lunes, 8 de mayo de 2017

el laboratorio erótico de Sofía: LA AMIGA DE SOFÍA


Recibo un inesperado wsp de Sofía: “ven. Quiero presentarte a alguien.”

“Inesperado”, unido a “de Sofía” es un pleonasmo. Un pleonasmo es una figura retórica consistente en añadir palabras innecesarias cuya función expresiva es el énfasis. Pero es que los mensajes que recibo de Sofía son inasequibles a la generalización. Incluso bajo la categoría de “inesperado”. Da igual que ya sepa que me van a sorprender. Aun así, siempre me sorprenden.

“Ok”, es mi insulsa respuesta. Si cualquier otra persona me dijera “quiero presentarte a alguien” le contestaría “¿por qué?” y, respondiera lo que respondiera, crearía un colchón de seguridad entre la petición y su satisfacción diciendo “hoy no puedo”. Pero si Sofía me propone algo todo lo que pueda retenerme se vuelve de papel. Una propuesta de Sofía cambia automáticamente mi disposición anímica como si se pulsara un botón. Son mis propias tareas las que parecen indicarme que la mejor manera de realizarlas es abandonándolas por algo de lo que sólo conozco la fuente.

Antes de comprometerme con ello, ya lo estoy haciendo.

“Ok”, le digo. Pero no hace falta. Eso sí que es un pleonasmo.
Cuando llego al lugar acordado Sofía ya está allí. Ella y Diego, un conocido de ambxs por quien no siento especial simpatía. Hay una cuarta persona, a la que me presenta como “Fredi”. De modo que Sofía va a aprovechar para que Diego también le conozca. Bueno.

Pero Fredi no es el objeto de nuestra cita. O eso nos cuenta Sofía, a saber con qué intención. Nos dice que Carla, una gran amiga suya, está a punto de aparecer, que hacía tiempo que no venía a Madrid, y que quería aprovechar para presentárnosla. “Sé que os va a gustar”, nos dice.

Apenas cinco minutos después aparece Carla. Está claro que es una mujer interesante y de carácter absolutamente encantador. Está claro, porque Sofía ha dicho que nos va a gustar, y es evidente que no podía referirse a su aspecto. No describiré ese aspecto, pero cuando toma asiento junto a la anfitriona, el contraste es extremo. No es que Carla me genere ningún tipo de repulsión. Es, simplemente, que, ante ella, el deseo se ausenta. Nada que ver con lo que me pasa cuando miro a Sofía.

Estoy seguro de que no soy el único que está pensando algo parecido. Y estoy seguro de que Sofía es consciente, porque de vez en cuando reorienta la atención del grupo sobre Carla. Efectivamente, no sólo es interesante y sensata, sino que combina la empatía con el protagonismo en dosis perfectas. Carla nos ha convencido sin esfuerzo de que valía la pena conocerla. Eso hace que la diferencia de atractivo destaque aún más, porque ahora es prácticamente la única diferencia.

Pero Carla tiene que irse. Es muy probable que haya más gente por la que tenga que ser conocida, de modo que se despide afectuosamente y lxs tres convocadxs nos quedamos solxs con Sofía. Lxs tres a solas con Sofía.

“Ofrezco sexo al primero que sienta deseo por Carla”, nos dice.

Nos lo ha comunicado como quien informa de que tiene que ir al servicio. En cualquier otra situación, con cualquier otra persona, habrían surgido risas nerviosas. Pero aquí, nosotrxs, con ella, nos hemos saltado esa fase y pasado directamente a mirarnos con mutua desconfianza.

Comprendemos que acaba de empezar la parte práctica del ejercicio. Y es una competición.

-¡Un momento! ¡Un momento! ¡Un momento! – interrumpo, sea lo que sea, aquello que está teniendo lugar - ¿Quieres decir que la condición para acostarte con nosotrxs es que nosotrxs nos acostemos con Carla?
-No.

Nos seguimos mirando lxs tres. No podemos dejar de mirarnos. Estamos atadxs a mirarnos, lxs unxs a lxs otrxs.

El idiota de Diego es el primero que salta:
-¡Ya está! ¡La deseo! – afirma con convicción.
-¿Por qué? – pregunta Sofía, como si hubiera estado esperando exactamente esa declaración.
¿Ahora qué, idiota? Vamos, Sofía. Machácalo.
-Porque es una mujer muy interesante. Siento deseo. En serio.

Diego sólo ha hablado para poder dejar de hacerlo. Ni siquiera buscaba convencer. Sólo escapar. Ningunx le ha contestado. Sofía ya lo había hecho. Su “¿por qué?” era más que suficiente.

Ahora nadie mira a nadie. Todo el mundo parece mirarse a sí mismx. Todo el mundo escarbando en el pozo de su deseo en busca de Carla, para poder encontrar detrás a Sofía. O construyendo algún tipo de engendro estratégico, allí, en el fondo de su pozo.

Entonces habla Fredi. Con mucha serenidad. Como si la serenidad fuera su verdadero mensaje.
-Deseo a Carla. Es normal que la desee. Lo he pensado despacio y, sí, por supuesto que su cuerpo no me llama la atención a primera vista. Pero sé que eso después me dará igual. Que ese cuerpo se llenará de significado porque el significado ya está en ella y se asociará poco a poco a su cuerpo. Así que sí: la deseo. Me parece lo más sencillo del mundo. Y si no nos lo hubieras propuesto en estas condiciones tarde o temprano la habría deseado.
-¡¡¡¡¡No, no, no, no, no!!!!! – vuelvo a interrumpir. – ¡Vamos a ver! Aquí se están produciendo cosas que… ¡No, no, no! Esto no es así. O sea, la idea está bien, pero esto no es así. ¿¡Dónde está la legitimidad de todo esto!? ¿Qué sentido tiene? Es que hay mil cosas… Se me ocurren mil cosas que decir. ¡Sofía, no lo has planteado bien! ¡…objeciones! ¡Eso es! ¡Tengo mil objeciones!
-Israel – dice, mirándome profundamente, y su mirada me calma como si yo fuera un cachorro al que cogen por la nuca. Me sonríe afectuosamente - Eres lento.

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Regreso a casa con un desasosiego sexual parecido al de otras veces. No sé si siento indignación, sincera curiosidad intelectual, o simplemente estoy excitadísimo. Mi cabaza, eso sí lo sé, hierve con cada detalle de lo que acaba de pasar. Se encuentra en modo “Sofía”. “Velocidad Sofía”.

Y soy lento.

No entiendo cómo se puede correr más. Cómo se puede gestionar esa situación en unos minutos. Todavía me es imposible obtener una idea clara de las implicaciones éticas, no sólo para cada unx de lxs tres, sino para la propia Sofía. Y, por supuesto, para Carla. La había olvidado por completo. ¿En qué ha consistido esa presencia? ¿La había preparado con Sofía? ¿Era todo una actuación?

Busco en mi memoria pistas que me puedan dar una respuesta, y me retrotraigo al momento en el que ha llegado. Su aparición adquiere ahora un carácter perturbador, y tengo la sensación de estar mirándola más en mi recuerdo de lo que lo hice cuando el recuerdo se formó. Llego al momento en el que se sienta junto a Sofía y encuentro que algo ha cambiado con respecto a lo que esperaba. Ambas están unidas ahora por un vínculo nuevo. Aquella neta diferencia, entre alguien que atrae y alguien que no, ha desaparecido…

“Sin hacer trampas”, pienso, mientras me reclino contra la ventana del vagón, y dejo que la satisfacción me inunde. Mientras disfruto de la experiencia sexual que Sofía acaba de regalarme.


lunes, 1 de mayo de 2017

experiencias y reflexiones de 5 personas ágamas.


A raíz del post 5 claves para llevar la agamia a la práctica surgió en el grupo de facebook un jugoso debate sobre las diversas formas en que la agamia se iba entendiendo y construyendo en la vida de cada unx.

Nos ha parecido interesante traer al blog la voz de cinxo de lxs compañerxs del grupo, que dialogan tanto con aquel texto como con su propia experiencia como agamxs.


ELI. 31. (Agora)fóbica superviviente. Propiedad de un gato c*brón. Nombrarse y existir al margen de las parejas o no-parejas le parece una bonita manera de crecer y construir una realidad más amable para todes:


Mi texto va a estar dispersito y desorganizado. Como yo. Pero espero que aporte algo.

Al margen de superhéroes con poderes, unicornios que saben lo que quieren y lo que no en todo momento y además saben pedirlo o rechazarlo con asertividad y seguridad y en un tono agradable para oídos ajenos, a pesar de un posible encabronamiento eventual, que poseen una red afectiva sólida y circundante, probablemente son bellos y sin ninguna tara física o mental... Existimos seres humanos vulnerables y/o de gamas más bajas, bueno, en fin, seres humanos en general, y creo que si los modelos relacionales alternativos a la trampa gámica no son capaces de ofrecer un marco teórico en el que desarrollar cuidados para todos, se convierten en otra mierdecilla al servicio de una élite inalcanzable. Al final, otro producto capitalista al que pocos pueden acceder sin hipotecarse emocionalmente.
Hablo entonces de lo que me aporta el pensamiento ágamo desde mi vulnerabilidad de ser humano, y cada una de estas aportaciones las convertiría en "puntos", si bien ya entran en cierto modo en los cinco de Israel, o son de por sí bastante obvias.

1. Valorar mi red afectiva como individuos totalmente insustituibles a los que cuido y para quien busco espaciotiempos.

2. Cuidarme a mi primero. Comer bien, aceptar ese trabajo, leer, pasar tiempo conmigo... Sin culpa ninguna y con un disfrute absoluto.

3. Liberarme de la promiscuidad en sí misma. Para mí personalmente es el gozo del "no" (y seguir leyendo en pijama o diciendo chorradas con una primah) lo más importante del-no gamos. Creo que el sexo, como evento que se celebra con tantísimo más jolgorio que cualquier otro, es otra trampa.

4. La consciencia de que los momentos compartidos son auténticos y no persiguen un fin último de posesión.

5. Aceptación de mis deseos como válidos, sean cuales sean...

Me dejo seguro cosas, pero, al final, creo que todo esto contribuye a construir una existencia más feminista, más igualitaria y más libre y plena.


GUILLERMO, turolense de 27 años, estudiante de filosofía, nos habla de la relación entre agamia y amistad:
Haciendo mía la expresión de Protágoras, diré que para mí la amistad es “la medida de todas las relaciones”.

Al principio creí que la agamia se trataba de una especie de excusa formal para la promiscuidad -suponiendo que se necesite una excusa-, pero, pasado ese primer bache, entendí que la promiscuidad (sola) no va a ninguna parte, y quien dice a ninguna parte, dice a los mismos senderos monógamos y desiguales de siempre para cubrir necesidades afectivas no vinculadas con el sexo.

Mi experiencia es corta y está sembrada de dudas a cada paso que doy, pero de lo que me he dado cuenta “practicando” la agamia es de que quiero mantener relaciones al nivel al que se dan dentro de mis círculos de amistades, es decir: cuidándolas, dándoles tiempo para madurar -o incluso para que se pudran-, sin esperar que me exijan imposibles -y sin exigirlos yo-, con una relación entre personas iguales y libres de hacer lo que les venga en gana sin pedir permiso o, necesariamente, dar/exigir explicaciones. Ya es hora de que primen nuestros valores sobre los de la cultura normativa del amor.
En definitiva, creo que independientemente de las relaciones sexuales, y sorteando las dificultades que nuestra mente -domesticada a fuerza de latigazos amorosos y al ritmo marcado por los esclavistas de la monogamia, con la canción del momento retumbando en nuestra psique- yo me planteo qué es lo que quiero de un/a amigx y cómo trato a mis amigxs, y con estas premisas construimos, o destruimos, la relación sin caer en la falsa necesidad de una pareja, y de la forma más horizontal posible.


Nombre de guerra: ALTAVISTA BASURTO
Modelo relacional: peripatético resistente al gamos
Estado civil: al loro
Se trata de buscar la vida buena. Es un afán que de una u otra manera nos empuja a todxs desde siempre.

Si nos retrotraemos a la cuna en plan freudiano, todo quisqui ha necesitado abrazos y protección para desarrollarse. Unxs más y otros menos lo tuvimos, y unxs más y otrxs menos venían con la ontogénesis colocadita para recibir el empujón necesario a la supervivencia y de ahí a seguir con la evolución propia y de la especie.

Cojamos la pértiga del tiempo, plantémonos en el momento actual y miremos cuántas veces y por qué nos hemos enredado en la madeja del amor, en la creación de una pareja, en la tendencia a formar un hogar, en repetir patrones de idealidad que en la imaginación eran putos anuncios de Coca-cola y en la realidad una película de neorrealismo italiano emocional.

Creo que es evidente la búsqueda de la seguridad perdida o, en su defecto, la sustitución melancólica de un hogar originario que nunca fue como lo pintaba la propaganda de la tribu.

Y como hijxs de nuestro tiempo que somos, cargados en nuestra memoria colectiva con los recuerdos de una vida fabulosa del New-Deal americano, del hippismo de la anterior generación, de razones ya masticadas en contra del modelo tradicional de la familia, de drogas que se cargaron a la generación de nuestrxs primxs mayores, de sexo libre pero no tanto, de libertad para sentir, nos aferramos al viaje que nos daba el enamoramiento y quisimos construir desde ahí, en nuestra burbuja individual y narcisísticamente única, nuestra arcadia del amor entre dos, del amor original que no era como el de nuestros padres.
Pero entonces vino Ikea y nos empezó a bombardear con la construcción de una república independiente entre cuatro paredes, y nos daban imágenes de mamás despeinadas, papás buenorros con jerseys de punto grueso y niños monísimos en calcetines entretenidos con juguetes de madera. Además nos tragamos cientos de comedias románticas las sobremesas de los fines de semana y seguimos obviando una y otra vez las cabezas de hidra del aburrimiento, del sinsentido, de la manipulación, de los celos y la dominación que se estaban instalando en nuestras parejas.

Fue a base de acostumbrar al cerebro una y otra vez a la disociación de cómo funcionaba el imaginario y chocaba con la realidad, como acabamos por negar la realidad. Pero la insatisfacción permanente, como una cuerda de un bajo en un concierto para chelo, resonaba como una irritación cada vez más extendida.

Y no entendíamos las broncas. Y no entendíamos los dramas. Y nos desgarrábamos en la incomunicación. Y no había forma de poner nada en común. PERO SI YA ÍBAMOS A IKEA LOS SABADOS, JO-DER.

Y en la resolución entraban los demonios de las malas artes. Y el poder, el puto poder y el patriarcado que ya sabemos a quién se lo da. Y salíamos malparadas, despechadas, con sensación de estafa y recurríamos a la justicia y unas veces nos daban la razón y otras nos hundían aún más.

Así que… por qué no parar el juego y plantearse seriamente qué es lo que merece ser vivido y cómo hacer(nos) justicia.

Yo, desde luego, empiezo por el respeto y por la realidad tal cual es huyendo de narraciones y ficciones que me lleven de nuevo a la ciénaga. La Ciénaga, por cierto, que buena peli. No dejéis de verla.


MARIA, sin acento ya que tengo la suerte o desgracia, según la época que se mire, de ser valenciana y vivir en Valencia. Soltera y sin hijos por vocación, sin embargo, volcada profesional, corporal y anímicamente en la infancia. Esquivadora de obstáculos y ataques desde que defiendo otra forma de relacionarnos que no esté necesariamente vinculada al enamoramiento. Definitivamente en estado de constante construcción:
El tema del afecto me ha estado rondando desde que leí el post en "Contra el amor".

El afecto es problemático, tan intangible como necesario, se puede analizar, ahora bien, no creo que se pueda diseccionar o clasificar.

Todos de acuerdo aquí en la necesidad de separar radicalmente el afecto del amor romántico. Es, de hecho, cuando ambos aparecen relacionados cuando todo se pervierte.

Me parece fundamental, para funcionar medianamente bien en nuestras relaciones, que entendamos qué es un buen afecto, cómo y cuándo darlo y cómo recibirlo, que tampoco es siempre fácil.

¿Implica el afecto atención y cuidados? Considero que éstos son una manifestación básica del mismo, resulta que la palabra "manifestación" es clave. ¿Debe ser el afecto manifestado o de lo contrario se convierte en algo bastante estéril? Personalmente creo en la necesidad de la manifestación. Pero, ¿cómo? Bueno, aquí, irremediablemente, voy a ser simplista. Esto es muy complejo, claro.
Pienso que una buena manifestación afectiva debe ser considerada, siempre, a través de unos filtros. ¿Es este sentimiento compatible con mi bienestar? ¿Quiero dar afecto? ¿Puedo dar afecto? ¿La persona receptora quiere y acepta mi manifestación afectuosa?

Otra idea interesante es la relación entre sexo y afecto, siempre y cuando el afecto no sea entendido, tampoco en este caso, como un sinónimo de amor romántico.

Me quedo cortísima. Es un tema complejo.


CLARA ha gastado 33 años y vive en Madrid. Ha pasado por distintas visiones sobre las relaciones: monogamia, anarquía relacional...Hace menos de un año que encontró en la agamia qué nombre poner a su visión. Desde entonces se considera ágama y eso le hace reflexionar sobre la educación:
A los cinco puntos aportaría alguno sobre cómo nos planteamos la educación, porque gran parte de los problemas que tenemos para la práctica son debidos a la educación que hemos recibido, y si seguimos reproduciendo eso no conseguiremos crear la sociedad que buscamos.

Educación en dos aspectos: como asimetría, porque si defendemos la no jerarquía de las relaciones tendríamos que ser coherentes con ello en cada tipo de relación, incluidas las relaciones con los hijos o los menores en general. Un modelo jerárquico no se mueve, un modelo asimétrico está en constante movimiento.

Sobre los tres clásicos modelos educacionales definidos desde los años 70: autoritario, permisivo, democrático; considero que no nos serviría ninguno dentro de la agamia. Creo que se conocen los peligros de los dos primeros y el democrático, vendido como dialogante, con lo gastada y falsamente usada que está tanto la palabra como el concepto de democracia, tampoco me parece que sirva. Es un engaño pretender colocar en la posición de diálogo cosas que a veces no pretendemos dialogar o incluso que no son dialogables. 

El modelo de la terraza que se expone aquí para las relaciones me parece fabuloso y creo que es aplicable, bajo esta asimetría, a la educación. En este modelo, que es asimétrico porque no se parte de la misma situación entre cada una de las dos personas, dado que sus circunstancias son inconmensurables, no se niega la igualdad de ellas, es decir, la igualdad de los elementos que forman las relaciones. Habrá fricciones, movimientos, pero los acuerdos, que equivalen a las terrazas, se cumplen. No pueden no cumplirse porque nacen de las dos partes. Podrán cambiar o caducar, pero no generan principios ni finales, sino una continuidad. Siguiendo el modelo de la terraza, hay una naturaleza que es la tierra y sus propiedades, pero ésta se modifica según las necesidades tanto de ambiente como de consumo. Con consumo me refiero a necesidad de que esa relación asimétrica aporte algo y no la producción, porque la relación no tiene nada que producir en sí, es válida por sí sola, pero sí defiendo que tiene que enriquecer. Si no, no merecería la pena vivir en comunidad.
El otro aspecto en el que quiero hablar de educación es el de la educación emocional. Creo que los avances que se han hecho desde la psicología y otras materias en terreno de educar emociones son aprovechables para nuestra práctica.

Uno de los puntos del texto al que nos referimos trata expresamente de las montañas emocionales, que se disiparán con la práctica de la agamia. Esto no es no dejarse sentir ni experimentar, sino todo lo contrario. Cuando comencé a ver textos sobre la agamia le achaqué la falta de explicación sobre esto y en un principio interpreté que se pretendía tapar esas emociones. Ahora que lo practico y que he leído, hablado y reflexionado un poco más sobre el tema, lo conjugo con otras prácticas de mi día a día, como son la atención plena y el ejercicio de manejar las emociones.

Como todo lo que estamos hablando, a más práctica, mejor. La práctica hace al maestro. Desde este punto de vista, considero que el entrenarnos en reconocer emociones y poderlas manejar, que no controlar ni ocultar, es útil para una vida sana e íntegra. Las emociones nos sobrevienen como nos sobreviene el tiempo meteorológico, pero nosotros no somos la emoción. Somos la conciencia que observa la emoción, somos los observadores de nuestras propias emociones.

Lo mismo ocurre con los pensamientos en bucle. Si podemos observar las estructuras creadas en torno al género y reestructurarlo, observar lo que rodea e implica al sexo o a las relaciones sexuales y resignificarlo, podemos observar también que estos procesos no van a ser gratuitos, pensaremos muchas cosas y sentiremos muchas cosas. Ahora bien, de la misma manera que nos colocamos en posición de observadores, de testigos, para estar pendientes sobre el sexo y el género, podemos hacerlo con las emociones. Clasificar los registros emocionales que podemos tener y poderlos seleccionar en su expresión o momentos oportunos, creo que nos será útil en la práctica de la agamia.

Estas dos vías a mí me sirven para ejercitarme en vivir plenamente, cada instante con cada persona, ya sean mis hijos o mis vecinos o quien sea. Todos los días me equivoco. Cómo, si no, podría aprender.




miércoles, 26 de abril de 2017

el amor como fantasía motivacional.


MOON

Veo películas a docenas. Muchísimas. En serio.

A pesar de eso, me resulta imposible encontrar cosas que tengan interés para esta sección. En el cine, con respecto a la no monogamia, se cumple la decepcionante regla de que la sociedad va por delante de la cultura. O de que la represión cultural se utiliza como freno de la contestación social.

No voy a generar falsas expectativas. Moon no es un cuestionamiento ni consciente ni explícito, un gran discurso contra el sistema relacional, como lo es Eyes Wide Shut, por ejemplo. En absoluto.
Moon es una película respetable, de uno de cuyos elementos argumentales podemos aprovecharnos para horadar un poco más en los maltrechos pilares de la monogamia.
Sam lleva tres años trabajando solo en una base lunar. Su contrato está a punto de expirar, y se dispone a volver a casa, en La Tierra, con su mujer y con su hija, nacida después de su partida. Toda su vida relacional se ha reducido, durante estos tres años, a algunas comunicaciones en diferido con su familia, y al diálogo cotidiano con Gertie, el ordenador de a bordo.

Y hasta aquí llega el post para quien aún no haya visto la película, y quiera hacerlo sin sabérsela. Voy a desvelar el pastel en el siguiente párrafo, de modo que no miréis para abajo.

Sam es un clon, nacido en la misma base, uno más, en realidad, de una larga serie que le ha antecedido y de una aún más larga que seguramente vaya a sucederle. Todos sus recuerdos de La Tierra están implantados a partir de un Sam original cuyo paradero y situación actuales desconocemos. Y hay algo más, que elegantemente no llega a explicitarse, pero de lo que nos vamos dando cuenta poco a poco. Parece que Sam está concebido para vivir la duración de su contrato. O, mejor aún, su contrato de tres años está concebido para justificar que trabaje toda la vida, justo hasta pocos días antes de que su salud se deteriore aceleradamente y muera.

Estamos, por lo tanto, ante una civilización que parece haber creado un pequeño Matrix cutre para, al menos, algunxs de sus trabajadorxs. Seres que han sido creados como mano de obra esclava y desechable pero que, debido a su “naturaleza” humana, no funcionarán si no disponen de un sentido para su existencia.

Y es este sentido el que me parece interesante traer aquí.

Porque en la medida en que Sam trabaja ilusionado para recuperar su vida familiar real en La Tierra, estamos ante un discurso monógamo. Pero a partir del momento traumático (se marea, vomita, como Neo) en el que descubre que carece de esa vida, que esa vida sólo es una aspiración, pero jamás ha sido una realidad, que es virgen con respecto a la realización de su sueño, nos encontramos con un discurso ágamo.
Lo considero ágamo precisamente porque es la propia monogamia feliz lo que aparece como fantasía. Lo que Sam descubre es, en el fondo, su condición de víctima de la ideología amorosa: el amor le es presentado como un paraíso real, al que espera volver y al que, como persona absolutamente normal, tiene derecho a aspirar si cumple con su trabajo. Pero la realidad es que el amor sólo ha sido un relato. No hay nada a lo que volver. Nunca hubo amor más que en la construcción de su conciencia a base de retazos de realidad (cuando logra contactar directamente con la casa a la que habría regresado si su programación hubiera sido una verdadera memoria, descubre que su supuesta hija tiene quince años, y que su supuesta mujer lleva mucho tiempo muerta, es decir, que no es que él no haya sido elegido para ese paraíso, sino que el paraíso nunca ha existido como tal).

Y es a partir de ese momento cuando las piezas empíricas empiezan a encajar sin el tejido conjuntivo de la fantasía amorosa. Y lo que configuran, como no podía ser de otro modo, es el desierto de la realidad: lo que veo, aquí y ahora, es lo único que hay. Es el sentido de mi existencia. Y mi único compañero, la única persona con la que voy a tener verdadero contacto a lo largo de mi vida, es otro clon, una especie de yo moral activo, frente a mí mismo, sensible, divergente y contemplativo, yo mismo repetido, desdoblado, con quien un fallo del sistema me ha hecho coincidir, y en cuya compañía, y gracias a ella, lograré recomponer algunas piezas del puzzle (y destruir definitivamente la maqueta mediante la que juego a las casitas).

Él, otras decenas de clones dormidos e inútiles y, por supuesto, mis verdugos, esos que me llaman “colega” y “amigo”, y que me dicen que los espere tranquilamente, sin hacer nada, mientras llegan para salvarme; tal vez clones, también, o tal vez perfectamente humanos, clase media de una sociedad en la que ellos son el equipo de limpieza. Mi despertar los despierta. La vida, ahora que es verdadera, los incluye. Sólo viviré de verdad el tiempo que tarden en eliminarme, como les sucedía a los replicantes de Blade Runner.

El amor en Moon es, por lo tanto, sólo una fantasía motivacional, cuya capacidad para generar trabajo tiene una duración limitada. Cuando el clon lo comprende, cuando su conciencia ha recabado suficiente información como para cuestionar el mundo que le es presentado, cuando descubre que nunca alcanzará aquello a lo que siempre ha aspirado, y que nunca hubo la menor oportunidad de alcanzarlo, entonces es que su tiempo ha concluido.

La única verdadera oportunidad de no pasar la vida entera en La Luna es comprender antes; desde el principio. Comprender hoy. Ahora.








jueves, 20 de abril de 2017

el enamoramiento como pose.


Hablaba aquí sobre cómo gestionar el morbo de las nuevas relaciones, y utilicé para ello una perspectiva utilitarista que ofrecía un ejemplo más de que hacer explícito el verdadero contenido de nuestros deseos suele desenmarañar sus contradicciones éticas.

Decía entonces que es bueno relativizar el efecto emocional de esas nuevas relaciones (con su correlato de limerencia o NRE), primero porque un exceso emocional nos expulsa del anhelado estado de felicidad o, si se prefiere, de la eficacia óptima. Segundo, porque esa motivación extra hacia la persona nueva implica una falsa idea sobre lo terminada que está la formación de las relaciones previas.

Me gustaría completar la crítica a la mitificación de las nuevas relaciones, y de su poder perturbador, con un par de reflexiones más.

Novedad, ¿hasta qué punto?

La hipótesis del valor sociosexual (vss) utilizada en las reflexiones de este blog nos dice que, décima arriba, décima abajo, las nuevas relaciones van a tener el mismo vss que las antiguas. Eso implica que, aunque hablemos de alegría, de ilusión, de lo que queramos, el rapto emocional que nos trastorna no tiene como fuente las virtudes de la nueva persona, y sólo excepcionalmente podremos hablar de auténtica novedad.

Si el crecimiento de la vida relacional es equilibrado, serán las primeras relaciones, construidas casi sobre el vacío, las que impliquen grandes cambios capaces de poner la vida patas arriba. Estos grandes cambios tendrán lugar, además, en personas jóvenes e inmaduras, más susceptibles de verse afectadas por ellos. Pero pronto la diferencia que puede llegar a aportar una nueva persona deja de ser sustancial. La diferencia puede, sí, ser a mejor, pero siempre será una pequeña diferencia a sumarse sobre una masa relacional muy superior. El entusiasmo extremo no tiene sentido.

Para que el rapto se produzca hace falta complicidad con él. Hace falta, como suele ocurrir en la adolescencia cuando el alcohol resulta demasiado caro o da demasiado miedo, hacerse la/el borrachx.

Eso no quiere decir que la representación no reporte placer (de hecho, si se realiza el esfuerzo de representar es, en este caso, porque existe algún tipo de motivación hedónica). Quiere decir que no está legitimada para producir dolor en otrxs y, por lo tanto, y si aceptamos reflexionar con honestidad sobre el significado de las conquistas amorosas y su relación con la formación de gamos, debemos llegar hasta el corazón de la impostura: la NRE necesita voluntad de NRE. Necesita, por decirlo de una manera coloquial, hacer por creérselo.

Y en eso consiste el frívolo discurso de que no hay nada más hermoso en esta vida, y de que debe ser respetada.

Hedonismo… y algo más.

La búsqueda de placer puede ser suficiente para impostar NRE. Pero lo normal es que, tras la mentira que funciona, haya algún tipo de verdad. Una verdad diferente, de la que la mentira sirve para desplazarnos: creemos que nos gusta algo por una razón que sentimos como falsa, pero que nos sirve para no reconocer la verdadera. Y gracias a ese cacao acabamos aceptando el desempoderamiento final en el que somos funcionales al sistema: no se puede hacer nada, porque nada entendemos bien. Sólo sabemos una cosa porque acabamos constatándola, y es que el amor arrasa con todo.

El origen de la fascinación amorosa es la expectativa de realización de nuestro destino merecido (no sólo amoroso, sino total porque el amor es un destino completo en sí mismo): el paso de una vida en potencia a una vida en acto. Como Cenicienta, siempre hemos tenido una princesa dentro, pero debe llegar el momento en el que el príncipe nos devuelva (importante la devolución, que implica restitución de lo que era ya propio) el zapato como acto de reconocimiento.

La NRE es el nuevo nombre (no será el último) que adopta esa esperanza cuando siente cercano su cumplimiento. Y el mensaje que transmite a nuestras otras relaciones es “como hermanas feas y malas del cuento estáis bien, pero yo no soy de este mundo”.

La NRE es, por lo tanto, un compromiso explícito con la traición. Es la admisión de que se está dispuestx a abandonar al grupo ahora que una oportunidad mejor se vislumbra. Y el final de la NRE es el reconocimiento de que todo fue un espejismo amoroso y el grupo sigue siendo la opción mejor.

El beneficio obtenido en forma de placer, o de sufrimiento libremente elegido, necesita de algún tipo de justificación para que el grupo otorgue su indulgencia al/la traidor/a. Y ésta viene en forma atribución a la NRE de una fuerza incontrolable.

El grupo (sea de una o de varias personas) tiene la responsabilidad, eso sí, de saber, o al menos aprender, con quién se compromete, y si se trata de alguien propensx a los desmanes de la NRE. Ese aprendizaje implica, obviamente, empoderarse con respecto al perdón impuesto por la teoría de la NRE y determinar, en cada caso, si dicho perdón debe concederse.


lunes, 3 de abril de 2017

"afecto", la falsa moneda de los cuidados.


Proliferan las pautas y recomendaciones sobre la forma de gestionar los cuidados y el afecto en las relaciones. Sin embargo no logramos desprendernos de una fuerte suspicacia.

Varias preguntas comprometidas quedan siempre sin respuesta, constituyendo una base inestable sobre la que los discursos construidos nos resultan algo arbitrarios.

¿En qué se funda el supuesto carácter altruista del afecto? ¿Por qué carecemos de un término que designe su componente narcisista? ¿Qué se esconde tras la persistente reclamación de cuidados que observamos en los relatos sobre relaciones? ¿Qué necesidad específica satisface el afecto? Y, sobre todo, ¿cuánto podemos fiarnos de él?

En anteriores textos se apuntaba la dirección en la que parece más interesante buscar la respuesta a algunas de estas preguntas. En éste propongo dos conceptos que tal vez nos permitan dar ya una importante solidez tanto a la reflexión como a la práctica.
Diré antes de definirlos que un vínculo emocional sería el establecimiento consistente de consecuencias emocionales asociadas a otra persona. Es decir, no sería una emoción específica, sino la posibilidad de sentir una u otra emoción (fundamentalmente placer y dolor) en función de la conducta de otrx, especialmente hacia nosotrxs.

APEGO: vinculo emocional con quienes se juzga más adecuadxs para satisfacer nuestras necesidades.

Mientras que la ciencia se ve impelida a explicar la conducta mediante principios funcionales (adaptación, subsistencia, equilibrio…) los discursos relacionales son alérgicos a la idea de que el individuo busque vínculos afectivos para beneficiarse de ellos.

Por una vez, partamos de la idea de que al afecto, al cariño, al amor, subyace un fin, y que ese fin tiene mucho que ver con la conciencia de individualidad y con el interés propio.

AFECTO (no como sinónimo de “emoción”, sino de vínculo emocional concreto al que a veces llamamos “cariño”): vínculo emocional/expresivo hacia quienes se está en disposición de satisfacer necesidades, es decir, de recibir apego.

El simple apego es ineficaz a la hora de lograr satisfacer las necesidades que lo mueven, salvo en situaciones de indefensión extrema (infancia, urgencia…). Para sociabilizarse eficazmente debe ofrecer algo a cambio y debe ofrecerlo al costo emocional más reducido posible. El afecto, la disposición a hacer cosas por lxs demás, me permite realizarlas sin experimentar frustración o agotamiento demasiado pronto, e incluso recibiendo satisfacción. Gracias a esas necesidades satisfechas a otrxs, yo construyo la garantía de que otrxs, normalmente esxs mismxs, satisfarán las mías. Puedo, de este modo, asegurar mi apego.

Veamos ahora varias consecuencias que se extraen de estas dos definiciones y que resultan útiles a la hora de reflexionar sobre la gestión del afecto y los cuidados.

1   En primer lugar, tenemos que recordar que el carácter emocional de estos vínculos implica que van acompañados de experiencias psicofísicas de placer y sufrimiento, y que su existencia no queda demostrada sólo por su expresión. Un abrazo afectuoso sería, por lo tanto, una expresión de afecto, pero difícilmente una prueba.

2   Debido a este carácter emocional, el afecto y el apego tienen la posibilidad de ser satisfechos en sí mismos, pues son fuente de placer y dolor, sin que vaya acompañada su satisfacción de la de ninguna otra necesidad. Ese placer se satisface especialmente en la medida en que se produce mediante el encuentro de ambos, es decir, del apego de un lado con el afecto del otro, o mediante un encuentro cruzado de apego y afecto con apego y afecto. Si el apego sólo encuentra apego se convierte en una mutua solicitud de cuidados que aumenta la sensación de indefensión. Si el afecto sólo encuentra afecto se convierte en el intercambio de una disponibilidad estéril, como el característico abrazo masculino que transmite, entre otras cosas, completa autonomía y, por lo tanto, resistencia al cuidado que se ofrece.

3   Vemos también que el afecto es un vínculo fundamentalmente dependiente del apego para su aparición, es decir, que tendemos a sentir afecto por aquellas personas por quienes sentimos apego. En otros términos: nos ofrecemos dispuestxs a satisfacer sus necesidades a aquellas personas que consideramos necesarias para satisfacer las nuestras.

4   La dependencia que el apego tiene del afecto es, sin embargo, puramente práctica: difícilmente puede el apego sociabilizarse con éxito si no va acompañado de afecto. Por eso, el apego no suele hacer su aparición socialmente. Para ello debe revestirse, real o artificiosamente, de afecto.

5   Así, apego y afecto serían vínculos diferentes pero complementarios. El primero produciría placer al interpretar que hay disposición por parte de otrxs a satisfacer las necesidades propias (que hay afecto). El segundo recibiría placer al interpretar que hay disposición por parte de otrxs a dejar que sus necesidades sean satisfechas por nosotrxs (que hay apego).

6   Entendemos que no hay razón para manifestar más apego del que realmente se tiene (incluso puede ser conveniente manifestar menos). Hay, sin embargo, fuertes razones para manifestar más afecto del que se tiene, ya que el afecto funciona como una garantía de cuidados futuros a cambio de la cual se pueden a su vez solicitar otros cuidados en el presente.

El afecto debe, por lo tanto, ser objeto de suspicacia. La expresión de afecto puede indicarnos que alguien está dispuestx a cuidarnos, pero puede también funcionar como exigencia de que le cuidemos, amparada en que, dado que tiene con nosotrxs un vínculo afectivo, no podrá evitar cuidarnos cuando lo necesitemos, pues de lo contrario su vínculo afectivo le producirá dolor.
7   Estamos viendo que ni el apego ni el afecto son necesidades originarias. Si tuviéramos plena garantía de que nuestras necesidades fueran siempre a estar satisfechas es altamente probable que no desarrollaríamos apegos (es una hipótesis extrema, porque en última instancia necesitamos interactuar libremente con otras personas para desarrollar nuestras capacidades más complejas), del mismo modo que si no percibiéramos la existencia de necesidades en lxs otrxs no desarrollaríamos afectos (y nos veríamos obligadxs a mostrarnos como personas simplemente dependientes).

Por lo tanto el afecto (y el apego que le subyace) se convierte en necesidad por sí misma una vez que se ha construido sobre la base de las otras que busca originalmente satisfacer. El afecto se convierte en el símbolo de la satisfacción de necesidades. Cuando pedimos expresiones de afecto estaríamos pidiendo un cuidado específico que actuaría como moneda inespecífica de cuidados. Estaríamos pidiendo garantías de que nos van a cuidar, no ya con más afecto, sino con cuidados adaptados a otras necesidades.

8   Pero estaríamos, también, alimentando la inflación del valor del afecto. Estaríamos invitando a crear afecto sin fondos, que no se va a traducir en cuidados, que no satisface, por tanto, y que nos llevará a pedir más afecto, a recibir aún más afecto sin fondos, y a generar una adicción afectiva por desplazamiento de nuestras verdaderas necesidades a la necesidad de afecto.

9   Esta adicción afectiva producirá también su correspondiente reflejo sobre el apego, creando una adicción al apego que necesite de personas a las que dar afecto, a las que pedir que se dejen dar afecto, y que no constituirá ya afecto sino, de nuevo, otra forma de apego.

10   Ni que decir tiene que este modelo explicativo establece su virtud en el equilibrio (no en la igualdad) entre apego y afecto, en el equilibrio entre estos vínculos y los cuidados generales que expresan y gestionan, y que desestima absurdas propuestas de vida relacional sin apego o de construcción de afecto “sano” puramente desinteresado.