lunes, 26 de febrero de 2018

¿has elegido libremente tu modelo relacional?


Ya sabéis que la agamia no se presenta a sí misma como una alternativa más, lo último de lo último, en el muestrario de los modelos relacionales.

La agamia, en realidad, viene a impugnar ese muestrario como si todo él fuera el área de productos con aceite de palma. “No es cuestión de gustos” vendría a decir, “sino de salud y de consumo responsable. Las alternativas, si han de venir, tendrán que ser en este lado de la estantería”.

Pido disculpas porque el paralelismo induce a fe en la racionalidad del mercado, y ya sabemos que no es esa su mayor virtud. El objetivo era solo que se entendiera la idea. Espero haberlo logrado.

Sabemos también que otros modelos no monógamos responden con su cantinela sobre libertad individual y especificidad identitaria: “unas cosas valen para unas personas y otras para otras. Es bueno que todo permanezca disponible” y el famoso “hay gente para quien el gamos es lo mejor, y que lo elige libremente”.

No nos sorprende que para cualquier cosa, por aberrante que sea, aparezca quien la elija libremente, sobre todo porque las cosas aberrantes suelen beneficiar a unxs a costa de otrxs (esa es su aberración), y son esxs primerxs quienes enseguida defienden la libertad de elección de lxs segundxs.

Lo que sí sorprende, o sorprenderá a poco que lo pensemos, es que se pretenda defender que la prevalencia del gamos, su presencia constante, también en la no monogamia, sea un acto de libertad.

Sabemos, además (en realidad lo sabemos casi todo con respecto a estos temas, la mayoría de los textos de este blog solo encadenan un poco esas cosas que sabemos) que en una infinidad de ocasiones el gamos sobreviene tras una lucha, más o menos larga, contra su aparición. Esta experiencia se narra una y otra vez, no solo en comunidades no monógamas sino incluso en entornos normativos. “No queríamos ser pareja, pero al final no hemos sabido no serlo”.

Tenemos, por lo tanto, todos los datos: 1-el gamos aparece (en muchos casos, y en muchísimos en entornos no monógamos) sin ser elegido. 2-las otras no monogamias son gámicas. 3-las no monogamias gámicas defienden el gamos como opción libre.

Ergo… la defensa del gamos como elección libre es un producto ideológico aparecido para defender la superviviencia de las no monogamias gámicas sin más razón que dicha superviviencia (y, lógicamente, la de las estructuras de poder que surgen a partir de ellas). “¡Formamos parejas porque nos gusta la pareja! ¡Somos poliamorosxs libremente!” dicen lxs portavocxs del poliamor. Y sus practicantes, en muchos casos, piensan “yo no, pero bueno. ¿Estaré haciendo algo mal?”.

Lo cierto es que el gamos, normalmente, no se elige, sinoque se cae en él. Y una vez dentro la disonancia cognitiva actúa sin clemencia. Nos sucede con el gamos como con el BDSM: Todxs somos feministas, también quienes defienden el BDSM porque, incluso reconociendo que, mayoritariamente, a la práctica del BDSM subyace una motivación machista, no es esa la que nos mueve a nosotrxs. “De acuerdo: es raro que el gamos se elija, pero yo soy uno de esos casos raros; yo lo elegí.”

Seguramente. Y tienes mi cariño. Sin embargo, sólo por si acaso, te invito a que contestes a una pregunta. Recuerda que el objetivo es que tú descubras si eres libre. Tú, no yo, que no me voy a enterar de si tenía o no razón, eres la persona que puede obtener aquí beneficio: ¿Alguna vez te has demostrado a ti mismx que puedes no elegir el gamos?
Porque si tu/s relación/es actual/es son gamos y en ellas no te planteaste si querías o no gamos (es decir, o no conocías o no te planteaste alternativa alguna al gamos) entonces no sabes si lo hubieras elegido de haber dispuesto de la posibilidad de no hacerlo.

Pero si en algún momento quisiste que tu relación, o alguna de tus relaciones, no fueran gamos, y sin embargo acabaron siéndolo, entonces, lógicamente, tampoco has elegido libremente el gamos, y si te enmarcas en una no monogamia gámica (poliamor, anarquía relacional, etc…) puede decirse sin miedo al error que no has elegido ese modelo, sino que es el modelo que te ha tocado por falta de libertad.

Si te pasó lo contrario, es decir, que quisiste que alguna de tus relaciones no fuera un gamos pero el no ser un gamos resultó tan conflictivo que acabó con la relación, entonces tampoco has elegido (aunque está claro que lo has intentado) y tu/s gamo/s actuales son, simplemente, tu única opción relacional; no lo que quieres, pero sí donde sabes llegar.

Y si has decidido que no formarás un gamos por nada del mundo, pero es una decisión que has tomado una vez que ya lo tienes, y lo vas a mantener, pues bueno, no pasa nada, qué va a pasar, pero no has elegido tu modelo relacional libremente.

Para poder decir que has elegido formar un gamos, por lo tanto, hace falta que, en alguna ocasión, no lo hayas formado.

Pero, claro, ¿cómo se distingue la existencia de una no cosa?

Podemos caer en la tentación de llamar “elusión del gamos” a cualquier relación no gámica con el fin de demostrarnos a nosotrxs mismxs nuestra libertad. Pero hay que distinguir. Para disponer de la prueba de que sé no formar gamos y, por lo tanto, quepa pensar que lo estaré formando libremente allí donde lo hiciere, no es suficiente con no formar gamos en la mayoría de mis relaciones. Eso es, precisamente, en lo que consiste el gamos: forma gamos con unx o unxs pocos, y deja de hacerlo con el resto. Lo que necesito es no formar gamos allí donde la mayoría de la gente lo formaría.

¿Tienes esa relación?

Esa relación no es una amistad. Todo el mundo tiene personas a las que llama “amigxs”, y prácticamente todo el mundo tiene amigxs del sexo (no digamos “género”, ya que nuestra orientación sexual suele ser aún tan cavernaria que elige antes genitales que roles) objeto de su deseo.

Esa relación tampoco es un trato cordial o de cierta intimidad con alguien que nos gusta, porque la hipótesis del valor sociosexual dice que entre dos personas que no forman gamos una tiene siempre más valor sociosexual que la otra y, por lo tanto, una gusta (real o potencialmente) a la otra. Lo normal es que a esa persona que te gusta no le gustes tú. Esa es la explicación más económica para vuestro no gamos.

Tampoco, lógicamente, sirve como no gamos la famosa “tensión sexual no resuelta”. Aparte de cuáles sean las razones para esa irresolución (pareja en la recámara cuando se tiene otra, por ejemplo), lo que nos interesa saber es qué pasará cuando se resuelva, es decir, si podrá no formarse gamos. Lo de antes normalmente no es decisivo, porque el sexo es la incógnita central. Lo más probable es que ninguno de lxs dos sepa realmente qué desea antes de que esa incógnita sea despejada. No estoy animando a hacerlo. A lo que animo es a que, si lo hacéis, estéis atentxs a la aritmética.

Evidentemente, si la relación sexual tuvo un desenlace abrupto (porque alguna de las personas “descubrió” que no le interesaba tanto la otra, porque la “falta de compromiso” desencadenó un conflicto, etc, etc…) no podemos decir que haya habido éxito en la no formación de gamos, sino que el gamos ha hecho fracasar la relación, con lo cual seguimos en la misma condición de falta de libertad.

¿Sabes qué es algo que se parece mucho al éxito en una no formación de gamos? Una relación íntima, estable, y sexual o sexualizable, no gámica, con alguien con quien perfectamente podrías formar una pareja y que perfectamente podría formarla contigo.

¿Tienes eso? ¿No?

Entonces no sabes si has elegido tu modelo relacional. Lo más probable es que él te haya elegido a ti. Así que te recomiendo que te apresures (lentamente) a desarrollar una relación de esas características. No solo para contestar a una pregunta tan importante y para empoderarte en la elección de modelo. Sobre todo porque es muy probable que descubras, y concluyas, que esa es la mejor manera de relacionarnos.


lunes, 19 de febrero de 2018

el infierno de la amorexia.


Tal vez hayas detectado en tu entorno a alguna de esas personas con una especial proclividad a reivindicar más amor en el mundo, o a solicitar y provocar, especialmente para con ellxs, expresiones repetitivas de afecto, a veces vacías o hasta inadecuadas.

Es posible, incluso, que te hayas topado con alguien que, a pesar de vivir envueltx en este mar de amor, parezca estar sufriendo una déficit crónico de afecto.

Con frecuencia juzgamos a estas personas benévolamente, atribuyéndoles alta sensibilidad o empatía, y respondemos de manera favorable a su conducta.

Quizás, sin embargo, nos encontremos ante algo que debe ser tomado mucho más en serio: un nuevo síndrome adictivo, a veces devastador, que recibe el nombre de “amorexia”.

En 2015 el equipo de la doctora en psicología social I. Martheleur, de la Universidad de Hasselt, detectó rasgos similares a los de un síndrome de adicción en algunxs estudiantes.

“Hicimos un primer estudio de campo en las instalaciones de la propia Universidad en el que observamos algunas conductas inquietantes. No era raro encontrar a estudiantes entregadxs a interminables rituales afectivos que parecían carecer de propósito. Algunxs abrazaban inesperadamente a otrxs. Estxs solían responder receptivamente. Pero tras ese primer abrazo, se solicitaba otro y otro más, al mismo sujeto o a cualquiera que anduviera próximo. La expresión de la persona que los solicitaba, lejos de mostrar satisfacción, reflejaba una creciente angustia. En ocasiones acababa profiriendo expresiones estereotipadas y descontextualizadas como “¡viva el amor!” o sonidos inarticulados, como una larga “i” al modo del chillido de un roedor.”

Ante hechos tan estrafalarios y preocupantes el equipo de la doctora Martheleur decidió investigar el fenómeno a fondo. Lo que descubrió sobrepasó sus peores previsiones. Más de un 20% de la población universitaria era víctima de lo que ella denominó “Síndrome de Obsesión Afectiva Infantilizante” o “amorexia.”

El SOAI es un síndrome completamente diferente a la tradicional dependencia afectiva hacia una pareja. “En este caso no es un sujeto, sino una visión mágica y edulcorada del mundo lo que se convierte en el objeto de dependencia. La persona que padece amorexia necesita representar continuamente la idea de que vive en un universo trivializado del que han quedado fuera tanto los conflictos de la vida adulta como los mecanismos de afrontamiento de dichos conflictos. Para compensar la evidencia de que el mundo no coincide con su proyección idealizada de la infancia, estas personas contrarrestan toda arista que les presente la realidad con diferentes mecanismos objetivadores de amor. Podemos describir a la persona amoréxica como aquella que tapa sistemáticamente la realidad con amor” –explica la doctora Martheleur.

“Tapar la realidad con amor” no parece tan mala idea en algunas ocasiones. “La amorexia es un síndrome altamente incapacitante” –aclara la doctora. “Tapar la realidad con amor es un modo tan autodestructivo de huir de la realidad como refugiarse en cualquier otro paraíso ficticio que destruya progresivamente las herramientas de afrontamiento dejando al sujeto cada vez más indefenso. Utilizar el afecto como herramienta para subsanar problemas de indefensión ante circunstancias adversas es darle al afecto un uso normal y adaptativo. El problema empieza cuando el afecto se convierte en la única herramienta y, al mostrarse insuficiente, suple sus carencias con más afecto en una espiral adictiva”.

Esta es la razón por la que el síndrome recibe el nombre de “amorexia” y no “afectorexia”. Cuando el afecto se exalta y se utiliza como una cura omnivalente y omnipotente no hablamos ya de afecto, sino de esa palabra mágica que encontramos por doquier representando la realización de la felicidad completa.

¿Es, entonces, esta cultura del amor la causante de la amorexia? Parece que hay que atribuirle una gran parte de responsabilidad.

Estudios posteriores han confirmado que la combinación entre cultura amorosa y crisis del modelo relacional normativo es una bomba de relojería. “Las personas que escapan a los fracasos en sus relaciones de pareja mediante la glorificación de alguna variante de esa misma ideología –es decir, de alguna forma de amor- entran en un bucle infinito de búsqueda de sustitutivo amoroso. Poco a poco van atribuyendo el origen de cualquier dificultad a la falta de amor, y desarrollando una fobia paralizante a todo aquello que no llega presentado bajo la especie de expresión amorosa. Su vida se simplifica, se infantiliza y se vuelve inoperante. Es urgente que el descubrimiento de la Doctora Martheleur sea tomado muy en serio por la comunidad científica” –afirma Ángel Miguel Guzmán, psicopatólogo y experto en adicciones de la Universidad de Badajoz.
¿Cómo reconocemos a una persona amoréxica?

El equipo de Hasselt propone los siguientes criterios diagnósticos:

-Manifestaciones afectivas afuncionales o disfuncionales (“afecto inútil” y “afecto incómodo”).
-Presencia desproporcionada del amor como tema de conversación o explicativo.
-Pereza mental.
-Conductas infantilizadas (aflautamiento de la voz, imitación de la sintaxis preescolar, simulación de torpeza motora, fetichismo no sexual, etc.).
-Gustos infantilizados (tendencia al consumo de dulces y golosinas, preferencia por las combinaciones caóticas de colores vivos, gustos musicales sencillos y evocadores de melodías infantiles, afición por las narraciones de contenido mágico o fabuloso, lecturas con alto porcentaje de imágenes, etc.).
-Sensibilidad a flor de piel, especialmente para la tristeza, la melancolía y la decepción (“personalidad amigdaliana” o de control prefrontal ineficaz).
-Entorpecimiento o deterioro de las dinámicas sociales (saludos inacabables, constantes malentendidos, hipersensibilidad a la ofensa, intrusismo comunicativo –hablar improcedentemente del amor o de la situación afectiva personal-, descarrilamiento, etc.).
-Narcisismo.
-Insatisfacción sentimental cronificada (constante crisis de pareja o de falta de pareja, conflictos por la atención de las personas más cercanas, angustia social repercutida sobre el espacio personal o síndrome del “público inexistente”, etc.).
-Hostilidad o agresividad hacia cualquier forma de cuestionamiento del amor. “Policía del amor”.
-Risa nerviosa.
-Alegría estúpida y frágil.

¿Cómo se escapa de la amorexia?

Hasta el momento no hay respuestas que hayan demostrado ser eficientes, así que, de momento, parece más fácil entrar que salir. En opinión de la doctora Martheleur el problema de las personas amoréxicas es sobre todo contextual. “Es el entorno el que refuerza sus conductas obsesivas interpretándolas sistemáticamente como adecuadas, beneficiosas y dignas de elogio, hasta el punto de que la propia amorexia llega a convertirse en la virtud más apreciada de la persona que la sufre. La infelicidad en la que la/el amoréxicx va cayendo progresivamente es entendida por las personas que la rodean como un síntoma de que no está siendo entendida y valorada como merece, y la animan a que incida aún más en su dependencia. A diferencia de otros síndromes propios de nuestro tiempo, la obsesión por el amor carece de crítica y, cuando en un espacio social se manifiesta un caso, suele ser cuestión de tiempo el que la comunidad entera se contagie.”

Con el pertinente consentimiento reproduzco este fragmento de una conversación mantenido hace pocos días con una persona cercana:

-No me encuentro bien. Creo que me he resfriado. ¿Te acuerdas de que anoche salí con mis amigxs? Pues para despedirnos, como siempre, más de 40 minutos de besos y abrazos.
-¡Pero si estábamos bajo 0º!
-Ya, pero es tan bonito… Hay otrxs dos con fiebre y unx que dice que le duele todo el cuerpo. Pero mira, entre que nos lo contábamos por wsp y que nos quejábamos de estar tan malitxs, otro montón de besos y abrazos. Así que genial.

¿Una peligrosa cepa amoréxica? Probablemente. Procuraré mantenerme alejado.