sábado, 28 de septiembre de 2013

ACTIVISMO ANTIPATRIARCAL: - x - = +


El reparto del poder, entre dos categorías tan simples como son la de los opresores y la de los oprimidos (que en la lucha antipatriarcal se “traduce” en las categorías de “mujeres” y “hombres”), puede presentar ventajas para estos últimos que hacemos mal en subestimar a favor de la denuncia de la opresión como un desfavor integral.

Esta lógica dualista, burda como mecanismo de análisis en profundidad, puede, sin embargo, señalar ágilmente espacios en los que el sistema se muestra debilitado pos sus tensiones internas.

Pondré dos ejemplos que no deben ser entendidos como panaceas de la estrategia antipatriarcal, pero sí como áreas donde el sistema, omnipresente y conspirativo, se encuentra con su propio sistema opresor, más omnipresente y conspirativo aún: es el de la realidad imperfecta, también para un sistema.

El primero de ellos se localiza en el hombre patriarcal de clase obrera. Si bien el sistema lo empodera como hombre que debe liderar una familia nuclear y someter en ella a esposa e hijos, también es cierto que lo hace en calidad de servidor del sistema, de individuo de la clase oprimida que traslada su misma forma de estar oprimido sobre quienes quedan a su cargo. Aquí, el dualismo opresor-oprimido se anula, desvaneciendo la pureza de la posición y de las actitudes que le corresponden. Así, el hombre de clase obrera frente a su mujer será un oprimido que debe ser opresor de otro oprimido. Si sustituimos el término de connotaciones políticas “oprimido” por el de “mujer”, de connotaciones más popularmente caracterológicas, obtendremos que el hombre de clase obrera es una mujer que debe llegar a casa a disfrazarse de hombre.

Este descubrimiento de la feminidad oculta del hombre de clase obrera nos revela innumerables vías de entrada a la usurpación psíquica de su poder. Del mismo modo que la autoridad de la madre cae frente al hijo ya crecido reproduciendo con ello su ausencia de autoridad previa como mujer, que mostraba, precisamente por serlo, debilidades desde un principio, la autoridad del padre es susceptible de ceder si se manipulan los resortes que él reconoce como feminizantes de su papel. El disfraz de hombre del hombre nunca está lo suficientemente pegado al cuerpo como para que no pueda quitárselo con facilidad si las circunstancias así lo exigen. Esta flexibilidad, este autorreconocimiento del hombre como mujer, es lo que debe aprovechar el espacio de debilidad del sistema, que el propio sistema no puede evitar crear por la tendencia a la confusión que crea el binarismo de los opresores y los oprimidos, de los unos y los ceros. El sistema dispondrá sólo del arreglo a posteriori del parcheo, de la sugestión de que el hombre imperfecto dentro del que se esconde una mujer, es el sujeto indicado para trasmitir eficazmente la autoridad que dimana de la élite opresora. Esta conciencia de la invencibilidad del guardián debe ser entendida como un espejismo cuya función no sólo es ocultar su vulnerabilidad, sino la identidad entre su vulnerabilidad y la del oprimido.

El otro espacio al que quiero hacer mención es el de la cultura del oprimido. El sistema debe arrebatar al oprimido el conocimiento que otorga poder. El conocimiento que instrumentaliza los conocimientos instrumentales, y por lo tanto el más poderoso de todos ellos, es el conocimiento teórico, filosófico y humanístico (no hago una afirmación voluntarista ni idealizadora: psicología, sociología, lingüística, e incluso politología, disciplinas consideradas blandas, desinteresadas y diletantes, cuya poder instrumental se realiza sólo tortuosamente, constituyen el núcleo de la información que da poder. Cuestión aparte es la economía, cuya relevancia como formación que da poder está sobrevalorada en nuestra cultura).

La división binaria implica un “más” (+) a este conocimiento, y un “menos” (-) al conocimiento instrumental “de segundo grado”, de modo que será el ingeniero (-) el que esté a las órdenes, no del sociólogo, sino del poseedor del conocimiento sociológico que da poder (+). Pero dicho ingeniero deberá oprimir (+), a su vez, mediante su conocimiento sin poder (-), al grupo social del que está al cargo (-), es decir, su núcleo familiar. Al hacerlo, utilizará y reservará para sí su conocimiento, dejando en manos de sus oprimidos el conocimiento con poder (+). Así, el sistema deja un panorama en el que el conocimiento con poder (de opresión) se encuentra en las capas más altas, pero también en las capas más bajas del poder. Esta disposición explica el desprestigio de dicho conocimiento, que es, de nuevo, el parche sugestivo con el que se estigmatiza el conocimiento del oprimido (los miles de licenciados y doctores en humanidades con conciencia de disponer de un conocimiento inútil, inaplicable, pueril).

La presencia mayoritaria de mujeres en estas disciplinas constituye, como vemos, otra debilidad del sistema cuya explotación depende, en gran medida, del desvanecimiento del espejismo de su inutilidad como herramienta de poder. La mujer con conocimiento poderoso desprestigiado es enfrentada por el sistema contra el hombre con conocimiento impotente prestigioso. El factor que inclina la pugna del lado del hombre es, por tanto, el prestigio de su conocimiento impotente, la sugestión de que su conocimiento sobre mecánica sirve para algo, mientras que los conocimientos sobre literatura de ella son incapaces de repercutir en la realidad. Es evidente, sin embargo, que a nivel macrosocial, la mecánica no es más que el conocimiento requerido al mayordomo para mantener en buena disposición la movilidad del creador de significados.

Así, en la lucha antipatriarcal, la mujer recibe una inesperada responsabilidad, en la medida en que descubre un inesperado poder: es ella, mayoritaria en las aulas, superior en los resultados académicos, y dominadora de las carreras de letras, quien, a pesar de la progresiva pérdida de prestigio que su misma presencia produce en dichos estudios (y que, precisamente, hace que se le entreguen cada vez de manera más generosa), quien dispone de la capacidad de gobernar ideológicamente la lucha contra el sistema opresivo del género. Su obligación es la instrumentalización de su conocimiento, la adquisición de la confianza que su poder aún intacto debe otorgarle. El hombre obrero se descubre a sí mismo como el técnico de esta lucha, el ejecutor obediente, el iletrado cuyo primer rasgo disciplinario a adoptar es la humildad. Ambos deben, claro está, empezar por la afirmación del poder del conocimiento.

 



1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Israel, acabo de encontrar tu blog y me lo estoy leyendo entero...Soy una mujer que empieza a descubrir TODO esto, que empieza a querer cambiar las cosas y que no quiere ser oprimida por el amor. Gracias por la labor que haces con tu blog.