Uno de los conflictos más frecuentes que sufrimos en las no
monogamias es la dificultad para compatibilizar el apasionamiento en las relaciones nuevas con el desapasionamiento en las anteriores.
Encontramos continuamente testimonios de personas
explicándonos cómo su o sus relaciones previas obstaculizan el disfrute de esa
nueva relación que les resulta tan atrayente o tan excitante. También, por
supuesto, los inversos: los de quienes se sienten relegadxs al papel de
amistades sexual o afectivamente tibias por una persona recién aparecida.
Para la mayoría de los discursos no monógamos, la llamada
“energía de nueva relación” (NRE), lo que Dorothy Tennov llamó “limerancia”, es
decir, en el fondo, el enamoramiento de toda la vida, es una experiencia sagrada
e irrenunciable. Se diría incluso que la función de abrir la pareja es poder
repetir periódicamente la limerancia sin por ello tener que poner fin a las
relaciones ya construidas. Se trataría de encontrar la fórmula para disfrutar
de las ventajas de la monogamia secuencial sin sufrir sus desventajas.
Aparentemente, por lo tanto, abrir las relaciones es una tentativa de hacer
evolucionar la monogamia secuencial a un modelo cordial, no destructivo. Una
buena idea.
Pero sabemos ya que no hemos heredado de la monogamia un
sistema sencillo al que podamos engañar con un simple trueque. Si no
establecemos una mirada más radical sobre nuestra conducta relacional sólo
conseguiremos transformar el tipo de problemas que nos encontremos. Jamás
eliminarlos.
La limerancia, por definirla de una manera sumamente
esquemática (desde una perspectiva materialista y ágama) es un estado de gran
excitación y entusiasmo provocado por la disponibilidad sexosentimental de una
persona cuya posesión consideramos digna de ser deseada. Se mantiene presente
mientras esa posesión se realiza y concluye cuando ha sido realizada.
En resumidas cuentas: la razón por la que la persona nueva
nos provoca mucha más excitación que la persona previa es que estamos en
proceso de posesión de la nueva, mientras que ese proceso terminó ya con la
anterior. Como se ve, la limerancia, en sí misma, no parece precisamente una
fuerza ni de cohesión social ni de armonía relacional.
Necesitamos deconstruir este proceso si queremos que
nuestros conflictos disminuyan y no nos conformamos sólo con que cambien de
color. Necesitamos una mirada suspicaz sobre la limerancia que suprima sus
privilegios, porque si es verdad que la limerancia es el momento de realización
de la posesión amorosa, entonces la indignación de las personas relegadas
empieza a aparecer como legítima. Quien se indigna por ser relegadx nos estará
diciendo “no te atraigo porque ya me posees”, o “me obligas a dañarte con mi
alejamiento si quiero volver a atraerte”, o “no hay esperanza de que
disfrutemos de nuestra relación porque sólo sabes disfrutar cuando no tienes la
relación”.
No vamos a deconstruir nuestra libido posesiva así como así,
de modo que bien nos vendrán un par de ideas muy prácticas para corregir sus
desmanes mientras realizamos poco a poco el trabajo en profundidad. Yo propongo
las siguientes:
-relativicemos la
importancia y la legitimidad de la NRE.
El enamoramiento, o la atracción sexual poderosa, o el
morbo, no sólo no lo justifican todo, sino que tienen una eficacia “energética”
relativa. Podemos considerar motivacionalmente eficaz poseer “lo justo” (es
decir, lo que nos toca, lo que lxs demás, aquello que nos equipara y nos
integra con el resto). Si poseemos un poco más nos sentimos superiores, con
todo lo bueno y lo malo que eso implica. Si poseemos más aún la posesión se
vuelve inútil (desde una perspectiva no megalómana, claro) y la motivación se
enfoca sólo en la reproducción de más posesión. La NRE no es mejor cuanta más
se tiene, sino cuanto más se acerca a la cantidad que necesitamos para
impulsarnos eficazmente. El éxito sexosentimental es el justo medio entre la
inanidad y la adicción.
Esta referencia nos ayudará a ser tolerantes con cierto
desplazamiento de la atención hacia las personas nuevas y, a la vez, a confiar
en que ese desplazamiento será limitado y manejable.
-relativicemos la
posesión.
Ni poseemos a quien ya poseemos ni acabaremos poseyendo a
quien vamos a poseer. Una pregunta útil es ¿qué poseemos realmente de cada
quién? ¿Qué acabaremos poseyendo si triunfamos en nuestra porfía por poseer, es
decir, si nuestro enamoramiento o nuestra atracción sexual son correspondidas?
La posesión nunca es absoluta y nunca es inexistente, de modo que todo aumento
de la posesión es un aumento finito y concreto, por más que el discurso amoroso
diga cosas como “soy todx tuyx”.
Si pensamos así nos será mucho más fácil redistribuir la
limerancia de una forma equitativa entre las personas que esperan legítimamente
despertar nuestro interés y nuestra atracción pues su posesión, en el fondo,
siempre estará pendiente y, a la vez, siempre estará realizada.
Todo esto, recuerdo, mientras vamos deconstruyendo eso de
que nos produzca tanta satisfacción poseer, y que vivamos para ello, y que lo
necesitemos como la fuerza que alimenta nuestro espíritu; mientras vamos
sustituyendo el combustible de nuestro motor por uno que no sólo sea limpio y
sostenible, sino, por qué no, mucho más poderoso. Ése es el verdadero objetivo.
Y lo lograremos antes y mejor si vemos que estas prácticas son eficaces a la
hora de cuestionar nuestra manera de desear y, sobre todo, si comprobamos que
por este camino se asientan armónicamente nuestras relaciones.
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