viernes, 30 de marzo de 2012

pesados

             
Me dice un amigo que está harto de su novia. Que es una pesada. Que no para con el rollo de los celos. Que si a mí, que estoy siempre hablando de los celos, se me ocurre algo que decirle para que pare.

Me molesta la petición. Le pregunto si tiene ella motivo y me dice que ninguno, que él no es de poner cuernos. Que no se los ha puesto nunca y que no se los va a poner.

Le pregunto que de qué tiene celos entonces, y me dice que de todo. Que de sus amigas, de sus exnovias, de sus conocidas. Del trabajo, de la calle, del pasado, del futuro, de lo humano, de lo divino… Que están en todas partes, me dice, los celos.

Le pregunto si él a su vez no siente celos. Me contesta que no, que él nunca ha sido celoso.

Le pregunto si su última pareja fue también celosa. Me dice que también lo fue algo, y que precisamente por los celos de aquélla, que se puso pesadísima y no había manera de quitársela de encima, empezaron los de ésta.

Le pregunto si él no estuvo, a su vez, celoso del exnovio de ella. Me dice que ella no tenía novio entonces, y que no sabe mucho de sus ex, porque apenas tiene contacto, pero que si lo tuviera le daría igual. Al afirmar esto me siento más molesto aún.

Le pregunto si tiene él contacto con las suyas y me dice que sí, que siempre acaba bien sus relaciones y que quedan de amigos, o de follamigos, o de medio novios, a veces. Le pregunto que si, en el hipotético caso de que su relación actual terminara, cabría esperar que fuera con ellas con quien tuviere las próximas relaciones sexuales. Me contesta que podría ser con cualquiera, pero que es probable que fuera con alguna de ellas. Que en realidad es algo que ya ha ocurrido, me dice. Le pido que me aclare esto en detalle. Me cuenta que fue durante una temporada en que dejaron de ser pareja y, al empezar así su explicación, siento que mi molestia empieza a convertirse en ira.

Me cuenta que estuvieron dos meses sin verse y que él estuvo quedando con la pesadísima, y que también llamó a otra ex a la que quiere mucho y con la que tiene una relación muy especial y muy importante desde hace un montón de años. Le pregunto que qué hizo ella durante ese tiempo. Me contesta que una noche se enrolló con un chico, en una discoteca. Un imbécil. Que ella estaba en otra onda, me dice, que estaba muy centrada en analizar la relación.
Le pregunto que cuánto le importa esta relación y que qué está dispuesto a hacer por ella. Le sorprende mi pregunta y ello hace que la ira se apodere definitivamente de mí. Piensa durante un momento y me dice que le importa mucho, muchísimo, y que está dispuesto a hacer lo que haya que hacer, incluso dejarla si no quedara otro camino. Le digo que entonces no hay problema, que tengo la solución. Si quiere que ella deje de estar celosa debe dejar de darle razones para estarlo. “¿Y qué quieres que haga?” me pregunta. ¿Llamo a mis amigas y les digo que ya no lo son? ¿Qué nunca más nos vamos a ver? ¿Qué no vamos a follar nunca, ni aunque yo esté solo?” “No”, le contesto. “No empobrezcas tus relaciones. Enriquece las de ella. Ayúdale a conseguir un amante. Alguien con quien pueda estar, no cuando tú te vayas, sino ahora, hoy, que compense toda la superioridad que tú has tenido hasta aquí, que le haga sentir que merece la pena perderte a veces si por ello puede tener a otro, que le haga entender por qué no la entiendes, que te haga conocer los celos y a ella la tranquilidad, que te convierta a ti en un pesado.”

Mi amigo sonríe y me dice que vale, que ve que no le quiero ayudar, que de todos modos le da igual, porque ella le quiere y eso es lo que importa. Que es tarde y se va. Que vaya un médico que soy.

“Cuando acudas al de verdad pide algo para tu padre”, le digo mientras busca la cremallera de la cazadora. Levanta la mirada para confirmar lo que sospecha con respecto a mi intención. Comprendo, por su gesto, que ha dejado de ser mi amigo.

-Mi padre está muerto-, me recuerda fríamente.

 -Eso no importa. Si es un buen médico seguro que podrá ayudarle.


lunes, 26 de marzo de 2012

amor. SPIN-OFF. la gran pirámide VIII: el interior (3er valor). y PARTE 2

 
             ¿Qué rasgos de la personalidad no constituyen carácter de clase? Es decir, ¿qué comportamientos no son símbolos económicos cuya función es presentar públicamente la posición del individuo en la escala social para que sea reconocido y elegido sólo por sus iguales? Uno de los rasgos del carácter más reivindicados a la hora de elegir pareja, (junto con el famoso “que me haga reír” del que trataré más adelante) es “que tenga cultura”. Sospechoso requisito en una sociedad como la nuestra, en la que ni el trabajo ni el ocio son considerados espacios para el crecimiento cultural y, por tanto, éste queda desterrado.

             La cultura, a diferencia del dinero, no se exige a granel, sino de modo muy específico, como cultura de clase. Se hablará de “una cierta cultura” (no saber necesariamente muchísimo, pero conocer lo que se aprendió en bachillerato) entre la clase obrera con formación universitaria, “estar al día” (adaptación al mercado, para la clase media), “ser despierto” (la clase obrera con formación elemental debe demostrar que es capaz de aprender un nuevo oficio cada vez que se agote el mercado laboral del anterior) o “tener mundo” (los rasgos culturales exigidos por la clase alta no van a tener el precio de una edición de bolsillo de La Montaña Mágica. Lo clave será haber estado en un determinado lugar, a ser posible en un momento muy concreto y, para resultar realmente interesante, consumiendo lo que pocos tenían posibilidades de consumir).

             A éste y otros rasgos, identificativos de la posición en la pirámide social, podemos añadir los rasgos del carácter generados por los valores específicos de la pirámide del amor, es decir, los generados por el atractivo erótico, habitualmente en forma de masculinidad y femineidad. Aquél que ha disfrutado de una mejora en el nivel social de partida gracias a su coincidencia con el arquetipo erótico, es incentivado así a reafirmar tanto su rol de género como el de quienes le rodean, además de a convertirse él mismo en modelo de activación. La mujer y el hombre de éxito eróticosentimental se convierten, dentro de su grupo social, en mujer muy mujer y hombre muy hombre, objetivo natural de ambición del resto de los miembros y, por ello, modelo a imitar por quien se procura un desarrollo forzado de su femineidad u hombría. De estas personas se dirá que “tienen lo que tienen que tener” como síntesis de la idea de que en cuerpo y personalidad se presentan como quien se considera a sí mismo objeto de elección. Los demás, por comparación, serán vistos como personalidades de género inmaduro y, por tanto, defectuoso e insatisfactorio.

             Despojado el interior de estas dos capas, poco le queda de útil a la hora de triunfar en el amor. El carácter, sin embargo, puede ser descrito según múltiples cualidades no tan directamente relacionables con la clase social o el atractivo eróticosentimental. Existe un humor de clase, no hay duda, pero todos los individuos de una misma clase no lo desarrollan en igual medida. Y, sin embargo, diríamos que hacer reír es una de las cualidades más universalmente valoradas. Es más, ya lo habíamos dicho. Entonces, ¿no será suficiente, para enamorarnos, con que nos hagan reír?

             Es evidente que el humor no está tan institucionalizado como para sugerirnos que alberga en sí la clave de esa preocupación social de primera magnitud que es la seducción o la formación de pareja. Del tiempo que dedicamos al día a potenciar nuestro atractivo, ¿cuánto es, concretamente, a aprender a contar chistes? Por cada centro de estética, ¿cuántas escuelas de la risa?  Esta falta de inversión refleja incontrovertiblemente que el poder del humor tiene un reconocimiento limitado y, por tanto, la afirmación “lo importante es que me haga reír” debe significar alguna otra cosa.

             Localizar el papel del carácter requiere recordar el proceso de elección de pareja y la condición de la misma como objetivo existencial, en el cual se reflejarán los valores que nos gobiernan. Precisamente porque el carácter carece de importancia y toda la gama posible es razonablemente accesible; precisamente porque apenas implica sino un desplazamiento horizontal en las pirámides sexual y eróticosentimental, precisamente por eso, se convierte en nuestra coartada moral.

             ¿Qué hay en “el interior” que pueda interesarnos? El poder en la pareja nos pone su poder a nuestra disposición, e incluso nos hace detentadores del mismo. El atractivo nos compensa la frustración por la ausencia de poder social con poder local en la forma de posesión del objeto erótico que otros quieren poseer. Ambas funciones influyen en el carecer más allá de lo que el juicio social logra reconocer, pues no sólo la influencia es evidente, sino que lo es también la falta de conciencia de dicha influencia. No parece verosímil que los individuos de una sociedad cuyos dos primeros criterios electivos son el poder y el atractivo salten súbitamente a una elección ética. Más bien habremos de buscar cómo el poder, que ya se había travestido en atractivo romántico en el primer rebaje, se traviste ahora en bondad de carácter.

             Una vez hechas las cuentas, una vez elegido presupuesto y prestaciones, ante ese puñado de modelos casi similares con diferencias que no nos importarían si no fuera porque nuestra proximidad hace crecer su tamaño proporcional, debemos empezar a pensar en el día a día. En ese momento echamos de menos disponer de un mes para probar cada uno de los productos, hasta el punto de estimar si su valor de uso será incompatible con su valor simbólico. Porque, para amarga sorpresa de románticos, a la pareja hay que vivirla.

             Originalmente, en el primer contacto con el romanticismo, no existe eso que se llama “el interior”. Todo es poder y atractivo. Será el contacto personal el que empezará a descubrirnos el conflicto de la incompatibilidad. La filosofía del amor romántico aprovechará estos primeros desencuentros para abundar en la idea de las medias naranjas y el carácter democrático del amor, que a todo roto encuentra su descosido y a todo santo su demonio oculto. Sin embargo, cuando reflexionamos desde una posición externa a esa filosofía, todos entendemos que hay caracteres agradables y desagradables, y que el agradable alimenta relaciones donde el desagradable es rechazado.

             Lejos de ser una escuela de ética, bondad o espiritualidad, la práctica de la vida en pareja desarrolla la detección de inviabilidades para la misma, es decir, de elecciones fallidas que lo son porque el individuo elegido es ineficaz para esa práctica (y que caerán bajo la categoría de “pareja tóxica”: lo es aquella persona que, por resultar perniciosa en pareja, tiene la obligación de transformar su carácter si desea no vivir en soledad, independientemente de la categoría ética de dicho carácter). El grueso de la experiencia, una vez localizada nuestra posición en la pirámide, tendrá lugar en esa búsqueda de viabilidad entre iguales, por lo que, a la larga, nuestro conocimiento del amor tendrá que ver fundamentalmente con la detección de la viabilidad de la pareja.

             Es a esta viabilidad a lo que llamaremos “el interior”, y no tiene más relación con la ética que la que tiene la pareja monógama en sí misma, pues consiste en seguir su modelo a pies juntillas. La calificación de buena persona, tan traída y llevada como valor que legitima nuestra resignación a la pareja que nos toca, y que pretende destacarla no sólo sobre sus iguales sino sobre la especulación que hacemos acerca de los diferentes e inaccesibles, no se ajusta a ningún concepto referente de bien ético, sino al de buena salud de la pareja.

             El “buen interior” será aquél carácter que, enfrentado a las duras pruebas de convivencia a la que la pareja lo somete, dará como resultado la subsistencia voluntaria de la misma, pase lo que pase en ella. Por ello, a diferencia del poder y la belleza, valores graduables, en “el interior” prevalece la clasificación entre lo viable y lo inviable, siendo lo último próximo a lo deleznable y lo primero confundido con lo excelente.

             Es necesario destacar que las virtudes del buen interior sólo coincidirán parcialmente con las de una ética estándar, y esto allí donde constituyan pilares para la facilidad de trato. El buen interior no implica valentía, justicia o integridad (más bien éstas tres virtudes universales se engloban bajo la categoría de “inflexibilidad”, un defecto fatal para la pareja). Sin embargo, son altamente valoradas la tolerancia, la paciencia, la confianza o la humildad. Esta selección a la carta refleja que no hay un verdadero discurso ético subyacente, sino una adaptación del comportamiento más eficaz a la necesidad de justificarlo éticamente para conservar el valor cultural del amor como bien máximo.

             Ciertamente, la convivencia de por sí es una escuela ética, y el trato cotidiano con la pareja, o con una pareja tras otra, o con múltiples tentativas de pareja, forma nuestro criterio ético y, con él, nuestra capacidad para distinguir aquello que es bueno de manera universal. El individuo experimentado encontrará razones verdaderas para relativizar el valor de uso de la belleza e, incluso, del poder. Descubrirá, además, que la inviabilidad de la convivencia puede aparecer en cualquier nivel social, y que el poco relevante “interior”, sin un mínimo de virtud, es a veces suficiente para hacer del más poderoso una pareja inadecuada. Pero el progreso de su conciencia estará siempre condicionado por la necesidad de reconocerse feliz en la pareja, de modo que sólo en tanto que descubre argumentos que refuercen su posición logrará introducir en su conciencia criterios verdaderos. La pareja no es una escuela ética privilegiada, sino una escuela ética, como lo es cualquier otra forma de convivencia privada o pública, de modo que no es atribuible a su mérito la madurez que, en este terreno, adquiere el individuo que la adopta como forma de vida. Lo que se descubre en el amor contra el amor no es que el amor nos lo descubra, sino que no logra ocultárnoslo. Y lo que él valora en nosotros no son nuestras virtudes de hombres libres, sino nuestras prestaciones de súbditos.

             
             Se concluye así la ordenación de los valores del amor, que la filosofía del amor romántico presenta invertidos con el fin de convertir al amor en la esperanza frente a lo otro que es el sistema social, y animar con ello al individuo a que caiga en la trampa de su opresión completa. El amor nos dirá que el mundo no premiará nuestra docilidad, pero que tarde o temprano vendrá el amor a hacerlo. Sin embargo, cuando llegue, no será lo que se nos prometió. Aprender a sobrellevarlo será la prueba de amor definitiva. La tautología existencial de ganarnos la felicidad mediante una prueba de autosugestión cuyo éxito produce esa felicidad misma, implica un poder persuasivo inaccesible al sistema si éste no dispusiera del dispositivo ideológico del amor, persistentemente alimentado en todo aquello que constituye su nube ideológica; todo lo que es ideología sin constituir el espacio propio de la ideología: infestando el ocio más ligero, frívolo, indefenso, del discurso del amor.

martes, 20 de marzo de 2012

sobre lo simple y sobre lo breve

             Me dice un amigo que le doy demasiadas vueltas a la cabeza. Que todo eso que cuento tiene algo de verdad, pero que la vida, al final, es más simple.
             Me dice que uno no puede plantearse todas esas cosas cuando empieza una relación. Que si lo hiciera se volvería loco y volvería loca a la otra persona. Que cómo se hace para disfrutar de una relación con todo eso de por medio.
             No entiendo nada cuando me dice esto. No veo la sencillez por ningún lado. Sólo veo conflictos, incomunicación, laberintos emocionales, enigmas que devoran la libertad, voluntades feroces agotadas como octogenarios ante obstáculos de consistencia impasible.
             “Todo esas cosas van encontrando solución con el tiempo”, me contesta. Me dice que la experiencia invoca a la sensatez tarde o temprano. Que no siempre se repiten los errores. Que al final se aprende y uno se encuentra con la sensatez casi sin quererlo, a veces no demasiado lejana del tipo de relación que yo propongo.
             “¿Cuándo?”, le pregunto.
             “Cuando se pasa todo eso. Cuando uno descubre que se elige a quien no se debe, que se espera lo que es imposible, que sólo quien tiene un poco tiene algo.”
             “Demasiado tarde.” Le contesto. “Para entonces la guerra ya está librada.”
             “Demasiado tarde no, en su momento. Hay que alcanzar a comprender. Hay que estar preparado para hacer las cosas bien.”
             Le pregunto que qué edad tiene. “Cincuenta y cinco”, me contesta. 
             “¿Qué?”, me pregunta cuando le sonrío, “Tengo toda la vida por delante.”

miércoles, 14 de marzo de 2012

celos. actividad II

             Lee detenidamente las siguientes afirmaciones, en el orden indicado.

1-yo ya tengo pareja. Estoy fuera del mercado.

2-cuando estoy enamorado no miro a nadie más.

3-reconozco cuando alguien es guapo, pero no me llama la atención.

4-me gusta mirar a la gente guapa por simple placer estético, pero no me excita.

5-no me importa que alguien me excite. Sé que estoy con la mejor persona posible y una reacción física no me genera dudas.

6-puedo desear a otras personas, e incluso fantasear con tener relaciones sexuales, pero mi fidelidad es intachable.

7-es normal tener un desliz puramente físico. Esas cosas no importan cuando se quiere de verdad.

8-la única manera de mantener vivo el verdadero amor es no reprimir la vida sexual con otras personas, siempre que se sepa quién es nuestro autentico compañero.

9-cada relación sexual me da algo nuevo que no encontraba en mi pareja, hasta el punto de que llego a apasionarme por personas que no lo son.

10-mi elección de pareja es puramente circunstancial. Estoy rodeado de un infinito número de gente que me gusta más y de tanta o más que me gusta menos.


             ¿Cuál es el número de la afirmación que crees que se acerca más a la que podría atribuirse a tu pareja?

             ¿Y el de la que podría atribuírsete a ti?

             ¿Y el de la atribuible a aquellas amistades cuya sensibilidad mejor conoces (no a la que dirían. A la que tú dirías de ellos)?

             ¿Te ha conducido cada respuesta a un número más elevado?

             ¿…?

martes, 13 de marzo de 2012

amor. SPIN-OFF. la gran pirámide VII: el interior (3er valor). PARTE 1

             Y, por fin, llegamos a “el interior”. Pero ¿qué queda para él? Si nuestra capacidad de elección se limitaba a la posición social que ocupamos, y, dentro de ella, la belleza nos jerarquizaba de nuevo, apenas hay margen para que el carácter conserve la más mínima relevancia. Ésa es la situación, en efecto. Y precisamente esta falta de relevancia es la que lo convierte en el factor protagonista.

             Paguemos, con nuestro valor eróticosentimental, un coche en vez de una persona. A la hora de decidirnos por uno u otro modelo no llegamos a tomar en consideración aquél que queda por encima de nuestro patrimonio. No venderemos nuestra casa, no robaremos, no empeñaremos nuestra vida, para acumular la astronómica cantidad que se exige por el modelo que nos gustaba recortar y pegar en nuestra carpeta de secundaria. Tampoco tomamos en consideración aquéllos que, de tan económicos, no llegan a desempeñar las funciones que tenemos previstas. No compraremos el coche que, de tan barato, nos salga caro. A rechazar estos dos grupos no dedicamos ningún acto de reflexión, ningún tiempo ni esfuerzo. Es un punto del que partimos, una decisión que traemos puesta porque forma parte de la idiosincrasia de nuestra socialización; de los fundamentos de nuestra identidad social.

             La reflexión arranca en la siguiente disyuntiva, cuando decidimos cuánto de nuestro patrimonio nos merece la pena convertir en auto, sacrificando con ello la adquisición de otros bienes. Rechazaremos de nuevo un grupo productos que, aunque dentro del rango de precios que podríamos pagar si tuviéramos que hacerlo, implica un desembolso poco práctico para nuestro nivel de vida. ¿De qué nos serviré ese magnífico modelo si su mantenimiento pondrá en jaque nuestra tranquilidad? Podemos tener un coche mejor, sí, pero a costa de una calidad de vida peor; a costa de ser los ridículos siervos de un bien insensatamente adquirido. Nuestro coche será mayor que nosotros mismos, y pronto dejará siquiera de constituir fuente de satisfacción o prestigio. Pero habrá, eso sí, un determinado nivel de satisfacción y prestigio a los que no renunciaremos, porque podremos extraer de ellos el máximo provecho, ya sea material o simbólico, desde nuestro poder adquisitivo.

             A estas alturas sólo nos queda elegir entre cuatro o cinco modelos. La diferencia entre ellos llega a resultarnos casi inapreciable y, si pudiéramos, resolveríamos el dilema con cualquier modelo de la categoría inmediatamente superior. Pero será a esta fase a la que dediquemos la gran mayoría del tiempo que nos lleve la decisión. Y cuando, en el futuro, construyamos la narración de la misma, éste será el episodio épico: Aquél en el que tuvimos nuestro genial acierto. Aquél en el que descubrimos, gracias a nuestra perspicacia, que uno de los modelos era infinitamente superior al resto de los posibles. Que uno de ellos, y no los otros, nos ofrecía, en realidad, todo lo que necesitábamos y, por consiguiente, merecía nuestro amor.

             Así, la elección entre caracteres constituye un movimiento prácticamente horizontal, tanto en la pirámide social como, incluso, en la del amor. Su importancia es mínima, pero la ocultación de todas las decisiones previas la convierte en un aparente ejercicio de libertad que al pertenecer precisamente al ámbito del amor, deviene en el paradigma de la libertad misma. Decimos que elegimos con el corazón queriendo decir que elegimos hoy con la misma espontaneidad con que lo hacíamos originariamente, sin restricciones, para convencernos así de que, al menos en el amor, nada limita nuestra felicidad; para persuadirnos de que nuestra elección desempeñará eficazmente las funciones imposibles que sólo el objeto de enamoramiento puede y está destinado a desempeñar, las cuales le asignamos en un momento ya remoto de nuestra evolución sentimental.

             Ésa es la decepcionante relevancia de “el interior” en nuestra elección de pareja. “El interior”: ese noble componente de nuestro ser, digno de todas las atenciones y paciente ante todos los desprecios. Eso tan bueno, lo más importante, lo mejor, pero… ¿de qué se compone “el interior”?

             Seguramente, de poco más que las refracciones remotas de un espejismo. En teoría, una manera peor que vulgar de referirse a la idea religiosa del espíritu: aquello que es lo otro del cuerpo, y donde se deposita el carácter; el verdadero ser del individuo. Es curioso que el espíritu sea perseverantemente entendido como habitando el interior del cuerpo, tan macizo, por otra parte, que nos obliga a imaginar un espíritu casi microscópico. Es curioso que no lo imaginemos nunca como un aura que envuelva al cuerpo o como un duende encaramado en su hombro. El espíritu está infaliblemente dentro, síntoma éste de que hasta los más supersticiosos intuyen su coincidencia con el sistema nervioso.

             Sin embargo, cuando “el interior” pasa a jugar su papel en el guión del amor, raramente es reconocible como espíritu, o alma, o esencia humana, o incluso carácter. De hecho, si empezamos a quitar de “el interior” aquello que no es espíritu, corremos el riesgo de encontrarnos con las manos vacías. Pero el amor ya sabe que la razón es la peor de sus enemigas.

jueves, 8 de marzo de 2012

celos de follamigo

        
Me dice una amiga que está dolida porque su follamigo no queda ya con ella. Dice que le ha dicho que la quiere mucho, que le alegra la vida y que espera que esté muy bien, pero que últimamente no le apetecen tanto sus citas. Me dice que a ella eso le suena a dejarla, y que mejor pasa de él, porque ahora mismo sufre, y no le merece la pena. Me dice que no sabe si a él no le ha gustado ella nunca o si lo que pasa es que le da miedo comprometerse y no se deja llevar por sus sentimientos.

Le pregunto que qué es lo que esperaba si son follamigos. Le digo que si ella pretendía establecer una pareja debería haberlo dicho, o decirlo ahora o, al menos, no considerar una cobardía el que el otro cumpla su trato.

“Ya”, me dice.

Me dice que, de todos modos, no le entiende. Que él le ha dicho que no hay nada entre ellos, “sólo amistad y sexo”, pero que si se enrolla con otro quiere saberlo para considerar todo acabado. Me dice que por qué siente celos si pasa de ella, que qué sentido tiene eso.

Le pregunto que por qué no va a sentir celos. Que qué tiene de raro sentir celos porque la persona con la que follas folle con otra.

Me dice que si él va a follar con otras ella no tiene por qué ser menos. Que no se lo piensa contar. Que decir que siente celos es de ser un caradura. Que los celos puedes sentirlos de tu novia. Que con qué derecho.

Le pregunto si cree que es mentira que los siente. Le pregunto si no tiene sentido que le duela que ella empiece a follar con otros. Le pregunto si no debe dejarse llevar por sus sentimientos.

“Ya”, me contesta. “Pues para mí esto se ha acabado. Así. Punto.”


martes, 6 de marzo de 2012

amor. SPIN-OFF. la gran pirámide VI: belleza y atractivo (2do valor). PARTE 2


Con la belleza nos encontramos una nueva paradoja. Inseguros ante la necesidad o no de incluir en su valoración un gesto, un movimiento o un peinado, procuramos, para diferenciarla del atractivo, reducirla a una abstracción de la forma del cuerpo y el rostro, desnuda e inmóvil. Desde esa abstracción imposible (pues no es posible separar la imagen del conjunto completo de sus contenidos expresivos, los cuales influyen en el valor de belleza del cuerpo), desde esa especie de ideal desnudo griego arcaico, realizamos una comparación con un supuesto modelo del que, en realidad, carecemos. El star system, apoyado por el medio fotográfico, nos echa una mano condenándonos definitivamente a la fantasía de la abstracción de la belleza. Acostumbrados a valorar un rostro popular mediante la ficción que constituye una fotografía de marketing, y representando dicha imagen a quien ocupa la cima de la pirámide, el ideal eroticosentimental, reforzamos la fe en la abstracción. Afirmamos de alguien que es o no guapo y, preguntados por lo que queremos decir, matizamos: “Guapo no, atractivo”, porque es al ser forzados a la coherencia cuando el concepto coloquial de belleza se cierra estrictamente sobre la forma estática, perdiendo interés.

La belleza estática no nos es accesible; somos ciegos a ella. Las personas nunca nos relacionamos estáticamente y sólo dispondríamos de la capacidad de abstraer los rasgos estáticos de todos los movimientos a los que van asociados a través de un preciso y prolongado entrenamiento. Por lo tanto, cada vez que juzgamos la belleza estática se filtran en nuestra valoración los movimientos a los que sus rasgos van asociados, y esto de manera, esta vez sí, estrictamente biográfica e individual, pues los movimientos que nosotros “vemos” en determinados rasgos estáticos no tienen por qué ser los que ve el otro, ya que el otro ha conocido a otras personas, en otras situaciones, con esos mismos rasgos.

Si decidiéramos incluir la gesticulación en la valoración abstracta de la belleza no estaríamos en mejor situación. Los gestos nos conducirían a acciones, éstas a mensajes, y todo, en definitiva, a un juicio involuntariamente integral del valor eroticosentimental del individuo hasta acabar, de nuevo, en la determinación de su posición social. Nos encontraríamos, sin quererlo, solapando el espacio reservado al concepto de atractivo.

Resulta que la belleza es el atractivo, y el atractivo es la posición social. Tres términos para los que sólo hemos localizado dos conceptos: podemos prescindir de uno de ellos. Ad líbitum.

Pero la belleza como virtud tiene un carácter no ético tan notorio, que su prestigio moral es muy inferior al valor que realmente realmente le concedemos. Involuntariamente ocultamos su relevancia a través de la abstracción hasta el absurdo, por un lado,  y de la revalorización del resto de las propiedades mediante la recuperación hipócrita del concepto de atractivo en la forma, no ya de síntesis de poder social y sex-appeal, sino de maremagnum subjetivo en el que se puede colar cualquier característica escogida con el interés de volver lo atractivo accesible (se produce una típicamente irracional polarización entre un concepto superaconcreto y otro superindefinido, que convierte al último en comodín y le otorga todo el prestigio). Así, hablaremos de “ser atractivo, pero no guapo” cada vez que veamos la oportunidad de meterle un gol al inaccesible valor de oro eroticosentimental. Nos desahogará saber que esa belleza, de cuya posesión no podemos disfrutar, no prevalece siempre frente a la suma de las otras propiedades y, ligeramente más libres de la ansiedad que provoca saber que no tendremos lo que deseamos, volveremos a elucubrar sobre ella con entrega incondicional del deseo reprimido que encuentra una vía de escape.

En realidad, nada que nuestra ética nos permita juzgar como valioso es tan atractivo como ser guapo (o estar bueno, o ser bello). Pero si aceptáramos este principio estaríamos concediendo que elegimos a nuestras parejas por su aspecto, y entraríamos en contradicción, no ya con la más básica sensatez (pues no parece sensato elegir por su aspecto a quien debe acompañarnos diariamente), sino con la filosofía del amor, que enuncia de modo inequívoco que lo importante es “el interior”. Antes de humillaros hasta la elección según ese lúgubre valor al que llamamos “el interior”, decidimos con frecuencia refugiarnos en el razonable consuelo que nos ofrece elegir en función del atractivo, cuya flexibilidad lo hace infinitamente más accesible al necesario autoengaño.

El atractivo sexual o belleza nacen relegados al atractivo en sentido general o posición social. La movilidad que la pirámide del amor proporciona a la pirámide social queda limitada, por lo tanto, y el mito del amor que no conoce barreras sociales persiste gracias a la tensión entre ambas pirámides, no a que ésta se resuelva mayoritariamente en favor del atractivo. A grandes rasgos podríamos decir que, si la posición social determina el piso de la pirámide en el que nos aventuraremos a generar expectativas, la belleza, como principal valor estrictamente romántico, determinará las subcategorías dentro de dicho piso. Todo ello debemos entenderlo como un esquema de posiciones jerarquizadas pero permeables, donde una belleza destacada permite aspirar a una pareja de posición social superior y una fuerte posición social garantiza una pareja con atractivo sexual siempre que se esté dispuesto a sacrificar una parte de la posición social que nuestra equivalente nos reporta.

Como vemos, el amor valora exactamente aquello que dice que no debe ser valorado. Es su propio demonio.

viernes, 2 de marzo de 2012

pirámide. ACTIVIDAD I


             Acomódate en un lugar concurrido. 10 o 15 personas serán suficientes. Fija la atención en las dos que representen los extremos de la pirámide del amor que forme ese grupo humano. Para ello, busca a quien parezca más guapo, atractivo, de mejor posición social, y busca a quien lo parezca menos.
             Ahora intenta imaginar sus historias sentimentales. Intenta imaginar las relaciones que han tenido. Procúrate una idea general de su cantidad, su duración, su atractivo… Imagina cuántas veces han sido rechazados. Imagina por quién. Imagina si se han sentido solos. Intenta hacerte una idea de cómo ha sido tratado cada uno de ellos, de cómo y cuánto los han querido, valorado, despreciado. Imagina lo que han ido sintiendo en su vida sexual y la calidad, extensión, interés de la misma. Piensa en qué han logrado, en qué les sigue faltando, a qué están acostumbrados y qué es lo que no conocen.
Intenta ver el conjunto de todo esto.
             Ahora ponlo junto. Compáralo. Para esto no tengas prisa.

             La primera parte de la actividad esta realizada. Es posible que no sea necesario plantear la segunda. En cualquier caso, es como sigue.
Intenta ahora imaginar la calidad de estas dos personas como seres humanos. Imagina sus virtudes, sus defectos, su comportamiento, su afectividad… Imagina cuánta felicidad hacen por dar y cuánta no evitan quitar.
             Compáralo con lo que a cada uno devuelve en pago el amor.

             La última parte de la actividad será voluntaria, para subir nota.
             Siéntalos a tu mesa. Preséntalos y diles lo que has pensado. Pon todo al descubierto y, cuando lo hayas hecho, invítalos a lo que quieran tomar. Cuando la bebida esté allí, déjalos.
             Ahora, mientras te diriges a tu siguiente acto de amor, intenta imaginar la relación que va a establecerse entre ellos.