jueves, 20 de abril de 2017

el enamoramiento como pose.


Hablaba aquí sobre cómo gestionar el morbo de las nuevas relaciones, y utilicé para ello una perspectiva utilitarista que ofrecía un ejemplo más de que hacer explícito el verdadero contenido de nuestros deseos suele desenmarañar sus contradicciones éticas.

Decía entonces que es bueno relativizar el efecto emocional de esas nuevas relaciones (con su correlato de limerencia o NRE), primero porque un exceso emocional nos expulsa del anhelado estado de felicidad o, si se prefiere, de la eficacia óptima. Segundo, porque esa motivación extra hacia la persona nueva implica una falsa idea sobre lo terminada que está la formación de las relaciones previas.

Me gustaría completar la crítica a la mitificación de las nuevas relaciones, y de su poder perturbador, con un par de reflexiones más.

Novedad, ¿hasta qué punto?

La hipótesis del valor sociosexual (vss) utilizada en las reflexiones de este blog nos dice que, décima arriba, décima abajo, las nuevas relaciones van a tener el mismo vss que las antiguas. Eso implica que, aunque hablemos de alegría, de ilusión, de lo que queramos, el rapto emocional que nos trastorna no tiene como fuente las virtudes de la nueva persona, y sólo excepcionalmente podremos hablar de auténtica novedad.

Si el crecimiento de la vida relacional es equilibrado, serán las primeras relaciones, construidas casi sobre el vacío, las que impliquen grandes cambios capaces de poner la vida patas arriba. Estos grandes cambios tendrán lugar, además, en personas jóvenes e inmaduras, más susceptibles de verse afectadas por ellos. Pero pronto la diferencia que puede llegar a aportar una nueva persona deja de ser sustancial. La diferencia puede, sí, ser a mejor, pero siempre será una pequeña diferencia a sumarse sobre una masa relacional muy superior. El entusiasmo extremo no tiene sentido.

Para que el rapto se produzca hace falta complicidad con él. Hace falta, como suele ocurrir en la adolescencia cuando el alcohol resulta demasiado caro o da demasiado miedo, hacerse la/el borrachx.

Eso no quiere decir que la representación no reporte placer (de hecho, si se realiza el esfuerzo de representar es, en este caso, porque existe algún tipo de motivación hedónica). Quiere decir que no está legitimada para producir dolor en otrxs y, por lo tanto, y si aceptamos reflexionar con honestidad sobre el significado de las conquistas amorosas y su relación con la formación de gamos, debemos llegar hasta el corazón de la impostura: la NRE necesita voluntad de NRE. Necesita, por decirlo de una manera coloquial, hacer por creérselo.

Y en eso consiste el frívolo discurso de que no hay nada más hermoso en esta vida, y de que debe ser respetada.

Hedonismo… y algo más.

La búsqueda de placer puede ser suficiente para impostar NRE. Pero lo normal es que, tras la mentira que funciona, haya algún tipo de verdad. Una verdad diferente, de la que la mentira sirve para desplazarnos: creemos que nos gusta algo por una razón que sentimos como falsa, pero que nos sirve para no reconocer la verdadera. Y gracias a ese cacao acabamos aceptando el desempoderamiento final en el que somos funcionales al sistema: no se puede hacer nada, porque nada entendemos bien. Sólo sabemos una cosa porque acabamos constatándola, y es que el amor arrasa con todo.

El origen de la fascinación amorosa es la expectativa de realización de nuestro destino merecido (no sólo amoroso, sino total porque el amor es un destino completo en sí mismo): el paso de una vida en potencia a una vida en acto. Como Cenicienta, siempre hemos tenido una princesa dentro, pero debe llegar el momento en el que el príncipe nos devuelva (importante la devolución, que implica restitución de lo que era ya propio) el zapato como acto de reconocimiento.

La NRE es el nuevo nombre (no será el último) que adopta esa esperanza cuando siente cercano su cumplimiento. Y el mensaje que transmite a nuestras otras relaciones es “como hermanas feas y malas del cuento estáis bien, pero yo no soy de este mundo”.

La NRE es, por lo tanto, un compromiso explícito con la traición. Es la admisión de que se está dispuestx a abandonar al grupo ahora que una oportunidad mejor se vislumbra. Y el final de la NRE es el reconocimiento de que todo fue un espejismo amoroso y el grupo sigue siendo la opción mejor.

El beneficio obtenido en forma de placer, o de sufrimiento libremente elegido, necesita de algún tipo de justificación para que el grupo otorgue su indulgencia al/la traidor/a. Y ésta viene en forma atribución a la NRE de una fuerza incontrolable.

El grupo (sea de una o de varias personas) tiene la responsabilidad, eso sí, de saber, o al menos aprender, con quién se compromete, y si se trata de alguien propensx a los desmanes de la NRE. Ese aprendizaje implica, obviamente, empoderarse con respecto al perdón impuesto por la teoría de la NRE y determinar, en cada caso, si dicho perdón debe concederse.


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