miércoles, 20 de agosto de 2014

entonces, ¿cómo criamos a lxs hijxs?


La pregunta del título es el mejor argumento contra la agamia y, a la vez, el mejor argumento en su favor.
De todo aquello que el rechazo al “gamos” deja en suspenso, sin seguridad de realización inmediata, es una crianza solvente de lxs hijxs lo único que no puede permitirse una pausa reflexiva. La agamia es imposible sin un rudimento de solución alternativa, para la cual necesita también un vía alternativa infraestructural de la que ahora se carece.

 
Pero, al mismo tiempo, este obstáculo, que se encuentra una vez alcanzado el núcleo de lo irrenunciable, pone de manifiesto la verdadera naturaleza de la pareja. Se desvela así, o se recupera, la conciencia pre-amorosa que hace entender al gamos como la herramienta para la producción de descendencia. Este vínculo es éticamente intolerable. Una vez reconocido el carácter de medio de la pareja, una vez desmitificada como fin que proporciona la felicidad, se derrumba toda su capacidad de captación.

En la agamia no serán las figuras pretendidamente naturales del padre y la madre, ni modelo alguno inspirado en las anteriores, quienes realicen el trabajo reproductivo enajenado por el amor. Se hace necesario un análisis sin prejuicios naturalistas sobre las necesidades afectivas y tutoriales mínimas del/la hijx. Dichas necesidades mínimas serán consideradas sus derechos, y el nacimiento de un/a niñx deberá sólo producirse bajo el cumplimiento de estos derechos.

El factor humano de estos derechos, es decir, la figura o figuras que deben encargarse de su crianza, serán individuos que hayan asumido esta responsabilidad con todas sus consecuencias. Para que dicha asunción resulte más atractiva y menos susceptible de condicionar excesivamente una o varias vidas, se investigarán las posibilidades que, sin perjuicio para la/el niñx, ofrece la crianza de ser flexible en cuanto a la identidad de sus responsables. Así, la tarea de la crianza, que sólo puede ser asumida como un compromiso a largo plazo con una enorme implicación, constituirá un plazo mucho menor y requerirá de una implicación mucho menor que la maternidad tradicional. Sin embargo, lxs hijxs recibirán una atención igual o incluso más ajustada a sus necesidades que en ésta.

 
La agamia, por lo tanto, no sólo desanuda lo sexual de lo sentimental de las relaciones sexosentimentales, convirtiendo al sexo en erotismo y al complejo “sentimental” en el desarrollo de todos los aspectos de las relaciones, sino que, además, desvincula dichas relaciones de la crianza, emancipando ambas y permitiendo con ello que ambas se realicen en las mejores condiciones de vocación, responsabilidad y libertad. Las relaciones de crianza son, prioritariamente, relaciones entre adultxs y niñxs, y sólo secundariamente, y por esta causa, relaciones entre adultxs, sin detrimento de las relaciones que dichxs adultxs puedan realizar.

Queda así obsoleta la consanguinidad como lazo afectivo natural que conduce espontáneamente al cuidado mutuo, y que constituye, en realidad, una norma de responsabilidad. La familia, si es que se puede seguir utilizando este término, será contractual allí donde dicho carácter contractual sea requerido por el carácter del lazo de responsabilidad que une a los individuos, y de generación espontánea allí donde la responsabilidad que implica la relación puede dejarse en manos de la disposición de individuos libres.

La renuncia al amor, por lo demás, tiene como consecuencia, en la relación con lxs hijxs o personas criadas, la sustitución del amor parental por una afectividad consciente y responsablemente adaptada a las necesidades de lxs hijxs.

Salta a la vista que el problema inverso de los cuidados de adultxs dependientes, ancianxs o enfermxs, debe resolverse según esta misma lógica, en perfecta sintonía con el pensamiento económico feminista que incorpora el trabajo de los cuidados a la economía computable, junto con el horizonte de un trabajo que se descomputa en su conjunto y que se incorpora a la vida feliz mediante su desenajenación, es decir, mediante su evolución en actividad con fin en sí misma y no en ser intercambiada por un salario.


Pero se debe añadir que es la mitificación de la reproducción como actividad que confiere sentido a la vida lo que prestigia la crianza de niñxs por sobre los cuidados a adultxs, convirtiendo lo primero en un privilegio y lo segundo en una carga. La agamia equipara el valor de ambas cosas, pues las dos son actos de socialización. Serán las características específicas de las personas intervinientes las que dotarán a uno u otro de mayor o menor eficacia.
 
A pesar de que se ofrece este esquema alternativo, la agamia queda, estrictamente hablando, fuera del problema de la reproducción salvo, lógicamente, en lo que la reproducción tiene de “relación”, ya que la agamia es el reconocimiento de la “relación” por eliminación del tipo particular de relación llamada pareja y basada en el amor. La reproducción no es, por lo tanto, un problema que la agamia deba resolver para legitimarse, sino más bien un problema al que se debe dar respuesta “desde la agamia”, si se pretende presentarla como un modelo posible.

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