lunes, 19 de diciembre de 2016

¿por qué se regenera el patriarcado?


Llego esta mañana a la oficina y encuentro que, en el puesto que dejó Raúl, y que lleva tantas semanas vacante, hay una mujer.

Mis alarmas se disparan. Tengo experiencia en mi trabajo y he desarrollado un cierto instinto que me dice cuándo algo es una mala decisión.

Por otro lado, tampoco hace falta ser un genio: Nunca había trabajado una mujer aquí. Y todos sabemos que la empresa lleva años funcionando óptimamente. ¿Qué sentido tiene hacer un cambio en la política de contratación? Es un riesgo innecesario y, por lo tanto, estúpido.

Pasan las semanas y la nueva se ha adaptado. Es competente, no cabe duda, como cualquiera de nosotros. Desde ese punto de vista no espero ninguna repercusión negativa. Pero me preocupa su relación con el resto de la plantilla. Me preocupa el ambiente. Hasta ahora nuestro trato, dentro de las tiranteces propias del trabajo, era próximo y amistoso. Es cierto que todos no nos llevamos igual, y que se puede hablar de grupos, pero esos grupos tienen suficientes cosas en común como para que podamos compartir un café, una cerveza o una cena. Sin embargo, una mujer… ¿Cómo va a superar sus diferencias con nosotros? ¿Cómo se va a integrar?

Hace cuatro meses que Silvia está aquí. Es uno más. No se lleva igual con todo el mundo, claro. Sus temas de conversación favoritos no siempre son los nuestros. Pero “los nuestros” es una generalización inadecuada. A mí mismo me aburre el obligatorio repaso del lunes a la jornada de liga. En cuanto al resto, mi compañero peruano vuelve a resultarme la presencia más incómoda, y su eficacia infalible, sus posibilidades de ascender por delante de mí, aparecen entre mis pensamientos más de lo que yo querría. Lo he comentado con ella, y me ha confesado que le sucede lo mismo. Dicen que no, que no me preocupe, que todo el mundo, incluso el jefe, lo mira con recelo, y que siempre cobrará menos que nosotros. Pero, aun así, no me fío.

Bonita historia. Aceptable, al menos. Las estructuras patriarcales ceden lenta pero inexorablemente al sentido común hasta que se alcanza una igualdad similar a la que existe en el resto de nuestras relaciones. No una verdadera igualdad, pero sí algo bastante parecido a la supuesta igualdad de la que disfruta el colectivo privilegiado entre sus pares. Homeostasis.

Pero ésta no es la historia que estamos viviendo. En la que vivimos esa progresión es muy lenta, casi inexistente. A veces se diría que avanza hacia atrás. ¿Por qué? Porque nos falta un dato. Nos falta El Dato.

Incluyámoslo, y veamos cuánto cambia la historia:

Hace seis semanas que Silvia está aquí. He de reconocer que estaba equivocado. Su trabajo no sólo es tan bueno como el de cualquiera. Además ha aportado un toque de color y de alegría a la oficina. Ahora hay más vida. Nuestro compañero peruano está especialmente transformado. El otro día apareció con un ramo de flores. Eso provocó un momento de recochineo, pero todo acabo con buen tono. Creo que es la primera vez que me hace verdadera ilusión la cena de Navidad.

Han pasado cinco meses desde que llegó. La atmósfera es irrespirable. A estas alturas no sé si hay algo de ella que salvaría. Es el silencio, sí. Pero también es la tensión, incluso el odio. No diré que me dejara indiferente la sorpresita de la cena, con las atenciones del jefe, y las sonrisas de ella. Que haga lo que quiera. Pero, ¿le da eso derecho a comportarse con altivez hacia mí? ¿Qué pensó que quería cuando le propuse tomar algo después del trabajo? ¿Puede soportarse tanta vanidad?

Suenan rumores de ascenso, y dicen que apuntan a ella. Si el jefe fuera ecuánime, si mirara por la empresa, lo que tendría que hacer es despedirla. Y largar de paso a su amiguito peruano, su pañuelo de lágrimas. Pero no: tanta sonrisa, y tanto arreglarse, y tanto victimismo, la van a colocar en cinco meses donde siete años de trabajo no me han colocado a mí. No quiero decir lo que me parece. Sé que no debo escribirlo, ni siquiera aquí. Pero lo estoy pensando. La palabra está escrita ahora mismo en mi cabeza. La estoy leyendo con completa claridad.
Efectivamente: El factor que nos faltaba era la heterosexualidad.

Ya la hemos aislado. Seguiremos informando.

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