Nos quejamos con frecuencia, con mucha frecuencia, de que
las parejas alejan a las personas de sus amistades.
Y nos quejamos porque lo comprobamos continuamente: El
entusiasmo amoroso siempre tiene como víctima colateral una parte de las
relaciones.
A veces se trata de una reducción selectiva (dejo de quedar
con el grupo de patinadorxs, con los que tampoco tengo tanta implicación, pero
sigo saliendo con la gente del trabajo); a veces de una reducción general (sólo
veo a alguien fuera de mi pareja una vez a la semana, le toque a quien le
toque); a veces de la eliminación de mi vida de varias personas concretas
(algunas relaciones conflictivas dejan de merecerme la pena).
Quien lo vive desde fuera de esa pareja, decía, suele
quejarse: Otra vez la misma historia. Crees que tienes amigxs hasta que se
lían. Luego ya volverán. Pero, mientras tanto, ¿dónde están? ¿Y si es ahora
cuando lxs necesito? Además, ¿no decían que ellxs nunca lo harían?
Desde dentro, sin embargo, hay mucha más tolerancia con el
abandono: No tengo tiempo para todo. Hay que disfrutar de las cosas cuando se
tiene la oportunidad. Mi relación tiene problemas propios que tengo que
resolver, pero que tampoco me apetece airear.
Afortunadamente, esta tolerancia no es ya lo que era, y la
idea de que las relaciones de pareja no deberían repercutir negativamente sobre
el resto se está convirtiendo en norma general. Incluso se dice que es insano
para la pareja misma, y que puede ser síntoma de que estamos ante una “relación
tóxica” o de “amor romántico”. Se propone entonces como receta, por el bien de
la propia pareja, y por el bien de las relaciones sociales en general, alimentar
el resto de las relaciones, las no-parejas, de un modo más “horizontal”.
Estamos viendo, de todos modos, que la receta es insuficiente,
y que una cosa es decir que eso es lo que tenemos que hacer y otra muy diferente
que logremos parar la escabechina. Algo sigue pasando cuando aparece la pareja
que convierte la vida relacional anterior en un sueño inaprensible.
La receta no funciona porque no hemos diagnosticado bien el
problema. Voy a intentar acercarme un poco más a él. Para ello hablaré de
“gamos”, y no de pareja, porque es el término genérico para la pareja y para
todas sus formas homólogas, sea cual sea su nombre o el disfraz con el que se
engalanen.
Si representamos nuestras relaciones en un esquema vertical
donde la altura determine la calidad, profundidad e importancia de cada
relación, el conjunto adoptará, en la mayoría de los casos, el aspecto de una
pirámide. Abajo encontraremos una amplia base de relaciones poco desarrolladas,
y en la cúspide el pequeño grupo de aquellas que son más importantes para
nosotrxs.
Lo normal es que esta pirámide sea un continuo, o que sus
discontinuidades sean escasas y poco definidas (que estén dispersas, que no
ocupen un espacio claro, que evolucionen en breves lapsos de tiempo, etc…).
Cuando establecemos un gamos, sin embargo, la pirámide se corona con un “piso
flotante”. Por encima de su cúspide, y a una notable distancia del resto de
ella, aparece esta relación superior llamada “gamos”.
Lo que caracteriza al gamos es, precisamente, ocupar esa
posición. Se llama “ser especial”. Si el gamos tuviera contacto con la pirámide
sólo se distinguiría de otras relaciones por la persona con la que la
mantenemos. Llamar a esa relación “gamos”, “pareja” o cualquier otro nombre que
la distinguiera no tendría sentido. Incluso si estuviera en la cumbre entraría
en contacto con las relaciones que también lo están, y tendríamos que decir que
las otras relaciones también son gamos, también son parejas. Pero entonces todo
ese grupo de parejas tendría que separarse del resto para que el continuo de la
pirámide no volviera confusa a la relación gámica.
El espacio intermedio es imprescindible.
Bien. Volvamos a la pirámide anterior al gamos.
Puede ocurrir, aunque parece improbable, que la pirámide constituida
por el conjunto de todas las relaciones de una persona esté claramente rota, y
que falte, por decirlo así, algún piso en ella. Más improbable aún es que ese
piso sea justo el situado precisamente entre la persona con la que nuestra
relación es más importante (con nuestrx mejor amigx, por ejemplo), y el resto.
Puede ocurrir, por qué no. Puede suceder que dos personas hayan encontrado tal
grado de sintonía que a lo largo del tiempo su relación haya llegado a ser
incontestablemente más importante que la que tienen con lxs demás. No es lo
normal en entornos donde nuestras relaciones son numerosas y diversas, pero
puede ser relativamente frecuente allí donde las circunstancias sociales hacen
que el número de personas con las que entramos en contacto se reduzca
dramáticamente.
Pero el gamos no funciona a posteriori. El gamos no se
establece como constatación de que una persona ha llegado a ser mucho más
importante que el resto. El gamos se decide por un pacto cuya velocidad, si se
compara con la velocidad a la que se forman los otros vínculos, es supersónica.
A veces hace falta un mes. A veces un día. A veces un momento: “¿Quieres salir
conmigo? Sí.”
Por eso el gamos no puede ocupar la posición que se atribuye
a sí mismo. El gamos no puede ser más importante que las más importantes de
nuestras relaciones. Queremos que lo sea pero, al menos de momento, no lo es.
Para lograrlo recurrimos al vacío gámico. El vacío gámico es el hueco relacional que creamos
entre nuestro gamos y las siguientes personas más importantes, aquéllas que
amenazan con hacer confuso el gamos: las que más vemos, las que más queremos,
las que más deseamos. Como el gamos no puede ascender milagrosamente, es
necesario que toda esa gente baje.
A nosotros esa gente nos molesta sólo un poco, el poco que
nos incomoda a la hora de pensar que tenemos una relación maravillosa, y una
conexión mágica, y muchas veleidades así. Pero a quien de verdad molestan esas
relaciones es a la persona con la que formamos el gamos. Y a nosotrxs, por
supuesto, nos molestan las suyas. Somos nosotrxs quienes exigimos el vacío
gámico en su pirámide (aunque lo disfracemos de otro tipo de exigencia).
Nosotrxs somos las termitas de su construcción relacional, el peligro que se
cierne sobre ella una vez que se pone a nuestro alcance. Y a cambio de
mutilarla para que nos quede claro que somos especiales (millones de mensajes
legitimadores nos dicen por todas partes que sólo aceptemos como pareja a
aquella persona que nos haga sentir especiales) toleramos, qué remedio, que
nuestra pareja destruya las nuestras.
Ahora entendemos en qué consistían las estrategias que
mencionaba al principio. Si elimino a unas pocas personas incómodas es muy
probable que me esté refiriendo a exparejas o amantes potenciales, y que marque
con ello una distancia sexual entre el gamos y el mundo. Si establezco una
cuota reducida de vida social envío un mensaje general: todo queda subordinado
al gamos, y el gamos no se subordina a nada. Si elimino de mi vida al grupo de
patinadorxs, que no eran demasiado importantes, la pirámide pierde su base y el
conjunto se desploma, dejando en lo alto el anhelado hueco entre el gamos y
todo lo demás. Consagrando la pareja gracias al vacío gámico.
2 comentarios:
¿Qué aspectos o síntomas consideras que se manifiestan en un gamos formalmente establecido o no?
disculpa el retraso.
el principal es la conflictividad.
publicaré sobre ello enseguida.
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