lunes, 5 de diciembre de 2016

sobre la significación del sexo (I)


Andamos últimamente muy revueltxs con lo del significado del sexo.

Que si significa, que si no, que si es trascendente, que si inmanente. Bueno…

A esa preocupación, nada nueva, pero actualizada de vez en cuando en “contra el amor” y “agamia” por el uso que aquí se hace de la designificación del sexo como herramienta para éste deje de ser sexo alienante, subyace la muy legítima preocupación por que el sexo se banalice en perjuicio, fundamentalmente, de las mujeres.

Porque el discurso patriarcal de liberación sexual dice una cosa muy graciosa. Dice: “el sexo no tiene significado, el sexo no tiene contenido, el sexo no es nada más que sexo: es una trivialidad. Hagámoslo sin parar. Déjate hacerlo.”

Pero, sin embargo, le reconoce una magnitud titánica como objeto de deseo. Los varones decimos: “deseamos sexo, sin poder parar de desearlo porque es el deseo más alucinante que concebirse pueda y, a la vez… es algo que no es nada”.  Desde esa estupidez, neurosis, o cinismo, esperamos que se nos haga caso. Y, si no, es que ellas están locas.

La respuesta como resistencia a la banalización, lógicamente, es justo la contraria: el sexo puede ser deseable, incluso puede ser lo más deseable que concebirse pueda, pero ese deseo está arraigado en un significado, en un algo más, en una trascendencia. Cuanto más se desee el sexo más cosas trascenderá este significado. Si el sexo se desea más que nada en la vida el sexo contiene el sentido de la vida misma. Es el depositario de la vida y es, incluso, el lugar que, en sí, ya es tan grande como la vida. Y de trascender al sexo se pasa a trascender la vida, la realidad, las leyes naturales, y lo que se pille por delante.

Y así están las cosas. Como para entendernos.

Yo creo que una exposición bien diferenciada de los diversos significados que le damos al sexo puede ayudar a ese entendimiento.

No encuentro, por más que busco, sino cuatro interpretaciones, o cuatro formas de abordar, o de analizar, la significación del sexo. Y las enumero.


1_La banalización del sexo.

La primera es la del sexo para los varones o, para ser más estrictxs, la “perspectiva varón”, que es compartida por muchas mujeres y que muchos varones no comparten. Eso pasa siempre. Pero los varones son el sujeto propio.

La he resumido ya más arriba: El sexo no es nada. El sexo es tomarse una caña, dar un paseo, sentarse a ver la tele. Es una trivialidad. Además el sexo proporciona un placer alucinante; es el mayor de los placeres. De modo que, ¿por qué no hacerlo todo el rato, con todo el mundo? Hay que estar locx para resistirse, y la culpa de que el mundo no sea una fiesta continua es que las mujeres se resisten a follar (recuérdese aquí el vídeo de Nacho Vidal para el SEB_2015).

Pero, además, el sexo es una necesidad. No te mueres si no lo haces, pero te afecta a la amígdala, y te agostas; lo dicen estudios. Así que resistirse ya es una cosa más seria, es una amenaza para la humanidad, y una agresión a la integridad de los “naturales” varones, y pone a los varones en tan difícil tesitura que justifica pequeñas agresiones. Y grandes.

Así habla el macho. Y de aquí nos lleva al porno, y de él a la prostitución, y a la cultura de la violación y para qué recordar a todxs lxs enemigxs que se busca unx si saca la lista de las estrategias de reacción patriarcal al empoderamiento sexual femenino que dice “no follo”.

Estas personas ven cualquier otra significación como una impostura que busca manipular a través del sexo, y no suelen diferenciar demasiado entre ellas. Adoptan la dicotomía represión-liberación para situarse a sí mismas del lado de ésta y al resto del mundo del lado de aquélla. Su deseo de conseguir sexo suele hablarles tan fuerte, ser tan estentóreo en su cabeza, que normalmente apenas pueden oírnos. 
2_Frente a la banalización, la trascendecia.

La segunda es la del sexo para las mujeres. También la he medio expuesto ya.

No es que el sexo no signifique algo. Es que significa todo. Así ha sido siempre para las mujeres, ya que el sexo, el consentimiento, implicaba su posesión. Una mujer se entregaba literalmente, en términos estrictamente legales, como esclava, a partir de la consumación del acto sexual. El sexo era la vida.

Un día la ley desligó la vida de las mujeres del sexo. Pero la cultura que sustentaba ese derecho sólo se transformó muy lenta y parcialmente. Así que las mujeres ya no tenían la excusa de la vida. Ya no podían decir “no puedo tener sexo cuando desee porque eso implica entregar la vida”. Las consecuencias permanecían casi idénticas en forma de todo tipo de estigma, pero ahora era mucho más complicado explicarlas. Y, por supuesto, nadie se encargaba de que esa explicación estuviera a mano.

Lo que tenemos hoy es la intuición de que hay algo en el sexo que no permite que las mujeres coincidan en la despreocupación masculina, unida a una notable dificultad para explicar ese algo. En la medida en que el sexo, cada vez más, es el más importante de los deseos, esta dificultad se vuelve profundamente conflictiva: Hay que tener relaciones sexuales, pero hay que impedir que se traten despreocupadamente. Por lo que sea. Más sexo, pero más importancia. La importancia es subjetiva. Se siente, pero no se entiende. Esta tensión ha producido una extravagante cultura del sexo trascendente en la que el pensamiento mágico se alía, como siempre, con el discurso paracientífico. Por un lado se resuelve así el problema armonizando ambas necesidades, y por otro lo ahonda al crear una burbuja discursiva que se aleja aún más de la verdadera significación sociocultural del sexo.
Ésta también es una significación patriarcal del sexo. De hecho, la significación patriarcal del sexo es el encuentro, hostil, pero funcional a la reproducción del sistema, entre estas dos significaciones: la versión del victimario y la versión de la víctima que se resiste a serlo pero tiene que hacerlo dentro de las reglas impuestas por su verdugo.

Quienes optan por la significación trascendente suelen considerarse depositarixs de un saber verdadero y arcano que nunca lograrán comunicar del todo, y al resto del mundo como personas que viven atrapadas en la materia, o en la vulgaridad, o en la ignorancia. Al contrario que lxs banalizadorxs, no encuentran que el discurso del resto esté de más, sino que es insuficiente, y que lo pertinente es remplazarlo por el discurso propio, pleno de sentido y de posibilidades. Avanzar en sus misterios es descubrir un mundo nuevo de ideas arbitrarias, narcisistas y perfectamente inútiles.

Y en ésas estamos. Pero bueno, no todo son sombras.

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