lunes, 4 de julio de 2016

¿cómo gestionar el morbo de las nuevas relaciones?


Uno de los conflictos más frecuentes que sufrimos en las no monogamias es la dificultad para compatibilizar el apasionamiento en las relaciones nuevas con el desapasionamiento en las anteriores.

Encontramos continuamente testimonios de personas explicándonos cómo su o sus relaciones previas obstaculizan el disfrute de esa nueva relación que les resulta tan atrayente o tan excitante. También, por supuesto, los inversos: los de quienes se sienten relegadxs al papel de amistades sexual o afectivamente tibias por una persona recién aparecida.

Para la mayoría de los discursos no monógamos, la llamada “energía de nueva relación” (NRE), lo que Dorothy Tennov llamó “limerancia”, es decir, en el fondo, el enamoramiento de toda la vida, es una experiencia sagrada e irrenunciable. Se diría incluso que la función de abrir la pareja es poder repetir periódicamente la limerancia sin por ello tener que poner fin a las relaciones ya construidas. Se trataría de encontrar la fórmula para disfrutar de las ventajas de la monogamia secuencial sin sufrir sus desventajas. Aparentemente, por lo tanto, abrir las relaciones es una tentativa de hacer evolucionar la monogamia secuencial a un modelo cordial, no destructivo. Una buena idea.
Pero sabemos ya que no hemos heredado de la monogamia un sistema sencillo al que podamos engañar con un simple trueque. Si no establecemos una mirada más radical sobre nuestra conducta relacional sólo conseguiremos transformar el tipo de problemas que nos encontremos. Jamás eliminarlos.

La limerancia, por definirla de una manera sumamente esquemática (desde una perspectiva materialista y ágama) es un estado de gran excitación y entusiasmo provocado por la disponibilidad sexosentimental de una persona cuya posesión consideramos digna de ser deseada. Se mantiene presente mientras esa posesión se realiza y concluye cuando ha sido realizada.

En resumidas cuentas: la razón por la que la persona nueva nos provoca mucha más excitación que la persona previa es que estamos en proceso de posesión de la nueva, mientras que ese proceso terminó ya con la anterior. Como se ve, la limerancia, en sí misma, no parece precisamente una fuerza ni de cohesión social ni de armonía relacional.

Necesitamos deconstruir este proceso si queremos que nuestros conflictos disminuyan y no nos conformamos sólo con que cambien de color. Necesitamos una mirada suspicaz sobre la limerancia que suprima sus privilegios, porque si es verdad que la limerancia es el momento de realización de la posesión amorosa, entonces la indignación de las personas relegadas empieza a aparecer como legítima. Quien se indigna por ser relegadx nos estará diciendo “no te atraigo porque ya me posees”, o “me obligas a dañarte con mi alejamiento si quiero volver a atraerte”, o “no hay esperanza de que disfrutemos de nuestra relación porque sólo sabes disfrutar cuando no tienes la relación”.

No vamos a deconstruir nuestra libido posesiva así como así, de modo que bien nos vendrán un par de ideas muy prácticas para corregir sus desmanes mientras realizamos poco a poco el trabajo en profundidad. Yo propongo las siguientes:

-relativicemos la importancia y la legitimidad de la NRE.

El enamoramiento, o la atracción sexual poderosa, o el morbo, no sólo no lo justifican todo, sino que tienen una eficacia “energética” relativa. Podemos considerar motivacionalmente eficaz poseer “lo justo” (es decir, lo que nos toca, lo que lxs demás, aquello que nos equipara y nos integra con el resto). Si poseemos un poco más nos sentimos superiores, con todo lo bueno y lo malo que eso implica. Si poseemos más aún la posesión se vuelve inútil (desde una perspectiva no megalómana, claro) y la motivación se enfoca sólo en la reproducción de más posesión. La NRE no es mejor cuanta más se tiene, sino cuanto más se acerca a la cantidad que necesitamos para impulsarnos eficazmente. El éxito sexosentimental es el justo medio entre la inanidad y la adicción.

Esta referencia nos ayudará a ser tolerantes con cierto desplazamiento de la atención hacia las personas nuevas y, a la vez, a confiar en que ese desplazamiento será limitado y manejable.

-relativicemos la posesión.

Ni poseemos a quien ya poseemos ni acabaremos poseyendo a quien vamos a poseer. Una pregunta útil es ¿qué poseemos realmente de cada quién? ¿Qué acabaremos poseyendo si triunfamos en nuestra porfía por poseer, es decir, si nuestro enamoramiento o nuestra atracción sexual son correspondidas? La posesión nunca es absoluta y nunca es inexistente, de modo que todo aumento de la posesión es un aumento finito y concreto, por más que el discurso amoroso diga cosas como “soy todx tuyx”.

Si pensamos así nos será mucho más fácil redistribuir la limerancia de una forma equitativa entre las personas que esperan legítimamente despertar nuestro interés y nuestra atracción pues su posesión, en el fondo, siempre estará pendiente y, a la vez, siempre estará realizada.

Todo esto, recuerdo, mientras vamos deconstruyendo eso de que nos produzca tanta satisfacción poseer, y que vivamos para ello, y que lo necesitemos como la fuerza que alimenta nuestro espíritu; mientras vamos sustituyendo el combustible de nuestro motor por uno que no sólo sea limpio y sostenible, sino, por qué no, mucho más poderoso. Ése es el verdadero objetivo. Y lo lograremos antes y mejor si vemos que estas prácticas son eficaces a la hora de cuestionar nuestra manera de desear y, sobre todo, si comprobamos que por este camino se asientan armónicamente nuestras relaciones.


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