miércoles, 30 de noviembre de 2016

el "empoderamiento" en Juego de Tronos


Hay productos culturales cuyo debate se agota, en parte, porque se agota la repercusión social del producto, y él, sin repercusión social, carece de interés.

Y hay otros que no se agotan porque, aunque parecen más que agotados desde el principio, la continuidad de su repercusión social los actualiza continuamente como fuente de reflexión.

Juego de Tronos, lógicamente, es de los segundos. Se ha escrito de todo, pero mientras siga siendo una inmensa máquina de construir conciencias me temo que habrá que analizar la serie, como analizamos el resto de los grandes hitos de la cultura popular, nos gusten o no.

Hay gente por ahí haciendo análisis de la serie que justifican con su gran calidad artística, y con el aval de sus premios, y con mil pamplinas semejantes. Y luego ya está Pablo Iglesias, que dice que es un manual de política. Pero en fin, Pablo Iglesias (a quien voto), es para echar de comer aparte, sobre todo cuando se le juntan delante cultura y tetas, que al pobre le estalla la cabeza.

Y luego, al final tal vez, está la gente que, sin intelectualismo ni pedantería a lo Boyero, decimos que salta a la vista que Juego de Tronos es mediocre. Lo que pasa es que la mayoría de esas personas, con buen criterio, no la han visto y, por lo tanto, no hablan de ella. Yo, sin embargo, me encuentro entre lxs privilegiadxs que, juzgándola mediocre, lo han hecho. ¿Por qué decir “tontxs” pudiendo decir “privilegiadxs”?
La pregunta que yo le planteaba a Juego de Tronos al ponerme a verla es “¿eres o no sexista?” Porque, claro, había oído ya muchas veces lo de las protagonistas fuertes y empoderadas, pero también me las encontraba reiteradamente desnudas, y la cosa me olía mal.

Tras 60 horazas en las que empecé bostezando y acabé tan enganchado como los más rastreros trucos de fidelización, más alguna aceptable idea narrativa, pueden garantizar, tengo que decir que me quedé prácticamente con la misma sensación con la que me acerqué a la serie.

Todo me mosquea. Sí, había menos violencia gratuita contra las mujeres y menos cultura de la violación de la que pensaba (es que pensaba que apenas habría otra cosa, sinceramente. No contaba con la condición de producto generalista que tiene que servir para sensibilidades encontradas) y sí, había muchas mujeres protagonistas, y con mucho poder. Incluso se podría decir, y esto no es cualquier cosa, que ellas tienen más poder y más presencia en la serie que los varones.

Pero, claro, todo lo demás… Violencia gratuita contra las mujeres hay (sí, en la boda roja tiene que morir todo el mundo, pero lo de Joffrey y la ballesta, perfectamente innecesario), cultura de la violación, para qué entrar en detalles… Luego, la mitad de las secuencias transcurren en prostíbulos con los personajes rodeados de mujeres desnudas, que es una Edad Media que no me imaginaba yo. 

Y en cuanto a lo de la presencia femenina, pues lo típico de la cuota: mitad y mitad en la superficie, pero el resto de la estructura casi íntegramente masculina desde el primer capitán hasta el último soldado o monstruo. Y las protagonistas, ellas, con motivaciones, se ha dicho mucho, abusivamente maternales. De hecho, cuando la cagan, son justificadas con lo del amor materno.

Pero todo esto está ya más que contado, y entre que me extiendo y que no aporto nada, incumplo las normas autoimpuestas en esta sección.

El caso es que este montón de críticas y elogios al feminismo o no de Juego de Tronos nos deja con la sensación de que, bueno, tampoco está tan mal: Las mujeres están presentadas con cierta dignidad, al fin y al cabo. Peores son otras series. Y fíjate tú que eso es justamente lo que me parece que no pasa: Lo de la dignidad y lo de la superioridad al promedio. Así que dándole algunas vueltas he caído en lo siguiente.

Está claro que si eres mujer y te contratan en Juego de Tronos, tienes muchas bazas para que te toque desnudarte. Eso va de suyo. Con los varones no ocurre, claro. Podríamos decir que, en fin… que es uno de sus defectos. Nada más. Que no es más humillante que el traje sexy de Scarlett Johanson cuando se disfraza de viuda negra.

Pero creo que es algo más. Y lo creo porque, pensados de uno en uno, resulta que los desnudos de las protagonistas de Juego de Tronos me parecen más que significativos. No están simplemente para pagar el impuesto patriarcal de que mujer pública es mujer desnudada, y de que sin enseñar las tetas una mujer tiene complicado alcanzar el éxito. No.

Fijaos en Sansa. Se desnuda para ser violada. Ella, que es el personaje feminizado por excelencia, la chica guapa y pasiva con ansias de casarse con un Rey. La modelo, la deseable, la objeto. Su desnudo es el momento en que es entregada a la mirada del espectador (masculino aquí). Sansa se nos entrega tal y como la mirada pornográfica la desea. A Sansa le pasa lo que al espectador (masculino, perdón por repetirme) quiere que le pase para excitarse. Vale, Sansa no se desnuda. He forzado el ejemplo. Tengamos en cuenta que no hay un equipo detrás utilizando literalmente mi teoría y aplicándola caso por caso. Pero sigamos.

La inquietante Melisandre sí que se desnuda. Ella, que atenaza con su magia y con su sexo a los varones que se encuentra. Ella, que es el personaje sexualmente empoderado, en ese sentido de empoderamiento sexual que entiende el empoderamiento sexual como uso de la desventaja de género como ventaja. El momento culminante, en el que nos la revelan, en el que “nos la entregan” en su verdadera condición sobre la que saciar nuestra ira de machos humillados, nos ofrecen su cuerpo “despreciable” de anciana por la que sentir asco. Y nos quedamos satisfechos. A Jon Snow sí, pero a nosotros no nos engaña. Qué asco nos da la bruja. Ya la tenemos. Ahí, desnuda.

Y, por supuesto, Daennerys. Cada vez que el personaje más poderoso de toda la serie tiene que incrementar su poder le toca enseñarnos “sus encantos”. Vale que a ella no la torea nadie (uy, perdón, ya había olvidado que está enamorada para siempre de su violador, y que es la ausencia de éste lo que la convierte en la virgen sagrada capacitada para conquistar los Nueve Reinos), pero el precio de ser mujer sigue pagándose en forma de registro carcelario: Venga, en pelotas, que toca evolución del personaje. Lo que le pase verdaderamente relevante le pasará desnuda.

Pero mi desnudo favorito, obviamente, es el de Cersei. Pensaba ella que como reina consorte, y reina madre, y reina misma a lo largo de toda la serie, se libraría de nuestra ira desnudadora. Pero no. Para eso están los gorriones. Para despojar su cuerpo de toda vanidad (ya se sabe que las mujeres van por ahí vanagloriándose de que tienen cuerpo y de que nos gusta) y hacerle el paseíllo. Ese paseíllo, esa humillación infinita, acordaos, amigos espectadores varones, es un gran momento de resarcimiento de nuestro odio frustrado y acumulado temporada tras temporada. Luego ella que haga estallar el Septo si quiere, con todos los gorriones y la fauna que encuentre dentro. A nosotros ya no se nos olvida que no es más que una rapada, vilipendiada y escupida con cuya desnudez nos hemos regocijado durante la que seguramente sea la secuencia de desnudo más larga de toda la serie.

Y así, me temo, más o menos con todas.

Y están, claro, las que no se desnudan. Sabéis cuáles son las que no se desnudan, ¿verdad? Pensadlo, pensadlo. Sí, ésas. Las que no queremos ver porque no hemos deseado. Realismo, lo llaman. Y tanto.

Así que, ¿sabéis lo que pienso? Pues eso de que “es más de lo mismo”. Pero no de lo mismo de Esteso y Pajares. Eso es lo de antes. “Lo mismo” es lo de ahora, lo nuestro, lo que se va llevando cada vez más y que las grandes obras de arte de la industria audiovisual saben interpretar y ofrecernos a modo de vanguardia.

“Lo mismo” es la lucha pornográfica contra el empoderamiento de las mujeres. Su vejación sistemática como reacción a sus reivindicaciones. Su aparición como falsas dóminas, estrellas del porno o heroínas medievales para que veamos que en la realidad se nos está poniendo la cosa difícil, pero en la pantalla, en la fábrica de sueños, allí les damos lo que se merecen. Y se merecen mucho, porque son muy soberbias y se están portando muy mal con eso de no dejarse follar como caballerosamente les exigimos.

Las mujeres en Juego de Tronos reciben su esencia de su desnudez (del mismo modo que Jamie, por ejemplo, la recibe en la escena en la que le amputan la mano. Varón: mano. Mujer: desnudo) y están para ser desnudadas. Es la otra parte del cine porno. Ésa que decimos que en el cine porno no está. La de la presentación de la historia. La que le da miga.

¿Sabéis cuál es la escena clave de la serie? La traición a Ned. Aquélla en la que el rey de las putas pone un cuchillo en el cuello del viejo patriarca y le recuerda “te dije que no te fiaras de nadie”. Es Cristian Grey diciéndole a Esteso “se acabó tu tiempo. Empieza el mío”.


lunes, 14 de noviembre de 2016

¿qué podemos "pactar" en nuestras relaciones?


Decía en este post que los pactos o acuerdos en las relaciones son una herramienta mucho menos fiable de lo que nos están contando.

Para que un acuerdo funcione hace falta que las partes sepan que el incumplimiento será castigado.

Se necesita entonces una fuerza capaz de imponer ese castigo porque sea superior a la de lxs firmantes del pacto, y en las relaciones es raro que se disponga de esa fuerza. Los pactos en las relaciones no sólo son privados, sino que se exige esa privacidad (“lo que dos personas libres y maduras pactan sin intervención de nadie” suele ser la definición).

De modo que el acuerdo es papel mojado. Vale tanto como vale el guión de una performance que las personas pactantes decidieran redactar. Es poco más que un relato.

Pero tiene que haber alguna razón para que existan, entonces, y para que disfruten de su presente reputación como piedra filosofal de las relaciones. Las cosas disfuncionales no subsisten. Subsisten, y muy bien, aquéllas que parecen disfuncionales pero están realizando una función oculta.

En el caso de los acuerdos, esta función es el aprovechamiento de la buena voluntad. Si tú me propones un acuerdo y yo lo acepto creyendo que el acuerdo sin vigilancia sirve de algo, y que mi obligación es cumplirlo, entonces te estoy dando la oportunidad de que prepares con tiempo tu traición al acuerdo. Estoy bajando mi guardia hasta el momento en que tú puedas traicionarme de la manera más ventajosa para ti. Aceptar un acuerdo, y hacerlo de buena voluntad, es ceder a la otra parte la posibilidad de golpear primero. Eso es precisamente lo que la otra parte nos propone, disfrazado de acuerdo. Y por eso mismo defiende la cultura del acuerdo.

Cambiemos, entonces de paradigma. Hablemos de consenso.

Hay consenso cuando el objetivo es común. Si la otra persona busca lo mismo que yo, puedo entonces confiar en que su voluntad va a estar razonablemente orientada a lograr aquello que es nuestro común objetivo.
Veamos algunos ejemplos para entender cómo funciona el consenso.

1_El objetivo común no es la coincidencia de los objetivos personales.

Si yo quiero ganar dinero y tú quieres ganar dinero, ganar dinero no es un objetivo común. Yo quiero dinero para mí y tú quieres dinero para ti, así que no queremos el dinero para la misma persona. No es común, y lo que tú necesitas para ganarlo no es que yo lo gane. Es otra cosa.

Puede ocurrir, claro, que decidamos intercambiar información, o que el apoyo mutuo sea eficaz a la hora de alcanzar nuestros objetivos independientes. Pero si mi ganancia se ve alguna vez obstaculizada por la tuya, entonces me tendrás inmediatamente en tu contra.

El objetivo de la ganancia pasa a ser verdaderamente común, por ejemplo, cuando ambxs queremos gastarlo en algo que tiene el mismo efecto para lxs dos (perdóneseme el binarismo). Cuando estamos ahorrando, pongamos por caso, para costear un viaje juntxs. Entonces sí podemos confiar en que la otra persona no va a dificultar mis ganancias, porque mis ganancias son, en realidad, las suyas.

2_El consenso no se decide. Se sabe.

Cuanto mejor conocemos a alguien, mejor sabemos cuáles son nuestros consensos con esa persona. De modo que conocer (y compartir cosas con ese fin) es el modo de descubrir qué objetivos se pueden abordar en común.

Para que yo sepa que la otra persona no va a salir corriendo con nuestras comunes ganancias para el viaje tengo que saber que realmente quiere ese viaje. Lo que me haya dicho sólo es una fuente de información (me informa de su posición frente a mí), pero no de verdad.

Es sólo conociéndola como yo puedo saber si nuestro supuesto objetivo común es un verdadero objetivo para ella o sólo un subterfugio para conseguir cualquier otra cosa.

3_El consenso se desarrolla con el debate.

La negociación no es la dinámica que aumenta el consenso. Es el debate. Hablar de las cosas es lo que pone de manifiesto lo que las cosas son para las personas que hablan de ellas, y lo que hace que sobre ellas lleguen a nociones comunes. A medida que esas nociones se vuelven cada vez más comunes los objetivos también lo hacen, y las posibilidades de buscarlos en común aumentan.

Se dirá que las personas siempre discreparán. Bueno. Y siempre estarán de acuerdo. La discrepancia y el consenso siempre están presentes, pero el último aumenta con la búsqueda común de lo verdadero. Si conocerse mutuamente es descubrir el consenso, debatir, en su sentido más extenso (no sólo debate formal, sino intercambio de experiencias, búsqueda de experiencias comunes, puesta en común de otras opiniones influyentes, investigación común, etc), es aumentarlo (o descubrir dónde creíamos que existía y en realidad no existe, lo cual es una optimización del consenso que también mejora las posibilidades a la hora de establecer objetivos comunes).

Y se dirá que las personas siempre buscan su propio beneficio y esa discrepancia no puede someterse a consenso alguno. Es una tontería, porque todxs entendemos, por el sentido común más inmediato, que la cooperación aumenta las posibilidades individuales. El egoísmo ideológico más extremo puede reducirse también a la cooperación, siempre que sea sometido a conocimiento mutuo y debate.

4_Los acuerdos que sí funcionan son cooperaciones, no acuerdos, y nacen del consenso.

Si dos personas que conviven y entre las que el consenso no es significativo son capaces de ponerse de acuerdo para repartirse la limpieza, por ejemplo, es porque sí hay un consenso con respecto a la importancia de la limpieza y a la necesidad de seguir conviviendo.

Esas personas serán capaces de hacer una planificación, pero no será un acuerdo, dado que no servirá para armonizar objetivos enfrentados, sino a personas que están enfrentadas con respecto a otros objetivos, pero entre las que habrá consenso con respecto al objetivo de tener la casa limpia. Si el consenso no es real (una de las personas, por ejemplo, no cree verdaderamente en la importancia de que la casa esté limpia) estaremos entonces ante un acuerdo, y éste correrá el peligro de no ser cumplido.