jueves, 28 de noviembre de 2013

somos 1000. respuesta a un comentario

                 Anónimo dijo:

             Hola. He leído (a veces en diagonal) diversas entradas de este blog. Tengo muchísimas cuestiones que plantear y temas que abrir. Por lo menos hemos de agradecer este blog, que trata el tema de una manera diferente (no digo que acertada) e intenta arrojar un poco de luz en medio de tanta oscuridad.

             Vamos a mis temas/cuestiones:

             1º El amor no es solamente de pareja. Entiendo que aquello de lo que está en contra este discurso es en contra del amor de pareja y el amor monógamo. Dejamos a parte el paterno/maternofilial, ¿no? ¿Qué ocurre con ese amor?

             2º ¿Se han dado cuenta de que Platón define el amor como privación? Pero no por eso renuncia al amor. Comte-Sponville (libro: ''Ni el sexo ni la muerte'') reflexiona sobre eso, y aclara ''que no hay amor feliz'' (citando a A. Bretón) pero al mismo tiempo concluye que ''no hay felicidad sin amor''. ¿Qué pasa con eso?

             3º En un libro, Francesco Alberoni (no era gran cosa de libro, terminé tirándolo, pero merece la pena rescatar alguna idea) señala que el amor no es continuo. Nace y muere, y con cada nacimiento y muerte, con cada ruptura el amante aprende a amar mejor y a amarse mejor, en una especie de construcción permanente del propio yo emocional.

             4º Occidente, gracias al divorcio, ha sustituído la monogamia vitalicia por la monogamia sucesiva socialmente tolerada. ¿Es una etapa de transición hacia una nueva concepción de las relaciones emocionales/sexuales, la entesala del poliamor socialmente tolerado, el prólogo a las relaciones abiertas generalizadas?

             5º Los celos, la monogamia, la exclusividad sexual, ¿pertenecen a nuestra socialización primaria, a la estructura cultural de nuestra psique... a qué?

             Saludos!

 

             Muchas gracias por un comentario tan elaborado y articulado, más aún por tener la paciencia de leer entradas del blog y, sobre todo, enhorabuena por lograr hacerlo en diagonal, que debe de ser, dado lo farragosa que muchas veces es mi prosa, como esquiar sobre un canchal.

             El modelo que propongo en “contra el amor” requiere de todo este trabajo de especificación, de aclaraciones, de ejemplos y de propuestas, de modo que avanzamos un poco más, y lo hacemos un poco más coherente, con cada una de estas aportaciones.

             Voy a contestar lo mejor que pueda punto por punto:

             1_El rasgo psicoemocional sustancial del amor es el narcisismo idealizante, es decir, el mirar por los propios intereses, por la propia satisfacción, como si ésta fuera posible gracias a él, y como si de ese modo se lograra también la satisfacción de los demás. Para aceptar este disparate requiere de un irracionalismo salvaje y abierto que es su principal rasgo ideológico. Así pues, encontramos que la sustancia del amor de pareja no es sólo la sustancia de todos los amores, sino que el amor de pareja es el amor en el que dicha sustancia aparece de manera más perfecta. De ello podemos entender que este amor “logrado” inspira al resto y que su erradicación implica la erradicación de los demás. Eso, por supuesto, no significa que las relaciones entre las personas queden desprovistas de afecto y del necesario cuidado. Quiere decir, simplemente, que dejan de ser dominadas por el afecto irracional narcisista.

             Hablo de ello en esta entrada.

             2_Platón entiende que el amor es la fuerza que nos impulsa hacia lo bueno, y que en tanto que nos impulsa implica que lo bueno no ha sido alcanzado, es decir, que carecemos de ello. Hablar de que “amor es carencia” sería casi un juego de palabras. Podría también decirse que es “presencia del deseo de lo bueno”. Nuestro amor, sin embargo, relativiza la bondad de nuestro objetivo, aceptando cualquiera siempre que sea el que hemos decidido. Así, se convierte simplemente en “motivación”, sin carácter moral. A ello se le añade el carácter inmoral del objeto inducido por la cultura social, que es de finalidad fundamentalmente ostentosa. Una motivación educada convertiría al amor en un fenómeno deseable. Pero la funcionalidad sistémica del amor impide esa conversión, de modo que la alternativa debe ser definida al margen del concepto de amor.

             Comte-Sponville hace un uso vacío de la contradicción platónica y demuestra poco interés por su solución. No explica, por ejemplo, por qué el amor no desaparece, como ocurriría en Platón, justo cuando el objeto es alcanzado (que desaparezca con el tiempo es una constatación insuficiente).

             3_No conozco a este autor, pero entiendo que su afirmación se aprovecha de una obviedad, y es que las experiencias enseñan, especialmente si generan problemas que deben ser resueltos. Nadie concibe el amor como una sucesión de problemas a resolver. De hecho, dicha resolución, que según el texto que citas es la separación, constituye el fin del amor, es decir, su fracaso. La adaptación de la ideología del amor a la idea de que éste debe acabar con el tiempo no sólo es una derivación del sustrato principal, sino una solución poco menos mala que la otra, porque entiende las relaciones como entusiasmos fraudulentos y estériles que no construyen vínculos con el entorno, sino que mantienen al individuo en un aislamiento sucesivo.

             4_Es cierto que esta situación genera una contradicción, como queda de manifiesto en el punto anterior. No tengo una opinión formada sobre si la sociedad camina hacia algo mejor gracias a dicha contradicción. En todo caso puedo decir que considero deseable que los individuos conserven, al menos, su capacidad para salir de la relación una vez que comprenden que es opresiva. Este progreso en la libertad, que permite, por acumulación y refresco de experiencias, una formación mayor, está, sin embargo, amenazado por otras fuerzas ideológicas que dificultan, al menos para mí, la previsión. No nos queda más remedio que pensar que el futuro, en alguna medida, depende de lo que hagamos con el presente.

             5_El individuo comprende la funcionalidad de sus vínculos sociales a medida que descubre y comprende su entorno. Este principio podría hacer pensar que los celos son antes que la liberalidad. Pero incluso el egoísmo primigenio está atravesado de cultura, esta expresado en forma de unos determinados usos e ideas, que determinan si el comportamiento tendrá como resultado la opresión o la socialización edificante. Sólo porque la angustia del individuo se encauza por el camino de la posesión de la pareja es posible que los celos sean un elemento estructural de las relaciones. Mucho más poderoso que cualquier factor primigenio, hoy día, es el bombardeo informativo contradictorio que condena los celos con una mano y los promueve con mil.

             Un saludo.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

el manifiesto de los 343, o la abyección del "canallismo" (II). comentarios a los comentarios



Tyfus dijo…

Diecisiete párrafos para que toda su argumentación se resuma en 3 lineas " La otra consecuencia es que una reducción drástica del consumo de prostitución asequible repercutirá directamente en la franja correspondiente a la esclavitud y, por lo tanto, la medida es un golpe poderoso a dicho sector del mercado. Seguirá habiendo prostitución, pero habrá menos esclavas (medida, por lo tanto, netísimamente de izquierdas)."

la única razón para escribir tanto a favor de una medida ¿es una premisa falsa?

Penalizar a una persona por llegar a un acuerdo comercial en el que ambas partes están de acuerdo porque se den otros delitos en ese ámbito es de lelos, lo que hay que hacer es perseguir los delitos, no crear unos nuevos. La medida sólo añadirá un componente extra de marginalidad a un colectivo, haciendolo más susceptible a la entrada y control de las mafias, pero supongo que es más fácil hacer como que hacemos algo que reconocer que lo qeu teníamos que hacer no se está haciendo.

Curioso que tanto artículo como primer comentario hagan tanto énfasis en las heces para alguien que opina diferente...

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Seguro que me he explicado mal. Mi intención no era tanto escribir a favor de la medida, que lo era, sino en contra de los argumentos esgrimidos para reprobarla. Expuestos sintéticamente, son los siguientes:

1-cada uno tiene derecho a establecer con su cuerpo libres relaciones contractuales.

2-cada uno tiene derecho a ser satisfecho en sus necesidades sexuales.

3-la prostitución es una salida laboral para personas en situación de exclusión social.

4-la medida es ineficaz porque prohibir algo siempre lleva al aumento de su demanda y clandestinidad.

5-la medida es ineficaz porque no se puede hacer desaparecer algo que siempre ha existido.

6-la medida es injusta e ineficaz porque no se dirige sobre el problema mismo sino sobre la parte más débil del problema, perjudicando a practicantes inocentes de dicha actividad.

Los argumentos 1, 2 y 3 son rebatidos por la importancia del problema perseguido. Dado que la esclavitud es un daño que, en estas circunstancias, está llevado a mayor gravedad que la pérdida de la libertad sexual y el deterioro de la exclusión social, e infinitamente mayor que la pérdida de la libertad contractual indiscriminada (que, por otro lado, ni existe ni ha existido jamás), resulta que los argumentos 1, 2 y 3 pasan a la consideración de males menores.

Los argumentos 4 y 5 son generalizaciones falaces que, si bien no se pueden generalizar en sus contrarios (“la medida es eficaz porque se puede hacer desaparecer algo que siempre ha existido”, por ejemplo) encuentran rápido contraejemplo a poco que se los tome mínimamente en serio.

En cuanto al argumento 6, que entiendo que es el utilizado por tyfus, hermana guapa de las dos anteriores y víctima de la misma genética defectuosa, diré simplemente que la política y la legislación no son actividades asépticas, sino noble o innoblemente sucias, según el caso, pues dependen siempre, para valorar su justicia, de un cálculo no redondo de sus consecuencias. Las legislaciones están plagadas de prohibiciones sobre acciones que, realizadas sin ánimo de daño, no tendrían por qué ser prohibidas, pero que constituyen una oportunidad difícilmente controlable para realizar un daño (por ejemplo, la prohibición de venta de tabaco a menores, que no implica consumo, pero que da una facilidad incontrolable para realizarlo).

La medida francesa puede acabar resultando ineficaz (sobre todo si no se ponen los medios para ejercerla), pero pocas pueden ser las voces autorizadas a afirmar con rotundidad su inadecuación. Sin embargo, las voces han sido muchas, estruendosas y estridentes, desesperadas, se diría, como si denunciaran una obviedad que en modo alguno, como se ve, puede serlo. Contra ellas, como ya estaba escrito, va el artículo; contra quienes siguen obviando que, ante todo, estamos hablando de esclavitud, secuestro, violación y muerte. Es duro asumir la idea: “me he aprovechado sexualmente de la esclavitud de una persona”. El incentivo para hacerlo es pensar que se ha evitado la reincidencia en una culpa tan difícil de soportar.

Sí concedo, sin embargo, la afirmación de que el texto está compuesto de 17 párrafos. No lo he comprobado personalmente pero, en este punto, confío en el buen criterio del comentarista.

martes, 12 de noviembre de 2013

el manifiesto de los 343, o la abyección del "canallismo"


                Escribo este texto para constatar mi desconcierto.

                Siempre resulta chocante encontrar a colectivos conservadores adoptar actitudes reivindicativas propias de la izquierda. Las manifestaciones contra el aborto, o las celebraciones de los triunfos electorales del pp son comportamientos copiados e impostados que despiertan espontáneamente aprensión. Al ver a la clase alta comportarse como si fueran la chusma a la que desprecian, es decir, nosotros, intuimos una aberración oculta que puede adoptar muchas formas en nuestra fantasía: Tal vez se trate de una derecha paria, que hace méritos frente a la derecha noble aviniéndose a actuar como su proletariado propio, aunque el verdadero proletariado, el que tiene conciencia de serlo, les resulte demoníaco. Tal vez sea la derecha noble misma, aceptando cambiar la cara durante unas horas por responsabilidad de clase, para desquitarse después frente a un menú de 150 euros. Tal vez ellos mismos se han convencido de que esto es bueno, aunque haya sido siempre malo, y sienten por dentro un desagarro torturante que convierte su gesto de alegría en una mueca cerúlea.

Yo qué sé. El caso es que no hay cosa más grotesca que un manifiesto de derechas. Los 343 “sinvergüenzas” que firman el texto por el que se pide al estado francés que no sancione a los usuarios de la prostitución se convierten en 343 payasos que parecen haber sido empujados a escena por sus superiores de una patada en el culo. “Haceos los indignados”, da la impresión de que les hubieran ordenado, a pesar de sus súplicas por evitar la personificación de la patochada. Y ellos, obedientes, se enfundan el traje raído, ensayan una mirada indefensa, y se ponen al frente de una imaginaria masa social que no pudiera por más tiempo soportar el acoso de las instituciones y que, muda hasta hoy, decide por fin lanzarse a la calle a luchar por su dignidad.

Los últimos tiempos han puesto a prueba nuestra capacidad para respetar opiniones discrepantes, y la mía se ha acabado ante determinados excesos. Por supuesto, el hecho se califica por sí solo. Que esta panda de desequilibrados parafrasee el manifiesto a favor del derecho al aborto que en 1971 firmaron 343 francesas entre las que se encontraban Simone de Beauvoir, Marguerite Duras o Monique Wittig deja ya claro hasta qué punto se están tomando en serio a sí mismos. Se diría, por lo alto de sus miras, que son, en realidad, conscientes de su insignificancia, de su condición de karaoke de borrachos. Pero es que ante el dato, que yo no puedo contrastar, de que el 90% de la prostitución se desarrolla en condiciones de esclavitud, la prosa vacía del manifiesto, reivindicando el derecho de cada uno a utilizar su cuerpo como desee, invita al insulto arrollador y a la humillación pormenorizada; a la descripción cristalina, pública y en detalle de lo que implica, desde el punto de vista, moral firmar esa cosa.

Pero mi estupor no es consecuencia de haber tenido noticia de la anécdota estrafalaria del día. En realidad, ha llegado cuando he intentado encontrar eco a mis impresiones en los comentarios que la acompañaban, y he descubierto que el raro era yo. El argumento predominante es ése de la libertad, y las referencias a la esclavitud se hacen como constatación de que, sí, la esclavitud existe, pero la prostitución voluntaria también, y que no hay que confundir una cosa con la otra, a riesgo de mermar el desarrollo social. “¡Salvemos la prostitución humanista!” parecía ser el eslogan subyacente.

Le habrá pasado a cualquiera. En esos momentos te preguntas si has comprobado qué medio estás leyendo, porque claro, en internet, de vínculo en vínculo, enseguida olvidas dónde vas a caer. Le doy velozmente a la ruedita para que me muestre el encabezado y ¡no hay error!: Diario Público. Es decir, o hay una campaña de troles, que parece una posibilidad remota pero a considerar, o así piensa la izquierda. He volado a facebook para ver si la edición aquí había corrido mejor suerte, y qué va. “Cada uno que haga lo que quiera”, “A los que hay que perseguir es a los tratantes de personas”, “Es imposible abolir la prostitución” “¿Y qué pasa con la prostitución masculina?”

Me saca de quicio la agresividad feminista (expresándose con rigor habría que decir “la agresividad de ciertos feministas o de cierto feminismo, que alimentan, irresponsablemente, el odio entre géneros con la consecuencia de acentuar sus diferencias”, pero la realidad es que el receptor normalmente no distingue, y sólo ve que quienes más enarbolan la bandera del feminismo son quienes más le insultan a él por cosas que, a veces, ni siquiera ha escuchado jamás ni ha tenido la oportunidad de plantearse). Pero, ante situaciones como ésta, comprendo que la sensibilidad debe de estar a flor de piel, y la paciencia lejos ya de su última gota.

En fin, puestos ya los 343 capirotes, serenemos los ánimos y hablemos los demás, hijos todos de dios.

Es evidente, y siempre viene bien asentarse sobre lo evidente, por evidente que resulte, que el tema de la prostitución es complejo. La perspectiva feminista nos ayuda a comprender su orientación de género y nos ahorra mucho esfuerzo a la hora de buscar, ordenar y aburrir con datos. La existencia de la prostitución es una manifestación más, aunque no una cualquiera, del sistema opresivo patriarcal. Es su sexualidad extra del hombre, concedida básicamente por dos razones; la primera, porque el hombre, como institución, manda y hace lo que le da la santa gana, de modo que si quiere sexo debe disponer de él a granel, y si eso implica que la mujer (como institución) no lo tenga, pues se inventa la puta, que me permite dejar a mi mujer en casa e irme a follar yo mientras ella me cría a los hijos con la ropa cosida a la piel. La segunda razón es que la represión sexual necesaria para constreñir la vida sexual en vida reproductiva, a la que se añade la necesaria para convertir al individuo en consumidor compulsivo de la sociedad de mercado, genera tal ansiedad sexual que no hay liberación sexual que haga carrera de ella. Vamos que, sin prostitución, no sólo el hombre como género opresor rechazaría el matrimonio por demasiado igualitario, sino que como género sexualmente compulsivo desarrollaría un comportamiento sexualmente aún más patológico, si es que eso cabe, que es discutible.

El hombre crea este mercado movido por las consecuencias que tendría el no crearlo. Las consecuencias, sin embargo, de su creación, le importan lo justo. Hoy por hoy, repito, esas consecuencias son, o dicen que son, un 90% prostitutas en situación de esclavitud. Francamente, si el dato es una gran mentira pergeñada por una logia feminazi me importa lo que la imagen pública de un firmante del manifiesto. Si es el 60%, o el 40, o el 16, cualquier otra consideración palidece, incluso la que le sigue inmediatamente en importancia, que es la función de la prostitución como salida laboral para colectivos marginales.

Existe un problema de extremada gravedad y urgencia: el mercado del sexo tiene lugar en condiciones de esclavitud en dimensiones que le son sustanciales: el mercado del sexo es, por lo tanto, sustancialmente esclavista. Esta frase debe grabarse a fuego en nuestra sociedad, para que todos actuemos en consecuencia, incluso ese colectivo psicótico llamado “clase alta”.
 

Buscando responder de algún modo a este problema, en Francia se va a proceder por las bravas prohibiendo su consumo bajo multas de hasta 1500 euros. A mí me da igual si esto es oportunismo político o la gran aportación de Hollande a la historia de la socialdemocracia. Lo que debemos plantearnos es si la medida es una buena idea.

Está claro que si el “servicio” que estoy pagando, pongamos por 50€, me hace correr el riesgo de una multa de 1500, es decir, de un encarecimiento del 3000%, me va a disuadir con mucha más eficacia que si dicho “servicio” me cuesta 10.000€ y me arriesgo, por lo tanto, a pagar un 15% más (algo así como si tuviera que hacer factura y, por lo tanto, pagar el IVA). También salta a la vista que quien recibe 50€ por realizar dicho “trabajo”, descontado la leonina parte, sea cual sea, que de dicha cantidad sustraiga el ”empresario”, se encuentra en mucho mayor riesgo de exclusión social y esclavismo que quien recibe 10.000€ de los que “sólo” acaba viendo, pongamos por caso, 2.000.

Es decir, que esta medida va a hacer que la prostitución deje de ser un privilegio escalonado para convertirse en un privilegio completo. En Francia, si la aplicación es eficaz, ya no habrá usuarios que consuman prostitución en función de su poder adquisitivo, sino usuarios que no la consuman y unos pocos que sigan consumiéndola del mismo modo que siempre lo han hecho. Vamos, que se abundará en la discriminación clasista (medida, por lo tanto, netamente de derechas). La otra consecuencia es que una reducción drástica del consumo de prostitución asequible repercutirá directamente en la franja correspondiente a la esclavitud y, por lo tanto, la medida es un golpe poderoso a dicho sector del mercado. Seguirá habiendo prostitución, pero habrá menos esclavas (medida, por lo tanto, netísimamente de izquierdas).

A falta de la posibilidad real e inmediata de multar en función del nivel adquisitivo (pero de verdad, no con oscilaciones simbólicas), y a falta de la posibilidad real e inmediata de controlar el esclavismo en la prostitución, he aquí una chapuza para salir del paso. En las circunstancias actuales, es difícil argumentar contra la necesidad de, al menos, una chapuza. Las costrosas razones aducidas por sus detractores son la prueba. Bienvenida sea. Bienvenidísima. Pero que no sirva para olvidar todo lo que deja sin hacer.

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Mi perplejidad reciente se ha completado con el descubrimiento de este hermoso artículo de Arturo Pérez-Reverte, antiguo él, pero, por misterios de la viralidad, revitalizado en mis redes sociales.


Convengo en que la mejor medida contra la completa mierda es ignorarla. Pero a veces merece la pena rescatar una muestra sólo para tener bien localizado el culo que la produjo, no vaya a ser que luego abarrotemos las librerías y las salas de cine heridos de desinformación; no vaya a ser que tengan repercusión y prestigio las voces menos adecuadas (y Pérez-Reverte obedece mucho al estereotipo de “intelectual independiente y outsider” que de todo opina, con nadie se casa y en todas partes acaba haciéndose soportar).
                Para qué comentarlo. Yo lo dejo aquí. Sólo decir que, leyéndolo, me vienen a la cabeza los 343 papanatas, y me los imagino a todos con su cara.

sábado, 2 de noviembre de 2013

somos 1000


Somos 1000 de modo que, a falta de que trámites y gestiones tediosas permitan aún celebrarlo de manera más memorable, hagamos una repaso general de qué es esto en lo que nos estamos metiendo. El blog es a veces un medio tan inadecuado para la exposición del proyecto que una vista de pájaro puede resultar muy renovadora.




¿Por qué contra el amor?

Negar la conveniencia del amor es una cuestión de calado y su justificación no se puede resumir en unas pocas frases. Algunos de los argumentos principales están desarrollados aquí y aquí.

Pero el espacio sideral entre el prestigio del amor y su inconveniencia radical tiene que cubrirse de alguna manera para no resultar extravagantes. Cuando me preguntan (a veces todavía desde el escándalo) cómo se me ocurre esta aberración (pregunta que suele adoptar una forma personalizada, algo así como “¿qué te ha hecho a ti el amor?”) mi respuesta ha acabado reduciéndose a un par de argumentos tan contundentes y obvios que, si no siembran la duda en el interlocutor es porque el interlocutor no es terreno fértil para gran cosa.

En primer lugar, una ojeada al amor como forma de vida, y no sólo a la relación amorosa a que da nombre, nos muestra un panorama de desolación emocional, en el que la inmensa mayoría de las relaciones (y no hablo, como se pretende a veces, de relaciones sexuales, sino precisamente de relaciones afectivas) están reprimidas. En el más utópico e inédito caso de que las relaciones amorosas tuvieran un resultado deseable, lo que dejan tras de sí es un rosario de relaciones no formadas o destruidas para proteger al amor. Amistades, exparejas, familiares y, por supuesto, desconocidos, salen perjudicados de nuestra isla amorosa hasta deshumanizar nuestra moral afectiva. Las relaciones que desatendemos, que dejamos morir, que no forjamos, de las que nos consideramos ajenos pese a que otros nos necesiten con urgencia, que convertimos en una parodia de relación compuesta exclusivamente de formalismos, que destruimos en otros, etc,… constituyen un perjuicio social y personal que un amor exitoso no puede jamás compensar. Es evidente que el amor nos condena a una vida afectiva no sólo simplista, sino profundamente desconectada del entorno. El amor, así, se convierte, literalmente, en una fuente de odio. Amar es odiar. Amar aquí es odiar más en otro sitio, y tal vez no necesito otra cosa que dicho odio para que mi amor se dé por probado. La confusión entre el amor y el odio, la contaminación del concepto con su contrario, nos obliga a replantearnos el concepto mismo, por contradictorio y disfuncional.


La segunda gran obviedad es que el sistema amoroso condena a una masa ingente de población la inanidad eroticosentimental, no por casualidad parecida a aquélla a la que los condena el capitalismo en materia económica. Nuestra pobreza afectiva de clase media baja, a la que nos resignamos a cambio de la promesa siempre incumplida del amor, nos cobra el precio de negar la existencia de un ejército de desposeídos totales, de absolutos desgraciados del amor cuyas carencias afectivas están enquistadas en una situación crítica. Como esta pobreza es relativamente transversal, no necesitamos irnos muy lejos para encontrarla. Todos podemos mirar a nuestro alrededor, bien cerca, si no a nosotros mismos, para descubrir a aquéllos por los que no sólo no nos cambiaríamos jamás en materia afectiva, sino cuya vida ni siquiera nos vemos capacitados para soportar. Un sistema que admite, como parte de su lógica, bolsas (monstruosas) de desposesión, es un sistema injusto y debe ser transformado.


¿Qué hacer?

Sin duda, renunciar al amor. El pánico que esta renuncia suscita es un espejismo. El amor no es el dueño de todo aquello a lo que va culturalmente asociado, y muy bien podríamos seguir disponiendo de medios para satisfacer las necesidades que él se atribuye como exclusivas.


¿Cómo?

El amor no es un sentimiento, sino un guión de actuaciones irracionales dirigido por una sucesión de sentimientos exaltados. Cuanto más exaltados son estos sentimientos, más eficaz se vuelve el amor en su función social represivo-reproductiva. Es necesario comprender ese guión para detectarlo y rechazarlo, tanto en sus aspectos más evidentes y proactivos como en aquellos cuya implantación es más sutil y su efecto más sordo.

La primera gran actuación, la que debe constituir un giro radical a nuestra vida eróticosentimental, es la renuncia a las relaciones de pareja. La abolición del sistema pareja, y del lazo sagrado (matrimonial o no) que la convierte en la relación por excelencia a la que se subordinarán todas las restantes, liberará el crecimiento espontáneo del resto de las relaciones hasta ocupar de modo adaptativo los espacios dejados por el amor (y que éste, más que ocupar y satisfacer, poseía y prohibía). Dejaremos de tener relaciones de pareja, pasando así a tener sólo “relaciones”, por lo que el término mismo “relación” se vaciará de sentido, pues abarcará cualquier forma de trato o ausencia del mismo entre personas. A diferencia de las relaciones de pareja, cuya estructura y función predeterminadas obligan a los individuos a adaptarse a ellas, las “relaciones” no tienen una función y estructura a priori, sino que son creadas y adaptadas por las personas que las establecen. El amor moldea personas para que encajen en las necesidades de las relaciones, mientras que la renuncia al amor moldea relaciones para que encajen en las necesidades de las personas.

Esta idea principal requiere de un cierto impulso, de apoyos sobre los que construirse, o de parapetos mediante los que defenderse de los ataques a los que el fuertemente armado sistema del amor la someterá. Apuntaré aquí tres de ellos que han sido ya ampliamente desarrollados a lo largo del blog.



Los celos son la policía del amor. Mientras pensemos que podemos ser sus víctimas nos aterrorizarán y disuadirán de cualquier proyecto alternativo. Estamos atados por ellos y nuestro primer movimiento debe ser perderles el miedo.

Como se explica en estos textos, esta sustitución nos ayudará no sólo a entender por qué nos sirve de tan poco el rechazo a los celos, el desear no ser celoso, el no considerarse posesivo. Además, nos legitimará a la hora de reivindicar aquello a lo que sí tenemos derecho, asimilando los derechos eróticosentimentales al resto de nuestros derechos ciudadanos.


2-Igualitarismo radical.

El amor es un subsistema que forma parte del sistema capitalista patriarcal y con el que es coherente y afín. Es, por lo tanto, clasista y machista. Para construir su clasismo utiliza los conceptos de belleza y atractivo, y para construir su sexismo el concepto de complementaridad de los géneros.

Más allá de cualquier igualación relativa de los géneros, renunciar al amor significa renunciar al concepto mismo de género, o reducirlo a la trivialidad, a una idea que no forma parte de los factores que determinan las relaciones entre las personas. Asimismo, los conceptos de belleza y atractivo, puras construcciones culturales cuya función es hacer visible el valor social del individuo a través de la pareja que lo acompaña, deben ser devueltos a la trivialidad y ser sustituidos por aquellas virtudes que sean directamente influyentes en las relaciones.



Para que el sexo no sea el nudo gordiano que desemboca necesariamente en la relación matrionial-amorosa, debe ser sometido a una limpieza a fondo. En primer lugar se designificará de su condición reproductiva, de su carácter afectivo, de su símbolo fusional y de su condición de moneda generadora de morbo.

En segundo lugar, se redescubrirá el funcionamiento erógeno liberado de significación y trascendencia alguna y, por último, se recuperará un uso y significación libres de dicho funcionamiento.


Estos principios no se adoptan de modo repentino y traumático, sino que se aprenden mediante la comprensión y el uso. No se convierten en cargas morales, sino en estrategias cuyo perfeccionamiento progresivo nos libera, nos expresa y nos acerca a los demás.

Recordaremos que el rechazo al amor constituye una actitud pionera que debe proceder por ensayo y error, que evolucionará lentamente y que lo hará, las más de las veces, desde una considerable marginalidad e incomprensión. De la soledad no debemos preocuparnos, porque siempre es mayor la de quien se cree acompañado que la de quien se sabe solo.

De todos modos, ahora lo estamos mucho menos, porque ya somos 1000.