Le digo a Sofía que me explique mejor lo del sexo sin
objeto. Que creo que lo entiendo, más o menos, pero que parece que no logro
hacerlo entender. Que la gente me pregunta y no sé contestar con claridad. Que
será que no lo entiendo tanto. Que si ella lo entiende.
-No hay mucho que entender – me dice.- Puedes llamar “sexo”
a una determinada ceremonia que culmina con una penetración, o puedes llamar
“sexo” a todo lo que tenga que ver con la excitación erótica.
-¿“Que tenga que ver” no es muy amplio?
-Más bien diría que lo otro es muy concreto. Puedes llamar
“gastronomía” a ir a comer en un restaurante de 100 euros o puedes llamar
“gastronomía” a todo lo que tenga que ver con comer. Luego podrás clasificar:“buena
gastronomía”, “falsa gastronomía”, “gastronomía social”… no sé. Pero necesitas
empezar por una categoría que lo incluya todo.
-Pero eso…
-Puedes llamar “pintura” a cualquier tela que cuelgue en una
galería de arte o puedes llamar “pintura” a todo lo que tiene que ver con el
uso del lenguaje pictórico.
Tengo la sensación de que me ha dicho justo lo que ya sabía,
aunque, por alguna razón, decirlo así me facilitaría, si yo fuera más listo,
alcanzar una idea clara.
-Yo a eso lo llamo “erotismo”.
-Entonces tendrás que hablar de “erotismo sin objeto”.
-¿Quieres decir que el sexo sin objeto, o el erotismo sin
objeto, sería todo el erotismo, menos follar?
-Quiero decir que si lo que quieres es follar, entonces no
es erotismo, es follar. Lo lograrás cuando folles, y el placer que
experimentarás será el de haber cumplido con tu objetivo de llegar a haber
follado.
-Sí, como cuando una profesora de pintura te dice que no
pintes para exponer. Que pintes porque te interese pintar.
-Supongo.
-Pero en algún momento debes exponer, porque si no el cuadro
no termina su ciclo de comunicación.
-¿Y la ceremonia de exponer el cuadro en una galería es
“terminar su ciclo de comunicación”?
Pienso en ARCO, en las galerías de la calle Serrano, incluso
en las galerías de supuesta vanguardia… en sus inauguraciones, ágapes, y
postureos. En sus discursos artísticos de mierda que sólo pretenden cerrar un
negocio de compraventa. Tengo, de pronto, la sensación de que por nada del
mundo quiero volver a follar. Que cuanto más folle, más me estaré quedando sin
follar. Que follar es, precisamente, no follar.
-Pero, entonces, ¿qué hago? ¿Pinto para mí? ¿Hago cosas que
no salgan jamás de mi casa y que no pueda compartir con nadie?
-Puedes pintar para mí.
Nunca me he sentido particularmente atraído por Sofía. Pero
algún sitio de mi conciencia ha mantenido el paralelismo entre la pintura y el
erotismo, y a mi pregunta de si debo conformarme con masturbarme, lo que su
respuesta ha hecho sonar en mi cabeza es “mastúrbate para mí”. Y me he
excitado.
Ella me interrumpe:
-¿Estás pensando en pintarme un cuadro?
No estamos lejos de su casa. Mi cabeza hace rápidamente el
repaso completo: material, condiciones de luz, modelo… vamos, que me pregunto
cómo decirle que tendríamos que pasar antes a por condones. Mi sentido
arácnido-patriarcal ha detectado una posible proposición, y ha puesto a todo el
organismo en estado de caza. La excitación aumenta. En apenas tres segundos me
pregunto si quiero follar con Sofía, me contesto que sí y me dispongo a
hacerlo.
-A mí no puedes pintarme un cuadro.
-...?
-No conoces mi casa. No conoces mis gustos y, sobre todo, no
sabes si el cuadro me va a gustar. Puedes pintar un cuadro. Pero no puedes
pintármelo a mí, salvo que aceptes que, muy probablemente, tendrás que
quedártelo.
-…entonces?
-Te he dicho que puedes pintar para mí. Puedes hacerlo.
Hazlo ahora.
Está claro que me está diciendo que la bese. Me quedo
callado. Un par de segundos. Imposto timidez y me aproximo ligeramente.
Ella rompe a reír.
-¿¡Ahora quieres regalarme un dibujito!? ¡¡Nunca te había
visto tan generoso!!
Del mismo modo que mi disfraz de seductor me ha revestido
sin apenas yo pensarlo, ahora se me cae al suelo como si se le hubiera roto la
goma.
-Pero, ¡¡¿entonces!!? ¿¡Me estás diciendo que me haga una
paja en la calle!?
Ella ríe otra vez.
-¿Sólo sabes pintar casitas? ¿Y tú has estudiado Bellas
Artes? ¡Qué pintor más malo! Te estoy diciendo que pintes tú. Que te relaciones
con la pintura. Que lo hagas en mi presencia. Que me ofrezcas esa relación,
para que yo la conozca. ¿No hay nada que te apetezca representar? ¿Ninguna
forma que investigar? ¿Ningún color que combinar? ¿Ninguna idea que expresar?
¿Sólo se te ocurre reproducir mecánicamente tu truco rancio de la casita, con
sol y árbol? ¿Y te extraña que me aburra?
Si en algún momento he tenido la sensación de llevar una
pizca de iniciativa, ésta se desvanece ya por completo.
-Vale, soy un pintor malísimo. No tengo ni idea de qué
hacer. No se me ocurre nada. De verdad. No sé qué ofrecerte. Enséñame. Ponme un
ejemplo. Invirtamos los papeles. Yo soy tu espectador. ¿Qué harías?
Hace rato que no se le borra la sonrisa de la boca. Está
claro que, en mi desesperada tentativa por revolverme, acabo de entrar por la
única puerta que me había dejado abierta. Estoy justo donde ella quiere.
-Lo que yo haría ya lo he hecho. Ahora depende de ti si
decides disfrutar de ello, o de la frustración por no haberme podido colgar un
cuadro.