martes, 26 de julio de 2016

el laboratorio erótico de Sofía.


Le digo a Sofía que me explique mejor lo del sexo sin objeto. Que creo que lo entiendo, más o menos, pero que parece que no logro hacerlo entender. Que la gente me pregunta y no sé contestar con claridad. Que será que no lo entiendo tanto. Que si ella lo entiende.

-No hay mucho que entender – me dice.- Puedes llamar “sexo” a una determinada ceremonia que culmina con una penetración, o puedes llamar “sexo” a todo lo que tenga que ver con la excitación erótica.

-¿“Que tenga que ver” no es muy amplio?

-Más bien diría que lo otro es muy concreto. Puedes llamar “gastronomía” a ir a comer en un restaurante de 100 euros o puedes llamar “gastronomía” a todo lo que tenga que ver con comer. Luego podrás clasificar:“buena gastronomía”, “falsa gastronomía”, “gastronomía social”… no sé. Pero necesitas empezar por una categoría que lo incluya todo.

-Pero eso…

-Puedes llamar “pintura” a cualquier tela que cuelgue en una galería de arte o puedes llamar “pintura” a todo lo que tiene que ver con el uso del lenguaje pictórico.

Tengo la sensación de que me ha dicho justo lo que ya sabía, aunque, por alguna razón, decirlo así me facilitaría, si yo fuera más listo, alcanzar una idea clara.

-Yo a eso lo llamo “erotismo”.

-Entonces tendrás que hablar de “erotismo sin objeto”.

-¿Quieres decir que el sexo sin objeto, o el erotismo sin objeto, sería todo el erotismo, menos follar?

-Quiero decir que si lo que quieres es follar, entonces no es erotismo, es follar. Lo lograrás cuando folles, y el placer que experimentarás será el de haber cumplido con tu objetivo de llegar a haber follado.

-Sí, como cuando una profesora de pintura te dice que no pintes para exponer. Que pintes porque te interese pintar.

-Supongo.

-Pero en algún momento debes exponer, porque si no el cuadro no termina su ciclo de comunicación.

-¿Y la ceremonia de exponer el cuadro en una galería es “terminar su ciclo de comunicación”?

Pienso en ARCO, en las galerías de la calle Serrano, incluso en las galerías de supuesta vanguardia… en sus inauguraciones, ágapes, y postureos. En sus discursos artísticos de mierda que sólo pretenden cerrar un negocio de compraventa. Tengo, de pronto, la sensación de que por nada del mundo quiero volver a follar. Que cuanto más folle, más me estaré quedando sin follar. Que follar es, precisamente, no follar.

-Pero, entonces, ¿qué hago? ¿Pinto para mí? ¿Hago cosas que no salgan jamás de mi casa y que no pueda compartir con nadie?

-Puedes pintar para mí.

Nunca me he sentido particularmente atraído por Sofía. Pero algún sitio de mi conciencia ha mantenido el paralelismo entre la pintura y el erotismo, y a mi pregunta de si debo conformarme con masturbarme, lo que su respuesta ha hecho sonar en mi cabeza es “mastúrbate para mí”. Y me he excitado.

Ella me interrumpe:

-¿Estás pensando en pintarme un cuadro?

No estamos lejos de su casa. Mi cabeza hace rápidamente el repaso completo: material, condiciones de luz, modelo… vamos, que me pregunto cómo decirle que tendríamos que pasar antes a por condones. Mi sentido arácnido-patriarcal ha detectado una posible proposición, y ha puesto a todo el organismo en estado de caza. La excitación aumenta. En apenas tres segundos me pregunto si quiero follar con Sofía, me contesto que sí y me dispongo a hacerlo.

-A mí no puedes pintarme un cuadro.

-...?

-No conoces mi casa. No conoces mis gustos y, sobre todo, no sabes si el cuadro me va a gustar. Puedes pintar un cuadro. Pero no puedes pintármelo a mí, salvo que aceptes que, muy probablemente, tendrás que quedártelo.

-…entonces?

-Te he dicho que puedes pintar para mí. Puedes hacerlo. Hazlo ahora.

Está claro que me está diciendo que la bese. Me quedo callado. Un par de segundos. Imposto timidez y me aproximo ligeramente.

Ella rompe a reír.

-¿¡Ahora quieres regalarme un dibujito!? ¡¡Nunca te había visto tan generoso!!
Del mismo modo que mi disfraz de seductor me ha revestido sin apenas yo pensarlo, ahora se me cae al suelo como si se le hubiera roto la goma.

-Pero, ¡¡¿entonces!!? ¿¡Me estás diciendo que me haga una paja en la calle!?

Ella ríe otra vez.

-¿Sólo sabes pintar casitas? ¿Y tú has estudiado Bellas Artes? ¡Qué pintor más malo! Te estoy diciendo que pintes tú. Que te relaciones con la pintura. Que lo hagas en mi presencia. Que me ofrezcas esa relación, para que yo la conozca. ¿No hay nada que te apetezca representar? ¿Ninguna forma que investigar? ¿Ningún color que combinar? ¿Ninguna idea que expresar? ¿Sólo se te ocurre reproducir mecánicamente tu truco rancio de la casita, con sol y árbol? ¿Y te extraña que me aburra?
Si en algún momento he tenido la sensación de llevar una pizca de iniciativa, ésta se desvanece ya por completo.

-Vale, soy un pintor malísimo. No tengo ni idea de qué hacer. No se me ocurre nada. De verdad. No sé qué ofrecerte. Enséñame. Ponme un ejemplo. Invirtamos los papeles. Yo soy tu espectador. ¿Qué harías?

Hace rato que no se le borra la sonrisa de la boca. Está claro que, en mi desesperada tentativa por revolverme, acabo de entrar por la única puerta que me había dejado abierta. Estoy justo donde ella quiere.

-Lo que yo haría ya lo he hecho. Ahora depende de ti si decides disfrutar de ello, o de la frustración por no haberme podido colgar un cuadro.


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