jueves, 7 de enero de 2016

celos: un supuesto práctico

Tengo una relación a la que, para mayor claridad, no voy a privar de nada. Vamos, que, entre otras cosas, es sexual, genital y posee cualquier otro ingrediente exigido para evitar que se considere trucada por superficial. De hecho, es una relación que me aporta una notable satisfacción y que alimenta mi amor propio porque me enorgullece el valor que la otra persona, a quien a su vez valoro en alto grado, me concede.

En esta relación los celos no han hecho, felizmente, aparición.

Dejemos de lado si somos ágamxs ya, o si nos lo hemos hecho para evitar celos, o cómo nos llamamos. El caso es que nuestra comunicación sobre otras relaciones, incluidas aquellas donde el sexo también aparece, no sufre ni de restricción ni de regodeo. Normalidad discreta con respecto al tema.

El caso es que, un día, esta persona se refiere a una tercera a la que conozco y me dice que siente hacia ella cierta atracción. No me dice que haya intensificado su contacto con ella, e incluso me detalla que no ha habido sexo alguno ni tiene clara la intención de procurarlo. Pero, para mi sorpresa, los celos aparecen por primera vez. La sorpresa es doble, no sólo porque sería la enésima relación de la que tengo noticia y me considero más que acostumbrado, sino porque que no tengo yo a esa persona en muy alto juicio y, como contrincante, me parece una piltrafa sin posibilidad alguna de amenazar nada que yo, en ningún sentido, posea o reciba de mi persona amiga.
¿De dónde parten, entonces, mis celos?

Me dedico a darle vueltas y la causa no tarda en salir a la luz. Había dicho que una de las fuentes de satisfacción que esta relación me proporciona es el orgullo de sentirme interesante para alguien cuyo gusto estimo. Sin embargo, esta nueva manifestación de su gusto pone en entredicho que ese gusto sea tan fiable como antes me parecía. El consiguiente deterioro de mi consideración hacia su gusto tiene como indeseable consecuencia que mi propia satisfacción se resienta, pues ahora no soy elegido por un criterio tan crítico, sino por alguien bastante menos selectivo de lo que había pensado hasta ahora.

Ya he encontrado lo que perdí, lo que no obsta para que siga perdido. Ahora puedo hacerme la trascendental pregunta sobre la legitimidad de mis celos.

Lo que he perdido existe, de modo que tienen un fundamento. Esto ya es un factor a favor de dicha legitimidad. No puedo decir que lo haya perdido de un modo excesivamente traumático, sino más bien anecdótico e incipiente, perfectamente llevadero. Éste, por tanto, es un factor en contra. Pero el factor determinante aparece de pronto en mi cabeza con un destello liberador: ¿En qué me basaba yo para esperar que su juicio fuera diferente del que ha sido? Hago inventario de los fundamentos de este juicio y descubro que apenas conozco personalmente a ninguna de las personas por las que en alguna ocasión ha mostrado interés. Más bien he dado siempre por hecho que este interés coincidía con el que podría sentir yo mismo si las conociera. Toda esa presunción de coincidencia se basaba, en realidad, en el conocimiento de un solo objeto de sus juicios de gusto: Yo mismo. Ergo: Si he pensado siempre que tiene buen gusto es, sólo y exclusivamente, porque le gusto yo.

Queda sentenciado que me he construido una expectativa nada razonable sobre el juicio de la persona con la que tengo esta relación. Esa expectativa retroalimentaba la relación, está claro, y la hacía más satisfactoria. Pero era mentira, y me acabo de topar con la realidad. Nuestra relación tenía un poco menos de contenido del que yo pensaba, y tal vez se pueda decir que acabo de descubrir que estoy un poco más solo de lo que creía.
Pero eso es bueno. Muy bueno. Lo solo o acompañado que estuviera en realidad no ha variado ni un ápice. Ahora, además, he eliminado un espejismo en mi relación. Estoy más solo de lo que creía, pero poco voy a notar, porque la soledad real es la misma. Incluso es posible que este descubrimiento abra una vía de convergencia en nuestro gusto que incremente de manera real la intensidad de nuestra relación.

Y, si eso ocurre, tendré que agradecérselo a los celos.

7 comentarios:

Unknown dijo...

Vamos, que mucho raciocinio y tal pero al final te toca los cojones que se fije en alguien que a "tu juicio" no consideras de gran valor (además el único con el que se lo monta y que sabes quien es... si no he entendido mal...). Menudo cacao llevas, si me lo permites...


Suerte

israel sánchez dijo...

no, ése no es "el final".

Myriam dijo...

Triste el comentario de Unknown, si me lo permites...
Gracias por la publicación, Israel. Discúlpame, pero no entendí bien el final, la conclusión a la que llegas ¿me lo podrías aclarar x favor?

israel sánchez dijo...

claro.
sigo igual de solo o acompañado porque he perdido algo que creía que tenía pero no tenía. ése "algo" era la fuente de autoestima que implicaba nuestra coincidencia de criterio (que lo que tenía fuera un alimento para mi vanidad es independiente de que yo lo considerara valioso).
la vía de convergencia que abre es la del análisis de un determinado gusto y el automático desarrollo de cierto consenso al respecto.
no sé si era esto por lo que preguntabas.

Myriam dijo...

En principio hay que contar con la heterogeneidad y complejidad de los gustos; y, con los múltiples factores que influyen en la atracción interpersonal, como decías en otro artículo.
Y, por otro lado, no veo el interés del consenso en este ámbito.

Myriam dijo...

Sí, por eso preguntaba ;-) Al final lo envié sin responderte porque me lié.
Y en mi anterior mensaje debí poner "permite" y no "permites" (aprovecho y hago fe de erratas jj)

Myriam dijo...

Añado a mi comentario, que también hay contar con las diferentes percepciones de cada uno respecto a las otras personas. Por lo que cada uno ve unas cualidades y no otras, aunque todas formen parte de esa persona en concreto realmente. Y, también, es posible que nuestras percepciones nos engañen, claro está, en cuyo caso sí puede ser interesante el contraste de pareceres.