Si hubiéramos estado hablando de
relaciones de amistad, es decir, no gámicas dentro del paradigma ágamo, apenas
habríamos obtenido hasta aquí más que una vulgar descripción de su dinámica.
Nada a partir de lo que mejorarlas, salvo, tal vez, algo de claridad.
Sin embargo, desde el momento en
que trasladamos el uso de la indignación al gamos, aparecemos en Saturno sin
viaje interplanetario previo.
Dije más arriba que uno de los mayores obstáculos para juzgar
racionalmente nuestras expectativas es nuestra necesidad inducida de conservar
el gamos. Como queremos que, ante todo, no se pierda, aceptamos aquello que
el sentido común nos dice que ya no debe ser aceptado, convirtiendo la protesta
inútil en una indignación extrema sin salida.
Pero el gamos mismo es un obstáculo aún mayor, en tanto que constituye
una expectativa que sería tibio llamar no razonable, porque en realidad es
absolutamente descabellada. Lo que esperamos a partir del momento en que
establecemos el gamos, es decir, a partir del momento en el que empezamos a ver
en la/el otrx un proyecto de pareja, escapa a toda sensatez. No hace falta ir a
buscar estos excesos en el supuesto amor romántico. Cualquier descripción del amor, por igualitaria que pretenda ser, nos
llenará la cabeza de expectativas a priori, estandarizadas e independientes de
las circunstancias de nuestra relación y de la persona con la que nos
relacionamos.
El gamos, ese contrato tipo, a
través de la filosofía del amor que le da contenido, aparta de nuestra vista a
la persona con la que nos relacionábamos, y pone delante un corsé de cuerpo
entero en el que ella tiene que encajar. El
gamos ciega la relación, convirtiéndonos en potenciales indignados ilegítimos;
en bombas de relojería celopáticas.
A la hora de modificar nuestras expectativas, el gamos tampoco nos
dejará opción alguna. Un paso atrás es el fin. No hay parejas que sean “un
poco menos pareja”, o que involucionen, o que “se abran”. Todo eso se llama
“pareja fracasada” y es la antesala de la separación. Así lo manda el gamos: O
estás con él, en su galope desbocado, o quedas fuera, el tren pasa, y tú lo
miras ya desde tierra. Tú ya estas solx de nuevo. Completamente. Vuelta al
punto cero.
Y su expectativa por excelencia es, como todos sabemos, esa
extravagancia llamada “exclusividad
sexual”. El resto de las expectativas tendrán su fundamento en ella, es
decir, que tendrán sentido en la medida en que exista exclusividad (el gamos
sin exclusividad no es tal, mientras que, habiendo exclusividad, aunque sea un
mal gamos, podrá contarse con que éste existe). La no exclusividad sexual puede
aparecer como una fase previa que aproxima a la exclusividad sin vuelta atrás,
rodeándola, cercándola, conquistando cada centímetro de apertura hasta que la
jaula se cierra. En los modelos no monógamos, el amor exigirá, al menos, partir
de las formas de la exclusividad para construir la libertad. Y lo hará así
porque sabe que este camino es imposible. A la expectativa a priori de la
exclusividad se añadirá un laberinto de reglas, pactos y acuerdos que buscarán
sustituir lo insustituible: el carácter sexual de la esencia del gamos. En la
medida en que el sexo escape sustancialmente del gamos (es decir, en la medida
en que el sexo con mayúsculas se realice fuera) el gamos se va con él. El pacto
“atrapagamos” es una hechicería vacía; una superchería que la pareja sin gamos
finge para impedir que se desate la fuerza destructora de la melancolía del
gamos.
Las expectativas razonables y,
por supuesto, las legítimas, quedan fuera de las exigencias de la filosofía del
amor. Apenas es concebible una relación
en la que la exclusividad sexual pueda, no ya darse, sino beneficiar de modo
alguno a las personas implicadas. El resto de las exigencias del gamos, ya
sean emocionales o convivenciales, y que acompañan y siguen a la exclusividad
sexual, son igualmente estériles. La posibilidad transitoria de ser logradas no
legitima su expectativa. La indignación ante su incumplimiento es ilegítima
porque, incluso aunque haya un compromiso expreso, dicho compromiso resulta
irrealizable.
Lo que se puede esperar en las
formas máximas del desarrollo de las relaciones no es cuantitativamente
superior o inferior al gamos, sino siempre otro. Lo que el gamos ofrece cuando
sus expectativas hacen por ser cumplidas es la frustración en el cumplimiento,
porque dichas expectativas no son el fin del gamos, sino el medio por el que
alcanza la familia reproductiva, que sí es obtenida.
2 comentarios:
tus textos siempre son una puerta abierta al debate; este lo hemos republicado en http://totamor.blogspot.com/2015/01/el-disparate-de-la-exclusividad-sexual.html
muchas gracias.
un placer ver el texto entre tanto material interesante.
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