sábado, 31 de diciembre de 2011

cazador. y PARTE III

BORRADOR INFORME VIGILANCIA... ??  a 11-Dic-2011 

02:15

Nadie camina sin rumbo. Ni los locos. Al final de cada trayecto espera algo con suficiente valor como para hacer el esfuerzo de cubrir la distancia. Yo lo sé bien. Hasta los paseantes que deambulan, cambian de rumbo, vuelven atrás, se detienen… hasta ellos persiguen algo, tal vez sólo una sensación de desembotamiento o de liberación, pero que puede rastrearse en sus idas y venidas.
Tú no caminas sin rumbo, por más que no llegues a ningún sitio. Al contrario, tu camino es seguramente el más exacto y minucioso que se puede realizar, mucho más que el avance tosco de quien se dirige a una meta localizada en un punto al que accede tras un puñado de pasos imprecisos y aproximados. Para llegar a donde tú vas hace falta acertar en cada movimiento, porque cada uno, si es incorrecto, puede alejarte de tu objetivo para siempre. Tu objetivo es no ser descubierto. Realizar tu actividad sin dar la menor pista de lo que buscas, aunque te obligue incluso a perderlo. Mientras no te descubran podrás seguir, da igual tras quién.
Pero yo te he descubierto. Ha sido difícil, lo reconozco. Estuviste a punto de convencerme de que eras la excepción. Sin embargo, hoy has cometido un error. O tal vez no has contado con que te siguieran tanto tiempo. O tuviste demasiada suerte, decidiste jugártela y has perdido. Tu éxito era lo que yo necesitaba para resolver el enigma. Sin esta pieza final, sin esta noche pasada en un hotel, tus comportamientos fragmentarios no habrían tenido nunca sentido para mí. Ahora, sin embargo, sé que no pierdes la mirada en la multitud, sino que la fijas en una mujer que pasa intentando detectar en ella claves que te permitan abordarla. Sé que tus caprichosos cambios de ritmo obedecen a los de ella, con respecto a la cual te sitúas para seguir observando, te preparas para abalanzarte desde la más perfectamente diseñada casualidad. Sé a ciencia cierta que cambias de área porque sabes que alguien pasará por allí, alguien para quien ya tienes un plan que ningún observador casual podría considerar premeditado. Y estoy seguro de que esas notas que tomas no son impresiones, ni reflexiones, ni recuerdos inesperados que deseas conservar, ni versos de un poema que dejas iniciado para terminar algún día. Estoy seguro de que llevas un diario pormenorizado de lo que observas y lo que haces que suceda, y estoy convencido de que lo consultas y analizas para confeccionar tu siguiente plan de la manera más eficaz que eres capaz de concebir.
Te tengo. Eres justo lo que tu mujer sospecha que eres. No, eres mucho más. Eres lo que ella no podrá sospechar nunca que llegas a ser. Porque ella piensa que la engañas, pero jamás imaginaría cuánto esfuerzo pones en engañarla, cuánto compromiso, cuánto ardor. Ella cree que tienes una amante. O quizá varias. Pero ni siquiera se le podría ocurrir que tu verdadera traición es este laberinto de ardides construido para tener una vida con ella y, a la vez, fuera de ella. Ella no puede imaginar que tu adulterio es continuo, sofisticado y furioso, no con otra, sino con otra forma de vivir. Me pagó para que descubriera si te ausentas para acostarte con otra mujer. Pero tú no tienes una doble vida con otra mujer. Tienes una doble vida contigo mismo, nada más, y de esa compañía nunca podrá separarte.
Esperaba encontrar a un adúltero con el que convencerla de que siguiera pagándome. Pero eres un monstruo, un monstruito, que ella no querría descubrir nunca y por el que no me va a dar nada. Disfruta de tu noche, aberración. Eres libre.


             Domingo, 11-Diciembre-2011
             Él no lo sabe, pero me ha salvado. No tiene idea de la situación en la que me encontraba, y hasta qué punto necesitaba que apareciera, aunque fuera de ningún sitio, como ha hecho. ¡Qué sorprendente que de pronto necesitara yo tanto afecto! ¡Qué generosamente me lo ha ofrecido, y qué poco ha pedido a cambio! Cualquier mujer necesita ser tratada así en alguna ocasión y, sin embargo, ¡qué pocas deben de tener la suerte de que he disfrutado yo!
             Me ha poseído enloquecidamente, haciéndome sentir más que deseada, irresistible, arrebatadora. Él, tan dulce, tan amable, parecía querer a cada momento que dejara la vida entre sus manos y, sin embargo, me llenaba de ella con su pasión; me entregaba su energía, que me hacía crecer más cuanto más se reducía él en mi regazo, acabándose, yéndose con la cara perdida en mi pecho y su boca intentando desesperadamente sujetar un último bocado de mi carne.
             ¡Qué diferente! Tú fuiste siempre un hombre en mí, chico alto, y él es ahora un niño que despertará para descubrir que su mamá se ha ido para siempre.             
             Y la culpa será tuya, que me dejaste, que me entregaste a él, que desapareciste sin entender que tenías aquí la felicidad, el amor perfecto por el que todos luchan.
             Pero tú no quieres amor, chico alto, tú vagas por la tierra en una aventura vacía de encuentros anónimos e ilusiones despreciadas. Tú no eres como él, y yo lo sabía. Tú eres un cazador.

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martes, 27 de diciembre de 2011

amor. SPIN-OFF. la gran pirámide II

             Es evidente que en todas partes no se vive igual. Con independencia de las razones particulares que puedan modificar las condiciones de felicidad en cada individuo, su posición en la pirámide determina la satisfacción eroticosentimental a la que puede aspirar en sus relaciones.
             La gran mayoría de los individuos aparecen, por pura norma estructural de la pirámide, o, si se quiere, por pura ley de orferta-demanda, en posiciones que no los convierten en objeto de aspiración inicial para el resto. Esta gran mayoría de individuos rechazados a priori son la fuerza que convierte a la pirámide en el mecanismo eficaz de perpetuación del sistema, el caso paradigmático, podríamos decir; aquellos para los que la pirámide está diseñada. Aprenden en la frustración a adaptarse a aspiraciones muy inferiores a las iniciales, y ceden resignadamente a emparejarse con individuos de su propio nivel sólo cuando pierden la esperanza de lograr verdadera satisfacción. La desesperación y pérdida de autoestima con la que llegan a la pareja aporta a ésta un ansia de compromiso que se traducirá en la tríada matrimonio-piso-hijos constitutiva de la finalización del ciclo vital que el sistema les asigna, tras el cual su vida erotico-sentimental queda en un limbo que invita a la extinción, salvo en lo que es sustituida por ese brusco desplazamiento del amor romántico que es el amor a los hijos, el cual conserva en forma perversa numerosos rasgos que delatan su origen.
             En dicho limbo se encontrarán, tal vez, con los otros olvidados: aquellos que quedaron por debajo de la norma de calidad mínima para ser elegidos y cuyas posibilidades de satisfacción son tan reducidas que apenas pierden jamás conciencia de su infelicidad. Hablaremos en otro lugar de este grupo masivo e invisible. Si los anteriores eran la base de la pirámide, seguramente éstos sean los sótanos, o los cimientos o, quizás, las catacumbas.
             Por encima de ambos pisos, el aire empieza a ser más fresco y el número de habitantes más reducido. Sin entrar en mayores subdivisiones distinguiremos la altura a partir de la cual el individuo obtiene tanta satisfacción eroticosentimental en sus relaciones que deja, mayoritariamente, de formar parejas estables (o las forma por razones no eroticosentimentales, reservando consolidadamente sus posibilidades de satisfacción fuera de la pareja). Estos individuos no se han educado en el fracaso sentimental, sino en un razonable éxito (que a los demás parece mucho, sin duda, pero a ellos no tanto en la medida en que la ideología romántica les lleva a idealizar sus fracasos). Su sentido crítico se mantiene razonablemente intacto. Siguen identificando la rutina y la frustración, y pueden permitirse rechazarla en favor de la renovación del placer a través de una nueva pareja. Su posición en la pirámide podrá evolucionar con la edad, y descender, lógicamente, llegado el declive físico, pero su conciencia ha madurado según unos referentes que difícilmente les harán perder la perspectiva de lo que están logrando en cada ocasión, optimizando así sus herramientas sea cual sea el piso en el que les toque desenvolverse. Cuando su mentalidad es suficientemente conservadora como para forzarles a entrar en el ciclo de reproducción del sistema, forman las parejas que habitualmente representan el ejemplo de felicidad para las del piso mayoritario, no siendo dicha felicidad otra cosa que la identificación por parte de los de arriba con la proyección de felicidad emanada desde abajo. La pareja feliz lo es en la medida en que puede seguir comparándose con las que no lo son, pero nunca por razones endógenas, que les llevarían al hastío y la búsqueda de la renovación del enamoramiento fuera de la pareja.
             Culminando la pirámide, sobre esta zona noble de individuos no sustancialmente perjudicados por la pirámide, se encuentran dioses y reyes. Aquéllos son las verdaderas princesas y caballeros, los que elegimos originalmente cuando todo el mercado estaba a la disposición de nuestra ficticia omnimpotencia. Éstos son los verdaderos dueños del sistema, los que acumulan tanto poder que tienen la pirámide a su disposición. Los poderes fácticos que subsumen la pirámide del amor como subsumen el resto de las escalas sociales en tanto que ellos son la cumbre del sistema mismo, la expresión máxima de su poder, del que el amor es sólo uno de sus pilares. Ambos recibirán también atención en otro texto. De momento quede dicho, o recordado, que tienen derecho de pernada.

viernes, 23 de diciembre de 2011

cazador. PARTE II

10-12-2011, 17.35
Sería difícil hacerte entender cómo lo descubrí. Siempre confié en que estaba allí y yo podría llegar a verlo. Por eso os observaba, os seguía, os grababa en mi memoria para poder reconoceros allí donde os volviera a encontrar; para poder descubrir los cambios que se produjeran en vosotras. Tenía que saberos bien, meteros dentro de mí para convertiros en uno más de mis sentidos, aquél que permitiera interpretar vuestro rostro con la inmediatez y precisión con la que reconozco los colores.
Pero contigo fue la primera vez que vi. Había llegado antes a intuir vaguedades, estados de ánimo, intenciones, situaciones personales… Pero nunca un simple encuentro había desplegado ante mis ojos la historia completa de lo que estaba sucediendo. Sólo presencié vuestra despedida y ya entendí inmediatamente lo que había pasado y lo que iba a pasar. Lo vi a él, tan bueno como la más exigente mujer podría aspirar a que fuera su hombre. Vi su sonrisa encantadora y complaciente, su satisfacción, su manera de besarte, protectora y, a la vez, despegada. Y te vi a ti, tan buena como las mujeres que nunca he tenido, como todas ésas que no renuncio a tener, por más que la vida haya decidido hurtármelas. Disimulabas mal tu emoción de amante deslumbrada incapaz de leer en los ojos de tu compañero otra cosa que no fuera el reflejo de su deseo.
Supe que tardarías pocos días en enamorarte, y supe también que no lo volverías a ver. Por eso te seguí.
Te acompañé en el metro. Me entretuve observando cómo seleccionabas tus recuerdos para que la idealización fuera rápida y perfecta. Te vi luchar contra el entusiasmo, proteger tu conciencia por si el desengaño decidía después cebarse en tu dignidad, convencerte a ti misma de que te era imposible evitar la ilusión. Por eso salí contigo, me adelanté a ti, y utilicé para hablarte un truco que había practicado mil veces para cuando llegara este momento. Dejé caer sobre ti una sombra de amabilidad que el recuerdo convirtiera en ternura añorada cuando apareciera el dolor.
Sabía que apenas me verías, que yo sería una anécdota de rostro borroso que añadiría encanto a tu noche mágica. Por eso esperé dos  semanas, justo lo que esperaste tú para comprobar que él no te llamaba, o que definitivamente no contestaba a tus llamadas. Aparecí otra vez para convertirme en lo único que podías rescatar de aquella noche. Nunca me habrías mirado en otra situación y, sin embargo, te sentiste halagada cuando te pedí una cita: encontré el único hueco en tu autoestima por el que yo cabía en tu vida.
Sigo observándote, ahora sin seguirte, ahora sólo pensando en ti, en lo que sé de ti, para saber lo que debo hacer contigo esta noche. Puedes estar segura de que te tendré. Y, si logro que te quedes, todo cambiará, y mucho. Todo aquello que ahora procuro conservar dejará de importarme, y tú serás mi nueva vida.

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jueves, 15 de diciembre de 2011

amor. SPIN-OFF. la gran pirámide I

             No todos los hóbbits empiezan desde el mismo sitio. Algunos están más cerca de Mórdor que otros, y esto les permite ahorrarse una parte del trabajo de autoengaño. Llegan antes y, menos doblegada su conciencia por el prolongado fracaso, también se vuelven críticos antes. Su vida sentimental se parece más a su propio modelo porque la distancia que los separa de él es más reducida. La falta de avance los frustrará también, pero obtendrán para desahogarse mejores satisfacciones que las de aquellos que empezaron rezagados.
             El camino intransitable al objetivo tiene una disposición vertical, no horizontal, porque cada inavanzable paso nos pone en una situación mejor y más deseable. Y como, además, se trata de una posición más exclusiva, la forma de esta estructura será la pirámide (cónica, si se quiere, pero “pirámide” en sentido arquitectónico), con la princesa prisionera en su cumbre.
             No estamos ante otra cosa que la pirámide social, la de siempre, la que jerarquiza a los miembros de la sociedad según los valores a los que en esa sociedad se atribuye poder o, dicho de modo más directo, según el poder que cada individuo tiene. En tanto que todos quieren más poder y luchan con todas sus fuerzas por obtenerlo, la pirámide será inmóvil (“inmóvil vibrante” podemos llamarla, porque en ella se producen tensiones y movimientos continuos, pero no significativos cambios de nivel si atendemos a las fuerzas que dependen de cada individuo). En tanto que pirámide, será jerarquizante, incluso en el caso imaginario de que amplios movimientos que involucren a una gran parte de sus componentes se produzcan en ella: la pirámide conservará la diferencia por su inmovilidad, pero también por su propia estructura. Todo ascenso de uno es injusto en ella, porque implica el descenso de otro.
             Llegamos al amor perteneciendo a uno de sus niveles, como pertenecemos a un nivel social particular, a una exactísima subclase social, desde la cuna a la sepultura. El amor, o la pareja a la que podemos aspirar, no es sino uno más de los indicadores objetivos de nuestro nivel social, traducido en nuestro nivel de vida, y a esa objetividad nos somete. Como sucede con los restantes indicadores, nuestra capacidad de elegir será de carácter horizontal, es decir, podremos realizar aquellos desplazamientos que no impliquen movilidad, que no impliquen subida o bajada, que no impliquen subversión de la fuerza de gravedad que conforma la pirámide.
             Estos movimientos horizontales, sin gasto de energía significativo, entre individuos que habitan la misma planta de la pirámide y que poseen un similar valor social, serán en los que fundamentemos el espejismo de la libertad de elección. Poco a poco nos volveremos ciegos al movimiento vertical, mediante ese proceso perverso que se llama “formación del gusto”. Nada bajo nuestro nivel será digno de atención, pues su aceptación como pareja implicaría una renuncia objetiva hacia parte de la calidad a la que podemos aspirar. Nada por encima de nosotros conserva tampoco su visibilidad, pues hemos aprendido que conservar el deseo de lo inaccesible dificulta el disfrute de lo poseído. El placebo del gusto personal contribuirá al éxito de estas dos ocultaciones de la realidad en su vertiginosa dimensión vertical. En tanto que nos convencemos de estar eligiendo algo, logramos convencernos de que rechazamos lo que no elegimos (si elijo a mi pareja de entre varias posibles, me es fácil convencerme de que la habría elegido entre todas, si todas fueran posibles), es decir, de que no queremos una pareja superior. Como el objeto de nuestra elección presenta elementos perceptiblemente defectuosos, logramos convencernos de que elegimos mediante el componente arbitrario del gusto personal, que no atiende a factores objetivos, de modo que quienes son rechazados por nosotros, sean del estrato social que sean, encontrarán a otros de nuestro propio estrato que los acepten (si mi pareja imperfecta es perfecta para mí, aquella que yo rechazo por imperfecciones que me resultan insoportables será vista como perfecta por otra), es decir, logramos convencernos de que no segregamos.
             ¿Qué hay de nuevo? Todo esto no es más que clasismo de toda la vida. Estamos hablando del amor como sabemos que debemos hablar de nuestra posición social en cualquier otra dimensión. La novedad es, precisamente, que ahora se trata del amor. Como dije en x, el amor desempeña el ignominioso papel de compensarnos del resto de las insatisfacciones que la sociedad jerarquizada nos causa: “Mi vida es deleznable, pero un día conoceré a alguien cuyo amor por mí me hará olvidar el resto hasta hacerme alcanzar la felicidad”. Es sobre el amor donde se concentra el principal esfuerzo que el sistema realiza para ocultar su propia injusticia. Aunque comprendamos que el sistema es injusto, éste no nos permitirá descubrir que el amor forma parte de él; concentrará su energía en convencernos de que el amor se le escapa. A él, precisamente, que nos habla incesantemente de amor.
             Que, precisamente nos habla, sobre todo, de amor. Porque todo habla de amor. En cada rincón de nuestra vida, especialmente en los más cotidianos y triviales, el discurso del amor aparece siempre de nuevo como por casualidad. Cuando el telediario ha terminado, cuando hemos silenciado la publicidad apagando el televisor, cuando hemos dejado de hacer números para cuadrar el presupuesto de las vacaciones, cuando el sistema ha dejado de someter nuestra atención a sus engranajes más crudos, entonces sólo queda esa cancioncilla, tal vez apenas audible en nuestra cabeza, que vuelve a hablarnos de amor. Y si retornamos  a los números, y a la publicidad, y al telediario, encontraremos por todas partes que esa, y otras mil cancioncillas, imágenes, historias, siembran concienzudamente en nuestro pensamiento la idea de que la alternativa es el amor, que el amor es otra cosa.
             Con cada una de sus amarguras, el sistema nos ofrece un pequeño dulce, “para que todo no sea malo” nos dice. Y gracias a ese momento de placer inspirado por una esperanza que el sistema puede acuñar sin coste, gracias a la aceptación de que el sistema que nos somete nos deja la puerta abierta a algo que escapa a él, se asegura que el conjunto queda engrasado y listo para seguir funcionando. El amor es la parte sagrada del sistema, que el sistema no debe mancillar jamás con su presencia para que el sistema pueda, precisamente, perpetuarse.
             Del capitalismo podríamos decir que es un sistema económico esclavizador cuyo poder de subyugación se fundamenta en la recompensa de un paraíso llamado “amor”.

viernes, 9 de diciembre de 2011

cazador. PARTE I

             Domingo, 27-Noviembre-2011
             No puedo dejar de pensar en él. Desde el instante en que lo he dejado para meterme en el metro, y a medida que el sabor de su último beso se me deshacía en la boca, el recuerdo de cada momento de esta noche se ha instalado en mi pensamiento. Es ahora cuando comprendo que he pasado con él la noche que quiero pasar siempre, y que en su mirada, sencilla, hermosa, amplia, me perderé si vuelvo a encontrar la oportunidad.
             Pienso en esta noche y comprendo que no he echado en falta nada, y que ahora, que pienso en ella, sólo echo de menos esta noche.
             Me gusto contigo, chico alto. Me divierto, me atraigo, me parezco lo que un hombre quiere tener. Es fácil sentir eso mirando tu cara bella y amable, tu sonrisa casi tímida, tu pelo negro y enmarañado. Es fácil sentirse bendecida y liberada, en paz con todos los que te rodean en el viejo y sucio vagón de metro de siempre. Todos ellos luchando por dar el siguiente paso, construyendo esforzadamente cada momento de su vida, arrancándole a ésta esa mínima gota de felicidad que esconde entre sus horas secas. Y yo, mientras, empujada por una fuerza milagrosa, volando entre ellos, haciendo nacer con mi presencia oasis de invisible y húmeda vegetación. Me he reído, chico alto, ha sido el colmo, cuando al salir de nuevo a la calle, me estaba esperando en el suelo ¡un billete de veinte euros! ¿Cuántas veces has encontrado tú dinero? ¿No es tentador pensar que no es casualidad? El dueño no estaba lejos, sólo unos pasos delante de mí, y cuando he probado a preguntarle he visto en su cara que, al devolvérselos, me convertía en su ángel de la guarda. Tanto lo ha agradecido que has aparecido tú de nuevo en él, más pequeñito, más tímido aún, más fugaz. He pagado veinte euros por verte un segundo más; porque me vinieras a buscar al metro.
             Todo ha sido tan fácil, tan liviano, que me atemoriza no obtener jamás otra cosa que la sensación de que el tiempo se precipita a tu siguiente ausencia, sin llegar a sentirme ni por un momento en la plenitud de tu posesión.
             Y también me atemoriza la otra posibilidad, la de que me hayas hecho creer que te gusto. La de que hayas vivido esta noche el ritual de mi captura y sacrificio, y haya yo pasado a ser justo lo que ya está hecho y nunca debe repetirse. Me atemoriza estar ya tan lejos de ti como tú estás cerca de mí y descubrir que el vacío, la nada, se parece tanto a la perfección. Me atemoriza no haber sido otra cosa que tu presa, chico alto. Necesito saberlo, ahora, cuanto antes: ¿Eres un cazador?
INFORME VIGILANCIA SIMPLE CONTINUA, a 30 de noviembre de 2011
Actuación: A requerimiento de la cliente, el sujeto es localizado y seguido desde la mañana del día 27 de Nov. por un periodo que se prolonga durante tres días a la redacción de este informe.
Hechos atestiguados: En los dichos tres días no se aprecia ningún comportamiento reseñable en relación a las sospechas expresadas por la cliente. Único contacto establecido con mujeres coincidentes con el perfil aportado: una breve conversación mantenida en la puerta del metro en la mañana del primer día de vigilancia.
Otros comportamientos reseñables: varios desplazamientos en transporte público y privado sin un objetivo evidente. Largos paseos erráticos con numerosas paradas en lugares arbitrarios, vueltas atrás, repeticiones de trayectos, y otras acciones que sugieren algún tipo de ritual obsesivo. Notable cuidado del aspecto personal en la realización de todas estas actividades.
Valoración provisional: el sujeto no presenta un perfil ajustado al propio del adúltero estable o esporádico, si bien se recomienda prolongar la observación durante, al menos, una semana más.
Apéndice: ésta segunda semana sería facturada según la tarifa de periodo medio, con lo que el presupuesto para diez días sólo ascendería al 165% del correspondiente a tres, cobrado hasta la fecha. La apertura de una segunda investigación sobre la persona de una presunta amante queda pendiente del descubrimiento de la misma. Dado el marcado interés hacia dicha investigación manifestado por Ud. en nuestra entrevista, nos permitimos informarle de que, en caso de solicitarla, se beneficiaría a su vez de nuestra oferta por doble investigación, que incluye la segunda al 70% del coste total de la primera.

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viernes, 2 de diciembre de 2011

amor. DESENLACE. siempre quedará Paris

Por fin alcanzamos la victoria, y por fin podemos entregarnos al anhelo que nace de nuestro enamoramiento, a ese éxtasis llamado amor. Ha llegado en el momento oportuno, pues nuestro esfuerzo se había prolongado casi hasta la extenuación. El éxito es sin duda el premio a la fe y la dedicación, ya que todo hasta ahora nos había salido mal (habiendo puesto nuestro mejor empeño) hasta que, ya casi perdida la esperanza, se produce el milagro en el que siempre creímos, el que siempre creímos que nos merecíamos. La puerta de la celda se abre y ¡ahí está el príncipe!
Toda relación amorosa dará comienzo con ese éxtasis, que durará tanto como la idealización logre eludir a la realidad. Los dos individuos iguales disfrutan del espejismo recíprocamente alimentado de estar siendo queridos por el mejor de los congéneres, demostración, y ésta es la verdadera fuente de placer, de que ellos son también los mejores.
El enamorado correspondido tardará un tiempo en asimilar su dicha, viviendo aún en el pánico de que su felicidad sea un sueño. Esta ansiedad, la del primer periodo del amor, se traduce en la experimentación de una alegría infinita a cada manifestación de afecto del otro, cuyo valor estrictamente afectivo nos es, en realidad, indiferente. Dicho afecto, la atención del otro, es la confirmación de que el milagro sigue ahí, es una nueva declaración de amor tras el periodo de incertidumbre transcurrido desde la última, en el que nuestro pasado de soledad y competencia interminables se cernía de nuevo sobre nosotros. Ese terror del que nos saca el objeto de nuestro amor no es más que el terror que él mismo provoca desde su imprevisibilidad, o provocamos nosotros desde nuestro desconocimiento de él. Es, por tanto, dentro del amor donde se encuentra el terror del que el amor nos alivia. En la medida en que atribuimos la felicidad a lo desconocido, lo desconocido nos aterroriza y nos rescata con su libertad imprevisible, generando la ciclotimia propia del enamoramiento, necesaria para producir la dependencia que dará alguna garantía de supervivencia a la pareja.
Ésta será, en adelante, la etapa mítica de la pareja. Aquella que justificará, por perfecta, la tolerancia de la insatisfacción futura; aquella antes de la cual sólo quedará la tiniebla terrorífica de la soledad. En ella se producirá de forma espontánea el deseo furioso de poseer de una vez al otro, tan escurridizo, y para ello no se escatimarán atenciones ni sacrificios. El que ama se entrega con todo, sin regatear nada: tiempo, admiración, fidelidad… pues es tanto lo que espera obtener, que siempre le parece estar pagando un precio miserable. Será más tarde cuando la idealización empiece a sucumbir a la realidad; los dos mundos polarizados, el mundo de nuestra pareja y el mundo restante y vulgar que queda fuera de ella, se aproximarán, empezando la pareja a ser mundo y dejando de ser amor.
Transcurrido el periodo mítico y la asunción estable del valor divino que el otro nos confiere en tanto que divinidad que nos elige, surge la época de la tensión entre dioses. Ambos lo son ya, y sólo a su igualdad en la cumbre se puede atribuir el encontrarle al otro la menor pega. Perdida la necesidad de que el otro nos eleve por sobre los demás, pues nos hemos instalado en las alturas, finalizada la exaltación del vuelo, nuestro juicio comienza a recuperar la sensatez. Lo que era la imperfección de la perfección reduce paulatinamente su categoría hasta aproximarse con gravísimo peligro a la más rutinaria de las normalidades. Nuestra pareja destaca cada vez menos por sobre el grosero mundo del que nos aislábamos en sus brazos. Un día miramos sus pies y… ahí están otra vez: los repugnantes y vulgares, repugnantes por vulgares, pelos del hóbbit.
Pero es demasiado tarde para la verdad. El camino recorrido para llegar hasta la pareja fue tan prolongado y trabajoso, los contendientes llegaron a ella tan agotados y heridos, el posterior periodo mítico ha sacrificado tanto esta vez la intensidad a la extensión que, a su fin, la pareja ya ha huido hacia delante convirtiéndose en proyecto de vida, comenzando sus inversiones a largo plazo y sustituyendo con ello la ética improvisada de la fe en el otro, por los estatutos ente socios copropietarios de una empresa.
Nos salvará entonces un concepto irrisorio e inaceptable para quien conserve la más mínima fe en sus fuerzas: el de “segundo amor”, también llamado “verdadero”.
Si el amor no es esto, entonces no habrá amor para nosotros, por lo que igual nos da negar cualquier otra cosa con pretensiones de serlo. Amor será, por tanto, eso que ahora tenemos, y la diferencia sustancial con lo que esperábamos debe ser entendida como un descubrimiento, como un nuevo logro de nuestra “madurez”. Aquello en lo que estamos embarcados, y cuya subsistencia nos es vital será, a partir de ahora, el “amor” presente, material, existente y demostrado. Una vez en él la idealización se vuelve secundaria, pues nuestras aspiraciones no apuntan al cambio sino a la conservación de lo presente en la medida en que sea soportable, es decir, a lograr ver como soportable lo presente. Habrá, sí, que describirlo en términos positivos, para explicar nuestra elección ante nosotros mismos, pero podremos reconocer sin pudor sus miserias, como reconocemos que el diamante, siendo es el más deseable de todos los bienes, no es agradable como, por ejemplo, condimento.
Amarse será no tratarse mal, sentir afecto esporádicamente, reconocer al otro como el compañero que recorre con uno la vida, aceptar al otro como es, no querer saber, no necesitar ser entendido (ése es el famoso “espacio personal” que los amantes prácticos establecen como primer movimiento adaptativo)… la habilidad de cada uno para extraer de su experiencia de pareja la idea que se convierta en mantra salvador de la rutina más evidente, la persecución de una clave que legitime el más inesperado de nuestros conformismos (pues éramos conformistas en todo ¡menos en el amor! Recordémoslo) es fuente de una interminable serie de ingeniosos elogios del tedio y, en muchos casos, incluso del desprecio, que lamentablemente nunca me he dedicado a recopilar con el interés que merece y no puedo pormenorizar aquí en toda su riqueza.
A medida que es el segundo amor el que se asienta, a medida que estamos seguros de que no perderemos lo que no nos podemos permitir perder, ahora que estamos del otro lado de nuestro mejor momento como aspirantes a ser amados y el exterior nos parece cada vez más peligroso y desolador, a medida que vamos descubriendo en el otro los síntomas de la resignación exitosa a cada una de esas cosas que en su momento nos parecieron amenazadoras para nuestra condición de merecedores del amor, y que siempre hemos considerado en los otros como miserias, a medida que nuestra frustración sexual va manifestando indicios de ser soportable indefinidamente, merced a pequeños (o grandes) trucos desarrollados desde dentro de la pareja (que no de la relación); a medida que todo esto va sucediendo, una idea toma forma en nuestro pensamiento de modo cada vez menos secreto: nos hemos equivocado; no era esto lo que buscábamos, ni repetiríamos nuestra decisión si tuviéramos de nuevo la posibilidad de elegir. Pero ya no la tenemos, y eso nos permite refugiarnos en el recuerdo de una cierta persona desenterrada del cementerio de los olvidados, que pudo haber sido; debió, tal vez. Ése nuevo caballero es ahora Paris, taimado, secreto, seductor y pecaminoso, que nos raptará del libremente escogido tálamo de Menelao convirtiéndonos ya hoy en desgarrados traidores a nuestro socio más comprometido.
Arrancamos así nuestra enésima idealización, nuestro enésimo y último autoengaño, que alimentaremos y nos alimentará ya hasta el final, pues el amor no nos ha permitido aprender a vivir de otra manera que refugiándonos en ficticias historias de amor.