martes, 9 de junio de 2015

pirámide. actividad II

Elige un número del 1 al x, donde x es el número de distritos, barrios o subdivisiones que tiene la localidad en la que vives. Comprueba a qué zona corresponde el número elegido. Coge un libro que te apetezca leer y desplázate hasta allí. Elige una terraza, si el día da para ello, y toma asiento. Si el tiempo no es favorable entra en un bar, pero asegúrate de sentarte en un lugar desde el que domines una ventana.
Observa a la gente que pasa y haz una valoración especulativa sobre la calidad de su vida sexosentimental. Dividelxs en dos grupos: el primero formado por quienes piensas que tienen una vida sexosentimental mínimamente digna. El segundo, de quienes no la tienen. Será suficiente con que llegues hasta un total de 50.

Traslada ese dato al conjunto de la sociedad.

Imagina esa sociedad y acepta que es la sociedad en la que vives.

Ahora recuerda que delante de ti nunca podrían haber pasado todas aquellas personas que, por una u otra razón, se quedan habitualmente dentro de sus casas, impedidxs o angustiadxs. No pueden pasar quienes viven en áreas no urbanas o aisladas. No han pasado hospitalizadxs ni presxs; no han pasado esclavxs laborales ni, seguramente, el resto de lxs esclavxs…

Por fin, puedes ya leer el libro. Si el ruido a tu alrededor es aceptable y te permite concentrarte en él, por favor, escríbeme un e-mail indicándome la ubicación del local.

lunes, 1 de junio de 2015

la clave contra los celos: el arte de establecer expectativas razonables


La clave para convertir el infierno de los celos en una indignación que contribuya a mejorar nuestras relaciones y nuestra socialización es aprender a establecer expectativas razonables.

Una primera tentativa didáctica de exponer esta habilidad sería decir que consiste en trasladar las expectativas razonables desde el ámbito de aquellas relaciones que no constituyen gamos a las que lo constituyen. Como nuestras relaciones no gámicas no soportan la presión de satisfacer las exigencias del amor, nuestra actitud al valorarlas y juzgar lo que podemos esperar de ellas presenta generalmente una serenidad que, aplicada a aquellas relaciones que son gamos o que amenazan con serlo, puede resultar saludable.

Pero sabemos que la amistad no es tal, sino más bien un no-gamos, es decir, una relación que se caracteriza precisamente por sus limitaciones. No debe extrañarnos, por lo tanto, su actitud reservona. Su referencia nos es útil, pero no del todo ejemplar. Se trata de captar algo de esa serenidad al juzgar (sin caer en lo que a veces es más bien apatía), no de copiar su modelo de relación.
Establecer expectativas razonables no consiste sino en observar la realidad para disponernos de la mejor manera hacia ella. Éste es, seguramente, el movimiento clave: Dejar de mirar al gamos y volver la mirada hacia la realidad. El gamos es una ficción definida y acabada, mientras que la realidad es perfectamente incierta. Tenemos que acostumbrarnos a la paciencia que exige esa incertidumbre. Tenemos que distinguir entre lo que sabemos y lo que no sabemos en las relaciones. Necesitamos abandonar el “querer creer”. En el cambio, recordémoslo, no perdemos nada, porque todo aquello que se quiere creer sigue entrando dentro de lo que no se sabe, con la desinformación añadida de que se cree saberlo.


Vayamos a un ejemplo práctico. Es característico del pensamiento gámico dar por hecho que quien se muestra interesadx en una relación está en disposición de formar una pareja, de establecer un gamos. Sin embargo, son innumerables las circunstancias en las que puede encontrarse una persona con respecto a sus relaciones, y desde prácticamente todas ellas es posible que muestre interés por aumentar la intensidad con otra.

Sabemos que el pensamiento gámico se desliza cuesta abajo a través de los siguientes prejuicios: Quien intensifica una relación hace que ésta se aproxime al gamos y, por lo tanto, expresa una propuesta de gamos (en castellano pedestre: Quien muestra tanto interés, es que algo quiere). De ahí se deriva la segunda presunción gámica, sin fundamento empírico alguno: Quien propone un gamos, lo hace porque está “limpix” de gamos (disponible).

Dejemos a un lado toda la impertinencia e insensibilidad que implica establecer sobre presunciones tan globales sobre otrxs y, normalmente, no ya precipitadas sino, directamente, supersónicas. Lo que nos importa es comprender cómo los prejuicios que impone el gamos han plantado ya la semilla de los celos mediante la generación de una expectativa insensata. La persona supuestamente solicitada de gamos descubre un gamos limpio a su disposición (¡nada menos que alguien sexosentimentalmente cien por cien aisladx!). En el caso de que no esté interesada optará por alguna de las actitudes que se derivan de dicha conclusión, todas ellas tan impertinentes como la conclusión misma (alejarse, “aprovecharse”, buscarle pareja…). En el caso de que lo esté, el gamos propuesto pasa a ser de su propiedad. A partir de ese momento, todo lo que amenace dicho gamos amenazará su proyecto vital, su posición social, y será susceptible de generar celos, porque estará ocupando un espacio que es exclusivamente suyo.

Este es el origen, por ejemplo, de los consabidos “celos de ex”. La/el ex, para el gamos, es una entidad ideal que es eliminada de la vida con pulcritud perfecta. La/el ex no tiene especificidad, no es de ninguna manera, y sólo se caracteriza por su obligación de no dejar rastro. La/el ex real, lógicamente, y con todo lo estereotipadamente gámico que pueda resultar hablar en estos términos, tiene, en el más higiénico de los casos, una larga cola de vida social y psíquica incompatible con el gamos en su acepción más literal. Toda esta huella dejada por nuestras relaciones, incluso en el caso de que deseemos abandonarlas por completo y que nuestras relaciones no pudieron evitar producir, se convierte, por causa de la expectativa insensata, en territorio conquistado por el nuevo gamos, cuyo derecho de posesión es reivindicado mediante los celos.
Como se ve, la expectativa insensata del gamos impide que las emociones discurran por cauces cordiales, y predispone a las personas a depender de realidades que no son más que espejismos del gamos. Si somos capaces de librarnos de estos espejismos habremos recorrido la mitad del camino que nos separa de una utopía: la impermeabilidad a los celos.

Para ello será suficiente con que desarrollemos el hábito de observar atentamente la realidad. Al principio necesitaremos un poco de disciplina, pero pronto nos resultará extravagante haber estado mirando nunca otra cosa.