viernes, 23 de diciembre de 2011

cazador. PARTE II

10-12-2011, 17.35
Sería difícil hacerte entender cómo lo descubrí. Siempre confié en que estaba allí y yo podría llegar a verlo. Por eso os observaba, os seguía, os grababa en mi memoria para poder reconoceros allí donde os volviera a encontrar; para poder descubrir los cambios que se produjeran en vosotras. Tenía que saberos bien, meteros dentro de mí para convertiros en uno más de mis sentidos, aquél que permitiera interpretar vuestro rostro con la inmediatez y precisión con la que reconozco los colores.
Pero contigo fue la primera vez que vi. Había llegado antes a intuir vaguedades, estados de ánimo, intenciones, situaciones personales… Pero nunca un simple encuentro había desplegado ante mis ojos la historia completa de lo que estaba sucediendo. Sólo presencié vuestra despedida y ya entendí inmediatamente lo que había pasado y lo que iba a pasar. Lo vi a él, tan bueno como la más exigente mujer podría aspirar a que fuera su hombre. Vi su sonrisa encantadora y complaciente, su satisfacción, su manera de besarte, protectora y, a la vez, despegada. Y te vi a ti, tan buena como las mujeres que nunca he tenido, como todas ésas que no renuncio a tener, por más que la vida haya decidido hurtármelas. Disimulabas mal tu emoción de amante deslumbrada incapaz de leer en los ojos de tu compañero otra cosa que no fuera el reflejo de su deseo.
Supe que tardarías pocos días en enamorarte, y supe también que no lo volverías a ver. Por eso te seguí.
Te acompañé en el metro. Me entretuve observando cómo seleccionabas tus recuerdos para que la idealización fuera rápida y perfecta. Te vi luchar contra el entusiasmo, proteger tu conciencia por si el desengaño decidía después cebarse en tu dignidad, convencerte a ti misma de que te era imposible evitar la ilusión. Por eso salí contigo, me adelanté a ti, y utilicé para hablarte un truco que había practicado mil veces para cuando llegara este momento. Dejé caer sobre ti una sombra de amabilidad que el recuerdo convirtiera en ternura añorada cuando apareciera el dolor.
Sabía que apenas me verías, que yo sería una anécdota de rostro borroso que añadiría encanto a tu noche mágica. Por eso esperé dos  semanas, justo lo que esperaste tú para comprobar que él no te llamaba, o que definitivamente no contestaba a tus llamadas. Aparecí otra vez para convertirme en lo único que podías rescatar de aquella noche. Nunca me habrías mirado en otra situación y, sin embargo, te sentiste halagada cuando te pedí una cita: encontré el único hueco en tu autoestima por el que yo cabía en tu vida.
Sigo observándote, ahora sin seguirte, ahora sólo pensando en ti, en lo que sé de ti, para saber lo que debo hacer contigo esta noche. Puedes estar segura de que te tendré. Y, si logro que te quedes, todo cambiará, y mucho. Todo aquello que ahora procuro conservar dejará de importarme, y tú serás mi nueva vida.

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