miércoles, 20 de junio de 2018

ligar desde la DISCRIMINACIÓN SEXUAL POSITIVA. la propuesta de Antiseductor.


Quizás porque lleva una temporada en segundo plano nos encontremos con distancia y frescura suficientes como para abordar una revisión del tema del ligue (seducción) a la luz de los nuevos debates sobre consentimiento y de la propuesta de discriminación sexual positiva que aquí se está planteando.

Sabemos que hasta ahora el tratamiento de la cuestión había sido estéril en el plano teórico. El único logro definitivo fue hacernos comprender que ligar es una práctica anegada en machismo y que prácticamente cualquier recorte le puede venir bien.

Pero, ¿hasta dónde llevar ese recorte? El “no es no” sacaba del tablero la insistencia y la idea de que los primeros rechazos son protocolarios. La interacción con mujeres desconocidas caía también bajo la lupa feminista y nos hacía plantearnos si es de recibo considerar “abordable” a una mujer por el hecho de serlo o por el de no estar acompañada de un hombre. Hemos llegado a plantearnos si la perpetua amenaza de requerimiento sexual no crea tal atmósfera de ahogo y falsedad para una mujer que incluso las iniciativas con fines sexuales o sexosentimentales llevadas a cabo por hombres situados dentro de su círculo de confianza quedan más allá de los límites del buen trato. Imposible construir vínculos afectivos heterosexuales si una mujer debe saber que tras cada amigo se esconde una propuesta sexual postergada pero inminente.
Se diría que el tema es un pozo sin fondo, y que no hay respuesta generalizable que no sea la de confiar en el sentido común y en la sensibilidad feminista de los hombres. O, al menos, esa es la desesperada situación hasta la fecha.

La solución se encontraba, sin embargo, en una entrada de agosto del 2015 del blog antiseductor.com: “Cómo ligar con mujeres sin molestar: No ligues”. Fin. Limpio y elegante. Cualquier otro discurso alienta el acoso, no excepcional, sino sistemático. Como decía, no existe norma posible que se pueda generalizar, así que la única alternativa es zanjar el tema.

La propuesta de antiseductor seduce, qué duda cabe, pero tiene un notable defecto: es inviable. Y no por argumentos forococheros tipo “la humanidad se extinguiría” o “que liguemos es lo que ellas esperan”.

Lo es por una cuestión política elemental: no es un trato que el enemigo vaya a aceptar. Se dirá: ¿por qué hay que preguntar al enemigo? Obliguémosle. Y será entonces cuando descubramos que no disponemos de la fuerza necesaria para hacerlo. Nos encontramos de vuelta en el mundo real, sobre el que la propuesta de antiseductor realizó su aterrizaje forzoso hace ya tiempo.

La idea tiene una importante carga de legitimidad, pero no tanta como para poner de su parte al necesario porcentaje de sujetos implicados. ¿Qué es lo que le falta a este plan para aglutinar fuerza suficiente o, traducido a términos sociales, apoyo suficiente?

Opino que el problema está en la estrategia misma. Su autor se sirvió del poderoso truco de expresar la propuesta de máximos del bando silenciado y adversario, haciéndola resonar en el bando opresor y propio. “No liguéis”, “dejadnos en paz”, “olvidadnos”, “iros definitivamente a la mierda” es un deseo que las mujeres han manifestado infinito número de veces con razón sobrada y que ahora era expresado por un hombre produciendo efectos de empatía y atención digamos, por ahorrarnos esta sangre, distintos.

Pero resultaba tan inasumible como siempre porque para los hombres seguía implicando, al menos bajo esta fórmula, el sacrificio de aquello que no es socialmente percibido como un privilegio, sino como una necesidad inalienable: (luchar por) establecer relaciones sexosentimentales.

El enemigo va a decirle a las mujeres que no tiene intención de acosar, pero que qué herramienta sustitutoria le están ofreciendo, porque tiene derecho a una. Les va a preguntar, además, si eso que quieren ellas imponer va a funcionar universalmente o solo cuando les apetezca, favoreciendo a unos hombres y desfavoreciendo a otros. Y les va a decir, por último, que si le están ofreciendo un trato igualitario o solo quieren desposeerle del privilegio para apropiárselo ellas. Lo que el enemigo va a preguntar, en definitiva, es si en esta propuesta de convivencia se ha tenido en cuenta su inclusión. Y lo cierto es que no se ha hecho.

Con la gran mayoría de los hombres en contra solo hay tres caminos, todos ellos colectivamente cerrados y todos ellos llevados a la práctica individualmente para converger en un estancamiento que condena a las mujeres a seguir soportando esa forma de acoso a la que llamamos “ligar”. La primera propuesta es la patriarcal; la inmovilista propuesta del enemigo: “ligar no es tan grave en la forma en la que hoy se lleva a cabo”. La segunda es la propuesta de máximos de antiseductor: “no ligues”. Es la inversa, desde el punto de vista de la confrontación. El sujeto oprimido se muestra sordo a las razones y necesidades del opresor y expresa su deseo sin restricciones. El opresor queda reducido a opresor atemporal sin capacidad para dejar de serlo; es, por lo tanto, simbólica y marginalmente deshumanizado; el poder hegemónico, sin embargo, sigue siendo suyo. Por último tenemos un abanico de soluciones más o menos individuales, más o menos aspiracionales, que constituyen los puntos juzgados por cada sujeto o colectivo como “justo medio” y que, como sabemos, con frecuencia son injustos para los hombres y sistemáticamente son injustos para las mujeres. Este continuo no es inocente ni ingenuamente bienintencionado, porque está íntimamente relacionado con el valor sociosexual. Pero no tocaré ese tema aquí.

Creo, sin embargo, que la propuesta de antiseductor es rescatable desde el marco de la discriminación sexual positiva, porque la masa social susceptible de identificase con ella se vuelve crítica.

No ligar como una medida de discriminación sexual positiva implica la conciencia de que no solo se reivindica un derecho por parte del sujeto oprimido, sino que se pide un esfuerzo, medido y provisional, por parte del opresor. Las necesidades del opresor son escuchadas, valoradas y postergadas, pero no ignoradas o despreciadas. Se reconoce el hecho de que, en alguna medida, el propio opresor es víctima del sistema que le privilegia, pero que su condición de víctima no es comparable a la del sujeto oprimido. Se entiende el solapamiento entre necesidad y derecho, de modo que un sistema opresor hace al sujeto dominador dependiente de conculcar los derechos del dominado. Se incorporan las necesidades del opresor a un baremo único de necesidades, en el que, debido a su magnitud, no ocupan posiciones destacadas. En definitiva, se fuerza al oprimido a responsabilizarse de su empoderamiento, limitando la posibilidad del uso despótico del mismo.

Este sacrificio, por lo demás justo, enfrenta al opresor con una propuesta que ya no puede rechazar y que es, o está muy cerca de ser, coincidente con la reivindicación de máximos.

Creo que podemos empezar no solo a debatirla sino, ya, sobre la marcha, a llevarla a cabo.

Hombre: ¿te apuntas a no acosar? No ligues.



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