lunes, 2 de febrero de 2015

Las ebriedades afectivas (i). SOBREDOSIS GÁMICA

por Jesús Gil



             Una de las primeras cosas que ocurre cuando nos enamoramos, es que experimentamos un cambio brusco en nuestra consciencia; el objeto de nuestro amor cobra un significado especial. La persona enamorada suele volcar todas las energías y expectativas en su amadx; muy seguido, en detrimento de las demás relaciones. Se sabe de sobra que el enamorado es capaz de todo por esa pasión desbordante que le inspira su amada. Helena, Julieta, Eloisa, Eurícide, Beatriz, Isolda: los sentimientos amorosos se elevan a lo más alto, lo mismo que caen en los más profundos y oscuros abismos. Es esta suerte de “consciencia alterada”, en la que centraremos ahora nuestra atención.


En esta obcecada carrera amorosa, la persona enamorada construye los cimientos definitivos de lo que, tentativamente, culminará con el sacramento gámico último del matrimonio. Los vaivenes emocionales que ocasiona esta carrera, emanan precisamente de la ansiedad que produce a la persona enamorada la posibilidad de no ver realizada la empresa gámica. Las circunstancias adversas obligan a lxs enamoradxs a tomar decisiones radicales, con tal de garantizar la culminación de sus anhelos gámicos; y ciertamente, ese estado de enamoramiento, esa especie de borrachera afectiva les faculta en gran medida para tal fin. Los tamiles del sur de la India tienen una palabra para definir ese estado de sufrimiento romántico: mayakkam, que significa embriaguez, mareo, delirio.


Ahora que sabemos que la naturaleza neurobioquímica de este estado está íntimamente ligada a los mecanismos con que accionan ciertos compuestos farmacológicos, podemos sugerir que si el sexo es el sacramento del gamos, el enamoramiento puede ser entendido como el vehículo eucarístico gámico por antonomasia. Bajo esta lente, el enamoramiento es una herramienta de comunión extática, una especie de soma endógeno que anuncia la voluntad para la consumación del gamos, en tanto que la persona enamorada “no tiene ojos para nadie más” y está dispuesta a todo por su ser amadx. Bajo los efectos de esta ebriedad gámica, se moldean los destinos de lxs enamoradxs, al amparo de un modelo que alienta la radicalidad de este pacto que termina por moldear también los destinos del grupo.


La experiencia de estar enamoradx no es más que una especie de embriaguez endógena, alimentada por la filosofía del amor y asumida como rito de comunión gámico. En la consumación de este rito eucarístico se encuentran las raíces de la categorización gámica; ya que, por una parte, solemos enamorarnos de lo que la agamia llama el/la “guapx”; y por otra, sellamos sin muchos reparos ese pacto de exclusividad gámica que tanto se dificulta cumplir cuando los efectos de la droga han cedido. El modelo gámico nos empuja a asumir compromisos definitivos, a través de un mecanismo que es, por naturaleza, pasajero, momentáneo. Ciertamente, “sigue a tu corazón”, no es la respuesta que solemos dar a una persona borracha. Sin embargo, es ese el axioma que dicta el devenir afectivo del individuo tanto como del colectivo.


De modo que, para desmantelar la sobredosificación afectiva impuesta por el modelo gámico, es necesario asumir al enamoramiento como una experiencia que, si bien llega a ser catártica, no deja de ser pasajera. Si las personas enamoradas pueden ser más creativas, sensibles, empáticas, amables, felices, la agamia debe plantearse como una alternativa que considere el potencial que tienen este tipo de experiencias como herramientas de cohesión social; bajo el principio de la “ebriedad sobria”, aquella que faculta para el goce, mientras minimiza el sufrimiento. La construcción de una noción de “ebriedades afectivas”, se hace imperante si se pretende desmontar el entramado gámico, fuertemente sostenido en el ritual eucarístico endógeno mencionado.



Claro que, para estar en condiciones de construir cualquier noción asertiva de ebriedad afectiva, es necesario desmantelar de forma conjunta la noción prohibicionista que asegura que la ebriedad es un artificio potencialmente devastador para el ser humano. Sin la reintroducción cultural de los “vehículos embriagantes”, será imposible construir una noción efectiva en torno a la ebriedad que supone el estado de enamoramiento. Hace falta reconocer en la intoxicación una herramienta culturalmente válida, antes de estar en condiciones de demoler el rascacielos de la ebriedad gámica.








1 comentario:

israel sánchez dijo...

Efectivamente, el enamoramiento tiene como función ser el "vehículo eucarístico", el vino embriagador que permite la toma de decisiones insensatas.
Hoy se habla de la New Relationship Energy para hacer referencia a ese estado desde una perspectiva edificante, no monógama, exclusivamente hedonista.
Sin embargo, la forma misma de la embriaguez no puede conservarse sin generar consecuencias que apenas varíen salvo en lo cuantitativo.
En el fondo, la NRE no es más que un "enamoramiento pequeño", manejable, no devastador, cuya contrapartida es también un entusiasmo de proporciones moderadas, propio de la monogamia secuencial o del gamos poliamoroso.
Nuestra embriaguez, por lo tanto, no sólo debe manejar las expectativas que desarrolle desde la conciencia del estado de embriaguez, sino que, además, debe ser otra, generada por otra conciencia que establece otras expectativas, que actúen como sustancias diferentemente embriagadoras.
Nuestra cultura amorosa canaliza toda embriaguez afectiva hacia el enamoramiento gámico. Nosotrxs debemos generar una cultura instrumental de la embriaguez afectiva que se diversifique según fines libremente elegidos.
Es, como bien dices, la embriaguez el concepto que debe ser rescatado, y no el enamoramiento, porque éste dispone de un guión cerrado con respecto al cual, una vez dentro, sólo podemos distanciarnos mediante formidables esfuerzos contracorriente.
Ni el gamos, ni su complejo conceptual, deben ser objeto de melancolía alguna.