martes, 11 de octubre de 2011

celos. EPÍLOGO. ¿qué podemos esperar?

             La idea de la ausencia de celos asusta a algunos mediante el fantasma de la imprevisibilidad total. Frente al relativo control que los celos ejercen sobre la pareja, el riesgo de no tenerlos amenaza con algo más que la diversificación de la vida sexual. Si no podemos ser celosos, la estabilidad de la vida afectiva parece tambalearse por completo.
             Que no cunda el pánico. Recordemos nuestras herramientas y apliquémoslas ahora. Estamos, no lo olvidemos, innovando. El vértigo y el vacío formarán parte de nuestra experiencia, así como la creación y, por supuesto, la mejora.
             He afirmado que los celos surgen allí donde el individuo percibe la pérdida o deterioro de la relación de pareja (me referiré en adelante sólo a "relaciones" para no predeterminar el número de individuos que las forman). En no significa nada he explicado la razón por la que el contacto sexual no forma parte, paradójicamente, de la causa primera de los celos. Lo sintetizaré en la siguiente afirmación: los celos están enfocados hacia el sexo fuera de la relación porque éste ha sido identificado como la máxima amenaza para su conservación. Son el ejemplo paradigmático de su causa, pero no la causa en sí.
             Efectivamente, muchas cosas pueden romper una relación, pero sabemos que el inicio de otra mediante la ceremonia inaugural del sexo es una declaración de guerra. Cuando la persona con la que conformamos una relación empieza a tener vida sexual fuera de ésta, nosotros dejamos de ser imprescindibles en el único terreno en el que lo éramos por decreto. A partir de ahora la exclusividad va a desaparecer, y nuestra posición de ventaja se convertirá en una de igualdad. Constituiremos otro término más de la comparación, y ya no será suficiente con existir y ocupar nuestro lugar; ahora deberemos ser mejores. Pero, además, sabemos que ese otro con el que se nos compara acaba de empezar a luchar contra nosotros. Él quiere lo mismo que tenemos, y la superación de la barrera del sexo lo convierte en oponente oficial. Ya no esperará a que estemos en crisis. La moral del amor le da derecho a provocar nuestra crisis. Ya no sólo tenemos que ser mejores que otro; ahora ése otro, a su vez, intenta ser mejor que nosotros. Cuando la otra relación sexual arranca se levanta la espada de Damocles, que deberá abatirse, al menos, sobre uno de los dos contendientes.
             Esa espada es el problema, y no la relación sexual (ni, en realidad, la de ningún otro tipo). Entendámoslo: los celos están más que justificados si aquello que los provoca puede conducir  a la pérdida de algo profundamente querido y relevante. Llamemos a ese efecto “pérdida traumática". Es precisamente en la pareja abierta donde cabe la posibilidad de que la amenaza no se produzca, porque su la teoría dice que las distintas relaciones no son incompatibles.
             Aquél que comienza una nueva relación es el que tiene la sartén por el mango y de quien depende que tenga lugar, o no, una pérdida traumática. Eso es lo que tenemos derecho a esperar cuando disfrutamos de una relación abierta: la ausencia de pérdidas traumáticas. Pero, para construir nuestro entorno afectivo eficazmente, para desarrollar lazos profundos, necesitamos seguridad. La pugna entre seguridad y libertad debe resolverse en la siguiente respuesta unificadora: esperar de los demás aquello que es justo que esperemos.
             La vida es evolutiva, y así deben ser las relaciones. Hagamos lo que hagamos de ella, aquéllas deben quedar como estaban. Con el tiempo se transformarán, claro, por sí mismas o por los cambios de todo tipo que se producen en la vida y que repercuten también en ellas. Pero el afecto debe ser comprometido, y no visceral, porque para que el otro pueda aferrarse a él necesita de su solidez. La variante de relación abierta que propone el poliamor utiliza esta sencilla y acertada máxima: cada relación debe evolucionar por razones internas, y no externas, ella.
             La principal razón externa que hace peligrar una relación es la incompatibilidad que puede plantear la relación nueva. Debe ser norma de hierro no caer en presión alguna que una relación ejerza contra otra. Para que vivamos la libertad con cordialidad es imprescindible respetar el resto de las relaciones y que éstas respeten las nuestras. Confiando en que no perderemos lo que tenemos salvo si se surgen en ello mismo razones para esa pérdida, la libertad del otro dejará de ser una amenaza.
             Los celos estructurales acabarán, y aparecerán como celos legítimos, coyunturales (no estructurales), cuando nos quiten aquello que se nos habían dado con garantías de perdurabilidad. Cuando se beneficie injustamente a otro a nuestra costa tendremos derecho a estar celosos. Cuando se nos quiera convencer de que tenemos lo que no tenemos para sufrir su ausencia en el momento de necesitarlo, nuestros celos serán justos.
             Hablando de relaciones que se presuponen sentimentales-sexuales, el discurso resulta chocante y se nos antoja complicada su aplicación. Pero estamos sobradamente cualificados; somos expertos, en realidad. No hablamos de otro modelo que del que intuitivamente aplicamos con los amigos. ¿Cómo llamamos a alguien que le dice a su amigo: “Nuestra amistad ha terminado porque acabo de empezar otra”? Mal amigo. ¿Y a quien no nos deja tener otros amigos por miedo a que dejemos un día de serlo suyo? Mal amigo, de nuevo, posesivo, envidioso. ¿Qué nos parece que un amigo nos pida ser clasificado entre nuestro grupo de amigos como "el mejor amigo”? Una mezquindad, sin duda, pues la condición de mejor amigo no requiere de clasificación si se produce y se violenta con sospechosos fines si se encasilla en un ranking. ¿Qué actividad tenemos dedicada en exclusiva a un solo amigo, sin posibilidad de cambio o aumento en el número de los mismos? Sólo aquella en la que la exclusividad se produce casualmente, y nunca buscada o conservada por imposición. ¿Qué es un amigo que un día nos considera amigo, y el otro no tan amigo, y el tercero su mejor amigo, y el cuarto nos trata como si no nos conociera? Un caprichoso, un adulador de conveniencia, un no-amigo. ¿Y aquél que, tras meses de evolución, se sorprende un día porque nuestro trato con él no es tan rico como tiempo atrás? Un amigo impermeable a la comunicación, que no se preocupó por la relación hasta que se vio perjudicado por sus cambios; un acomodado.
             Todos llevamos haciendo esto nuestra vida entera, los buenos amigos, bien, los malos amigos, mal, siempre reconociendo el trauma injustificado como la traición a la amistad, y la posesividad como la antiamistad, la utilización del amigo para paliar nuestros temores con el precio de su libertad, de su crecimiento, de su vida.  Simplemente, sigamos haciéndolo.

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