miércoles, 11 de noviembre de 2020

La isla de las tentaciones: una Ilíada herstórica

 

La isla de las tentaciones, el reality de Cuarzo Producciones basado en Temptation Island (2001), ha acabado convirtiéndose en poliédrico escaparate de la llamada “guerra de sexos”.  Como en el poema homérico, dos poderosos ejércitos chocan en el campo de batalla mediante enfrentamientos singulares; siempre una contra uno. Y, como en el poema, la guerra se prolonga interminable en historias individuales de las que es difícil extraer una visión general. El feminismo, sin embargo, nos dice que la guerra de sexos es la guerra de sometimiento patriarcal, y que la diferente significación de cada bando es clara. Si esto es así puede que estemos ante una oportunidad de oro para mostrarle al mundo toda la violencia psicológica que siempre hemos dicho que la pareja oculta y cultiva.


primer acto: el programa

Hace un par de semanas que terminó la segunda edición de La isla de las tentaciones y lamenté entonces no haber escrito más sobre el asunto.

No se trata ya de que el programa nos interese porque nos interesa todo aquello que da pie a reflexionar sobre relaciones, ni se trata solo de que haya disfrutado de una audiencia tan masiva que, como fenómeno sociológico y socialmente influyente merece ser analizado. Se trata de que es información verdaderamente relevante sobre una cuestión fundamental. Apelo, como se ve, al viejo argumento del experimento social.

Estos programas, ya lo sabemos, están lejos de ser experimentos en términos empíricamente estrictos. Pero algunos de ellos contienen un importante grado de objetividad que rescatar. Este es uno de esos, y uno que pone el foco en el sexo y la fidelidad, corazón, alma, núcleo duro de la cultura relacional. Es un asunto, además, recordémoslo, del que todo, o casi todo, lo conocemos de oídas. Por eso la información que obtenemos aquí se vuelve extraordinariamente valiosa.

Una vez concluidas las dos primeras ediciones tengo la sensación de haber asistido a una historia épica y asombrosa. Tengo la sensación, también, de que, a medida que esa historia ha ido tomando cuerpo, su cuerpo, su memoria, han ido quedando sepultadxs por la actualidad de las anécdotas. Lo que estaba pasando en La Isla se volvía invisible por lo que cada día pasaba en La Isla, hasta que, al final, todo lo que había pasado era poco más que lo que había pasado el último día. Así, en realidad, construimos nuestras historias cuando lo hacemos sin historia. Así nos contamos las cosas, así aprendemos, cuando vivimos fuera del tiempo. Es esa no historia la historia de nuestra vida y, por supuesto, de nuestras relaciones. Pero sigamos.


segundo acto: la guerra

La primera parte de la historia contiene una presentación prometedora. Cinco parejas heterosexuales se preparan para poner a prueba su amor exponiéndose a poderosas y constantes tentaciones sexoafectivas. Difícilmente podrán engañarnos en esas circunstancias. Así que vamos a ver de qué está hecho el amor. Vamos a ver si teníamos razón cuando decíamos que era sometimiento patriarcal, alienación y engaño. Vamos a ver dónde radica esa insuperable diferencia de género que arrastramos en una sociedad en la que el género está formalmente igualado. Comprobaremos si, efectivamente, las mujeres son engañadas, maltratadas y subyugadas por la ideología amorosa. Vamos, por fin, a ver a los hombres ponerse en evidencia. Una gran parte de la audiencia no lo sabe, porque ni es feminista ni suspicaz con las relaciones. Lo sabemos nosotrxs. En eso consiste el atractivo de esta historia: en que por fin va a salir a la luz todo el submundo al que llevábamos toda la vida anunciando. Por fin.

Esta es la presentación, el planteamiento, el primer acto. Pero entonces llega el desarrollo, eso que llaman “nudo”. Y todo se tuerce.

Somos capaces de reconocer a los chicos en su papel de maquinadores de la infidelidad: la tensión, los ojos fuera de las órbitas, la verborrea vacía que pretende corregir la realidad y convencer de que no vemos lo que vemos, la necesidad de recuperar algo el aliento mediante pequeñas retiradas y concesiones; de encontrar un bastión de fidelidad en el que hacerse fuertes: “Vale, me las follaría a todas, pero no me voy a follar a ninguna, porque estoy enamorado”. Y somos capaces, por supuesto, de anticipar la caída. ¿Lograrán aguantar? ¿Conseguirán ocultarse? ¿Alcanzarán su objetivo de poner los cuernos sin que las cámaras lo reflejen, tal vez bajo algún edredón, tal vez terminado el programa, tal vez en su fantasía, cuando les toque volver?

Pero a las chicas no las reconocemos. No se trata ya de que sospechemos enseguida que van a ser ellas las que ofrecerán el espectáculo de caer en las tentaciones. Esto puede explicarse a través de la alienación y la crítica al amor: el amor sirve tanto para someterlas a su pareja como a su amante. Con la herramienta del amor siempre están expuestas, siempre obedecen. Sin embargo, el sometimiento que observamos no es el que nos habían contado. Estas mujeres no tiemblan ante la voz de su amo, ni se arrepienten por la mañana de haber pecado, ni olvidan sus intereses cuando se las entierra en una montaña de palabras. Estas mujeres no parecen esclavas. Es más, parece que ellos fueran unos amos impostados, de puerta trasera, de día carnaval. Todo recuerda mucho, está demasiado cerca, de la versión machista de las relaciones; demasiado cerca de que tengamos que decir que el discurso machista no lo era.

Nuestra forma de interpretar el mundo empieza a tambalearse. ¿Qué está pasando? ¿Quién o qué va a sacarnos de esta?

Es entonces cuando llega la caballería. Menos mal. Y, a su vanguardia, Roy Galán.

Se muy poco de Roy Galán. Solo lo que veo de él. Pero todo lo que veo es igual. Un día explicaré en detalle lo que creo que hace Roy Galán. Muchxs ya lo habéis concluido por vuestra cuenta. No es muy sofisticado. Pero igual viene bien intentar exponerlo de forma ordenada. Quizás así demos un paso hacia la superación de tantos roygalanes como nos toca sufrir.

Llega, como decía, Roy Galán, encabezando el feminismo al rescate. Roy hace de Roy, y nos explica, básicamente, que tenemos que fijarnos en una parte de lo que vemos, que es la que coincide con el relato que esperábamos. Lo dice muy fuerte y muy sentidamente, casi al borde del llanto, casi rogándolo de rodillas, como un buen hombre deconstruido que siente mucho, y que está dispuesto a llorar y arrodillarse. Y a nosotrxs no nos importa fijarnos en esas cosas que nos señala Roy Galán, en las que tiene razón. El problema es que no nos da una versión integral de lo que está pasando. Y lo que está pasando está pasando delante de nuestros ojos. El llanto de Roy también, pero una cosa no borra la otra.

Mientras Roy llora y nos recuerda que no debemos hacerle caso, ni escucharle siquiera, porque él es solo un hombre, en Villa Playa las chicas no solo están poniendo los cuernos a saco, sino criticando con mucho desprecio y poca coherencia los avances sexuales, bastante más pobres (si exceptuamos, permítaseme por el momento, al famoso Tom) de sus parejas de la otra villa.

Otras voces menos sospechosas, pero igual de desacertadas que la de Roy, intensifican el fuego contra el resurgir del discurso machista. Devermut nos habla de gaslithing, Irantzu Varela de heteronorma,  Todo es cierto, pero todo es incompleto y, por eso, impotente frente a la hegemonía. Sabemos que estamos produciendo propaganda, argumentario de campaña para fieles que deberán enfrentarse a una mayoría que dispone, al menos esta vez, de mejores armas. La bonita historia en la que grandes grupos de población comprobaban que el feminismo tenía razón cuando denunciaba que las mujeres eran víctimas de opresión en el espacio privado, ese momento emocionante de la masa crítica, cuando la mayoría, la hegemonía, la fuerza, cambia de bando, se estaba transformando en la historia inversa, aquella en la que la rebelión es aplastada y parece no ir a ser capaz de sobrevivir ni siquiera en el recuerdo. Ya no solo eran las concursantes, ahora las invencibles influencers y periodistas feministas eran ridiculizadas por defender lo indefendible; por demostrar, en definitiva, que nunca fueron razonables. El programa estaba a tope de audiencia, pero nosotrxs nos encontrábamos en pleno anticlímax.

No puedo extenderme lo que quisiera, pero creo que estos refuerzos fracasaron porque llegaron demasiado pronto. Ante la evidencia de que las mujeres no estaban quedando tan bien como se esperaba, se aprestaron a corregir la realidad de un modo apenas distinto a como sistemáticamente hace el machismo.

Pero el problema no podía ser que el feminismo se estuviera equivocando porque el patriarcado, contra todo pronóstico, hubiera ya desaparecido. El patriarcado tenía que estar allí aunque no lo viéramos. Creo que el verdadero problema fue que nuestra incapacidad para explicar lo que sucedía nos causó demasiada perplejidad. Eso no puede ser. No puede volver a ser. No podemos creernos en la obligación de disponer de respuesta para cualquier cosa. Había que confiar en que las conductas observadas, aunque parecieran injustas por parte de ellas, debían ser consistentes con la teoría feminista. Dado que solo teníamos la pregunta, lo suyo era indicar la pregunta, no adelantar la respuesta. Había que confiar en el feminismo y no se confió.

Cuando el feminismo acudió en nuestra ayuda pareció una legión infinita que sepultaría a la crítica machista en un tsunami de argumentos bien trabados. Pero no lo era, porque La isla es un reality, y no se podían dedicar grandes recursos a un reality. Así que solo nos habían enviado un destacamento; un pequeño apoyo que había sucumbido por el camino. Y eso iba a ser todo. Estábamos solxs.

Pienso que lo que se nos estaba escapando tenía que ver con los bastidores del programa. Se han publicado análisis de interés que los incluían en la ecuación, pero no he leído ninguno en el que se les atribuyera algo más que una estrategia patriarcal plana: por un lado unos concursantes que procuran engañar a la cámara apareciendo como buenos chicos igualitaristas. Por otro unos productores entregados abiertamente al escarnio de las mujeres. Casi un guión de serie mala; uno de esos productos de relleno elaborado por un equipo de producción al que se le ha dicho: “chicos, el target son las mujeres. Tenéis una semana”.

Y quizás esa forma de elaborar guiones era la que podía darnos la clave.


tercer acto: el mito

Es posible que sea desde la necesidad de la producción, asumida a regañadientes, de cumplir con ciertos estándares feministas legal o culturalmente impuestos, desde donde se explique este resultado. Creo, por concretar mucho más, que la necesidad de mostrar conflicto, combinada con la necesidad de no mostrar machismo, tiene como consecuencia un casting sesgado en favor de la conflictividad de las mujeres. Por eso nuestra primera impresión es la de que ellos son chicos muy normales, muy majos, como cabe esperar, quizá incluso un poco faltos de personalidad, pero perfectamente inocuos. Ellas, sin embargo, están locas, son histéricas, agresivas, maleducadas, patológicamente celosas y, por supuesto, infieles. Todos los problemas que en televisión provoque una mujer entran dentro de los márgenes de seguridad que el patriarcado ofrece a sus privilegiados. Un hombre conflictivo, sin embargo, uno solo (el Yoyas, por ejemplo), destapa todo el pastel patriarcal. Mediante este procedimiento la producción, por un lado, se somete a las exigencias de la audiencia femenina y, por otro, ofrece una versión de la realidad perfectamente funcional a la narración machista.

¿Recordáis a Daenerys? Es lo mismo.

Pero Daenerys es un personaje de ficción. Esa es la diferencia que albergaba la sorpresa. Eso es lo que el patriarcado no iba a poder controlar. Como en la mejor historia épica, el desenlace feliz, el clímax, llegó desde donde ya no se esperaba, y en condiciones mucho más lógicas y completas de lo que se esperaba. Fueron ellas, las propias concursantes, sumidas ya para la audiencia en el papel de villanas infieles, violentas, egoístas y despechadas, hijas sanas del feminazismo, las que consiguieron, unas más que otras y cada una a su modo, desenterrar una verdad que ya empezaba a parecer pura fantasía. El problema no era un problema en la pareja; el problema no era una relación concreta de pareja. Las relaciones de pareja son el problema: “No has hecho nada malo. No has sido infiel. Has cumplido con tu palabra. Pero, de todos modos, te dejo”. Así dio voz Melody a la gran mayoría de sus compañeras, de una y otra edición. Todo había estado perdido para ellos desde el principio, porque una vez que las mujeres podían aislarse, reflexionar, comparar, observar desde fuera y reforzarse entre sí, la pareja, cualquier pareja, el engaño de la pareja, era imposible. Así que los hombres, como en la primera edición, como en una película de zombis en la que se descubre que los monstruos solo pueden sobrevivir 48 horas, fueron cayendo abandonados uno a tras otro sin que, aparentemente, nada hubiera pasado. Algunos se lo esperaban, porque o sabían (Tom, ahora sí) que su engaño era demasiado burdo para no ser revelado por las cámaras, o habían constatado (Pablo) que su oferta era demasiado pobre para no ser relegada en favor de una experiencia excitante. Pero otros, como Cristian, la pareja de Melody, o Gonzalo antes que él, no podían entender que, habiendo cumplido la misión de mantenerse fieles y enamorados, no obtuvieran como premio la consagración de su relación. Igual que en la Ilíada, tras años de combates confusos e inciertos, todo termina como desde un principio se sabía que debía terminar porque, aunque Héctor era perfecto, Aquiles era invencible, y todxs sabían, desde mucho antes de que las primeras naves aqueas atracaran en las playas de Ilión, que lxs diosxs le habían concedido la victoria. Todo dependía de que Aquiles, aquí la realidad, despertara.

Y, una tras otra, fueron poniendo en palabras, a veces en falta de palabras, como pudieron, la evidencia adquirida de que la vida en pareja, al menos la que estaban viviendo, era un agujero por el que se les escapaba la vida. Y que no la querían. Y que querían hacer algo para salir de allí, para asegurarse no volver, para no dejar la más mínima posibilidad de que aquellas sí mismas que tanto tiempo habían caído en la trampa resurgieran y las atraparan de nuevo. Unas se fueron solas, otras acompañadas, pero todas, casi todas, sin el hombre con el que habían llegado, fuera este el que fuese, y hubiera hecho ante las cámaras lo que hubiera hecho. La realidad había así respondido a la ideología alienante; esta solo podía triunfar en la medida en que ocultara a la otra, a la verdadera. Pero una vez que la realidad salía a la luz el juego estaba perdido. El reality invertía la trampa: la pareja iba a someter a las mujeres, daba igual la forma que adoptase. Pero la realidad las liberaría, daba igual cuántos adornos tuviera la jaula.

En las palabras, y en las no palabras, de Melody, de Marta, de Susana, de Melyssa, de Andrea, de Mayca o de Avelina, podemos intuir, todavía hoy, el problema que no tiene nombre (), el papel de la esposa, secundaria, sin vida ni identidad, maltratada (creo que el maltrato físico es lo que se esconde tras los constantes ruegos de Marta para que Lester reconozca que ha hecho “cosas”), absurdamente subalternizada a un sujeto dependiente e inmaduro, tiránico desde su dependencia e inmadurez, caprichoso y trivial, que regala chuches, hace tests de afinidad, o dedica su vida a certámenes de bodybuilding. Esas mujeres, a veces nada reivindicables en otros sentidos, no escapan a la marca de la feminidad, y esa marca aflora tarde o temprano, si se le da ocasión, representando lo que tienen en común, lo que sufren en común, con las otras.

En el programa la feminidad sometida y (al menos parcialmente) liberada, la versión que el feminismo nos ofrece de la realidad y de la pareja, afloraron espléndidas y triunfantes. Pero la historia, que peligró por momentos, fue compleja, llena de artificios narrativos y trucos de atrezzo. Para que luzca en toda su gloria es necesario que la ayudemos un poco. Que la ordenemos. Que la limpiemos y recordemos.

Que la contemos.

 


No hay comentarios: