lunes, 13 de junio de 2016

sexo y postgénero radical: algunas consecuencias inquietantes.


“…el surgimiento de sujetos individuales exige destruir primero las categorías de sexo.”

“…el Otro está condenado a permanecer en el lugar en el que se encontraba desde el inicio de la relación.”

“las mujeres no deberían nunca actuar desde el privilegio de ser diferentes (…) nunca caer en el “orgullo de ser diferentes”.”

“para mí la palabra “women” (mujeres) es el equivalente de “esclavo”.”

                                                                                                                                Monique Wittig.


Uno de los pilares sobre los que se construye la agamia es el rechazo radical al binarismo de fundamento reproductivo, ya sea en su aspecto biológico o cultural, ya se le llame “sexo” o “género”.

Podríamos decir que ser agamx implica autodesignarse como ajenx, no sólo a cualquiera de los dos polos dialécticos mujer-varón, sino a cualquiera de sus grados intermedios o de los productos de su próspera ingeniería combinatoria. La postgeneridad ágama establece también un binarismo que se enfrenta al anterior (¿triángulo? ¿Síntesis hegeliana? ¿Binarismo 3D?). En un polo lo femenino-masculino, en el de enfrente lo extraño y otro de esa calificación. Ni de Marte ni de Venus, ni de ningún satélite intermedio, ni de lugar alguno del espacio exterior. Terrestres, de aquí, de un presente que no ridiculiza lo humano al proyectar sobre el espacio sideral estereotipos infrahumanos.

Y para evitar caer en el error de la otra respuesta al binarismo de género, éste, ágamo, tampoco reconoce el espacio intermedio. No existe la identidad de medio género, medio género medio no género. Medio mujer medio nada. Se puede ser más o menos racista, pero poco importa. Lo que importa es que, si se es en alguna medida no racista, esa medida está ya en combate a muerte con la otra, la que lo es, aunque ésta diga eso de “todavía lo es”, o de “sólo lo es en esto”. No hay espacio intermedio armónico entre el género y el no género. El rechazo al género es un rechazo radical. Si se rechaza al género se rechaza también la parte de la conciencia que acepta al género. Esa parte de la conciencia es, a su vez, traidora al rechazo.

Nada que ver, eso sí, con una vida torturada por la autovigilancia, por supuesto. Es el rechazo lo que es radical. Nuestras prácticas son situadas y dependen de lo que podemos o conseguimos poder hacer. Del poder logrado. El rechazo, la autodesignación, ésa es libre. Y ningún comienzo puede ser mejor ni más empoderante. Ninguno ofrece mejores condiciones como base de operaciones para la implementación de la ausencia de género.

Y de ella quiero hablar brevemente, y de cómo repercute en la sexualidad, que siempre es tan divertido y tan espectacular.

Será un pequeño ejercicio de imaginación en tres pasos de exigencia creciente, como la canción de Lennon.

-la postgeneridad borra de una sola vez, como una única cosa, la identidad de género y la orientación sexual.

Acostumbrémonos a vaginas y a penes (una cosa es acostumbrarnos a los cuerpos de los demás y otra a lo que esos cuerpos hagan con nosotrxs. Acostumbrarnos a los penes no implica acostumbrarnos a ser penetradxs, tampoco si se proviene de la condición de mujer heterosexual), a pectorales con senos y sin ellos, a tamaños y complexiones. Y acostumbrémonos a tener un cuerpo en particular con características particulares no hegemónicas ni normales, porque nuestro cuerpo va a fluir de lo normal a lo anormal con total normalidad.

Acostumbrémonos. ¿Cuándo?  Ése es otro ejercicio. No hablemos del cuándo. Hablemos del plan. Apuntemos el plan para pronunciaros por él, y luego ya veremos.

-la postgeneridad deja sin sentido a la pareja como número de referencia.

Dos géneros: dos personas como unión perfecta. Eso se acabó. Dos es sólo unx menos que tres y unx más que yo. Dos es lo que ha pasado hoy que no vino A, o que apareció B. Dos es lo que habría si yo estuviera plenamente presente con B, mientras que B sólo está con medio yo y son unx y medix, si es que B está plenamente presente, que vete a saber. Dos es a lo que se acostumbraron mis progenitores, que se educaron en el sexo oculto y prohibido en el que alguien cazaba y alguien era cazadx, y no se parece a aquello a lo que me acostumbro yo, que me reeduco en un sexo no clandestino y social; en una intimidad colectiva que incluye la configuración más pequeña posible para una relación sexual: yo solx.

Y con el dos acaba la ficticia simetría amorosa llamada a veces “complementariedad”, falsa garantía de igualdad de poder y timo patriarcal por antonomasia.

Acaba la/el otrx como reflejo y como encaje en lo que necesito. Acaba la proyección en la/el otrx, la fusión binaria de las almas y su simbología gestual de miradas y abrazos pareados. Y comienza la/el otro como mundo; como humanidad diversa en la que vivo y con la que me encuentro, a la que contribuyo y que me alimenta. Y vuelve la complementariedad no especular, la buena, la plena, la que da lo que necesita a quien lo necesita, y no lo que es a quien ya lo es y lo reafirma en lo mismo y en sus mismas carencias.

Acostumbrémonos, por lo tanto, a las personas a las que no estamos acostumbrtadxs. A esas personas que no son nuestro simétrico y que, lejos de ser un ejercicio de narcisismo, son un vínculo con el mundo. O apuntemos que estamos decididxs a hacerlo, y que lo tenemos pendiente.

-pero… ay! La postgeneridad acaba con lo Otro.

La postgeneridad dice que ya no hay un aquí dentro y un allí fuera, y que ya no somos nosotrxs en partida de caza hacia lxs otrxs, sino que todxs somos nosotrxs, y estamos ya aquí, y no hay fuera en el que cazar, y no hay caza que realizar, porque no hay ningún sujeto que pueda devenir objeto mediante una caza.

La postgeneridad dice que no hay objeto, y eso nos va a costar admitirlo. Porque no haber objeto es no haber lugar donde depositar nuestra libido, que debe retraerse de nuevo a convertirse en una capacidad sin medio normativo que la vehicule. No haber objeto significa acabar con la ficción sexual de que un sujeto es un objeto, y significa que la libido no pasa por poseer, sino por aparecer en su estimulación. Significa acabar con la estrecha fantasía de que la excitación se realiza a través de un/a otrx que se objetualiza para masturbarnos, y significa que la masturbación no es masturbatoria, sino que ella es el sexo, al que podemos llamar, por ejemplo, “erotismo”. Y significa que lxs otrxs no son otrxs, sino iguales, sujetos con capacidad cooperativa en nuestra relación con nuestra libido, y que nosotrxs tenemos capacidad para cooperar con la libido de esos sujetxs que no nos desean, sino que solicitan nuestra cooperación para experimentar una libido libremente asociada y libremente asociable.

Esto nos puede resultar un poco más difícil. Pero parece cierto, así que será bueno. Apuntémoslo nada más, ya lo firmaremos cuando terminemos de tenerlo claro.


1 comentario:

Juan dijo...

Primera ley de la dialéctica. Unidad y lucha de contrarios. Se ven como contrarios, viven como contrarios, luchan (a muerte) como contrarios pero son solo dos aspectoas diferentes de una misma y única realidad. Solo en esa lucha, que los destruye como contrarios, surge la síntesis. Pero esa ya es otra ley. Negación de la Negación, creo.