La clave para convertir el infierno de los celos en una
indignación que contribuya a mejorar nuestras relaciones y nuestra
socialización es aprender a establecer expectativas razonables.
Una
primera tentativa didáctica de exponer esta habilidad sería decir que consiste
en trasladar las expectativas razonables desde el ámbito de aquellas relaciones
que no constituyen gamos a las que lo constituyen. Como nuestras relaciones no
gámicas no soportan la presión de satisfacer las exigencias del amor, nuestra
actitud al valorarlas y juzgar lo que podemos esperar de ellas presenta
generalmente una serenidad que, aplicada a aquellas relaciones que son gamos o
que amenazan con serlo, puede resultar saludable.
Pero
sabemos que la amistad no es tal, sino más bien un no-gamos, es decir, una
relación que se caracteriza precisamente por sus limitaciones. No debe
extrañarnos, por lo tanto, su actitud reservona. Su referencia nos es útil,
pero no del todo ejemplar. Se trata de captar algo de esa serenidad al juzgar
(sin caer en lo que a veces es más bien apatía), no de copiar su modelo de
relación.
Establecer
expectativas razonables no consiste sino en observar la realidad para
disponernos de la mejor manera hacia ella. Éste es, seguramente, el movimiento
clave: Dejar de mirar al gamos y volver la mirada hacia la realidad. El gamos
es una ficción definida y acabada, mientras que la realidad es perfectamente
incierta. Tenemos que acostumbrarnos a la paciencia que exige esa
incertidumbre. Tenemos que distinguir entre lo que sabemos y lo que no sabemos
en las relaciones. Necesitamos abandonar el “querer creer”. En el cambio,
recordémoslo, no perdemos nada, porque todo aquello que se quiere creer sigue
entrando dentro de lo que no se sabe, con la desinformación añadida de que se
cree saberlo.
Vayamos
a un ejemplo práctico. Es característico del pensamiento gámico dar por hecho
que quien se muestra interesadx en una relación está en disposición de formar
una pareja, de establecer un gamos. Sin embargo, son innumerables las
circunstancias en las que puede encontrarse una persona con respecto a sus
relaciones, y desde prácticamente todas ellas es posible que muestre interés
por aumentar la intensidad con otra.
Sabemos
que el pensamiento gámico se desliza cuesta abajo a través de los siguientes
prejuicios: Quien intensifica una relación hace que ésta se aproxime al gamos
y, por lo tanto, expresa una propuesta de gamos (en castellano pedestre: Quien
muestra tanto interés, es que algo quiere). De ahí se deriva la segunda
presunción gámica, sin fundamento empírico alguno: Quien propone un gamos, lo
hace porque está “limpix” de gamos (disponible).
Dejemos
a un lado toda la impertinencia e insensibilidad que implica establecer sobre presunciones tan globales sobre otrxs y, normalmente, no ya precipitadas sino,
directamente, supersónicas. Lo que nos importa es comprender cómo los
prejuicios que impone el gamos han plantado ya la semilla de los celos mediante
la generación de una expectativa insensata. La persona supuestamente solicitada
de gamos descubre un gamos limpio a su disposición (¡nada menos que alguien
sexosentimentalmente cien por cien aisladx!). En el caso de que no esté
interesada optará por alguna de las actitudes que se derivan de dicha conclusión,
todas ellas tan impertinentes como la conclusión misma (alejarse,
“aprovecharse”, buscarle pareja…). En el caso de que lo esté, el gamos
propuesto pasa a ser de su propiedad. A partir de ese momento, todo lo que
amenace dicho gamos amenazará su proyecto vital, su posición social, y será
susceptible de generar celos, porque estará ocupando un espacio que es
exclusivamente suyo.
Este es
el origen, por ejemplo, de los consabidos “celos de ex”. La/el ex, para el
gamos, es una entidad ideal que es eliminada de la vida con pulcritud perfecta.
La/el ex no tiene especificidad, no es de ninguna manera, y sólo se caracteriza
por su obligación de no dejar rastro. La/el ex real, lógicamente, y con todo lo
estereotipadamente gámico que pueda resultar hablar en estos términos, tiene, en el más
higiénico de los casos, una larga cola de vida social y psíquica incompatible
con el gamos en su acepción más literal. Toda esta huella dejada por nuestras
relaciones, incluso en el caso de que deseemos abandonarlas por completo y que
nuestras relaciones no pudieron evitar producir, se convierte, por causa de la
expectativa insensata, en territorio conquistado por el nuevo gamos, cuyo
derecho de posesión es reivindicado mediante los celos.
Como se
ve, la expectativa insensata del gamos impide que las emociones discurran por
cauces cordiales, y predispone a las personas a depender de realidades que no
son más que espejismos del gamos. Si somos capaces de librarnos de estos
espejismos habremos recorrido la mitad del camino que nos separa de una utopía:
la impermeabilidad a los celos.
Para
ello será suficiente con que desarrollemos el hábito de observar atentamente la
realidad. Al principio necesitaremos un poco de disciplina, pero pronto nos
resultará extravagante haber estado mirando nunca otra cosa.