lunes, 30 de octubre de 2017

socavando la belleza normativa.


No nos gusta el modo en el que el valor sociosexual jerarquiza nuestras relaciones.

No nos gusta que las personas con más vss estén no sólo sexosentimentalmente favorecidas sino que su favorecimiento se extienda hasta convertirlas directamente en líderes del grupo. Y no nos gusta que las personas que ocupan los lugares más bajos sufran, además, del desfavorecimiento sexosentimental.

Ésa es la razón por la que nuestros grupos tiendan a estar formados por personas con un vss similar.

Sucede así en los grupos de ocio (de amigxs), en los que ninguna razón determina a priori sus integrantes (como sucede en la familia, el trabajo…). No significa que estos grupos no se jerarquicen también, dado que ésa es la tendencia natural del vss. Pero al menos lo hacen con un nivel de incertidumbre que implica dinamismo y, por ello, cierta equidad. Si los grupos estuvieran abiertos a cualquier nivel de vss, como sucede, por ejemplo, en el ámbito laboral, nos encontraríamos en nuestros espacios vinculares cercanos con el vasallaje más crudo y estratificado.

A pesar de este desagrado que nos produce la dinámica del vss, nos preguntamos si tiene sentido buscar una alternativa, y si cualquier alternativa no será aún peor.

Éste pretende ser un post eminentemente práctico, de modo que pasaré ya a un ejemplo que, por serlo, incluirá multitud de elementos sobre los que no se ha hecho hincapié en la presentación. Obviémoslos en lo posible.

Vamos a ver un caso en el que un poder originalmente diferente se inserta en la dinámica del vss, las distintas formas en que puede hacerlo, y cómo modifica cada una de ellas esa dinámica.

En los colectivos no monógamos nos encontramos con frecuencia una muy deseable mezcla de edades. Reivindicarlo es hacer de la necesidad virtud, pero entre las virtudes reales que ya podemos reivindicar está el haber pasado por ello, de modo que aprovechémoslo para reflexionar.

La razón por la que los grupos de ocio son generacionales no es sólo la diferencia de intereses. Echad un vistazo a los que conozcáis. La edad influye en el vss, y eso genera dinámicas concretas por parte de los grupos, tanto de asimilación de aquellos sujetos de vss similar como de expulsión de los que constituyen una amenaza, tanto por exceso como por defecto de vss.

Hasta determinada edad, y en líneas generales, acumular años es acumular experiencia sin pérdida de belleza normativa (o incluso con ganancia, pero simplifiquemos) y, por consiguiente, de vss. A partir de dicha edad la acumulación de experiencia va acompañada de una pérdida de belleza normativa que puede o no ser compensada por aquélla. Esta regla obivia y general enseña a las personas y a los grupos a reaccionar espontáneamente al vss implicado por la edad.

¿Qué sucede cuando una persona de una edad sensiblemente superior (10-15 años) a la edad típica del grupo se integra en él de manera estable? Seguramente os van a sonar todas las variaciones.

-Su experiencia convierte a esa persona en líder alfa (es decir, líder preeminente, visible, referente. En la mayoría de las ocasiones hablamos, lógicamente, de un hombre) del grupo.

Se convierte en la cima de la pirámide de vss y acumula privilegios. El liderazgo por edad se naturaliza y lxs líderes previos, de edad típica e inferior, quedan relegadxs.

La intuición de esta posibilidad es una de las principales razones por las que el grupo tiende a cerrarse a estos individuos, y por las que nuestra cultura tiene naturalizada la idea de que no es bueno que las edades se mezclen. Si nuestra cultura fuera coherente también condenaría que se mezclaran los distintos niveles de belleza normativa. En realidad, en cierta forma, lo condena.

Si hay algo especialmente repugnante en la actual forma de estetizar la madurez es presentarla como otro modo de frivolidad.
Se pierde así la oportunidad de combatir la belleza normativa consumista con un valor tan interesante como la experiencia.

-Su experiencia se muestra insuficiente (porque no es bastante o porque no compensa su inferioridad en otros valores) para convertir a la persona en líder alfa.

Ocupa entonces cualquier otro puesto en el ranking de vss. Si esa persona asume su posición de manera cordial tiende a producirse una cierta invisibilización de la diferencia de edad. La jerarquía del grupo asimila al sujeto diferente.  La edad típica del grupo prevalece como virtud por sobre la de la persona de mayor edad, y ésta tiende a perder conciencia de ella. Nos encontramos con una persona que, con frecuencia, vista desde fuera, nos resulta infantilizada, o que es percibida como alguien que acepta ser infantilizadx a cambio de un determinado vss.

-Su experiencia se muestra insuficiente para convertir a la persona en líder alfa, pero ella se resiste a aceptar la posición en la que la coloca el grupo.

En estas ocasiones la experiencia se sobrerrepresenta. La persona la reivindica continuamente, a la vez que el resto del grupo la rechaza (“¡pesadx! ¡rancix!”) o la confina a una valoración de escaso rédito sociosexual (“graciosx, cebolletx…”). Estas personas exacerban habitualmente la competitividad dentro del grupo y tienden a generar afiliaciones (subgrupos de vss específico donde se encuentran quienes sí conceden vss a la experiencia) que pueden llevar a la escisión. Esta competitividad extrema las valoraciones individuales hacia ellxs (la mayoría lxs considera de poco vss, mientras que unxs pocxs lxs consideran de mucho), haciendo depender su éxito sociosexual de la existencia de juicios extremos favorables.

En estas tres variaciones no aparece, o apenas lo hace, otra cosa que no sea la pura competitividad gámica.

Son tres sujetos diferentes al sujeto típico del grupo, que compiten desde sus poderes propios, reforzando con ello la dinámica del vss como valor genérico capaz de asimilar cualquier otro. Si entendemos la belleza normativa como principal factor determinante del vss del grupo, en estas variaciones simplificadas la experiencia se pone al servicio de la competitividad sociosexual, pugnando por prevalecer sobre dicha belleza. Allí donde lo logra (primera variación y parte de la tercera) nos encontramos con la distopía con la que amenazan quienes se aferran al mal menor de nuestro presente vss: la experiencia, la edad, ¡la vejez misma como vss! La sustitución, sin embargo, es trivial, porque el vss es el deseo mismo, y se acumule donde se acumule, sea rosa o espina, es experimentado como deseo sano.

En los tres ejemplos presentados hasta ahora la experiencia no ha determinado en nada la naturaleza de la competición. Sigue siendo el gamos lo que lo hace.

-Existe una cuarta variación, que también nos resultará familiar. La llamaré la de “sujeto de poder latente”, y consiste en no dedicar las fuerzas a competir por vss. Cuando esas fuerzas se dedican a asegurar una posición propia justa en el grupo e, incluso, a asegurar que el grupo proporcione posiciones justas a sus integrantes, podemos hablar de “sujeto justo” (se vuelve prescindible añadir “de poder latente” porque el sujeto justo “ajusta” de suyo el uso de su poder). Este poder, que puede estar más o menos cerca del poder del/a líder/esa visible, es ya una alternativa no sólo a la belleza normativa, sino a la propia dinámica del vss.

La gestión que de su poder hace el sujeto de poder latente del ejemplo puede ser justa o injusta, pero la probabilidad de que sea justa es superior a la del poder que dimana de la belleza normativa, porque la experiencia conlleva un desarrollo humano no implicado en aquélla (a no ser que queramos trabajar la hipótesis de que lxs guapxs tienen más gusto estético, y que el gusto estético es inteligencia… pero eso nos acercaría peligrosamente a defender la inteligencia de modelos por ser modelos o de futbolistas por ser futbolistas).

Podemos encontrar ejemplos de latencia abiertamente injusta (poder secreto que busca sorprender o que confabula, cuando lo hace con fines injustos), pero normalmente la latencia es una renuncia a la optimización de la explotación del poder, y apunta, por lo tanto, a un comportamiento virtuoso.

Si entendemos que el poder es la capacidad de obrar, y la autoridad la legitimidad para obrar, podemos decir que el uso virtuoso del poder consiste en el reparto justo de autoridad, de modo que el poder original desaparece, quedando, normalmente, latente.

La experiencia es sólo un ejemplo de valor cuyo funcionamiento con respecto a la gestión justa del grupo es diferente al de la belleza normativa. No quiere esto decir que sea el valor sustituto que buscamos. Lo que se pretende es persuadir de que la sustitución de la belleza normativa por otras formas de vss abre la posibilidad a que esos nuevos valores puedan deconstruir la competitividad sociosexual. Hace falta que sean los valores adecuados, y que se ejerzan también sobre la acumulación misma del poder.


miércoles, 25 de octubre de 2017

la pareja es performativa.


¿Qué tal en tu primer día de cole? ¿Has hecho algún/a amiguitx?”

Más de la mitad de lxs niñxs que acaban de empezar las clases habrán escuchado esta pregunta, tal vez tintada de cierta ansiedad. Y es seguro que quienes más la habrán escuchado habrán sido lxs más jóvenes, aquellxs que acudían al colegio por primera vez.

Eso no significa que lxs tutorxs no estén preocupados por la inclusión de la niña de diez años que se acaba de cambiar de colegio y no conoce a nadie. Significa que saben que esa niña ha madurado demasiado como para establecer vínculos amistosos en un solo día.

Para lxs de 4, 5 o 6 años es mucho más fácil. La amistad se establece entonces mediante la afirmación misma de la amistad. “-¿Somos amigxs? -Vale.” También se dispone de la vía de los hechos consumados, pero esos hechos tienen el carácter, también, de una asunción. “-¿Jugamos? -Sí.” Luego somos amigxs.

A lxs adultxs no deja de producirnos cierta perplejidad este salto. Lxs niñxs desconocidxs se rondan, se miran, se valoran, casi siempre con más deseo que desconfianza. De pronto la relación se establece y, a partir de ese momento, empieza a ejercitarse de manera completa. No es difícil, porque “de manera completa” apenas incluye otra cosa que jugar. Pero, aun así, nos asombra que el cambio de estatus sea súbito. Y nos asombra más aún que de ese cambio se deduzcan conductas que no tienen que ver con el contexto conductual en el que el cambio se produce: la/el niñx con quien he jugado ahora es mi amigx, luego comparto con el/la la merienda.

Lo que realmente interesa aquí de este estilo de establecimiento de vínculos es el hecho de que poco a poco lo abandonamos. Y lo hacemos de un modo muy concreto: nuestro concepto de amistad deja de ser performativo y pasa a ser descriptivo.

Si no estás de acuerdo dilo, Judith. ¡Pero no te rías!
Un acto de habla performativo es aquel decir que constituye un hacer: “te prometo que vendré”, o “te pido disculpas”. Pedir disculpas es decir “pido disculpas”, y una vez que se dice (en el momento y circunstancia adecuadas) las disculpas están pedidas.

Un acto de habla descriptivo, sin embargo, no interviene sobre la realidad, sino que “sólo” la traduce a lenguaje. “Este insecto puede volar” carece de repercusión alguna sobre las facultades del insecto referido. Pero por eso mismo, el enunciado adquiere una propiedad novedosa: puede decirse de él que sea verdadero o falso. Algo de lo que el acto de habla performativo carece.
La amistad, entonces, con el paso de los años, deja de ser algo que podamos construir al nombrarla. La amistad será o no será, y llamar amistad a lo que no es no implicará el establecimiento de una amistad, sino, simplemente, un enunciado falso.

Y eso no es porque hayamos perdido espontaneidad, ni porque nos falten ganas de establecer vínculos, ni porque nos maleemos.

Es porque aprendemos.

En el proceso de aprendizaje vamos entendiendo que sólo podemos depender de los vínculos cuya realidad hemos constatado, y jamás de aquellos cuyo enunciado se adelanta a la constatación. Y este aprendizaje se va haciendo más y más específico y sutil, hasta que un día descubrimos que el concepto amigx prácticamente ha desaparecido de nuestro sistema de clasificación de relaciones, porque no hay unas personas que son amigas y otras que no lo son, sino que cada relación ha desarrollado un grado particular de confiabilidad. El concepto de amistad se desprende de nuestro discurso como una hoja seca.

El resto del texto casi no hace falta escribirlo.

Efectivamente, el gamos es un vínculo performativo, es decir, se constituye mediante un acto de habla performativo. Y sólo este hecho debería ser suficiente para su desprecio. Establecemos gamos por el mismo procedimiento por el que establecíamos amistad a los cinco años. Pero ahora somos adultxs, y las consecuencias no se reducen a compartir la merienda.

Veamos cómo funciona.

Las relaciones se forman, de un día para otro, mediante una declaración recíproca. Solemne, sí, pero sin sustento empírico alguno: donde no había pareja pasa a haberla sólo por el hecho de enunciarse. A partir de ese momento todo el repertorio conductual se transforma, y lo hace a la máxima velocidad posible. El comportamiento corre detrás del modelo de comportamiento, imitándolo. La pareja copia su imagen ideal de pareja. Los sujetos tienen que convertirse en aquello que no son pero que han dicho que son. Lo que habrán de hacer les sorprenderá a ellxs mismxs, pero eso no debe disuadirlxs, dado que es lo que corresponde a su nuevo estado.

Se dirá que, en realidad, el salto no se realiza normalmente con esta brusquedad. Pero hay que matizar el matiz. La brusquedad original, la de los primeros gamos, es tan grande como la que hay en un matrimonio concertado. Pero los sujetos también constatan que esa manera de vincularse es insatisfactoria, y aprenden a interponer ciertos hitos que dividen el establecimiento del gamos en fases.

La performatividad gámica reduce su apresuramiento, pero su espíritu se conserva intacto: el propósito final aparece desde el primer minuto, y cada fase va antecedida de un cambio de estatus repentino. Hemos salido del colegio. Ahora estamos en Tinder (por ejemplo): Instalación, like, match, chat, cita, rollo, “conocerse”. El proceso puede interrumpirse en cualquiera de estas fases. El sentido del proceso, sin embargo, es inequívoco, y cada fase implica unas conductas muy precisas dictadas por dicho sentido. La función de cada fase no es otra que conducir a la siguiente. Nada que pueda recordar al estilo maduro de amistad en el que el concepto mismo de amistad desaparecía. Nada que implique un presente y que quede sujeto a ninguna descripción posible. Es un vínculo en continuo esfuerzo por ser aquello con cuya categoría ha sido investido. Un vínculo dedicado, ante todo, a obedecer la orden desde la que se ha originado.

Y siguiendo por la senda del alejamiento tibio de la performatividad nos encontramos con la elusión del carácter precedente del enunciado. ¿Que a qué me refiero con esta espantosa expresión? Me refiero a esos gamos que nunca dicen que lo son, pero que un día encuentran que ya lo son. Y entonces sí, entonces lo dicen, henchidxs de orgullo, porque su gamos no se ha construido desde la performatividad. Su gamos es empírico. Es el supragamos. Pero, qué curioso, coincide con el performativo como un calco.

Resulta obvio que a este supragamos se ha llegado porque el gamos performativo tiraba desde dentro, allí donde el lenguaje baraja ideas y decide a cuáles da expresión y cuáles son confinadas al silencio. Vemos por lo tanto que esta obviedad no se fundamenta sólo en que el gamos y el supragamos son, como digo, conductualmente idénticos. También lo hace en que no realizar explícitamente el enunciado performativo no implica que no haya expresiones implícitas, ni que éste desaparezca del deseo o del hábito. A veces pido disculpas con mis actos (no hago mención de la ofensa por la que debo disculparme, pero invito a comer, por ejemplo), quizás por no convenirme pedirlas abiertamente. A veces no las pido ni con un enunciado ni con mis actos, pero las disculpas siguen en mi cabeza, condicionando mi conducta (tiendo a expresiones y conductas que son formas inconscientes de disculpa que pueden, además, ser perfectamente funcionales porque se traduzcan en un “disúlpale, es obvio que se siente mal”).

No es que el supragamos sea peor. Pero sí es más más peligroso, porque su estrategia es la más elaborada a la hora de eludir la imagen infantil que ofrece la performatividad. Es el que mejor puede convencernos de que el gamos es inevitable y adulto. Normalmente irá acompañado de un discurso contra los estilos de ejecución del gamos abiertamente performativos. También podéis detectarlo porque en muchas ocasiones hablará de “fluir”.

Este gamos se presenta con el título de amor libremente elegido, y ésa es su performatividad específica, que se añade a la performatividad gámica. Crítico con el gamos tradicional, el “gamos libre” el “supragamos” es prácticamente idéntico, pero exigirá ser reconocido en su condición performada: la libertad. Libertad performada, como digo, porque se enuncia primero y después se realiza, contra el propio gamos, si hace falta, y con el fin de salvarlo.

Se dirá, “¿y en qué se diferencia esta evolución de la que experimenta la amistad?” Señalaré sólo dos cosas. Creo que serán más que suficientes.

La primera es que la madurez de la amistad implicaba que se desprendiera de nuestro repertorio conceptual. La amistad se superaba en una falta de división entre amistad y no amistad. Nada de eso puede decirse del gamos. Su división sigue tan clara como siempre.

La segunda es que la amistad jamás sufre rechazo. Su desarrollo lleva en sí mismo su abandono como vínculo performativo cuyo concepto reviste utilidad alguna. En muchas ocasiones el supragamos es el resultado de un rechazo explícito al gamos. No se rechaza el procedimiento, sino el propio vínculo. Sin embargo, se huye de él mediante un recorrido circular que devuelve al mismo sitio. El supragamos no es, en definitiva, sino un ejercicio de mala fe.

Si hacemos un gamos es porque algo en nosotrxs sigue queriendo un gamos, por más que hayamos llegado a la conclusión de que no debemos establecerlo. Dejar que decida ese algo no es una forma superior y profunda de libertad. Es, exactamente, renunciar a la libertad, porque ésta reside en la consciencia y en su capacidad de elegir. Si eso otro se impone a nuestra decisión, entonces no hay decisión alguna.

No separemos consciencia de inconsciencia, porque la deconstrucción requiere, entre otras cosas, de la perpetua presunción de inconsciencia. No señalemos gamos ajenos, por lo tanto, o no nos conformemos sólo con eso, ni critiquemos su performatividad. Centrémonos en recordar que, allí donde nuestra relación es también gámica, nuestra libertad es sólo una medalla que el inconsciente le ha concedido a la conciencia para comprar su silencio y encadenarla a la performatividad.

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lunes, 16 de octubre de 2017

amor (romántico) universal.



Oh, can’t you see? You belong to me.
How my poor heart aches with every breath you take!
Every Breath You Take, The Police


Uno (otro) de los lugares comunes del debate contraamoroso es la reivindicación del otro amor, ése que, a diferencia del amor romántico, sí es bueno. Y uno de los otros amores más frecuentemente reivindicados es el amor universal, ése que nos hermana a todxs, y a todxs con todo.

“Nada que ver” nos suelen decir, “con el amor como normalmente se entiende. Este amor no proviene de nuestra cultura, se opone a ella y la desarma. Es su antídoto, porque renuncia al egoísmo y a la ambición, y consiste en la celebración de la plenitud de la vida presente, del mundo y de lxs otrxs”.

Todo esto nos lo dicen como argumento contra el cuestionamiento del amor y, como sabemos por otras experiencias, como recurso para salvarlo. Para ello se ven obligadxs a defender su descontextualización (es decir, su condición de sucedáneo y de mala traducción cultural), su infrecuencia (por lo tanto no es que el amor sea eso, sino que “eso” es una propuesta amorosa personal) y, lo que más debilita la tentativa, su altruismo.

Lo que voy a contar no es una prueba de nada. Es sólo un ejemplo con ciertas pretensiones paradigmáticas. Pero estoy seguro de que habrá a quien le cuadre. Y a quien le suene.
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Aunque la presencia visual de Sting tuvo siempre un marcado componente de dandismo, las historias de las canciones de The Police habían dejado ya atrás el rock cipotudo de Rolling Stones, Led Zeppelin o AC/DC y se adscribían a una nueva masculinidad preochentera que problematizaba sus relaciones.

En muchas y significativas ocasiones, los machos de la música estaban abandonado la sensibilidad milleriana en la que el “sexo” que conformaba el primer pilar de la tríada legendaria, junto con las drogas y el rock’n’roll, consistía en la instrumentalización despectiva y sin complejos de las fans. No es ése el discurso general de la New Wave, y no será de lo que hablen las letras de The Police.

Lo que encontramos en sus temas, más bien, es la cartografía de una nueva vulnerabilidad masculina; de aquellos espacios en los que el hombre parece haber perdido el control y las cosas ya no van rodadas. Su descripición, eso sí, irá acompañada de elementos inquietantes, a veces de autohumillación, a veces de obsesión, a veces de delirio. Se diría que el nuevo hombre herido se muestra enfermo. O que alega enfermadad para justificar la revuelta contra su devaluación. Ese lugar de incertidumbre competitiva y de ambigüedad moral es parte del enorme atractivo de una larga lista de clásicos como “Do do do de da da da”, “Can’t stand losing you”, “Walking on the moon”, “Every Little thing she does is magic”, “Wrapped around yout finger” o “Don’t stand so close to me”. Y ha sido la fuente de la justificada controversia que desde no hace tanto acompaña a “Every Breath You Take”, una de las canciones más inspiradas y sobrecogedoras de la historia del pop.


En mi opinión, los temas de The Police son, en su conjunto, una buena descripción de la perspectiva masculina de lo que llamamos hoy amor romántico. El hombre que no puede someter directamente debe jugar la carta del amor, y ese juego consiste, sobre todo, en manifestar su propia agonía, la injusticia en la que consiste no poder realizar sus deseos mediante un simple mandato. Las letras de estas canciones, y por encima de todas Every Breath You Take, describen perspectivas así de atractivas, patológicas y amenazadoras.

Muchxs recordamos la transformación de Sting cuando se disolvió la banda (algunxs, no yo, con desprecio), y cómo se convirtió, de la noche a la mañana, y a pesar de competir con otras primeras figuras, en uno de los más destacados portavoces de la interculturalidad musical y, como parte fundamental de la ideología que la sustentaba, del amor universal de inspiración lennoniana.


“Love is the 7th wave” fue el himno personal con el que predicó la llegada de este nuevo amor en el que todxs cabíamos como iguales. Un tema luminoso y magnífico, perfecto para cantar a plena luz del día en los macroconciertos colectivos de Human Rights Watch, y al que sumar a Paul Simon, Peter Gabriel o Bob Geldof en interpretación colectiva. El fin del ego encontraba su símbolo musical en estos encuentros entre estrellas incompatibles, en la participación del público en los coros finales, y en los abrazos entre ídolos. 20 años después, la propuesta de All You Need is Love, que también se mostraba a sí misma como una obra de madurez y reconciliación, y que había dejado el amargo sabor a fracaso de la separación de The Beatles, se hacía canon y se convertía en el tipo de canción a cantar por todxs, en todo momento y en todas partes.
El amor había evolucionado por fin. Provenía de otra cultura, era escaso, pero en expansión, y se mostraba, ante todo, altruista. Era otro y se había salvado a sí mismo. Se trataba, en definitiva, de un amor defendible y reivindicable. Sting, con ropa blanca de yoga, coleta descuidada y sonrisa franca, nos animaba a sentirlo: “I say love!” y todxs contestábamos “is the 7th wave!” Y él, de nuevo, “I say love!” y otra vez todxs, “is the 7th wave!”, una vez, y otra, con la infinita paciencia del maestro, hasta que conseguía que la multitud se emancipara y cantara por sí sola el verso completo; hasta que el público mismo se convertía en depositario y fuente del nuevo amor. Sólo un enorme coro de voces empastadas diciendo una y otra vez que el amor es la séptima ola.
Y entonces, sin que nadie lo esperara, pero con una lógica que todxs experimentábamos como natural, Sting añadía a su coro de amor universal los versos de resonancia sagrada y maldita. Como un conjuro, como una invocación al siniestro espíritu verdadero de todo lo que allí pasaba, se escuchaba de nuevo, irresistible en su hermosura: “Every breath you take… every move you make… every vow you break… every single day…”. Como si Sting, sacerdote del amor, entregara a toda aquella muchedumbre, ahora altruista e indefensa, a las ávidas fauces del padre de los dioses.

El conjuro quedaba ultimado, exactamente como se propuso originalmente, con aquella voz destemplada de McCartney surgiendo de entre el coro que invocaba al amor maduro y universal diciendo “All you need is love”, ése que era lo único que necesitábamos, y contra el qué él gritó de nuevo “She loves you yeah, yeah, yeah!!!”

Ella te ama. Sí! Lo has vuelto a lograr.


miércoles, 11 de octubre de 2017

¿son tontxs lxs guapxs?


Lxs guapxs no son tontxs. Ya está bien. ¿Hasta donde vamos a llegar con el cliché de la rubia boba y el cachas cavernícola? Prejuicios, prejuicios y más prejuicios. ¿Qué tendrá que ver el cuerpo con la inteligencia?

Te propongo un experimento. Busca una imagen de una persona que corresponda a tu orientación sexual, a la que no conozcas, y que consideres muy guapa. Eso es, pon guapx en google y elige de entre los resultados que obtengas.

Ahora imagina una conversación con ella. Ya, ya sé que esa persona no se dignaría jamás a hablarte. El resto de la comunidad del blog se solidariza contigo. Va. Haz un alarde de fantasía. Ánimo.

Tómate tu tiempo, déjate llevar. Hablad.
¿Ya habéis charlado un rato? Bien. Déjame que te cuente algo.

En 1974, Berscheid y Dion estudiaron el efecto del atractivo físico en las atribuciones caracterológicas en la infancia. Para ello utilizaron a 77 niñxs, de diversas edades, y 14 adultxs. Lxs adultxs se encargaron de determinar el atractivo de lxs niñxs, y estxs de realizar las atribuciones caracterológicas (conductuales, en realidad).

La conclusión a la que llegaron, en resumidas cuentas, era que el atractivo percibido por lxs adultxs correlacionaba con la atribución de conductas positivas por parte de sus pares, especialmente si éstas coincidían con el correspondiente estereotipo de género. Es decir que las niñas más guapas eran consideradas por sus compañerxs como más afectuosas, responsables y ordenadas, y los niños más guapos eran valorados como mejores y más equitativos líderes.

Yo generalizaría, yo, y diría que la belleza (el atractivo) es leída como una marca de corrección, y que se extiende a todos los ámbitos, incluidos tanto el ético (ser buenx) como el dianoético (ser inteligente). El hecho mismo de identificar belleza y atractivo (error en el que cae el estudio) implica ya esta atribución, pues refleja que la cualidad de la belleza tiene un correlato automático en la voluntad (atrae), es decir, que el resto de los factores, dado que no pueden ser considerados triviales (bondad, inteligencia) han de ser considerados incluidos.

En el estudio no aparecía valorada explícitamente la inteligencia. No conozco, además, ningún estudio sobre adultos en el que se correlacione atribución de inteligencia y atractivo, aunque Berscheid y Dion realizaron otros en los que se correlacionaban con el atractivo diversas conductas, como la elección de pareja para una cita.

Mi hipótesis es que pensar que esta conducta es propia de niñxs es muy optimista (de hecho diría que lxs propixs investigadorxs no quisieron comprobar si algo así ocurría ente niñxs, sino si ocurría también entre niñxs, dando por hecho que ocurría entre adultxs).

Pero, como decía, no dispongo de datos. Aunque, si no recuerdo mal, teníamos un experimento a medias.

¿Volvemos a tu conversación?

Contéstate a una sencilla pregunta: ¿ha sido una conversación inteligente?

Estoy seguro de que sí. Estoy seguro de que no sólo has tendido a idealizar el encuentro, sino que has tenido la sensación de que necesitabas emplearte a fondo para estar a la altura.

Parece, se diría, que no es este prejuicio de atribuir estupidez a la gente guapa el que nos atenaza, sino, muy posiblemente, justo el inverso. No sólo la inteligencia, sino el resto de virtudes éticas y dianoéticas correlacionan con el atractivo. La persona atractiva no es sólo inteligente, también es equilibrada, justa, limpia… sí, sí. Limpia. ¿Verdad que la persona del experimento olía bien? ¿Y su voz? Templada. Perfecta.

Una persona inatractiva, al contrario, conlleva todas las atribuciones opuestas. Para qué regodearnos describiéndolas. Para qué.

Lo que me interesa señalar aquí es algo sencillísimo, pero que se nos suele pasar por alto. Estas atribuciones son atribuciones. Efectivamente. Son falsas. Con ellas le hacemos el juego a la lógica del valor sociosexual: Quien dispone de mayor valor sociosexual lo acumula continua y automáticamente. Quien no dispone de él lo pierde a chorros haga lo que haga. Y la culpa es nuestra, porque atribuimos mentiras. Porque juzgamos falsos olores. Falsas bondades. Falsas inteligencias. Y, por supuesto, por trivial que sea esto (para quien haya logrado que lo sea), falsas habilidades sexuales.

Pero entonces, ¿es que no existen los estereotipos de la rubia (guapa) tonta y del cachas cavernícola? Por supuesto que existen. Dos palabras sobre prejuicios:

Los prejuicios no son juicios equivocados, sino generalizaciones excesivas. Sí, a veces tan excesivas que su porcentaje de verdad se reduce dramáticamente. Pero eso no los invalida como recurso general. Ni siquiera a ésos tan supuestamente terribles en los que estáis pensando ahora.

Los prejuicios no se combaten con información, como se dice habitualmente (ni viajando, menuda chorrada), porque más información genera más espacios de conocimiento y más cuestiones nuevas sobre las que formamos prejuicios. Los prejuicios se combaten sabiendo que lo son, es decir, valorando equilibradamente su peso en la formación de nuestra opinión.

Deshagámonos de los prejuicios hacia los prejuicios.

Hay, ahora lo vemos, buenas razones para que se hayan formado prejuicios contra lxs guapxs normativxs.

La primera es que se trata de un prejuicio correctivo que sirve para compensar el otro que, como hemos visto, es mucho más universal.

La segunda es que un cuerpo normativo, bien leído, nos habla de obediencia y embrutecimiento. Claro que es una generalización grosera. Pero más grosero, o más estúpido, es obviar la evidencia de que quien se pasa el 50% de su ocio en un gimnasio pierde el 50% de oportunidades de estimular su psique con algo de más interés que su rutina laboral. Que quien realizar esa elección, y las infinitas elecciones restantes que le permiten coincidir con el aspecto normativo, es muy probable que venga ya perjudicadx de serie. Y que por muy inteligente y adaptativa que, concedamos la excepción, haya sido su elección, el tipo de entorno social al que lo entrega implica un exterminio neuronal.

Lxs guapxs no son imbéciles, porque están vinculadxs a la clase alta y, por ello, a la formación y la información. Y, ¿sabéis? De ahí parte la tercera razón por la que existe el prejuicio que ha suscitado esta reflexión. La atribución de estupidez al atractivo es, también, un prejuicio de clase. De entre las mujeres guapas, la tonta es la rubia tonta, porque es la guapa pobre. De entre los hombres guapos, el cachas cavernícola es el tonto, porque es el pobre machacado en el gimnasio municipal. Al cachas no cavernícola y a la guapa no tonta lxs tenemos tan naturalizadxs como atractivxs que ni vemos que están también forrados de ese aspecto forzosamente estúpido. Nuestro tan odioso prejuicio contra lxs pobres guapxs ni siquiera tiene poder suficiente como para alcanzar a quien debería ir dirigido e incorporarse a los mecanismos defensivos de clase. Es otra de las máximas que nos envían desde allí arriba para que nos despreciemos: vuestrxs guapxs son falsxs guapxs, porque aunque lleguen a ser guapxs, siempre serán tan tontxs como todxs vosotrxs. Nuestra belleza, al contrario, es verdadera, y como tal, síntoma del resto de las virtudes que nos adornan. Nuestra belleza es inteligencia. Repetidlo con nosotrxs: los ricxs nacen bellxs y fuertes. No necesitan pasar por el gimnasio.

El 99% de quienes hayáis llegado hasta aquí lo habréis hecho de corrido, sin realizar el experimento. O al menos es lo que habría hecho yo. Ahora tendréis vuestra opinión sobre lo que cuento, pero tal vez algunx de vosotrxs penséis “vaya, me gustaría tener la prueba empírica”.

No os preocupéis. No os preocupéis lo más mínimo.

La vais a tener.

En cuanto os olvidéis del texto y vuestro pensamiento vuelva a sus atribuciones automáticas sobre inteligencia os la vais a encontrar a raudales.

En unos minutos.

Tenemos el hábito arraigadísimo de esa lectura equivocada. Y la necesidad de cambiarlo; ésa también la tenemos.


miércoles, 4 de octubre de 2017

lo importante es la chispa.


Me dice un amigo que lo importante en una relación no es el físico.

Me echo a temblar.

Me cuenta que cuando vas conociendo a alguien el físico prácticamente desaparece, y que lo va sustituyendo una especie de cuerpo real, compuesto por lo que sabes de esa persona, y que a veces es mucho más feo que el cuerpo físico, y a veces mucho más hermoso.

“Por supuesto” -contesto.

Me explica que, independientemente del aspecto, las personas encuentran o no una armonía intuitiva y evidente, y que esa armonía es, sin duda, la mejor garantía para una relación. Me dice que no le gusta llamarla química, como se hace con frecuencia, ni energía. Me dice que imagina que es simple compatibilidad, y que no hay cuerpo, por muy atractivo que sea, que sustituya a la compatibilidad.

“Ajá” -digo yo.

-Pero claro, una cierta atracción previa es necesaria.

Le digo que me interesa mucho que desarrolle este ultimísimo punto.

-Es algo menor, pero sirve para que salte la chispa. Sin eso no se puede establecer la relación, porque las personas no llegan siquiera a planteársela. Tiene que haber algo, casi inmediato, y eso sí que entra por los ojos.
-Pero es menor, ¿no?
-Sí, menor.
-Pero previo.
-Previo, sí.
-Comprendo.

Mi amigo ya me está mirando como si yo pretendiera amargarle la conversación.

-No quiero decir que el atractivo físico normativo sea muy importante –aclara. No se trata de aceptar la dictadura de la belleza ni nada por el estilo. Es todo lo contrario. Ya he dicho que eso desaparece enseguida, y que en lo que hay que fijarse de verdad es en la compatibilidad y en la imagen que vamos formando a partir de lo que conocemos. Pero no podemos negar que hay una influencia del físico, por mínima que sea. Tú siempre defiendes que no hay que negar la realidad. Pues esto es una realidad. Si la negamos chocaremos contra ella.
-Tienes razón. Y se trata de devolverla a su verdadera proporción. En vez de tratarla como algo importantísimo, hacer hincapié en que sólo es un detalle.
-¡Eso! Exactamente eso.
-Me gusta la imagen de la chispa.
-¡Ah, me alegro! Si la quieres usar…
-La chispa no es nada. No es la madera, no es el oxígeno y, por supuesto, no es el fuego. Antes del fuego no hay chispa, durante el fuego tampoco. Se puede decir, prácticamente, que la chispa no existe.
-Sí, es imperceptible.
-“imperceptible”. También me gusta.
-…
-Imperceptible pero, sin embargo, lo aglutina todo: la madera, el oxígeno, el fuego… Es la condición necesaria. E invisible. Es el ser en la sombra. Es el juicio. Es la nota. Es el aprobado de todo lo demás.
-Bueno…
-El valor sociosexual es algo mucho más importante, si no te he entendido mal.
-Es la condición necesaria.
-Pero tiene mucha más importancia.
-Determina qué relaciones son y no son posibles. Es la condición necesaria.
-¡Pero la chispa es imperceptible!
-El valor sociosexual también. Tú sigues sin verlo. Hablas de compatibilidad, de conductas… de cuestiones humanas. Todo lo que sucede antes lo consideras sobrehumano, física, naturaleza. Algo sobre lo que no se proyecta tu atención porque has aprendido que ante ello estás indefenso. Sólo pasa. Y estás esperando a que pase. Es el hecho que determina si empieza o no el juego de la modesta libertad de las personas. Tu chispa es la chispa de la creación. Eso, a lo que no das importancia pero que no puedes impedir situar al principio de todo, es el aliento divino. Es el valor sociosexual diciéndote en qué categoría te está permitido competir; determinando tu nivel; bidimensionalizando tu vida relacional. La chispa te dice qué es lo que el mundo te permite hacer. La compatibilidad determinará si puedes soportarlo.
-No lo creo.
-Lógico. La creencia no rinde cuentas a nadie. Es libre. No se elige la verdadera, sino la que gusta.
-Entonces dime, a ver, ¿cómo se establece una relación con alguien que no te atrae? Si no hay deseo, si no hay…chispa, ¡si no hay nada! ¿Qué tenemos que hacer? ¡¿Ir contra nosotrxs mismxs?!
-No lo sé. Si por “nosotrx mismxs” te refieres a “esxs” que hace un momento se consideraban liberadxs del valor sosciosexual, entonces sí, porque su mala fe y sus engaños entre sonrisas son muy peligrosos. Si te refieres a los que ahora reconocen que son presa del valor sociosexual y que se muestran impotententes frente a él, entonces también. También tienes que ir contra esxs “nosotrxs mismxs”, porque son conformistas y cobardes. De momento no veo ningúnxs “nosotrxs mismxs” más. Si encuentras otrxs y me lxs muestras ya te daré mi opinión sobre ellxs. Pero abre bien los ojos, porque puede que, si esxs merecen la pena, no se autodenominen “nosotrxs mismxs”.

Se queda muy ofendido, mi amigo. No sé qué le he dicho.