lunes, 7 de marzo de 2016

de las identidades fluidas a la fluidez como identidad

Supongo, porque no lo sé, que cuando has llevado a cabo un cambio, de cualquier magnitud, en tu identidad de género, y un tiempo después descubres que tu nueva identidad tampoco te hace sentir exactamente cómodx, se abre para ti la puerta (aunque hay, obviamente, otros accesos a ella) de la bigeneridad, postgeneridad, el queer y el género fluido.

No lo sé, digo, porque tampoco sé si hay estadísticas sobre “retornos de identidad”. Pero de lo que no me cabe duda es de que una identidad elegida se experimenta, a algún nivel de conciencia, como un estado más coyuntural que una identidad impuesta por una cultura al completo que se acompaña, además, de un discurso biologicista. Quien cambió de identidad una vez es, entiendo, más proclive a cambiar una segunda que el que no lo hizo jamás.

O esto es así, y entonces se puede abiertamente hablar de “elección” (que no sería, por supuesto, elección como manifestación de una libertad absoluta, sino condicionada, pero es que ésa es la única libertad, y la que da sentido al término frente a la falta de libertad del condicionamiento completo o de la coacción ineludible), o estamos entonces ante una identidad de género impuesta por la naturaleza.
Me llama siempre la atención la paradoja de afirmar una identidad de género “natural” que se sobrepondría a una identidad sexual, que en ese discurso tendría que llamarse también “natural”, pero que sería una forma errada de lo natural. La identidad de género sería, sin embargo, natural y verdadera; en ella la naturaleza no erraría. El género sería, por lo tanto, una realidad esencial subyacente a un sexo marcado “sólo” por las características fisiológicas. Esta genealogía abriría una pregunta: ¿Existiría una realidad más esencial y más subyacente aún? ¿Y hasta cuándo podríamos seguir desenterrando realidades ontológicamente anteriores? ¿Y cuándo podríamos decir que por fin hemos descubierto quién somos? ¿Y cuántos de estos estratos de realidad, con sus correspondientes nombres y tecnicismos, seríamos capaces de memorizar y gestionar intelectualmente?

Ockham se pondría las botas.

No es frecuente que se hable explícitamente de una esencialización de la identidad, ni siquiera de la de género. Sin embargo, la retórica esencialista que se usa para empoderar a las diversas identidades transmite ese mensaje de forma mucho más poderosa que el relativismo de género. Así, la homosexualidad, la bisexualidad, la asexualidad (orientaciones sexuales que funcionan, opino, como núcleo de la construcción identitaria), dejan de ser opciones para convertirse en “descubrimientos”. “Un día comprendí que no me pasaba nada. Simplemente había nacido asexual”.
queer subliminal en la educación de los 80

La transexualidad sería la inscripción irrevocable en los cuerpos de esta esencia oculta y felizmente descubierta. En realidad, claro está, es su materialización. La cirugía, el tratamiento bioquímico, son la ceremonia iniciática con la que la persona manifiesta su compromiso firme con su nuevo grupo de pertenencia y adquiere la pertenencia al grupo de pleno derecho. La unificación y ofrenda de la horda multiforme que habita nuestra psique, para evitar ya cualquier paso atrás.

Y del lado de la experiencia, de la demostración mediante algo tangible y señalable, siempre sólo esta “conciencia” identitaria; esta afirmación individual de que se “es”, sin más prueba que aquello que la persona sea capaz de escenificar como imitación del grupo al que aspira a pertenecer, ya se trate de la designación del objeto de deseo, ya del uniforme de género, ya del trabajosamente aprendido rol social.

En esa persecución, y en esa necesidad de encontrar para el individuo una identidad colectiva, éstas se multiplican, se homogeneízan y se exponen en mostradores cada vez más amplios y luminosos, cada vez más diversificadas, cada vez más próximas a simples mercancías industrialmente producidas que persiguen al individuo ofreciéndole realizar el sueño de la identificación mediante un formato express. “Necesitas una identidad”. “Del Real Madrid se nace”. Y mujer. Y palestinx. Pregúntate “qué has nacido”. Busca tus condicionamientos y refuérzalos hasta que no puedas escapar de ellos.

En algún momento de toda esta vorágine nos olvidamos de que “la mujer no nace, se hace”, hasta el punto de que vemos hacer identidades cada día y creemos descubrir incuestionables realidades neuropsíquicas, que brotan milagrosamente de la húmeda, fresca y verdadera madre tierra, como si fueran ababoles.

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