jueves, 11 de agosto de 2011

contra el envulvamiento (ni me folles, ni me envulves)

            Me dice una amiga que no le suena bien el término “penetración”. Me dice que Casilda Rodrigáñez (sobre quien no daré mi opinión en este cuelgue) propone sustituirlo por “envulvamiento”, desplazando el papel activo de la acción al participante femenino.
            A mí “penetración” no me ha sonado bien jamás pero, sorprendentemente, por la misma razón por la que “envulvamiento” me suena aún peor. Siempre me ha parecido que referirse a la actividad sexual con un término técnico o poético oculta dificultades para enfrentarse directamente con ella; que tras la respetuosa corrección o la imagen sugerente, se esconden la aprensión y la mojigatería. Y no es que me sienta cómodo diciendo “meterla”. No se me escapa que esa expresión puede rebasar la tolerancia de muchas sensibilidades sanas pero, cuando tengo que elegir, acostumbro a optar por la grosería, porque el lenguaje del insulto me parece, a la postre, menos desnaturalizado que el del pecado.
            Recuerdo que siempre he tenido este problema y que siempre he intentado resolverlo en vano. Más de una vez, la falta de terminología digna ha hecho inoportuna aparición distrayéndonos, a quien fuera y a mí, de nuestras cosas, y entregándonos a la infructuosa tarea de buscarle un nombre a aquello. “¿Y qué vamos a decir: “pene” o “polla?” “Pues no sé. Y, ¿coño o chocho?”
- ¡Joder! ¡Dirás: o “vagina”!
- No, “vagina” no diré. Eso ya te lo advierto. Vamos, si quieres una erección, olvídate de “vagina”.
- ¡¡¡Pero, “chocho”…!!!
- “Chocho” es una mierda, ya lo sé.
- Y “coño” otra.
- Supongo.
- ¿No te gusta “vulva”?
- No. Me suena a cebolla.
- ¿Por qué no utilizamos los términos tántricos: “lingam” y “yoni”?
- ¿Y por qué no follamos en chino, directamente?
- Yo no follo. Yo hago el amor.
- Tú follas, que lo han visto mis ojos.
- “Ojos” está bien.
- ¿Para las tetas?
- No. Para los ojos.
- Pues menos mal. Algo queda.
- Las tetas son “pechos”.
- Los pechos son “perolas”.
- Las “perolas” son “mamas”.
- Las mamas son “melones”.
- Los melones son “ubres”.
- Ubres son lo que tienen las vacas.
- Pues eso. Y “melones”. ¿Dónde ves tú aquí melones?
- …
- ¿Y si les ponemos a nuestros genitales nombres propios?
- …es que estoy viendo que van a ser “Pin” y “Pon”.
- No, pero “Goku” y “Bulma” tampoco.
- “Bulma” se parece a “vulva”…
- Y “Pon” a “cojón”. Si quieres dejamos “Pin” y “Pon” para tus güevos.
- Los güevos son “güevos”. Además, “testículo” tiene “culo”, y seguro que tú quieres usar “ano”.
- El ano no tiene nada que ver con todo esto.
- Bueno, ésa es otra conversación…

            Por un lado, esa dicotomía entre términos demasiado vulgares (con el sesgo onanista que los hace tan propensos a la objetualización), y términos demasiado asépticos, casi culpables. Por otra, el conflicto de género: los principios femenino y masculino extendiendo su alcance semántico tanto como son capaces.

            ¿Por otro…? Y entonces el “envulvamiento” me iluminó.

            No es que a la asepsia de “penetración” el neologismo sumara la orientación femenina. Si ambos términos me desagradaban sólo en grado, pero no en sentido, era porque no son opuestos entre sí, sino uno la exacerbación del otro. Entiéndaseme.
            Nunca ha habido otra dicotomía que la de la terminología de género. Cada palabra que usamos para denominar cualquiera de los elementos clave que conforman la vida sexual se identifica decididamente con uno de los dos roles, cargándolo tanto de connotaciones tendenciosas que llega a hacerse inútil, no sólo para los miembros del género al que pretende imponer su interpretación de la sexualidad sino, incluso, para los de aquél al que representa.
            Así, mientras el coño es ese obsesionante juguete que el hombre quiere poseer, disfrutar, acumular, arrebatar al individuo de género femenino que obstaculiza su alcance, la vulva es la misma cosa dando identidad a la mujer como madre y al acto sexual como depositario del mágico momento en que la familia es culminada mediante el engendramiento de un hijo. Y lo mismo para el resto. Rodrigáñez no es una feminista igualitarista, sino revanchista (vaya, al final he dado mi opinión). Por eso “penetrar” es el opuesto de “meter”, y “envulvar” sólo su extremo del extremo. Efectivamente, “penetrar” pone el acento en el liderazgo masculino, pero eso no es significativo una vez que el término ya es frío. Se dirá que aún es demasiado machista. No nos engañemos; “envulvar” también es un término machista. Un verdadero matriarcado no se caracterizaría por la oficialidad del envulvamiento, sino porque la mujer diría “coño” y el hombre “vagina”.

            No hay términos con los que entendernos. Ni puede haberlos, porque ambos géneros siguen hoy presa de sus roles y lejos del día en que su encuentro, su síntesis y su superación les permita hablar el mismo idioma.
            Lejos, sí, pero un poco menos. De momento, conformémonos con traducir al “enemigo”.

6 comentarios:

El antipático dijo...

¡Juasss! De acuerdo en todo, pischa.

yosoyjoss dijo...

muy bueno, me ha encantado el diálogo!

figuera dijo...

Creo que tenemos una buena alternativa: copular, cópula. Son términos totalmente correctos y a la vez contundentes, no mojigatos. Y son igualitarios, activos por ambos lados: copula la hembra y copula el macho, la cópula es mutua.

israel sánchez dijo...

efectivamente, el término cópula es neutral y carece de sesgo romántico. Pero, como pones de manifiesto al hablar de hembra y macho, se refiere al sexo en su función reproductora, y por tanto sólo nos sería útil si considerásemos que ésta es la función que debe prevalecer en el sexo (con lo cual estaríamos reincidiendo en resaltar la función que subrepticiamente le atribuye el amor, y en virtud de la cual realiza la diferencia de géneros) o si decidiéramos voluntariamente transformar su significado, para lo cual nos serviría también cualquier otro término de los utilizados hasta ahora.
El problema no es descubrir el término eficaz de entre aquellos de que ya disponemos, sino comprender que el sistema no nos lo ofrece, y sólo queda escapar a su marco conceptual mediante una renovación terminológica completa.

DeVera dijo...

Me parece que el término que utiliza Rodrigáñez es "envolvimiento", que no es lo mismo. Aunque quizá sea distinto según la edición. En cualquier caso, yo no diría que es revanchista. No estoy segura siquiera si definirla como femionista, puesto que, al menos los libros que yo he leído tratan la historia y la sociedad desde una perspectiva anti-adultocrática, más que de género. Basa sus teorías más en la psicología infantil (con mucha influencia antropológica y de neurobiólogxs, cierto) y en psicología de masas que en el feminismo.
Puede que alguna cita en particular resulte revanchista en perspectiva o terminológicamente (aquello de "ginecogrupo" chirría por ostracista) o limitante. Pero más o menos igual de limitante que el término "feminismo". Y en cualquier caso, tratando temas que afectan al recién nacido y lactantes en general, tiene sentido no mencionar a los hombres, pues sólo pasan por este proceso como receptores, mientras que una mujer pasa por él de niña como receptora (por eso es tan importante, no todos tenemos hijos, pero todos hemos nacido) y tal vez, más tarde, como madre.

RomaAlRevésEsPolítica dijo...

mmm pues yo cuando pienso en sexo y penetración/penetraciones no pienso en un pene ni en sexo con función reproductora...`pienso en dedos, manos, lenguas, coños, anos, bocas...o sea que hay todo un mundo real y simbólico más allá del sexo heteronormativo, quizá el término penetración no es machista, lo que es machista es que penetración sea igual a pene penetrando en vagina.