lunes, 6 de enero de 2014

AGAMIA: preguntas más frecuentes


Las preguntas son inventadas, pero recordando conversaciones creo que aparecen la mayoría de las más frecuentes.

Si falta alguna, ya sabéis.




P-¿Cómo puedo aprender más sobre la agamia, conocer a otras personas ágamas, tener relaciones ágamas?
R-La agamia está en pañales, en pleno desarrollo teórico y experimentación práctica, de modo que a poco más que a esta comunidad te podrás dirigir a la hora de buscar antecedentes. Pero su puesta en práctica es tan versátil que, desde el momento en que tú te interesas por la idea y eres coherente con ella en algún sentido, ya estás teniendo, en cierta medida, relaciones ágamas. Aprende de ellas y compártelo con nosotros.


P-¿Qué hace falta para ser ágama? ¿Cuáles son las condiciones básicas?
R-Ser ágama, como ser monógama, es una convicción y un pronunciamiento. La vida, después, se llevará o no a cabo según los principios de la agamia, resultando de ello la condición de ágamo coherente o incoherente. Como sabemos, ni los monógamos, ni los polígamos, ni los poliamorosos, lo son del todo. Si tuviera que reducir el nivel de agamia a un solo parámetro, diría que se es más ágama cuanto mayor es, en las relaciones, la racionalidad ética. Produzca las formas que produzca.

P-¿Puedo ser agama y tener pareja?
R-Ser ágama y tener pareja es una contradicción en los términos, de modo que no puntúa muy alto en la escala de la coherencia. En cualquier caso, la agamia no puede conducirte a una situación insostenible ni impedirte una experiencia que consideres importante en tu desarrollo afectivo. A veces, la única alternativa puede ser tener pareja. A veces, deseamos tanto tener pareja que es mejor no reprimirlo. Pero, en ambas situaciones, nuestra racionalidad ética debe conservarse intacta. Sabremos que tenemos pareja porque las circunstancias lo han obligado, aunque preferiríamos que no fuera así, en el primer caso. En el segundo, sabremos que deseamos algo que resulta insensato, y dejaremos que nuestra experiencia dentro de la insensatez vaya haciendo coincidir lo que creemos que debemos desear con lo que deseamos realmente. 

P-¿Hay alguna forma de conciliar la agamia con la experiencia de compartir la vida con una persona especial?
R-Si por “persona especial” entendemos un eufemismo de la pareja, entonces la respuesta está dada en la pregunta anterior. Si entendemos el concepto según su sentido literal (el gamos utiliza estos eufemismos para ocultarse, deformando sus sentidos literales hasta hacerlos desaparecer), es decir, “persona que destaca en la vida afectiva”, la respuesta, rotundamente, es “sí”. Nada más lógico que tener cerca a aquellas personas que tienen un papel más destacado en la vida propia. Esto no significa, lógicamente, que hablemos necesariamente de vivir con una sola persona, o con la persona con la que se tiene una relación erótica más intensa, o de determinar la logística a la que llamamos “vivir juntos” (puede tratarse de compartir casa, o de hacerlo periódicamente, o de vivir muy cerca, o cualquier otra alternativa que se adecúe a cada situación).
P-Si decido ser ágamo, ¿debo pensar que me voy a tener que ir a la cama con cualquiera, tenga el físico que tenga, incluso quienes me resulten repulsivos?
R-El deber nunca es una norma sorda. Tenemos obligaciones éticas, por supuesto, y la agamia es el primer modelo de relación que lleva la coherencia entre la ética y las relaciones a las últimas consecuencias. Pero nuestras obligaciones dependen de nuestra capacidad para realizarlas. La barrera cultural del asco, cuya función sistémica es maximizar la formación de parejas fértiles sin, por ello, poner en peligro los privilegios de clase (por eso nos dan asco, grosso modo, quienes son menos fértiles que nosotros –niños y ancianos- menos atractivos - feos y sucios, es decir, pobres- o quienes pertenecen a nuestro mismo sexo) sólo puede superarse progresivamente, y mediante el aprendizaje y la convicción. Superarla por la fuerza provoca traumas contraproducentes. Tenemos la responsabilidad de procurar superar nuestro asco, no la obligación de haberlo superado.
De todos modos, no debemos preocuparnos, pues en una situación propicia y con una mentalidad abierta, el simple gusto físico se vuelve extremadamente maleable.

P-¿Cómo puedo defenderme de quienes utilicen la excusa de la agamia para buscar relaciones sexuales tradicionalmente posesivas?
R-El problema de que cualquier cosa que no sea monogamia es entendido por algunas personas, especialmente hombres, como un buffet libre de sexo, es ya un lugar común. Los poliamorosos lo llaman “polifake”, y lo consideran un fraude que debe, incluso, ser denunciado ante otros poliamorosos.
Para la agamia no existe este problema, pues no se fundamenta, ni en un pacto ciego basado en el amor, ni en la aceptación de nadie a priori por su sola pertenencia a un modelo u otro de relación. En la agamia no se dan saltos adelante; las relaciones no se construyen de la nada por la simple voluntad de que éstas existan. La “química”, la “chispa”, la “conexión”, tantas veces evocada en el amor para justificar que dos desconocidos empiecen de la noche a la mañana a tratarse como si no lo fueran, no tienen esta función en la agamia. La ilusión por una relación que acaba de surgir, o a la que se le han abierto nuevas perspectivas, no es tratada como si esas perspectivas ya se hubieran cumplido. Así, sean quienes sean, ágamos, monógamos o polifakes, las personas con las que establezcamos cualquier tipo de relación erótica, ésta se fundamentará en lo que sabemos de ellas y en lo que la relación existente nos permita esperar, no en lo que deseemos que la relación sea, especialmente a través de la relación erótica misma.
Los ágamos “seguimos” a nuestra cabeza, no a nuestro corazón.

P-Tanto hablar de razón suena aburrido. ¿No se pierde espontaneidad siendo ágamo?
R-Vincular al corazón con la diversión y a la razón con el aburrimiento es un prejuicio sin fundamento alguno. El corazón, es decir, la voluntad en su manifestación más emocional, es mucho más monótona, predecible y, por supuesto, estúpida.

P-¿Y lo de la moral? ¿No es aburrido tener que preocuparse siempre de si las cosas están bien o están mal? El amor parecía el único lugar donde, al menos, podíamos relajarnos.
R-No hay alternativa a la moral. Si lo que hacemos está mal, entonces, simplemente, no tenemos que hacerlo. Plantearse si resulta aburrido actuar así es una frivolidad y no merece consideración. Pero la moral no es una carga que ralentiza cada uno de nuestros movimientos. En casi todos nuestros actos la moral está automatizada, y aparece de nuevo sólo en situaciones nuevas o clave. Pocas cosas hay tan interesantes, por otro lado, como reflexionar sobre la calidad moral de nuestros actos.

 Escena de Naked, de Mike Leigth (1993). Johnny discute sobre el sentido de la vida con "el hombre con el trabajo más tedioso de Inglaterra"

P-Pero la moral es monógama y conservadora. Si fuéramos siempre morales no podríamos innovar y, por supuesto, no existiría la agamia.
R-Actuar moralmente no significa hacerlo en función de una determinada moral, y menos de una moral conservadora, que suele ser altamente inmoral. Actuar moralmente sólo significa elegir lo mejor bajo la responsabilidad de nuestro juicio. Yo, por ejemplo, tengo claro que la agamia es mejor que la monogamia, porque su capacidad para ayudar al desarrollo de las personas y evitar su sufrimiento es mayor.

P-¿Cómo le digo a mi pareja que soy ágama?
R-Buenos días, pareja. De hoy en adelante seré ágama. ¿Quién hace el desayuno?

P-¿Y si hay hijos de por medio? Una declaración así puede acabar con la convivencia familiar.


R-Por supuesto que puede hacerlo. Pero si conservar las condiciones actuales de convivencia con los hijos implica no poder crecer y cambiar a lo largo de la vida, entonces estamos sometidos a un chantaje inaceptable. Tenemos la obligación de cuidar a las personas que tenemos cerca y evitarles cambios que puedan resultarles traumáticos. Ellos también tienen la obligación de concebirnos y aceptarnos como seres cuya realización es el crecimiento.
Es un tema delicado que habrá que tratar en un texto más extenso, pero las dos primeras preguntas son “¿tengo derecho al cambio?” y “¿se me está permitiendo realizarlo?”. Muchas de las cláusulas del pacto del gamos son ilegítimas y respetadas sólo por la fuerza. Si el compañero se muestra como tal, es decir, como un verdadero compañero, deberemos maximizar nuestra colaboración; si utiliza el contrato del gamos para oprimirnos, entonces legitima que actuemos a sus espaldas.

P-¿Qué pasa si, siendo ágamo, me enamoro?
R-Nada preocupante. El enamoramiento es el entusiasmo surgido al determinar la identidad de la persona con la que se desea establecer un gamos. Para quien simpatice con los presupuestos de la agamia, el gamos es una relación opresiva y, por consiguiente, injusta. Entendido esto, es fácil orientar dicho entusiasmo hacia expectativas de relación más justas y edificantes, así como desautorizar al enamoramiento y disfrutar de él como un simple arrebato transitorio sin consecuencias; algo así como una borrachera.

P-La agamia parece un planteamiento demasiado radical. Entiendo que el amor merece muchas críticas, pero una transformación tan completa suena a actitud intransigente. ¿No sería mejor encontrar un término medio?
R-La agamia es radical. O, al menos, aspira a ello. Radical significa “que va a la raíz”, es decir, a la sustancia. Este significado conlleva que cualquier cambio que no sea radical no será un verdadero cambio, sino una reforma que hará pronto rebrotar al problema.
Si por transigencia entendemos “adaptación a las circunstancias”, entonces la agamia es un paradigma de transigencia. Si es “adaptación a las voluntades”, entonces me temo que no.

No hay comentarios: