lunes, 7 de septiembre de 2015

"mamá, el abuelito te grita"


No sé si lo que voy a contar es un caso (varios casos) excepcional o un fenómeno generalizado. 

Sé que un vistazo a internet no me ha ofrecido otros ejemplos y, también, que esa primera ausencia de testimonios puede ser real o aparente, puede o no esconder un sinnúmero de otras situaciones similares, y que no es la prueba definitiva de nada.

En esas condiciones dejo aquí mi impresión:

En los meses de verano, el aumento de la convivencia familiar entre las personas de mi entorno me ha permitido observar una clamorosa manifestación del patriarcado para la que, como para tantas otras, yo era perfectamente ciego.

Me refiero a la opresión ejercida por los abuelos varones sobre las madres, y que se traduce en un rol sospechosamente consistente con la tradicional figura del abuelo entrañable del que nuestra cultura apenas nos ofrece otra cosa que una visión beatífica.
Sin entrar en excesivos detalles, diré que lo que he visto y escuchado es que en aquellas familias donde la figura del padre está desdibujada, (ya sea por ausencia, por dependencia económica, por debilidad de carácter, o cualquier otra razón) el abuelo adopta rasgos tiránicos sobre la madre que invaden el espacio de la educación de lxs hijxs por imposición violenta.

La lista de comportamientos degradantes para la madre que se relaciona estrictamente con la usurpación de su papel como principal co-educadora junto al padre incluyen:

-la desobediencia a las normas educativas impuestas por la madre (falta de respeto por los hábitos alimenticios elegidos por la madre, concesiones desaconsejadas por ella, introducción en hábitos que ella desautoriza, café, alcohol, dulces, o entornos que los fomentan)

-el desprecio hacia ella delante de lxs hijxs (asunción y fomento del papel de la madre como criada del abuelo, actitudes despectivas como falta de atención o de participación en las decisiones que conciernen al grupo, menosprecio hacia las complejidades de la educación que sirve para negar a la madre la condición de especialista en una tarea que requiere una alta capacitación)

-la reivindicación ante lxs hijxs de la superioridad jerárquica a todos los efectos (referencia explícita a su autoridad patriarcal, su fuerza o su dinero, propiedad de la casa de veraneo)

- la relegación de la madre al papel de niñera (aunque la/el hijx se le retira para jugar, le es devueltx para cambiarle los pañales, si llora o, simplemente, si el abuelo se cansa de ella/él)

-la acusación de estar dando una educación inapropiada (tratamiento de los problemas educativos como errores de la madre, reproches que relacionan la forma de vida de la madre con las consecuencias sobre la educación de su hijx y que, en realidad, se refieren al dominio patriarcal sobre las mujeres de la familia -una madre no sale los fines de semana, una madre no cambia de pareja, una madre tiene que dedicarse a su casa-)

-la competencia por el afecto de lxs hijxs (defensa del/a nietx a toda costa, concesiones antipedagógicas, abuso del recurso al regalo, complicidades con la/el nietx frente a la madre)

- por último, la instauración de una violencia de baja intensidad perpetua (victimización como anciano frágil y anticuado, amenazado por el poder de la generación emergente -al que no se le debe tener en cuenta el perder las formas-, disciplinamiento de la madre en el derecho del abuelo a alzar la voz, alusiones veladas al derecho último del abuelo a agredir a la madre, culpabilización de la madre por cualquier tipo de violencia sufrida por ella, irritabilidad que convierten en constante la amenaza del brote violento). 

Huelga decir que ésta es una lista de comportamientos observados que pretende ser exhaustiva, y que un abuelo patriarcal no necesita realizarlos todos para serlo.

Lo que me ha inducido de forma más poderosa a escribir este texto es, como mencionaba en su comienzo, la consistencia de estas conductas con la figura tradicionalmente venerada del abuelo (no la abuela) entrañable, que puede estar sirviendo de escondrijo al verdadero comportamiento patriarcal.

El abuelo de Heidi que tenemos en nuestro imaginario colectivo, y que, quizás con demasiada precipitación, asimilamos con el nuestro es, como sabemos, un ángel para lxs nietxs. Su paciencia es infinita (cuando se le acaba se va, o descarga su ira sobre la madre o la abuela, lo que la/el nietx ve como un ventajoso debilitamiento del poder que sobre él se ejerce de manera más continua), encarna un ideal de libertad (no sólo porque no está atado a las tediosas tareas del mantenimiento y los cuidados, dedicándose sólo a cosas que tienen más posibilidades de ser tratadas como divertidas, sino porque puede oponerse libremente a cualquier norma que pese sobre la/el nietx) y es una fuente inagotable de conocimientos nuevos, llenos de misterio, especialmente aquellos que van apegados a la tradición y la tierra (mucho habría que decir de cómo el abuelo se salta los filtros educativos, a veces trabajosamente construidos por la madre, de cómo abusa del recurso a la magia como forma de explicación, y de cómo se erige para la/el nietx en especialista autoproclamado en aquellos conocimientos que para la generación de la madre resultan más ajenos).

para mi sorpresa, la primera oferta de google a la búsqueda de "abuelo heidi" es "abuelo heidi enfadado". ¿será una señal?
Si esta idea tuviera algún alcance, habría que empezar a analizar la construcción patriarcal de ese rol como ocultación del despotismo sobre la madre, como continuación de su dominio sobre ella por sobre la autoridad que socialmente se le concede al adquirir la responsabilidad principal de la crianza, y como establecimiento de una correa de transmisión que asegura la presencia de los valores patriarcales allí donde la ausencia de un padre dominante los pone en peligro.

Muy harto, este verano, de abuelitos entrañables con el demonio dentro.



jueves, 20 de agosto de 2015

¿por qué la agamia? (ii)


Ya he explicado las que considero el par de razones fundamentales para proponer y elegir la agamia como modelo de relación.

Ambas son, como se ha podido ver, éticas, es decir, opciones del deber ser. Tenemos la obligación de procurar resolver el problema de las relaciones y, hasta nueva propuesta, la agamia parece el único camino que ofrece alguna garantía.

Pero hay una más, de la que, sorprendentemente, se dice poco o nada, y ésta está en el plano del ser, de lo descriptivo, de lo que no depende de que sea elegido, porque sin necesidad de elegirlo nos encontramos inmersos en ello.

Todavía hablamos de los modelos alternativos a la monogamia heteronormativa como de una suerte de transgresiones extravagantes. Sabemos que aún no son de dominio público y que la palabra “poliamor” no es algo que, ni mucho menos, todo el mundo haya oído. La no monogamia parece aún una cuestión de activismo.

Si echamos la vista atrás, muy ligeramente atrás, nos podemos llevar una sorpresa, e incluso experimentar un cierto vértigo. Recordemos un hecho crucial: El sistema heteronormativo hegemónico no es el de la monogamia indisoluble. Nos encontramos en la era de la monogamia secuencial. Se dirá que la monogamia indisoluble está plenamente presente en nuestra sociedad, y no hay nada que discutir. Se dirá que la secuencialidad existe desde que el mundo es mundo y, cubriéndola de matices, se podría admitir también esta afirmación.

Lo que es indiscutible es que las relaciones sexosentimentales se entienden hoy, por defecto, como monógamas secuenciales. Esto constituye una auténtica revolución. Efectivamente nos encontramos dentro de un sistema nuevo, nosotrxs, que no hacemos más que decir que hay que abandonar las viejas relaciones monógamas y bla bla bla, resulta que estamos ya en el después de la revolución, en la gestión del cambio, y no en su preparación. Somos la generación de la novedad. Lxs que tenemos que ver qué hacemos con algo que nadie antes ha usado.

El vértigo no está tanto en la novedad, como en la velocidad de esta novedad. ¿Desde cuándo somos secuenciales? Daré sólo un par de datos. La literatura nos muestra una secuencialidad naturalizada entre los guetos intelectuales desde, al menos, el periodo de entreguerras. Pero nos equivocaríamos si pensáramos que en manera alguna se trataba de un modelo socialmente hegemónico. Esa posible hegemonía no sólo la contradice la cultura popular de los años 50, producto de una revolución conservadora proveniente del otro lado del atlántico, sino su propio confinamiento social y espacial, a la vida bohemia de lxs intelectuales y artistas parisinxs que se narran a sí mismxs.
El otro dato es que la Ley de Divorcio fue aprobada en España en el año 1981 (La Ley de Divorcio de la Segunda República, inmediatamente derogada por la Dictadura, aún exigía una “justa causa”), después, lógicamente, de la muerte del dictador, pero sólo ligeramente desfasada con respecto al cambio general en esa euro-britania a la que llamamos “occidente”. Huelga decir que legalizar el divorcio no significa su aceptación social general ni, mucho menos, su naturalización. El divorcio, que hoy sólo es entendido como indeseable por las consecuencias sobre lxs hijxs (torticeramente anticipadas como traumáticas) fue, hasta hace no tanto, el sinónimo de un fracaso existencial. El proyecto de vida había fallado y lo único que cabía era un proyecto de segunda mano, inferior y derrotado. La verdadera función del divorcio no era tanto rehacer la vida de pareja como oficializar el fracaso de la misma.

El largo camino hasta la secuencialidad normalizada parece haberse recorrido en un par de décadas. Seguramente (grosera aproximación) sea en los años 90 cuando se pueda empezar a hablar de que la secuencialidad es algo más que lo que hacen lxs adolescentes para buscar pareja, y que esa búsqueda se prolonga a lo largo de toda la vida.

Y es en los años 90 cuando, casualmente, nace el poliamor.

Las flagrantes contradicciones internas de la monogamia secuencial (esa búsqueda de un Día de la Marmota amoroso) empujan su modelo hacia el descrédito y la transformación a una velocidad de la que estos pocos datos pueden darnos una idea.

Eso significa que su alternativa no va a ser exactamente una conquista social, sino más bien un cambio inevitable que nos está ya esperando a la vuelta del más minúsculo cambio cultural.

Pero, ¿qué es lo que vendrá después? No me voy a extender aquí en describir horrores algo más que potenciales o en imaginar distopías sexosentimentales. No se trata, tampoco, de enriquecer el imaginario aberrante con una tormenta de ideas. Baste recordar que los cambios sociales no siempre son mejoras en la justicia social, y que, por qué no, nuestra próxima criatura sexosentimental puede ser otra hermana de la abundantísima prole que nos ha traído ya la que empieza a ser una demasiado longeva revolución neoconservadora.

Pensemos bien lo que queremos para no tener que añorar un día la mezquina monogamia secuencial como el mejor de los modelos conocidos.

miércoles, 12 de agosto de 2015

¿por qué la agamia? (i)


Son dos las razones que normalmente esgrimo para explicar la necesidad de la agamia

La primera es que las relaciones, tal y como las conocemos, no funcionan.

Es, sin duda, el argumento estrella, y a él se apuntan todas las propuestas no monógamas. Un importante sector de nuestra sociedad sigue creyendo en la necesidad de las relaciones monógamas heteropatriarcales, pero gran parte de esxs defensorxs reconocerán, por experiencia, que el modelo conduce a la infelicidad. La idea de la pareja como tormento necesario reduce el número de sus verdaderos fans a un porcentaje escaso de conservadores estrictos cuya presencia es prácticamente nula en cualquier ámbito de discurso serio.

El otro argumento es mucho más importante, pero su éxito, tengo que reconocerlo, no se puede comparar. Es, por supuesto, anatemático para quien ya encontraba inaceptable la primera crítica. Pero quienes la compartían no acostumbran a ser mucho más receptivxs.

Eso que sólo ven unxs cuantxs o que no parece preocupar demasiado es que las relaciones son injustas en su distribución.

Las relaciones, del mismo modo que cualquier otro bien en un sistema neoliberal, se distribuyen según criterios salvajemente desiguales. Tres son las gravísimas consecuencias: a) La desigualdad genera, de por sí, un estado perpetuo de escasez social. b) La desigualdad genera, así mismo, una extraordinaria competitividad por las relaciones, que es el origen principal de su deterioro. c) Por último, la desigualdad crea una ingente masa de marginadxs y desposeídxs que son visibilizadxs sólo como casos aislados, excepcionales, pero que conforman la verdadera alma y fundamento del sistema: El infierno con el que éste aterroriza al resto para que luchen de modo fraticida por su éxito individual.
Como se ve, la primera crítica se puede englobar en la segunda, y no es, en realidad, más que su perspectiva individual. Esta relación puede explicar la falta de eficacia de la primera y la falta de popularidad de la segunda.

El amor es una ideología estrictamente individualista. Quien tenga la valentía de ser críticx con su experiencia, pero a la vez se mantenga fiel a los dictados del amor, se resistirá a trasladar esa crítica a una escala social. Para el amor, la perspectiva social implica varios pecados mortales, es decir, varias incompatibilidades con su realización exitosa. Y quien sólo deja o critica a la pareja heteronormativa (no al amor mismo) porque no le es satisfactoria evita el supuesto suicidio de seguir insatisfecho contraviniendo los preceptos amorosos.

Este negacionismo tiene varias formulaciones, cuya refutación es casi inmediata desde este marco explicativo, y que se derivan directamente de los condicionantes generados por la heteronormatividad misma a través de la ideología amorosa.

En primer lugar, se nos dirá que las relaciones no son competitivas. Esta falta de competitividad interior a las relaciones se plantea como una falsa causalidad: Para estar en una relación es necesario no competir. Competir sexosentimentalmente con la pareja parece la definición misma de la estupidez, y la razón perfecta para optar por la separación. Pero recordemos que nosotrxs hablamos desde una perspectiva que ya es crítica con la pareja, es decir, que ya reconoce que la pareja es estructuralmente disfuncional. La distancia que se establece entre el reconocimiento de que la pareja es disfuncional y el reconocimiento de la causa de esa disfunción es, precisamente, la resistencia que permite conservar la pareja en su estado disfuncional. Entre la contradicción de tener pareja y ser crítico con la pareja, y la contradicción de reconocer la disfuncionalidad de la pareja pero no el origen de la disfuncionalidad en el marco de competitividad social en el que se establece y que la inunda, existe un paralelismo que hace que las contradicciones se anulen. Mi contradicción vital tiene que ser sustentada por una contradicción en el discurso, y hela aquí.
El negacionismo se formula también contra la escasez sexosentimental. Es característico del discurso gámico no monógamo (poliamoroso, swinger…) decir que al escaso sexo heteropatriarcal formal, subyace un piélago de sexo clandestino y escondido que inunda el heteropatriarcado. El mundo de la pareja tradicional sería, una vez incluido su submundo sexual, una orgía universal y oculta. Este es un argumento clave a la hora de sustentar el discurso poliamoroso: Dado que en realidad vivimos una doble moral sexosentimental, que se traduce en una doble vida, sincerémonos a través de un modelo que acepte e incluya cordialmente esa doble vida inevitable.

Pero no es muy sincero. Que el patriarcado ha establecido siempre un doble rasero sexual para el hombre y para la mujer es un hecho. También lo es que ese doble rasero se convirtió en doble o falsa moral con el advenimiento de la burguesía y un cierto nivel de igualdad dentro de la pareja que exigía del hombre, al menos, discreción. Pero que el acceso a este sexo clandestino tenía un componente desigualitario, no sólo de género, sino también de clase, parece igual de claro. La doble moral del varón burgués no se podía comparar a la del obrero. Nosotrxs (todos los géneros) heredamos esa desigualdad y la vivimos en forma de escasez sexosentimental social, con las excepciones que la propia desigualdad implica: Clases dominantes, guetos y grupos autogestionados.

Cuando escucho decir que quien realmente quiere sexo lo encuentra creo estar oyendo al empresario explotador o, peor aún, a alguno de sus estómagos agradecidos, diciendo que el que quiere trabajo lo encuentra. ¿Las condiciones? Eso ya es pedir mucho: Las personas no tienen sexo porque no lo quieren lo bastante ni están dispuestas a sacrificarse lo bastante para conseguirlo, del mismo modo que las sociedades pobres tienen el germen de su pobreza en su propia molicie. Si este discurso tuviera la valentía de volver la mirada sobre su propia vida sexual descubriría la misma miseria que atormenta al resto, pero con el matiz de diferencia que distingue el capital de un pobre avaro del de un pobre promedio.

La última gran negación, y por supuesto la más grave, es la que rechaza la existencia de una base social de excluidxs sexosentimentales. Tenemos la falsa meritocracia tan asumida dentro de la filosofía del amor, hasta tal punto aceptada la idea de que a cada quién le corresponde, por su lugar en la sociedad, una determinada calidad de vida sexosentimental, que el ejército de desposeídos nos resulta no sólo invisible, sino casi inconcebible. Si corremos el velo de nuestra ceguera enseguida descubrimos, sin embargo, que estamos rodeadxs, y en íntimo contacto con ellxs. Si es que no somos nosotrxs mismxs.

Pero nos pasa con la gran masa desposeída exactamente lo mismo que con lxs desposeidxs de patrimonio. Su situación es tan grave, tan lejana de lo que nosotrxs estaríamos dispuestxs a aceptar (o a soportar reconocer ante nosotrxs mismxs en nuestra propia experiencia), que su reconocimiento es el reconocimiento de una culpa inasumible. Preferimos refugiarnos en el más despreciable de los respetos, y decir que hay sexualides diversas, y que cada unx elige la suya, y que no somxs quien para juzgar lo que hacen lxs demás (siempre que tengan la decencia de hacerlo entre ellxs, sin aspirar a incluirnos a nosotrxs).
Salta a la vista que las dos razones expuestas son de la máxima importancia. Pero empiezo a pensar que hay otra que debería preocuparnos aún más y que expondré en la segunda parte de este texto.

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martes, 9 de junio de 2015

pirámide. actividad II

Elige un número del 1 al x, donde x es el número de distritos, barrios o subdivisiones que tiene la localidad en la que vives. Comprueba a qué zona corresponde el número elegido. Coge un libro que te apetezca leer y desplázate hasta allí. Elige una terraza, si el día da para ello, y toma asiento. Si el tiempo no es favorable entra en un bar, pero asegúrate de sentarte en un lugar desde el que domines una ventana.
Observa a la gente que pasa y haz una valoración especulativa sobre la calidad de su vida sexosentimental. Dividelxs en dos grupos: el primero formado por quienes piensas que tienen una vida sexosentimental mínimamente digna. El segundo, de quienes no la tienen. Será suficiente con que llegues hasta un total de 50.

Traslada ese dato al conjunto de la sociedad.

Imagina esa sociedad y acepta que es la sociedad en la que vives.

Ahora recuerda que delante de ti nunca podrían haber pasado todas aquellas personas que, por una u otra razón, se quedan habitualmente dentro de sus casas, impedidxs o angustiadxs. No pueden pasar quienes viven en áreas no urbanas o aisladas. No han pasado hospitalizadxs ni presxs; no han pasado esclavxs laborales ni, seguramente, el resto de lxs esclavxs…

Por fin, puedes ya leer el libro. Si el ruido a tu alrededor es aceptable y te permite concentrarte en él, por favor, escríbeme un e-mail indicándome la ubicación del local.

lunes, 1 de junio de 2015

la clave contra los celos: el arte de establecer expectativas razonables


La clave para convertir el infierno de los celos en una indignación que contribuya a mejorar nuestras relaciones y nuestra socialización es aprender a establecer expectativas razonables.

Una primera tentativa didáctica de exponer esta habilidad sería decir que consiste en trasladar las expectativas razonables desde el ámbito de aquellas relaciones que no constituyen gamos a las que lo constituyen. Como nuestras relaciones no gámicas no soportan la presión de satisfacer las exigencias del amor, nuestra actitud al valorarlas y juzgar lo que podemos esperar de ellas presenta generalmente una serenidad que, aplicada a aquellas relaciones que son gamos o que amenazan con serlo, puede resultar saludable.

Pero sabemos que la amistad no es tal, sino más bien un no-gamos, es decir, una relación que se caracteriza precisamente por sus limitaciones. No debe extrañarnos, por lo tanto, su actitud reservona. Su referencia nos es útil, pero no del todo ejemplar. Se trata de captar algo de esa serenidad al juzgar (sin caer en lo que a veces es más bien apatía), no de copiar su modelo de relación.
Establecer expectativas razonables no consiste sino en observar la realidad para disponernos de la mejor manera hacia ella. Éste es, seguramente, el movimiento clave: Dejar de mirar al gamos y volver la mirada hacia la realidad. El gamos es una ficción definida y acabada, mientras que la realidad es perfectamente incierta. Tenemos que acostumbrarnos a la paciencia que exige esa incertidumbre. Tenemos que distinguir entre lo que sabemos y lo que no sabemos en las relaciones. Necesitamos abandonar el “querer creer”. En el cambio, recordémoslo, no perdemos nada, porque todo aquello que se quiere creer sigue entrando dentro de lo que no se sabe, con la desinformación añadida de que se cree saberlo.


Vayamos a un ejemplo práctico. Es característico del pensamiento gámico dar por hecho que quien se muestra interesadx en una relación está en disposición de formar una pareja, de establecer un gamos. Sin embargo, son innumerables las circunstancias en las que puede encontrarse una persona con respecto a sus relaciones, y desde prácticamente todas ellas es posible que muestre interés por aumentar la intensidad con otra.

Sabemos que el pensamiento gámico se desliza cuesta abajo a través de los siguientes prejuicios: Quien intensifica una relación hace que ésta se aproxime al gamos y, por lo tanto, expresa una propuesta de gamos (en castellano pedestre: Quien muestra tanto interés, es que algo quiere). De ahí se deriva la segunda presunción gámica, sin fundamento empírico alguno: Quien propone un gamos, lo hace porque está “limpix” de gamos (disponible).

Dejemos a un lado toda la impertinencia e insensibilidad que implica establecer sobre presunciones tan globales sobre otrxs y, normalmente, no ya precipitadas sino, directamente, supersónicas. Lo que nos importa es comprender cómo los prejuicios que impone el gamos han plantado ya la semilla de los celos mediante la generación de una expectativa insensata. La persona supuestamente solicitada de gamos descubre un gamos limpio a su disposición (¡nada menos que alguien sexosentimentalmente cien por cien aisladx!). En el caso de que no esté interesada optará por alguna de las actitudes que se derivan de dicha conclusión, todas ellas tan impertinentes como la conclusión misma (alejarse, “aprovecharse”, buscarle pareja…). En el caso de que lo esté, el gamos propuesto pasa a ser de su propiedad. A partir de ese momento, todo lo que amenace dicho gamos amenazará su proyecto vital, su posición social, y será susceptible de generar celos, porque estará ocupando un espacio que es exclusivamente suyo.

Este es el origen, por ejemplo, de los consabidos “celos de ex”. La/el ex, para el gamos, es una entidad ideal que es eliminada de la vida con pulcritud perfecta. La/el ex no tiene especificidad, no es de ninguna manera, y sólo se caracteriza por su obligación de no dejar rastro. La/el ex real, lógicamente, y con todo lo estereotipadamente gámico que pueda resultar hablar en estos términos, tiene, en el más higiénico de los casos, una larga cola de vida social y psíquica incompatible con el gamos en su acepción más literal. Toda esta huella dejada por nuestras relaciones, incluso en el caso de que deseemos abandonarlas por completo y que nuestras relaciones no pudieron evitar producir, se convierte, por causa de la expectativa insensata, en territorio conquistado por el nuevo gamos, cuyo derecho de posesión es reivindicado mediante los celos.
Como se ve, la expectativa insensata del gamos impide que las emociones discurran por cauces cordiales, y predispone a las personas a depender de realidades que no son más que espejismos del gamos. Si somos capaces de librarnos de estos espejismos habremos recorrido la mitad del camino que nos separa de una utopía: la impermeabilidad a los celos.

Para ello será suficiente con que desarrollemos el hábito de observar atentamente la realidad. Al principio necesitaremos un poco de disciplina, pero pronto nos resultará extravagante haber estado mirando nunca otra cosa.