lunes, 2 de noviembre de 2015

verificación de sexo, o la necesidad del sexismo en el deporte competitivo

Esta noticia tiene ya meses, pero la polémica que suscita y el problema al que da actualidad no sólo siguen vigentes, sino que esa vigencia permanece lamentablemente intacta. No he encontrado información sobre si la FIFA piensa seguir aplicando el protocolo de verificación del sexo en las próximas citas internacionales, pero logró aplicarlo en el Mundial de Canadá celebrado este verano y las deportistas tuvieron que tragárselo.
El problema ha sido acertadamente tratado, no sólo como una humillación a las deportistas, a las que se exige definirse mediante la obsoleta categoría de “sexo biológico” cuando su identidad social lo hace desde la categoría de “género”: El machismo en el deporte, con el fútbol siempre a la cabeza, reubicaría así a cada deportista en la condición cisgénero, obligando a aquellxs que no se lo consideran a dar un paso atrás en la definición y construcción de su identidad.
Pero la humillación se extiende a las mujeres no federadas, es decir, a todas las restantes, porque la definición de “mujer” como categoría se realiza mediante un criterio restrictivo: Para ser mujer hay que mantenerse por debajo de unos máximos. Es decir, que si superas determinados rendimientos físicos, debes ser investigada porque dichos rendimientos corresponden a la categoría de “varón”. ¿Os imagináis a Usaín Bolt expulsado de los JJOO porque su rendimiento supera la categoría de “varón” (correspondiendo, por ejemplo, a la de “extraterrestre”)? Por supuesto que no. El varón no sólo es superior; además es ilimitado. La mujer también, por supuesto, pero en su inferioridad. Nadie denunciará, y menos ante la FIFA, que un rendimiento por debajo de determinados niveles sea la consecuencia de una educación en la que ella ha sido discriminada de la formación física. Al contrario, es el varón el que, de no llegar al mínimo, cae en la categoría desechable de “afeminado”.
La conclusión de todo esto, para el feminismo, es que desde el deporte se re-esencializa, con un artificio esta vez indigestamente grosero, la condición de mujer. Si hubiera algún tipo de lógica de la justicia política, o al menos una sensibilización social generalizada, la FIFA, y cualquier otro organismo que forzara la diferenciación sexual, serían inmediatamente señalados como sexistas, incitadores de violencia contra las mujeres, y sancionados de modo ejemplarizante.
Pero es que ellos habrán dicho lo siguiente: No se puede establecer una competición en igualdad de condiciones si no hay una definición rigurosa de esas condiciones. Dado que no todas las personas tienen las mismas, éstas deben ser clasificadas. Cualquier otra solución no sería “competición” y desacreditaría dicha competición frente al espectador. Desde el momento en que todxs sabemos que un deporte está estructuralmente dopado, por ejemplo, o cuando se sabe que unxs deportistas parten desde unas condiciones netamente superiores al resto, ese deporte queda desprestigiado y su seguimiento cae de forma irremisible. Dennos un modo justo, adecuado, de clasificar las condiciones de competición, y (si somos capaces de superar nuestros prejuicios sexistas, así como los de aquellas federaciones más retrógradas cuya participación se considera imprescindible) lo utilizaremos.
Sería inútil intentar ofrecer esa clasificación alternativa. Toda clasificación implicaría que, en cada categoría, quienes estuvieran más cerca de la categoría superior no sólo partirían con la indeseada ventaja a priori con respecto a sus competidores, sino que además estarían siempre en el punto de mira de la persecución del fraude, especialmente si sus resultados eran demasiado buenos.  Así es como funcionan las llamadas “categorías inferiores”, en realidad, al ser divididas por edad. Quienes están a punto de alcanzar la categoría siguiente parten de una cierta superioridad a priori que se entiende como cosa natural y que será compensada al año siguiente por el crecimiento de los pequeños y el paso de los mayores a otra categoría en la que ahora los pequeños serán ellxs. Pero se nos dirá que esta jerarquía se vuelve atractiva y capaz de venderse como espectáculo en la medida en la que hay una categoría reina y final, y que es en función de las perspectivas de cada deportista con respecto a esa categoría final como se juzga su rendimiento en todas las anteriores y subordinadas.
Entonces podríamos ofrecer como solución una sola categoría, sin más. Todo el mundo compitiendo como si las diferencias físicas no existieran, y que gane el más capacitado. Que la clasificación se realice de manera espontánea. Si una o varias mujeres pueden desbancar a uno o varios futbolistas de élite, que lo hagan. Así habrá sólo “jugadorxs”, y nadie se preguntará, salvo por curiosidad, si un equipo tiene más o menos mujeres, o mestizxs, o bajitxs. Se hablará sólo de la calidad de cada futbolista y de si está a la altura del resto de la plantilla. Se evitarán  (o se agravarán) de paso, las idiotas polémicas sobre la conveniencia de que los vestuarios sean mixtos.
Pero entonces el paso atrás será otro: Cada deporte filtrará a sus campeonxs en función de las capacidades que se privilegiaron a la hora de concebir dicho deporte, y éste no servirá para otra cosa que para reforzar, no ya el sexismo, sino todo tipo de discriminación. Se desharía el trabajo que se pretende realizar, por ejemplo, con los deportes paralímpicos.
Podríamos, entonces, transformar los deportes y entrar, de paso, en el terreno de la sociología-ficción, porque aquí sí que hablaríamos de un movimiento de responsabilidad social para el que la naturaleza ha imposibilitado a los grandes grupos económicos en cualquiera de los mundos posibles.

Deportes diseñados a partir de una combinación equilibrada de aptitudes serían reformados en la medida en que dicha combinación privilegiara a uno u otro grupo sociofísico, hasta alcanzar una representación democrática en los rankings. Pero, junto con ello, se fomentaría un desplazamiento de la atención desde la competición a la acción deportiva. Porque en la medida en que se pretendan objetivar las clasificaciones, la pugna por ocupar los puestos más altos implicará siempre una atribución injusta de mérito a quien disfruta de un privilegio físico, por pequeño que sea. El verdadero interés del deporte no está en cómo el jugador de 2,13 ha puesto un tapón al que sólo mide 1,80. El verdadero interés es contemplar y entender cómo cada uno de los dos se ha enfrentado al obstáculo que el otro le interpone y cuáles han sido las soluciones más atractivas y eficaces que se han aportado en esa situación.
En un deporte así la clasificación sólo serviría para ayudar a entender qué ha pasado, y muy poco para saber quién fue mejor. Cualquier buen aficionado al deporte (no a la competición) sabe que tras las monolíticas tablas clasificatorias quedan ocultas las verdaderamente grandes historias deportivas. Este enfoque haría que las últimas sustituyeran a las primeras. Pero, además, y nada menos, haría que el deporte dejara de ser discriminatorio.Parece muy complicado, utópico, inimaginable e inasequible a nuestra cultura. Pero, en realidad, sólo estamos hablando de que el “deporte” vuelva a ser “juego”. Todxs hemos jugado mucho más de lo que hemos competido, porque así empezamos a relacionarnos con las cosas y porque la competición, por su naturaleza discriminatoria, nos expulsó a casi todxs.