presencia de represión en cualquier condición con
respecto a cualquier cosa; que debe haber indicios, síntomas represivos.
Me dice que yo tengo un blog
contra el amor, describe mis relaciones, describe a mi familia y me dice que
todo eso son síntomas represivos; que soy un reprimido.
-Cualquier
cosa se puede utilizar como indicio, - continúa – y considerarla consecuencia
de una supuesta represión. Pero esa causalidad debe ser demostrada. El que
quiere convencer de la existencia de entes invisibles soporta el peso de la
prueba.
-Por
supuesto. Y la prueba principal es la negación de la obviedad suficiente.
Cuando la represión se desplaza de la subjetividad a la intersubjetividad, es
decir, de la conciencia de uno al diálogo con otro, se manifiesta en la forma
de la negación de lo suficientemente evidente. Si yo te enfrento a tu
represión, y te muestro con evidencia sus indicios, y tú los niegas, entonces
realizas la represión al negarlos, y además demuestras que la sufres.
-¿Y
quién dice qué es lo suficientemente evidente?
Con
mirada suplicante pido a mi amigo que me ofrezca otra cosa. Ninguno de los dos
es relativista. Ninguno de los dos piensa que la verdad sea ni democrática ni
subjetiva. Ambos pensamos que la razón es una facultad que todos poseemos, con
la que podemos decidir acercarnos o alejarnos de la verdad, pero que ésta nos
espera siempre en el mismo sitio, a veces difícil de distinguir, a veces
insultantemente claro.
-¿Por
qué deseas no estar reprimido? – Le pregunto.
-Porque
no quiero considerarme defectuoso innecesariamente.
-Pero
lo que pierdes con la conciencia del defecto lo ganas con la del camino para la
mejora.
-La
mejora quedaría pendiente, pero si no tengo represión carezco de ese defecto y
de la necesidad de ese trabajo.
-Tú ya
eres quien eres, y tu eficacia moral es la que es. Carecer de defectos localizados
no te hace mejor.
-Lo
acepto, pero el defecto encontrado debe ser verdad.
-¿Cómo
lo encontrarás, si antepones el deseo de no encontrarlo?
-Ya,
bueno… eso es una obviedad.
-Ni más
ni menos. Y tú la niegas.
Mi
amigo reflexiona un momento. Creo que sólo se alcanzará a vislumbrar la
verdadera obviedad de las obviedades bajo la forma de la represión universal,
no de la que circunstancialmente se produce entre un amigo y yo, así que le
aplico un mantra que me ha escuchado muchas veces, y que suena, como siempre,
mágicamente nuevo.
-Dime
si, al menos una vez, has deseado tener una relación sexual que no has tenido y
que estabas prácticamente seguro de que nunca tendrías.
No me
mira. Extravía la atención en la copa mientras asiente con una ligera sonrisa,
porque de este pecado sí le gusta sentirse culpable.
-¿Más
de diez veces?
No
contesta porque cree que acabo ya.
-¿Más
de diez veces? – Le repito.
-Y más
de cien.
-¿Más
de mil?
-¿Cómo
las cuento?
-Fácil.
Una vez cada diez días de tu vida.
-Entonces
más de diez mil.
-Todos
los días.
-Pero
no una sola vez.
-Entonces
eres una persona que diariamente desea una vida sexual que no tiene.
-¿Y
quién no?
-¿Lo
admites?
-Vaaaale.
Soy un reprimido. – Concluye con amable y creciente docilidad.
-No.
Ahora no. Ahora sólo te están reprimiendo, porque expresas un deseo sustancial
que el entorno no sólo no te satisface, sino que te pide que ocultes. Tú
volverás a ser un reprimido dentro de un rato, cuando empieces a negar ese
deseo de nuevo y le pidas a los demás que lo hagan también.
-Pero
¡vamos a ver! – exclama con la vehemencia propia de quien se acaba de aburrir
de hacerse el muerto y ha decidido finiquitar al adversario de un solo y
deslumbrante golpe de autoridad – Demuéstrame que no eres un homosexual
reprimido. ¿Dónde está tu espontánea elección del objeto erótico? ¿A qué te ha
llevado la libertad de conciencia? Si sabes cómo se reprime el deseo, habrás
podido desandar el camino de su confinamiento en la heterosexualidad, ¿no? ¿Has
superado el tabú de la endogamia? ¿Has recuperado el autoerotismo? ¡Venga! ¡A
ver ese “deseo ético” que cacareas! ¿No soy yo tu compañero de esta noche? Pues
ale, ¡bésame!… ¡Bah! – me reprocha con fingido despecho - ¡Eres como todos!
¡¡¡Vamos, bésame, puto reprimido!!!
Mi
amigo se queda contemplando satisfecho mi silencio y tirándome besitos burlones.
Ciertamente, me ha dejado poco que decir.
-¿Lo
ves? – Acabo contestando – Tú también estás capacitado para pensar verdades.